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La cadena árabe edulcora su línea informativa

Televisión Al Jazeera, domesticada

Fuentes: El País

Al Jazeera aún hace enfurecer a algunos regímenes políticos. La semana pasada, Etiopía rompió relaciones con Qatar, el país que acoge a la televisión árabe vía satélite, por su cobertura supuestamente sesgada del Cuerno de África. Pero la cadena, independiente y provocadora, la de mayor audiencia en el mundo árabe -unos 50 millones de telespectadores-, […]

Al Jazeera aún hace enfurecer a algunos regímenes políticos. La semana pasada, Etiopía rompió relaciones con Qatar, el país que acoge a la televisión árabe vía satélite, por su cobertura supuestamente sesgada del Cuerno de África. Pero la cadena, independiente y provocadora, la de mayor audiencia en el mundo árabe -unos 50 millones de telespectadores-, está suavizando su línea informativa. «Nos están domesticando», se queja uno de sus periodistas.

Hasta finales de 2007 sólo había un tabú informativo en Al Jazeera: la actualidad de Qatar, el pequeño y próspero emirato donde tiene su sede y que la financia con varios cientos de millones de dólares al año. El presupuesto del emporio Al Jazeera, que cuenta también con un canal deportivo, otro infantil, un tercero de documentales y, desde 2006, uno de noticias en inglés, es secreto.

A principios de año se ha añadido un segundo tabú: Arabia Saudí. Al Jazeera criticaba sin piedad a este país y profesaba tal odio a la monarquía wahabita que ésta denegaba a sus trabajadores jordanos el visado de tránsito cuando intentaban regresar de vacaciones a su país, pasando por territorio saudí.

Riad retiró incluso a su embajador en Doha en 2002, tras un agrio debate televisivo sobre su actuación en el conflicto palestino-israelí, y creó la televisión Al Arabiya, con sede en Dubai, para competir con la cadena catarí.

Ambas capitales han empezado ahora a reconciliarse. Una delegación catarí, que incluía al presidente de Al Jazeera, el jeque Hamad bin Thamer al Thani, fue recibida en septiembre por el rey saudí Abdalá; éste aceptó viajar a Doha en enero para asistir a la cumbre de las monarquías del Golfo, y el ministro saudí de Exteriores, príncipe Saud al Faisal, anunció el próximo regreso de su embajador.

Paralelamente, los reporteros de Al Jazeera son de nuevo autorizados a entrar en Arabia Saudí y sus autoridades dejan caer que podrán abrir oficina en Riad. «Damos ahora más información que antes del país», asegura Salim Subash, del gabinete de prensa de la cadena, desmintiendo cualquier concesión. «Sí, pero ésta es acrítica, insípida», replica un periodista que prefiere no ser citado por su nombre.

¿Por qué se produce ahora la reconciliación? «Ante un Irán al que perciben como una creciente amenaza, las monarquías del Golfo han optado por dejar de lado sus disputas y cerrar filas», sostiene un diplomático europeo acreditado en la zona. Su explicación es ampliamente compartida.

De mártir a víctima civil

La línea informativa de Al Jazeera no incluye, por ahora, más tabúes, pero sí se ha edulcorado en otros ámbitos. En Irak, por ejemplo, no ahorra críticas a la presencia militar de EE UU, pero, poco a poco, ha empezado a llamar musalaheen (hombres armados) a los que antes era los muqaawama (resistentes iraquíes) y los muertos causados por los militares estadounidenses ya no son «mártires» sino meras «víctimas civiles». Las presiones de Washington están, probablemente, detrás de éste cambio de lenguaje.

Más llamativa aún ha sido la reunión, la semana pasada, entre el presidente de Al Jazeera y la ministra israelí de Asuntos Exteriores, Tzipi Livni, que participó en una conferencia en Qatar. La cadena informó de su presencia en el emirato, pero omitió señalar que fue recibida por el jefe del Estado catarí, el jeque Hamad bin Khalifa.

Livni y el presidente de la cadena acordaron, según el diario israelí Haaretz, iniciar conversaciones a alto nivel para empezar a cooperar. Israel se había quejado por escrito, en marzo, de la omisión por Al Jazeera de los padecimientos de los habitantes del Neguev, golpeados por los cohetes palestinos Qassam, y decidió boicotear a la cadena prohibiendo a sus funcionarios hacerle declaraciones. No vetó, sin embargo, los movimientos de sus periodistas.

La «rectificación», como la describe un redactor en Doha, de la línea informativa no sólo afecta al canal en árabe sino también al inglés. El más célebre de sus periodistas anglosajones, el estadounidense Dave Marash, dimitió a finales de marzo alegando un creciente control editorial por parte de la dirección. «La cadena actual (…) no es aquella con la que firmé» el contrato, se lamentó en The New York Times.

Qatar fue, en febrero, en El Cairo, el país que más se opuso a la adopción, por los ministros de Comunicación árabes, de un protocolo que exige a las emisoras vía satélite que «no atenten contra la paz social, la unidad nacional, el orden público o los valores tradicionales», por ejemplo. Pero, con discreción, el emirato está modificando los contenidos de una televisión que, pese a todo, sigue aún siendo un soplo de libertad en un mundo árabe repleto de censores.