El lenguaje político y sobre todo el periodístico, muchas veces en clara connivencia, logran introducir en nuestras vidas algunos vocablos cargados de una clara intencionalidad eufemística, peyorativa e incluso equívoca. Veamos algunos de ellos de uso reciente. Los acontecimientos de Charlottesville (Virginia, EEUU) han traído a nuestra prensa el término «supremacista» no utilizado habitualmente hasta […]
El lenguaje político y sobre todo el periodístico, muchas veces en clara connivencia, logran introducir en nuestras vidas algunos vocablos cargados de una clara intencionalidad eufemística, peyorativa e incluso equívoca. Veamos algunos de ellos de uso reciente.
Los acontecimientos de Charlottesville (Virginia, EEUU) han traído a nuestra prensa el término «supremacista» no utilizado habitualmente hasta ahora ni existente en el diccionario de la Real Academia de la Lengua, convirtiendo el racismo de toda la vida en supremacismo. Aplicando ese uso los nazis y los terroristas islámicos son supremacistas.
Otro eufemismo de reciente incorporación es el de «maternidad subrogada». Subrogar significa, según la RAE, «sustituir o poner a alguien o algo en lugar de otra persona o cosa». De modo que buscas una mujer para que se quede embarazada y después te venda o regale su hijo y decimos que «sustituimos una madre en lugar de otra». De ahí que sea más acertado expresarlo como «vientres de alquiler».
Sigamos con los eufemismos. Cuando los mossos mataron a los terroristas que atentaron en Barcelona y Cambrils la prensa dijo que fueron «abatidos». La RAE señala que el término abatido, dicho de una persona, es «decaída, sin ánimo». Como cuarta acepción de «abatir» encontramos «hacer caer sin vida a una persona o animal». O sea, que no es el término más preciso para indicar que matas a alguien a tiros. Obsérvese que las víctimas de nuestro bando –los buenos– nunca son abatidas, lo suelen ser los animales en la caza y, por extensión, los malos.
Probablemente el eufemismo del que más se ha abusado sea el de «posverdad», proclamada palabra internacional del año por Oxford Dictionaries, la sociedad que edita el Diccionario de Oxford. Se trata de un neologismo inexistente en la RAE que, según los especialistas, hace referencia a dotar de prioridad a las emociones por delante de los hechos. Pero que los mundanos bien podemos considerar llanamente como una mentira. Eso sí, la llaman posverdad cuando la utilizan periodistas y políticos ilustres.
Dos términos cuyo uso se ha exagerado han sido el de «radical» y el de «antisistema». Ambos se han utilizado despectivamente para señalar a movimientos o personas habitualmente de izquierda que buscaban un cambio profundo de nuestra sociedad. Se ha conseguido que, en una discusión, se utilice el término radical casi como insulto al contrario cuando su primera acepción es de «perteneciente o relativo a la raíz». Es radical, por tanto, quien en sus propuestas o acciones se dirige a la raíz de los asuntos, algo que parece bastante sensato. Con «antisistema» ha pasado algo parecido, se ha utilizado como acusación hacia los que buscaban cambios profundos, pero ya alguna de las pancartas del 15M recordaba que era el sistema el que era antipersona si no garantizaba unos mínimos derechos. Por otro lado, muchos de los que acusaban a los manifestantes de «antisistema» son los que han violado nuestro sistema fiscal y penal eludiendo impuestos y cometiendo delitos. Lo mismo de algunos políticos que, mientras culpaban a otros de antisistema, eran ellos los que desmantelaban con sus recortes nuestro sistema de sanidad y educación.
El pasado mes, la Fundación del Español Urgente (Fundeu) declaró un «neologismo válido» el término turismofobia. «Esta voz es un derivado bien formado a partir del sustantivo turismo y elemento compositivo fobia, que significa ‘aversión’ o ‘rechazo’, por lo que, aunque no figure como tal en el Diccionario no es necesario escribirla con ningún tipo de resalte», señala Fundeu. Obsérvese que el compositivo fobia evoca enfermedad o algo mucho peor, la criminalización existente en términos como la xenofobia o la homofobia. Como bien han afirmado los especialistas en psicología, «no existe una base empírica en la literatura psicológica que sustente que existe una fobia al turismo o a los turistas». Independiente de la postura que adoptemos antes los ciudadanos que consideran que la sobreexplotación del turismo está agrediendo su entorno medioambiental y ciudadano, es evidente que lo que les sucede no es ninguna fobia al turista. Del mismo modo que el sindicalista no tiene fobia al empresario ni el ecologista a la contaminación.
«Turismofobia» se acuña con la misma vocación criminalizadora que «feminazi». En ambos casos se convierte a la víctima -en el primer caso, del abuso de un modelo de sobreexplotación turística y en el segundo, del machismo dominante- en verdugo. Afortundamente el término «feminazi» de tan burdo que es, asociando el feminismo al Tercer Reich, ha terminado como palabra de uso exclusivo en redes y ámbitos coloquiales y no forma parte del periodismo serio.
Como decía el profesor de Ciencias de la Información Vicente Romano en su libro La intoxicación lingüística. El uso perverso de la lengua, el lenguaje nunca es inocente. Detrás de cada palabra siempre hay una intencionalidad, una ideología. Lo malo no es eso, lo malo es que no nos demos cuenta.