No hace falta haber sido guevarista o serlo hoy para considerar su nota editorial de ayer, Caudillo Guevara (EL PAÍS, 10-10-2007), un insulto a la inteligencia y a la sensibilidad, un ejemplo más del tipo de discurso «autorizado por la policía y vedado por la lógica», que decía Marx. Para empezar, es de una ignorancia […]
No hace falta haber sido guevarista o serlo hoy para considerar su nota editorial de ayer, Caudillo Guevara (EL PAÍS, 10-10-2007), un insulto a la inteligencia y a la sensibilidad, un ejemplo más del tipo de discurso «autorizado por la policía y vedado por la lógica», que decía Marx. Para empezar, es de una ignorancia supina atribuir en exclusiva al romanticismo europeo el prejuicio de que entregar la vida por las ideas es digno de admiración y elogio. Sólo un inculto puede escribir eso. En segundo lugar, es sectario denominar muerte al asesinato de Guevara en La Higuera y encima atribuirle el propósito de dotar al crimen de un sentido trascendente. En tercer lugar, es una manipulación incalificable identificar lo que hizo el internacionalista Guevara con movimientos terroristas, nacionalistas o yihadistas de ahora. En cuarto lugar, es un infundio, digno del peor revisionismo histórico, presentar la vida y la acción de Guevara y de sus seguidores como mera coartada para un autoritarismo de signo contrario, que no germinaba entonces, como dice su editorial, sino que existía ya en el continente americano. En quinto lugar, es absurdo presentar a Guevara como puesta al día del caudillismo latinoamericano: los extremos sólo se tocan en la cabeza del editorialista de EL PAÍS.
Y, por último, es falso, literalmente falso, que hoy ya sólo se conmemore la muerte de Guevara en Cuba, Venezuela o Bolivia. Sobre el uso indiscriminado del término «populismo» dije ya lo que tenía que decir aquí mismo hace unas semanas. Ahora quiero añadir que tanta ignorancia y tanta tergiversación de la historia y del presente me parecen indignas de un periódico que se quiere «global».
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