A Jacinto (nombre ficticio del periodista al que le sucedió) uno de los jefes de uno de los diarios con más tirada de España le ofreció trabajo. «Las notas son fáciles de hacer», le dijo el jefe al periodista postulante. «Tienes que traer temas de Empleo. Siempre pedimos varios testimonios con fotos. Puedes hacer las […]
A Jacinto (nombre ficticio del periodista al que le sucedió) uno de los jefes de uno de los diarios con más tirada de España le ofreció trabajo. «Las notas son fáciles de hacer», le dijo el jefe al periodista postulante. «Tienes que traer temas de Empleo. Siempre pedimos varios testimonios con fotos. Puedes hacer las entrevistas por teléfono y pedir que te envíen las fotos. Así no te mueves de tu casa. Son colaboraciones pero podrías publicar bastante y con el tiempo puedes ganar bastante pasta». «¿Cuánto pagan por artículo publicado?», preguntó Jacinto titubeante, con temor a que alguno de los miles de periodistas desempleados le quitaran la gran oportunidad. «40 euros por artículo», respondió el jefe.
Hacer una nota más o menos bien hecha cuesta dinero: llamadas telefónicas (muchas veces a móviles), por lo general al menos un desplazamiento, uso de luz, ordenador, y tiempo. Como mínimo se tarda un día, cuando no más.
«¿Y cuántas notas puedo llegar a publicar? ¿Tal vez una por semana?», preguntó Jacinto. «Tal vez «, respondió el jefe. Jacinto se quedó dos minutos en blanco. Recordó que hasta no hace mucho, por un artículo de media página se pagaban unos 150 euros en cualquier medio pequeño. «Hemos tenido que rebajar un poco», se apuró a decir el jefe, que era casi tan joven como Jacinto y llevaba la marca de su periódico bordada en el corazón. «¿Pero a vosotros no os iba tan bien? ¿No sois uno de los periódicos más leídos de España?». «¡Claro! Justamente por eso», respondió el jefe con una sonrisa de muñeco inflable y creyendo que generaba empatía. «Te lo cuento en confianza, pero aún es un secreto así que no lo comentes. Haremos un gran cambio en el diario. Pondremos televisión y todo un sistema unificado de Internet, prensa escrita y audiovisual. Seremos grandes». «Ah…», contestó Jacinto sin llegar a comprender. «Y por eso, pues los propietarios quieren que ahorremos. Piénsatelo…»
Difícil escribir temas de Empleo sin despotricar, cuando el propio está totalmente desvalorizado. Jacinto nunca regresó, pero las páginas completadas con colaboraciones a 40 euros por nota en uno de los periódicos más leídos de España continuaron repletas de nombres de colaboradores.
La historia de Jacinto no es una anécdota. Pinta el terrible panorama de los nuevos medios de comunicación. Así se paga y así se escribe. Desde hace años cada uno de los nuevos medios que salen a la calle, los gratuitos y los no gratuitos, lucha por ver quién paga peor. Y la calidad de lo que se produce es directamente proporcional.
Hubo un tiempo en que los sindicatos del sector tenían una fuerza notoria a la hora de evaluar las contrataciones. Los periodistas conseguían salarios más o menos justos, vacaciones, dos días semanales de descanso, días libres extra por trabajar en festivos, 16 ó 17 pagas… etc. Hoy, con cientos de profesionales que se gradúan anualmente de la segunda carrera más demandada de España, la situación ha cambiado. Actualmente, para evitar los convenios laborales, las empresas periodísticas crean empresas subsidiarias o simplemente terciarizan el trabajo sin ningún tipo de responsabilidad. Los tres grandes periódicos de Madrid: El País, El Mundo y el ABC, tienen estructuras empresariales similares: son parte de grandes grupos multimedia. En el diario El Mundo, los nuevos suplementos se hacen en el marco de la empresa grande, cuyo convenio reduce los derechos laborales: Unidad Editorial (recientemente adquirida por el grupo RCS Mediagroup). A los nuevos periodistas que escriben allí básicamente se les achina la mirada. «El lugar de los chinos», es como se conoce al sector entre los periodistas de la casa, por las pésimas condiciones laborales.
Paradójicamente, la empresa que hace el mismo trabajo en el grupo Prisa, dueña, entre otras cosas, de El País y de Cuatro, se llama Progresa, también con condiciones laborales mucho peores que las de los antiguos contratados en la casa «madre» (en este caso, El País). Muchas de las revistas, en las que trabajan principalmente editores y diseñadores, están hechas por colaboradores, a limosnas por pieza publicada y sin ningún tipo de seguridad laboral.
Arreglarse un salario como freelance no vale tanto la pena como en otros tiempos. Hace apenas unos años, por una nota publicada en El País, de una media página, podían cobrarse fácilmente 250 euros. Ahora por esa misma nota podrían pagarse 100, y la mayor parte de los periodistas jóvenes estarían soltando eufóricos alaridos de satisfacción por haber publicado en el gran diario.
¿Convendría entrar en una plantilla? Depende. Si es bajo el paraguas del viejo convenio, sí. De otro modo, no tanto. La mayor parte de los periodistas que entran a trabajar en las nuevas publicaciones escritas son mileuristas. Si el trabajo es en un diario, la relación tiempo-salario es todavía más desigual. Dependiendo de la sección, una gran mayoría entra a conferencias de prensa a las 10 de la mañana, o antes, y termina de trabajar entre las 21.30 y las 22 horas, o incluso más tarde. Todo eso, por el módico precio de 1.000 a 1.200 euros al mes. Para llegar a la gran meta han hecho masters (muchas veces pagando a la misma empresa que luego los explota), estudiado idiomas, pasado pruebas.
Los periodistas que eligen esta vía lo hacen por pura vocación, algo que las empresas han sabido aprovechar bastante. El grupo Prisa aumentó sus beneficios un 49 por ciento en 2006; Vocento, propietaria del diario ABC, bajó sus beneficios en un 24 por ciento, pero siguió teniendo unas ganancias netas de 77 millones de euros en el último año; Unedisa, propietaria de El Mundo, que ahora es Unidad Editorial con la adquisición de Recoletos (que también imprime, entre otros, el Marca, el diario más vendido de España), aumentó sus resultados en un 19,8 por ciento del año 2005 al 2006.
Pero si pensábamos que la cosa no podía ir a peor para los periodistas, nos hemos equivocado. Las publicaciones regionales son todavía un poco más precarias y normalmente las semanas laborales son de 6 días o más. A veces se libra un fin de semana cada dos. El grupo de La Voz de Galicia y Radio Voz, que en 2004 recibió la dádiva de 1.865.420 euros de Manuel Fraga, paga un promedio de 900 euros al mes a sus periodistas, trabajando fines de semana, mañana, tarde y noche.
En el mundo televisivo la tendencia es parecida. En primer lugar los grandes reportajes suelen terciarizarse. El canal hace gala de su nombre. Es un «canal» que conecta las producciones, hechas de forma independiente y con bajo presupuesto, con la pantalla de los televisores. Los periodistas que trabajan directamente en informativos cada vez cobran menos. Los 200 nuevos contratados por TVE -que reemplazan a los 4.000 prejubilados-, cobrarán 1.800 euros por mes, menos impuestos. Parece mucho porque, de hecho, es mucho comparado con el periodismo escrito, pero mucho menos de lo que se pagaba hasta ahora habitualmente en televisión.
Escribir con los dientes
Muy a pesar de todos los estudios realizados y las pruebas finalmente pasadas, habiendo devorado al resto de mortales que no tendrán trabajo, a pesar de haberse creído el eslogan de los postgrados que «te sacarán experto, famoso y trabajando en un gran medio de comunicación», la infraestructura periodística y los gastos que la empresa está dispuesta a invertir para hacer los artículos es tan básica que la gran vocación periodística se convertirá, la mayor parte de las veces, en un puro y duro trabajo de escritorio.
La ya afincada costumbre de que un mismo periodista haga el trabajo de tres y la necesaria rapidez que exige la falta de mano de obra hará que muchas veces los periodistas terminen prácticamente copiando y pegando (o como mucho cambiando comas y sinónimos) artículos pensados sigilosamente, con tiempo, desde las oficinas de los gabinetes de prensa y marketing.
Los periodistas escriben con los dientes, ni con las manos ni con el cerebro. Apenas les da tiempo de masticar un poco lo que se les ofrece. No hay tiempo para reinterpretar la información, para buscar más datos, para descartar datos. Los gabinetes de prensa cada vez se ríen más de los periodistas. Colocan cualquier información con la clara certeza de que nadie cotejará su veracidad ni hará preguntas incómodas, no porque no quieran sino porque no tienen ni tiempo para hacerlas.
«Buscamos una persona que desde la redacción escriba sobre las diferentes Comunidades Autónomas», ofrecía una vez más el diario a Jacinto, «¿te gustaría?». Si el trabajo se hace por teléfono para las distintas regiones españolas, mejor no hablar ya de lo que sucede con la información internacional.
Medios de comunicación antaño amigos de la izquierda están actualmente obstinados en sacarse de encima a la vieja guardia de mayo del 68 para sustituirla por flexibles y carnosos jóvenes que costarán poco y lo darán todo por una causa ajena: la de la empresa. Para coberturas internacionales, cada euro gastado y cada día en el exterior es contabilizado por la empresa con lujo de detalles. Aun más, si la nota puede hacerse por teléfono desde la redacción, pues qué mejor. En este ámbito los gratuitos sacarán todo de las agencias de noticias (que normalmente sacarán mucho de los medios nacionales).
El dinero es el que dictamina muchas veces qué es noticia y qué no lo es. Y esto no sucede necesariamente por la presión que puedan ejercer los anunciantes con la amenaza de quitar las publicidades que colocan en el medio, sino principalmente por el poco dinero que los grupos empresariales invertirán para que los periodistas conciban sus artículos. Este sistema, de hecho, es aprovechado por las grandes compañías de coches, cosméticos, productos electrónicos (etc, etc…) que desembolsan mucho menos de lo que gastarían en anunciarse, para pagar viajes a los periodistas que normalmente publicarán al menos un artículo por el «buen trato recibido» y para volver a ser invitados a volar y salir del escritorio.
Por otro lado, si un periódico tiene a un corresponsal en un país determinado, como la «inversión» en ese periodista ya está hecha, cualquier cosa que escriba podrá ser más valorada a la hora de llenar las páginas que si la noticia está en algún lugar más inaccesible geográficamente. Y casi nunca hay vuelta atrás en estas decisiones editoriales, a menos que la noticia haya sido publicada antes por un periódico de referencia para los españoles: normalmente un periódico anglosajón.
Inglés vs. español
¿Por qué las grandes noticias y los grandes escándalos mundiales se publican en diarios de habla inglesa? España nunca se caracterizó por el despliegue de recursos. Los países anglosajones sí. Más allá de los intereses ideológicos, con los cuales se puede o no estar de acuerdo, los grandes periódicos como The Washington Post o The New York Times, pagan unos 500 dólares por colaboración en una media página publicada.
Los periodistas de investigación de los periódicos de habla hispana nunca han vivido las posibilidades de los anglosajones. El gran escándalo de las farmacéuticas que probaban medicamentos con africanos fue sacado a la luz pública por The Washington Post. Y no fue el resultado de una consulta por Internet sino el trabajo de cinco periodistas dedicados a tiempo completo durante un año a viajar por el mundo buscando datos que enriquecieran la historia. Una vez que The Washington Post publicó la serie de reportajes amplios sobre el tema, el resultado fue masticado y escupido por distintos medios de comunicación en el mundo hispano.
Sindicatos cada vez más débiles
Poco han podido hacer los sindicatos para cambiar la tendencia a la baja del periodismo español. En España los grandes grupos mediáticos cubren la falta de personal durante el período de verano con una idea redonda. Unos 30 alumnos que durante un año fueron moldeados en un master -que cuesta entre 3.000 y 6.000 euros-, hacen sus prácticas en las empresas del grupo, en verano (en Prisa logran que les paguen unos 800 euros al mes). La tradición anglosajona, una vez más, le gana el pulso a la hispana. En la televisión pública canadiense, la Canadian Broadcasting Corporation (CBC), el sindicato es tan fuerte que sólo permite contratar a cuatro becarios por año. Las decisiones corporativas primero se consultan con el sindicato.
¿Por qué los periodistas de la vieja guardia española, que han conseguido tantos avances, no se han preocupado para que las generaciones futuras, más débiles, no terminaran permitiendo que a ellos mismos los echaran a patadas? Eso podrá ser ya carne para otro artículo.
Mariana Vilnitzky es periodista. Este artículo ha sido publicado en el nº 28 de la edición impresa de Pueblos, septiembre de 2007.