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Secretos y filtraciones

Fuentes: Le Monde diplomatique

Traducido para Rebelión por Caty R.

En octubre de 1962 el mundo estuvo al borde de una guerra nuclear. Poco antes de las elecciones de mitad de mandato el presidente John Kennedy repetía que no habría ningún establecimiento de misiles ofensivos soviéticos en Cuba -ni lo permitiría-. Moscú hizo caso omiso, pero sin tener la certeza absoluta de si las declaraciones estadounidenses estaban dirigidas a tranquilizar al electorado o constituían un auténtico requerimiento. Las comunicaciones -secretas- precisaron las intenciones de los protagonistas y les permitieron resolver la crisis. Los estadounidenses sugirieron que seguramente cederían -más tarde y con discreción- en una de las contrapartidas que reclamaba Moscú: la retirada de los misiles de la OTAN desplegados en Turquía. Por la parte soviética, una carta confidencial de Nikita Kruschev indicaba a Kennedy que un compromiso estadounidense de no invadir Cuba le permitiría ordenar la retirada de los misiles de la isla sin perder prestigio (1).

¿Las revelaciones de Wikileaks estorban a la diplomacia que, como la de 1962, evita las guerras, o más bien a la que las organiza? Porque no todas las filtraciones se juzgan con la misma severidad. Cuando los militares alemanes idearon el plan «Potkova» serbio para justificar la guerra de Kosovo o cuando el New York Times se hizo eco de las mentiras del Pentágono sobre las armas de destrucción masiva en Iraq, la Casa Blanca no reclamó ninguna sanción especial.

Algunos pretenden que la revelación de tal o cual visita en la embajada de Estados Unidos habría puesto en peligro la vida de algunos de los visitantes. Pero si el peligro de la divulgación fuera real (de momento no se ha identificado ninguna víctima de este tipo), ¿cómo se explica que el secreto se guardase tan mal? (Véase Pourquoi les institutions peinent à conserver leurs secrets). ¿Por los riesgos políticos, entonces? El líder socialista francés que en 2006 confió a un emisario de George Bush que la oposición de París a la guerra de Iraq fue «demasiado abierta» (François Hollande), o aquél que melindreaba que las relaciones entre ambos países «siempre fueron mejores cuando la izquierda estaba en el poder» (Pierre Moscovici), lógicamente preferirían que esas conversaciones no se divulgasen hasta dentro de algunos decenios…

Pero un embajador no es un mensajero ordinario. Para revalorizar su eficiencia puede exagerar la adhesión de las personalidades que se hallan en las mismas posiciones que su país. Porque las declaraciones atribuidas a los interlocutores de los diplomáticos estadounidenses no se han autentificado con quienes las expresaron. Para publicarlas parece que basta con que sean verosímiles, es decir, que concuerden… con lo que ya se suponía.

En cuanto a la amenaza sobre la seguridad estadounidense el jefe del Pentágono, Robert Gates, se muestra sereno: «Los gobiernos que tratan con Estados Unidos lo hacen porque les interesa. No porque les gustemos, ni porque confíen en nosotros ni porque piensen que sabemos guardar un secreto» (2).

Notas:

(1) Graham T Allison, Essence of Decision: Explaining the Cuban Missile Crisis, Little Brown, Boston , 1971.

(2) Durante una rueda de prensa en el Pentágono, martes 30 de noviembre.

Fuente original: http://www.monde-diplomatique.fr/2011/01/HALIMI/20014