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Tras el asesinato de Samir Kassir en Beirut

Silenciar a un periodista

Fuentes: La Voz de Galicia

En Beirut, su tierra natal, han matado a mi amigo Samir Kassir. Era el mejor periodista del Líbano, el más valiente, el más audaz, el más atrevido. Por eso mismo lo han ejecutado el jueves pasado. Una bomba bajo el asiento de su coche. Muerto al instante. Amordazado para siempre. El «azote de los sirios», […]

En Beirut, su tierra natal, han matado a mi amigo Samir Kassir. Era el mejor periodista del Líbano, el más valiente, el más audaz, el más atrevido. Por eso mismo lo han ejecutado el jueves pasado. Una bomba bajo el asiento de su coche. Muerto al instante. Amordazado para siempre. El «azote de los sirios», le llamaban. Porque no cesaba de reclamar la independencia verdadera de su país. Porque seguía exigiendo toda la verdad sobre el asesinato de Rafic Hariri, el ex-primer ministro asesinado en circunstancias análogas el 14 de febrero pasado. Y porque Samir Kassir habia sido uno de los motores de la revolución democrática que lanzó a centenares de miles de libaneses a la calle y consiguió que los sirios se retirasen a fines de abril después de 29 años de ocupacion del país del cedro.

La última vez que lo vi fue durante una de mis visitas a Beirut. Como siempre, me sirvió de anfitrión, me mostró con orgullo su ciudad que tanto amaba (había escrito una deliciosa e indispensable Historia de Beirut) y que había conseguido renacer del desastre de la larga guerra civil. Sentados en las soleadas terrazas de la magnífica corniche , embriagados por el perfume del Mediterráneo, hablamos largas horas del destino del Líbano y del Próximo Oriente. Samir era uno de los mejores conocedores de estos laberínticos temas. Hijo de una refugiada palestina expulsada de Israel en 1948 y de un padre sirio, había nacido en Beirut en el seno de una familia cristiana de rito griego ortodoxo. Reunía en su propia persona y en su propia biografía algunas de las principales dimensiones del drama árabe contemporáneo.

Yo lo conocí en París, en los años 80, cuando preparaba su doctorado de Ciencias Políticas y escribia su tesis sobre la guerra civil del Líbano que aún no había terminado. Tenía entonces poco más de veinte años pero se notaba que el drama de su país le había hecho madurar antes de tiempo, y se hallaba ya muy poseído por el sentimiento trágico de la vida. Conversar con él y leer sus analisis sobre el Oriente Próximo era ya entonces un modo de entender mucho mejor la complejidad de una situación que pocos conseguían explicar con racionalidad.

Al terminar la guerra, Samir regresó a Beirut, publicó varios libros (Itinerarios de París a Jerusalén, Consideraciones sobre la desdicha árabe), empezó a dar clases en el prestigioso Instituto de Ciencias Políticas de la universidad de Saint-Joseph y comenzó a escribir los editoriales del viernes del diario An-Nahar, el de mayor circulación del Líbano. En poco tiempo, sus feroces escritos le valieron, por su libertad de tono y su independencia, una inmensa popularidad entre todos aquellos que ya no soportaban el peso de la ocupación militar y policíaca de Siria. Varias veces intentaron intimidarlo, le retiraron el pasaporte, lo amenazaron de muerte tratándolo de «agente de influencia de la Autoridad Palestina». No consiguieron amedrentarle.

Recordemos que 53 periodistas murieron en el ejercicio de su misión en el 2004 y más de 20 en lo que va de año 2005. De todos ellos, 26 hallaron la muerte en Irak, el mayor cementerio de periodistas después de Argelia y Colombia. Samir Kassir era de esa raza de periodistas que aún creen en la virtud de la libertad de expresión, y que están dispuestos a usar de esa libertad, fundamento de la democracia, hasta sus últimas consecuencias. Su muerte, su sacrificio confirman que la palabra libre sigue siendo, en muchas partes del mundo, el arma más temida y la más odiada. Porque es la más eficaz también contra las opresiones.