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Sciolismo, massismo, kirchnerismo y barbarie

Fuentes: Rebelión

Si el cristinismo fue la etapa superior del kirchnerismo, el massismo y el sciolismo, diferenciados sólo por el lugar que ocupan a un lado u otro de la misma frontera, son la etapa superior natural del cristinismo. El kirchnerismo es víctima de la lógica de hierro de todos los reformismos: no es lo suficientemente disciplinado […]

Si el cristinismo fue la etapa superior del kirchnerismo, el massismo y el sciolismo, diferenciados sólo por el lugar que ocupan a un lado u otro de la misma frontera, son la etapa superior natural del cristinismo.

El kirchnerismo es víctima de la lógica de hierro de todos los reformismos: no es lo suficientemente disciplinado como para ser considerado por el conjunto de la burguesía un gobierno «orgánico» 100% propio, y no es lo suficientemente radical para generar un movimiento de masas en el cual apoyarse para un cambio cualitativo. Molesta pero no pega, ladra pero no muerde.

Es una segunda versión histórica, desmejorada del peronismo; acorde y casi directamente proporcional a las condiciones mundiales de la pos-restauración. El peronismo fue el producto, en primer lugar, de las condiciones de quiebre de la hegemonía mundial, y de la emergencia social de un nuevo movimiento obrero, la forma que adoptó el bloqueo a su irrupción política independiente. El kirchnerismo es un producto distorsionado de la relación de fuerzas nacida del 2001 y también de un cambio de paradigma internacional, por la bancarrota del neoliberalismo. Ambos, hijos (i)legítimos de sus tiempos históricos.

Y esta última quiebra mundial fue la obertura de la ópera que abrió el paso a la actual «primavera de los pueblos», donde Egipto quizá esté marcando el tránsito entre 1848 y 1871.

Los regímenes políticos, como formas del estado, son manifestaciones de las relaciones de fuerzas, con mayores o menores desplazamientos y condensaciones institucionales. Dicho epigramáticamente, en el capitalismo moderno, rinden homenaje a la fuerza o debilidad del movimiento obrero.

Aquellas bases estructurales permitieron a mediados de siglo pasado el bonapartismo sui generis del primer peronismo; y las más recientes, la «hegemonía débil» del kirchnerismo.

La «caprilización» de Massa y el silencioso caprilismo tiempista de Scioli, fueron un reconocimiento de estos determinantes estructurales, luego de una década de errores no forzados de una oposición autista. Y la «sciolización» de cristina, una expresión de sus propios límites.

En la batalla en curso dentro del peronismo no están en juego distintos programas económicos o políticos, sino matices y diferencias en los tiempos para consumar hasta el final la restauración. Es un lucha dentro de la «pequeña política». La apatía general ante estas elecciones se sustenta también en esta realidad.

El kirchnerismo exige el reconocimiento debido por la obra de pasivización de estos 10 años, y los que se consideran los herederos naturales pretenden demostrarles que les ha llegado la hora. La delicada y casi imperceptible diferencia entre continuidad con cambios o cambio con continuidades.

El relato contra las corporaciones y hasta contra el imperialismo se mantiene para la tribuna, para los «desechos humanos» del seisieteochismo. Pero para la lucha concreta y la batalla real se recurre a un massismo versión Nac&Pop. Insaurralde, apuntalado por Scioli para dar pelea en la Mazorca, es una demostración viviente de la derrota final de la «batalla cultural». Neo municipalismo y gestión, mazorqueros renovadores y duhaldismo con rostro humano es la mejor oferta del «proyecto», pasada una década.

Es que ese maoísmo althusseriano y su punto culminante en Laclau, las «revoluciones culturales», la hegemonía vacante y el sueño dogmático de la «política sin clases» ya están desaparecidos en el mundo.

Y en cuestiones de clase, el cristinismo enterró hace tiempo el nunca menos, puso «punto final» a las concesiones y dejó boyando en el vacío y sólo para consumo interno de su secta a la batalla cultural.

En nuestros intercambios surgió el interrogante sobre la capacidad de resistencia de la camarilla kirchnerista y el nivel al que puede llegar la guerra interna del peronismo.

En lo inmediato, la guerra ya tiene sus consecuencias y daños colaterales en las divisiones de la burocracia sindical, generando su debilitamiento y abriendo una ventana de oportunidad para la izquierda.

A mediano plazo es una cuestión incierta. Como se dice acá, si el diablo de la crisis mundial o los estallidos propios de la bomba de tiempo a la que llaman «modelo», no meten la cola en el tranquilo gradualismo del fin de ciclo argentino, estaríamos frente al hecho inédito de una transición «pacífica» dentro del peronismo.

La «hegemonía débil» del kirhnerismo tiene la base en la fragilidad líquida de los sujetos en los que se apoya. Movimientos sociales y juventudes excesivamente dependientes del aparato estatal; gobernadores e intendentes que son particularmente leales…sobre todo a la caja. Fuera de eso, viento de cola y la secta progresista (o «la mierda oficialista», como científicamente de autodefinieron en el momento pedante de su cenit). Fracciones del sindicalismo en la vereda de enfrente y otras cercanas, pero distantes. Sin fracciones organizadas tampoco en el movimiento estudiantil, donde sólo cuentan con camarillas acomodaticias de la nomenclatura universitaria. Inorgánico, invertebrado y con un nuevo «gigante» en la oposición abierta o en tránsito subterráneo hacia la disidencia y el inconformismo (20N).

Igualmente, 10 años con el poder del estado, no es poca cosa. Ni Montoneros, ni frepasismo del Varela Varelita. Esas son las referencias inmediatas de la historia reciente. Unos que intentaron centroizquiedizar al peronismo y terminaron como encubridores de la derecha radical. Los otros, el producto de la radicalización setentista y la agudización de la lucha de clases que dio como resultado una izquierda peronista, que también tuvo su otra causa más «subjetiva» en las incompetencias de la verdadera izquierda revolucionaria. Aunque con la diferencia evidente de que eran más «orgánicos» que el «Evita» o «La Cámpora».

Sciolismo o barbarie como parafraseó un bloguero kirchnerista de los que, a veces, piensan.

Finalmente, como siempre no es un problema de política objetiva, sino una cuestión esencialmente de orden práctico. Más allá de las formas que termine adoptando el fin de ciclo, la definición también estará determinada por lo que sepamos construir desde la izquierda.

Blog del autor: http://elviolentooficio.blogspot.com.ar/

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