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Entre libros y alpargatas

«Ser funcional a la derecha»

Fuentes: Rebelión

«Lo único que sé, es que si no defendés a este gobierno sos funcional a la derecha» La muletilla, repetida hasta el hartazgo en los tiempos que corren, busca generar una corriente de opinión favorable al oficialismo a partir de aquellos que, rendidos al posibilismo, creen hallar una especie de identidad religiosa en esa ruta […]

«Lo único que sé, es que si no defendés a este gobierno sos funcional a la derecha»

La muletilla, repetida hasta el hartazgo en los tiempos que corren, busca generar una corriente de opinión favorable al oficialismo a partir de aquellos que, rendidos al posibilismo, creen hallar una especie de identidad religiosa en esa ruta de una sola vía que conduce a la defensa del poder kirchnerista sine qua non.

«Si no es esto, es la derecha» afirman los burócratas intelectuales reformistas, que han hecho de la política el arte de la integración al estado, sin importarles el alto umbral de sincretismo que rodea sus tesis.

Para los progres, ahora abiertamente K, lo más importante en esta etapa (más importante aun, que combatir cualquier chanchullo derechista) es desechar con un simple «son funcionales a la derecha» a todos aquellos que denuncian, con independencia de los bandos en pugna, tanto a las políticas antiobreras que forman parte del arsenal del kirchnerismo, cuanto la orientación general de la burguesía argentina y de su gobierno por consolidar nuevas «relaciones carnales» con los organismos internacionales apelando al viejo argumento de la seguridad jurídica o de la insensatez que representaría «aislarnos del mundo».

La historia se repite como farsa: «ser funcional a la derecha», puede ser un concepto más complejo y erudito que los ya envejecidos «gorila», «contrera» o «infiltrado» de décadas anteriores, pero en sí delatan una misma intención. La nueva definición de esta burocracia intelectual se hace necesaria teniendo en cuenta la historia que rodeó los conceptos anteriores, tan caros a la cultura peronista, transformados con el correr del tiempo en el toque de diana que llamaba al combate de la derecha peronista y de las fuerzas de seguridad del estado para la eliminación y el aplastamiento físico de toda oposición clasista.

Pese a todo, no podemos dejar de reconocer que el actual «ser funcional a la derecha» denota una fuerte devaluación en relación a los vetustos «gorila», «contrera» o «infiltrados». Estas muletillas, fielmente peronistas, estaban sin dudas más cerca de la alpargata popular desclasada que lo que puede estar el intelectual y libresco «ser funcional …», que únicamente forma parte del caudal cultural de las clases medias inspiradas por la caja.

Fue el propio Perón en el pasado, el que reivindicaba la alpargata en contra de los «gorilas e infiltrados ilustrados» por los libros europeistas, en un exitoso intento por polarizar contra la voluntad de organización independiente en el movimiento obrero. Perón, jamás tuvo escrúpulos en fomentar y explotar a fondo los prejuicios macartistas entre los sectores populares más desclasados y menos combativos que acompañaban su gesta, y en su afán antimarxista, otorgó una identidad «criolla y alpargateril» al pueblo pobre; mientras entregaba las organizaciones gremiales a una casta burocrática adicta. Más tarde, se sabe, los gorilas terminaron llenando el gobierno popular.

Pero, aun así, esta peculiar identidad «criolla y alpargateril» tuvo durante mucho tiempo un contenido de base, mientras que el actual «Ser funcional…» es puramente libresco, mediático y ajustado al relato de actores de comedia.

Según el intelectual kirchnerista, el pecado de los «funcionales que corren por izquierda al oficialismo, es que no saben apreciar las diferencias entre lo que sostiene el gobierno popular y lo que sería un gobierno derechista, por lo cual, terminan afirmando que son iguales cuando existe un abismo que los diferencia». Se le imputa entonces a la izquierda una forma de «disfuncionalidad» en sus caracterizaciones, que la hace incapaz de evaluar a la dirección kirchnerista del estado como progresista, y al no estar dispuesta a someterse a ella, como la única posible, se vuelve funcional a la derecha.

En definitiva, la exigencia del burócrata intelectual, es la de interpelar la disolución de la izquierda clasista detrás de los postulados de la burguesía nacional. Nada nuevo bajo el sol.

No extraña, entonces, que gran parte de este progresismo oficialista, mientras escribe con la izquierda editoriales sobre las formas ocultas de la funcionalidad derechista, saluda con la derecha las leyes kirchneristas que proscribe a los partidos de izquierda.

Estado, derecha y centroizquierda

Si hay algo que caracteriza a la derecha argentina, e históricamente a la derecha mundial, es que exige un correcto funcionamiento y una correcta adaptación -en realidad la exigencia de una sobreadaptación represiva- a las pautas del sistema de explotación social, y esto, en función de resguardar la existencia de un estado capitalista fuerte (ordenado) que logre desmovilizar y quebrar la voluntad de lucha de la clase trabajadora, fundamentalmente en sus estratos obreros.

El kirchnerismo, y esto afirmado por sus propios alcahuetes, ha resuelto desde 2003, que el centro de su política se base en la reconstrucción y en la defensa del estado burgués, fuertemente golpeado por la crisis del 2001-2002. Para esto, necesita también de una subordinación de los trabajadores y los sectores populares al régimen capitalista. Kirchner, cree que esta subordinación se logra a partir de cooptar las organizaciones sindicales y sociales, haciéndolas participes de los negociados que el gobierno encara con el patrimonio nacional.

La derecha sigue desconfiando de los sindicatos, y en este sentido prefiere que las organizaciones sindicales estén corporativamente integradas al estado y que tanto las huelgas como los cortes de calles se transformen en un asunto directamente policial.

Los coqueteos del kirchnerismo con las burocracias de las centrales sindicales y con los movimientos sociales afines, están mal vistos por la derecha por el costo que implica el mantenimiento financiero de la burocracia sindical y por la sola existencia de los sindicatos.

Para la derecha la existencia de sindicatos, en sí mismos, implica un riesgo que puede terminar dando sorpresas, y ponen como ejemplo el caso de los trabajadores del subte o de Kraft-Terrabussi (y otros tantos) donde las posiciones clasistas terminaron por imponerse entre los trabajadores. A esto lo llaman inseguridad jurídica.

El kirchnerismo, al contrario, descansa en la billetera y confía (en psicología este mecanismo se llama proyección) en que todo se puede arreglar mediante la mercancía a la que remiten todas las mercancías, el dinero; ejemplos de este poder tampoco le faltan: en una editorial de página12, el domingo 12 de setiembre, Horacio Verbitsky señala con entusiasmo la inclusión de algunos delegados del subte a la kirchnerista lista de Yasky para las próximas elecciones en la CTA.

Como sea, las diferencias con respecto a esta misión de reconstrucción del estado en crisis entre kirchneristas y derechistas, pasa de un modo general, por el rol que cada uno le asigna a las organizaciones obreras. El kirchnerismo entiende que los burócratas de la CGT y de la CTA tienen más que antecedentes en la domesticación efectiva de los trabajadores y que cualquier política de reconstrucción estatal necesita del entendimiento y las prebendas a esta vieja burocracia sindical con la cual coincide tanto en la ideología como en el amor al dinero.

La derecha, en cambio, mantiene en alto sus banderas históricas en contra de la formación de sindicatos. Reclama que las direcciones burocráticas actuales deben integrarse a la reconstrucción del estado burgués sin responder ni coquetear con los reclamos salariales y laborales de los trabajadores de base ni con sus métodos de acción directa; nada de paritarias o distribución de las ganancias, participar activamente, en la visión de la derecha, amerita que la burocracia vuelva a su histórico rol de incrementar la represión entre los trabajadores que fomentan la independencia organizativa y clasista.

Las diferencias son de forma y no de fondo. Ambos, kirchnerismo y derecha, coinciden en la reconstrucción del estado burgués y en hacer pagar su crisis a los trabajadores.

Esta es la orientación general y la estrategia final, que marca todas y cada una de las acciones del gobierno.

En ese sentido, los estudiantes movilizados más temprano que tarde, se convertirán en «funcionales a la derecha» en la medida en que su movilización trascienda los límites de la Gral. Paz; hoy, el progresismo está haciendo malabares argumentativos para demostrar que una cosa son los secundarios que luchan por la educación pública en contra de Macri y otra cosa los universitarios que luchan por las mismas consignas, pero que enfrentan al kirchnerismo. Cuando los estudiantes, en las provincias gobernadas por kirchneristas, salgan a la calle en defensa de la educación pública, con tomas y cortes de calles, comprobaran precipitadamente que dejarán de ser «la juventud maravillosa» que comienza a politizarse, para transformarse en funcionales a las derechas que intentan desestabilizar al gobierno popular. De hecho, luego de las multitudinarias marchas por la «noche de los lápices», lleno de escozor el jefe de Gabinete, ( ahora «cuadro izquierdista»?), Aníbal Fernández salió a declarar que ya no apoya ni las marchas ni las tomas.

Los jubilados le «hacen el juego a la derecha» cuando reclaman por el 82% de un miserable sueldo mínimo, aunque los representantes del oficialismo creen poder atenuar esta acusación, sosteniendo que sólo a «dementes» se les puede ocurrir reclamar semejante derecho. La cuestión con los jubilados no es política, para el kirchnerismo es una cuestión de salud mental.

Los contratados en negro, que son explotados por las empresas tercerizadas del ferrocarril Roca y que en su lucha son presas de las patotas de la Unión Ferroviaria, son «funcionales a la derecha» porque reclaman su pase a la planta permanente y su derecho a organizarse en un sindicato.

Los trabajadores de Paraná metal en su lucha contra el íntimo kirchnerista, Cristóbal López, más temprano que tarde sentirán el sayo de ser «funcionales a la derecha»; fue con este argumento y con una maniobra conjunta entre el ministro de trabajo y la burocracia sindical, que el kirchnerismo logró desactivar la movilización para entregar un petitorio a la presidenta en la ciudad de Rosario, donde concurrió a una cena empresarial, en un emprendimiento de… don Cristóbal.

El propio Julio López, de cuya desaparición hoy se cumplen 4 años, fue duramente denostado por Hebe de Bonafini («vivía en una barrio de policías, su testimonio no tuvo valor probatorio») y otra vez más por el inefable Aníbal Fernández, («debe estar perdido debajo de un puente»), por cometer el pecado de ser desaparecido bajo el régimen kirchnerista, que no movió un dedo en investigar y esclarecer su caso. De López, lo único que pareció preocuparle al kirchnerismo, es que complicara su elección de 2007.

Monopolios y burguesía

«Es innegable la campaña antimonopólica, que encabeza el gobierno de los K ¿acaso no hay que apoyar al gobierno en eso? «

Las ambigüedades entre la burguesía nacional y los monopolios no son de cosecha reciente, cada vez que un gobierno demagógico de corte nacionalista ( y aun no tanto) se enfrenta al problema de domesticar y disciplinar el frente interno, recurre a la «lucha en contra de los monopolios». Este argumento conforma a una parte de la cultura pequeño burguesa, que ni siquiera es anticapitalista en el sentido de que pretende desenterrar el cadáver de la «libre concurrencia» como si Adam Smith fuera un contemporáneo.

Los monopolios, en nuestro país, fueron denunciados por casi todos los gobiernos democráticos burgueses (y hasta por algunos dictatoriales) que en todos los casos terminaron por entregarse mansamente al mandato de las corporaciones.

Quizá el gobierno de Frondizi sea el caso más paradigmático, por la dualidad existente entre su discurso y la posterior entrega de las riquezas nacionales a los monopolios de la carne y el petróleo. Pero ya antes y después de Don Arturo, la «cuestión antimonopólica» ocupo un lugar destacado entre las clases dirigentes, como mecanismo de distracción demagógica.

Para muestra un botón, una joyita sobre como la cuestión «antimonopólica» también entretenía en épocas de dictaduras; relata Gregorio Flores en su folleto sobre la historia del Sitrac-Sitram,: «Cuando nuestra toma de fábrica (se refiere a la Fiat Córdoba) el 14 de enero, el entonces ministro de economía y trabajo, Aldo Ferrer (hoy prominente kirchnerista) manifestó que el gobierno estaba indignado por la actitud de Fiat, que actuaba a favor de los monopolios, incluso se dijo que se declararía persona no grata a su presidente, Oberdan Sallustro».

Recordamos que esta declaración de indignación antimonopólica pertenece al gobierno del dictador Roberto Levingston, que en la década del ´70 llenaba las cárceles de activistas y dirigentes obreros torturados. Que sirva sólo a modo de ejemplo para ver que los recursos demagógicos de la burguesía, en su lucha para mantener el régimen de dominación, son abundantes y cargados de dualidad.

Es que, en las particularidades de la política nacional se expresan los rasgos fundamentales de la economía mundial y ésta, al ser de concentración monopólica, impone que: para que una política tenga un carácter antimonopólico real debe ser antes que nada antiimperialista.

El kirchnerismo, no sobrepasa el caso particular de una política general encarada por las burguesías nacionales a partir de la etapa abierta por la crisis del 2001.

Es sólo el ejemplo de la jactancia centroizquierdista, la que acomoda al kirchnerismo como el modelo de todo lo que es posible en materia de lucha antimonopólica. Este modelo de la impotencia, de la mentira y de la ensoñación históricamente alienta en las pequeñas burguesías latinoamericanas la ilusión de un desarrollo nacional sin la conducción de los trabajadores.

La burocracia intelectual prioriza en contra de los monopolios el modelo de la lucha por los aparatos, una lucha diplomática cargada de viveza porteña.

La razón pequeñoburguesa quiere hacerse equivalente a la fuerza que brota de conjunto cuando la clase obrera se moviliza en defensa de sus conquistas y pretende domesticar esta energía detrás de variantes supuestamente nacionalistas, pero esta razón de la intelectualidad progre es a la sazón, contradictoria con la movilización anticapitalista que se encuentra en ciernes detrás de cada movilización obrera; esto es lo que invalida que la burguesía nacional se involucre en un proceso de liberación nacional y social y que renuncie a la movilización popular, en general, y a la del movimiento obrero en particular, como herramienta de combate antiimperialista.

Los progres se encubren en el dictado de leyes, y en los recursos del relato kirchnerista, para descubrir el supuesto antiimperialismo de la burguesía nacional; lo que se conformará, en un tiempo cercano, en el instrumento más potente de la consolidación de una cultura derechista entre los sectores medios más volubles, que zigzaguean permanentemente de un extremo al otro. La estrategia de estos intelectuales del régimen llevan a la desmoralización y frustración de las masas desposeídas, que salen a luchar.

La famosa «justicia social» en los países oprimidos, desde hace más de un siglo cotiza en bolsa y tiene por accionistas a personajes cuyas andanzas pueden identificarse claramente a partir de la sujeción y el andamiaje que han brindado a todas y cada una de las salidas burguesas a las crisis.

Progresismo gradual

La muletilla sobre la funcionalidad a la derecha plantea a estos intelectuales una serie de problemas subyacentes reñidos con la semántica y la lógica.

¿Apoyar al imperialismo de Obama en su invasión a Afganistán, con su reguero de niños y civiles fusilados, sería disfuncional a la derecha? ¿Apoyar al imperialismo sionista en contra de los palestinos y del pueblo iraní es disfuncional a la derecha?

Lo mismo podría decirse de votar en el parlamento argentino las leyes antiterroristas elaboradas en las bases de Guantánamo y Colombia.

Los intelectuales progres responden, olvidando que las tácticas, tanto en la guerra como en la política, se subordinan a una estrategia, que «por una cuestión de experiencia, la lucha contra la derecha es antes que nada una cuestión nacional, donde se encuentran los aliados civiles a los dictaduras sangrientas aliadas al imperialismo» algo así como que primero arreglamos las cuentas en casa y después arreglaremos las cuentas afuera.

Estos intelectuales, recurren al argumento de la experiencia histórica «gradualista» -del paso a paso- y mientras inclinan una ceja, declaran de soslayo -con el tono del porteño canchero que se las sabe todas- que el gobierno popular está dotado de una viveza innata que le permite acumular fuerzas en lo que será una batalla formidable para la realización de la «justicia social», una especie de revolución en paz en base a la asignación universal por hijo.

Pero, ¿a que experiencia se refieren?

En la práctica, la defensa de los postulados «nacionales» no hicieron más que acelerar los tiempos de negociación con los buitres del Club de París; los escarceos y fricciones que se pudieran sostener con el FMI no fueron óbice para que este sea el gobierno que más deuda ha pagado a los organismos internacionales; los salarios y las jubilaciones siguen devaluados frente al costo de vida; un 40% de trabajadores continúan en negro, con sueldos de indigencia y sin organización gremial. Y todo esto, mientras el kirchnerismo continua apoyándose en las distintas vertientes burocráticas de las centrales sindicales, cuyo principal objetivo esta en maniatar a las bases obreras de cualquier movilización independiente y cooptarlas a una mayor integración al estado.

¿A que experiencia se refieren?

Este argumento progre no resiste ningún tipo de experiencia; ni la experiencia practica, ni la histórica, ni la política… ni siquiera la sensorial!! A quien se le ocurre ver en los Moyano (o en un Yasky o un De Gennaro) a los futuros líderes que conducirá a las masas oprimidas de nuestro país a su emancipación nacional y social.

El kirchnerismo se denuncia como víctima de la derecha y de los monopolios, y este sólo hecho vale para que la centroizquierda lo acomode a la izquierda de la izquierda, pero «para padecer a la derecha y a los monopolios» es necesario explicar si uno es paciente o agente en esta relación.

Cristóbal López ¿es agente o paciente del imperialismo, y la Barrick y Macri (el papá)? No hay viveza criolla que sirva para explicar el progresismo de estos aliados. Las partes en pugna parecen acomodarse unas contra otras.

Una cuestión de cultura y estado

Tanto los k, como los burócratas intelectuales que los acompañan, sostienen que están pujando por generar una «cultura» definidamente antiderechista, en un país cuyas clases medias -según la denuncia presidencial- toman una tendencia decididamente de derecha e incomprensiva de las políticas oficiales. Y es por esto que en un desborde de ideologismo, los intelectuales kirchneristas han pasado a responder todos los problemas que sacuden a las clases oprimidas con el recurso del estado.

El estado bajo el kirchnerismo no sería ya la organización social de la explotación y de la represión de una clase social en contra de la enorme mayoría nacional, sino la salvaguarda de las conquistas democráticas y del futbol para todos.

Las relaciones de producción capitalistas, que el estado encubre tras la fachada del derecho burgués, no están en el origen de la organización estatal sino que son pasibles de ser humanizadas por éste. El estado es el árbitro que no toma partido entre los sectores sociales en pugna.

De golpe, los intelectuales kirchneristas atrasan dos siglos para anunciar que la revolución burguesa está en marcha y que será dirigida por el archimillonario Néstor Kirchner y su señora esposa. Esta vez no serán los acordes de la marsellesa los que sonarán, sino los de la recuperada marchita peronista acompañando un posible reparto del 10% por ciento de las ganancias empresariales entre los trabajadores.

Obviamente esta revolución no es la utópica revolución que voltea un régimen social por otro, es una revolución moderna, bien K.

No deja de ser un poquito impresionante, y repugnante, ver a ex izquierdistas pidiendo por «más estado» y reclamando la subordinación de los luchadores al campo kirchnerista para parar «los siniestros ataques de la derecha». Si para divulgar semejante vulgaridad teórica, los K necesitan rodearse de lo más graneado del pensamiento intelectual y proge -que los sigue a partir de la sanción de la ley de medios- a esta revolución le esta faltando algo. Inteligencia.

Es que en realidad los nuevos transversales recurren a la vieja teoría peronista redimida, que lograba agrupar bajo las consignas antigorilas a los colectivos más heterogéneos que se corresponden con estas ideas.

Cuando la centro izquierda denuncia tibiamente las injusticias sociales, como si se tratarán de efectos colaterales de una política que, pese a todo, va en el camino correcto, no desconoce que la inflación que saquea las porciones de carne de los platos argentinos no es producto de una crisis de crecimiento sino de una política de descomposición que basa sus logros en el saqueo de las cajas de jubilados, en la imposición de ganancias a los sueldos obreros, en la recaudación de un 25 cada cien en impuestos al consumo.

La burocracia intelectual tiene una profunda claridad de conciencia para entender que detrás de la defensa del kirchnerismo se encuentra la defensa de sus posesiones materiales e ideológicas

Queda claro que su estrategia de supervivencia implica para esta burocracia intelectual la subordinación al estado y el grito del tero. «Son… funcionales a la derecha».

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.