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Comenzó el juicio contra algunos de los presuntos participantes en el motín en la cárcel de San Martín

Silencio de tumba

Fuentes: Rebelión

La cotidianeidad, el pasar de los días que se empujan unos a otros, la montaña de noticias que los medios de comunicación escupen sobre nosotros sin orden ni importancia, toda esta terrible maquinaria en funcionamiento tritura cadáveres y mata a los muertos nuevamente, esta vez por olvido. Pero no sólo mata a los muertos, también […]


La cotidianeidad, el pasar de los días que se empujan unos a otros, la montaña de noticias que los medios de comunicación escupen sobre nosotros sin orden ni importancia, toda esta terrible maquinaria en funcionamiento tritura cadáveres y mata a los muertos nuevamente, esta vez por olvido. Pero no sólo mata a los muertos, también mata a los vivos. Siempre tuve la sensación que uno muere definitivamente cuando, una vez muertos, ya no tenemos quien nos piense. Pero claro, sucede que muchos hoy no tienen quien los piense, pero hay un pequeño detalle, están vivos.

Entonces están los muertos que se niegan a ser muertos, por más que la prensa y los gobiernos quieren que los olvidemos, como pasa con Fuentealba o con Maximiliano Kostequi y Darío Santillán. Están los muertos que mueren definitivamente, como los miles que mueren por accidentes laborales o por gatillo fácil en un barrio cualquiera de nuestro país. Y están los vivos que prensa, gobiernos e institución judicial quieren que olvidemos: como los miles que no tienen trabajo; los ancianos que en silencio soportan los últimos días sumergidos en la miseria de jubilaciones que, si no dieran pena daría gracia llamarlas jubilaciones; los niños que mueren de hambre en un país que produce alimento para 300 millones de personas; y están, sobre todo, los presos.

Miles de personas encerradas (hacinadas) en las cárceles de nuestro país. Insisto, miles de PERSONAS, de seres humanos, de hombres y mujeres con historias, sentimientos, sonrisas y llantos, errores y aciertos, alegrías y penas, sueños y familias. E insisto no por terquedad sino porque tiene que entenderse: personas que no dejan de ser tales por estar o no condenadas, por ser o no culpables de haber cometido incurrido en algunos de los hechos que el Código Penal establece como delitos. Y aunque parezca realmente molesta la insistencia busca hacer hincapié en que los derechos humanos son para todos, incluso para los que no se ven, para los que «perdieron» (en todos los sentidos de la palabra), para los que están en la «tumba» pero vivos.

Y perdieron porque les salió mal la movida. Y perdieron porque no tuvieron una defensa como corresponde. Y porque las leyes están hechas por y para los de arriba. Y porque el hilo siempre se corta por lo más fino. En definitiva perdieron mucho antes, perdieron cuando nacieron pobres. Y después, algunos, se equivocaron. Pero ya estaban perdidos, porque si no era esto, era el hambre, y sino el gatillo fácil, y sino alguna enfermedad curable que nadie les curaba. En realidad son tantos «y» que duelen y angustian.

Y entonces están ellos, los que no se ven, los invisibles. Pero aunque no los veamos están, y están hacinados y en condiciones de detención infrahumanas, sin derechos, sin protección, a la buena de Dios o a la mala del Servicio Penitenciario debería decir. Entonces, están encerraditos en un lugar que es para 700 personas (insisto) y viven (¿viven?) 1700, y un día el director del penal decide reducir los horarios de visita, algo sagrado para los que no quieren ser olvidados, porque es la única forma que tienen de seguir vivos (como el agua para los de afuera). La única forma que tienen de reclamar los que no son vistos, los olvidados, es recordando que existen, es mostrándose. Entonces estalla un motín. Eso, más o menos, es lo que sucedió en Córdoba en el 2005.

Pero no es «sólo» la reducción del horario de visita el problema. El motín estalló ahí, pero en realidad comenzó mucho antes, comenzó cada vez que los presos se muerden y callan los atropellos a la condición humana, la degradación, el hartazgo, el abandono, las torturas, los malos tratos, los «suicidios» que denuncia el Sistema Penitenciario, las arbitrariedades y la corrupción, y un enorme etcétera.

Recomiendo acá volver al tercer párrafo de esta nota. A la insistencia en la condición de humanos de los detenidos. Y recomiendo eso porque cuando recordamos los «motines» y las declaraciones posteriores de los gobernantes (sea De la Sota, o Di Rocco -ministro de justicia bonaerense ante los hechos ocurridos en Magdalena-, o Gerardo Zamora -actual gobernador de Santiago del Estero-) lo primero que aclaran es que no logró fugarse nadie. No dicen no hubo muertos, o lamentamos los muertos. Dicen no se fugó nadie. Algo evidentemente está mal en nuestros gobernantes. Los que supuestamente tienen que garantizar la vida de todos, tienen que garantizar una vida digna para todos, hablan de que no se fugó nadie (en muchos casos porque nadie intentó fugarse, en otros porque simplemente los matan en el intento) pero no hablan de las vidas. El desprecio por la vida humana es un rasgo distintivo de quienes nos gobiernan, rasgo que ni siquiera intentan disimular.

Ahora empezaron los juicios. Pero los juicios no son contra toda esa montaña de injusticias que se acumulan. No hay juicios contra el gobernador, ni contra la institución judicial, ni contra el Servicio Penitenciario, ni contra la prensa. Los juicios son contra los mismos de siempre, contra los pobres que se rebelan. Se castiga la pobreza. Y más se castiga a la pobreza que no acepta la sumisión. Pero lo más insoportable de todo, lo que el sistema entero no perdona, son los pobres que encerrados no aceptan la sumisión. Eso sí es intolerable. Que esos seres (que son personas, pero no para el sistema) que están invisibilizados logren mostrarse es realmente intolerable. Porque además, si ellos, los presos, que no tienen ningún derecho, ninguna posibilidad de triunfo, los que saben que de quedar vivos van a enfrentar represalias y torturas, si ellos se rebelan qué queda para los que todavía pueden caminar por las calles. Eso le da pavor al poder, y entonces tiene que castigarlos de manera ejemplar. Juicios irregulares, condenas en tiempo record, prensa y funcionarios orquestando discursos, toda la maquinaria del sistema en funcionamiento.

Pero, aunque hagan un gran montaje, aunque pongan en funcionamiento esta criminal maquinaria del espectáculo, aunque sigan castigando a los insumisos, esto no va a cambiar si no cambia toda esa montaña de injusticias que intentan ocultar. Ahí están Coronda, Magdalena y Santiago del Estero con sus terribles saldos (14, 33 y 34 muertos respectivamente) para reafirmar lo antedicho. Y ahí están también las montañas de mentiras e informaciones encontradas que se tejen y destejen alrededor de cada uno de estos casos. Y están también, para mostrar que no son casos aislados, que es una política de Estado, y que el gobierno de Kirchner que tanto habla de derechos humanos tampoco hace nada al respecto.

En Córdoba se están llevando adelante los juicios contra algunos de los presuntos participantes en el motín de febrero de 2005 en la cárcel de San Martín. Los argumentos, la posibilidad y calidad de la defensa, la celeridad, la altura del año en que se realizan, la cobertura y tratamiento que le están dando los medios, todas estas cosas generan más dudas que certezas. Para peor, las condiciones que hicieron este hecho posible no han variado en nada. Incluso podemos decir que han empeorado. Se hicieron más insoportables por el malestar que existe, por la denuncia de muchos de los que hoy están siendo juzgados, de haber sido torturados y castigados duramente luego del motín. El nuevo motín se está gestando desde que terminó el anterior, es hora que todos y cada uno de nosotros no miremos para otro lado. El gobierno los mata. El poder judicial los mata. La prensa los mata. Pero los presos están vivos. No nos sumemos nosotros también a los verdugos. Recordémoslos, y recordemos que son personas que merecen juicios justos, condiciones de vida dignas, y por sobre todo no dejemos que se sigan sumando injusticias a la montaña de injusticias.

Sergio Job es miembro de la Cordinadora Antirrepresiva y por los Derechos Humanos (Córdoba – Argentina)