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Terrorismo mediático, sumisión de los medios convencionales y necesidad de resistir

Fuentes: Revista Koeyú Latinoamericano

Nuestros pueblos de Latinoamérica -y agregaría que todos los del Tercer Mundo- están soportando como nunca, una ofensiva del terrorismo mediático que no sólo apunta a manipular y desinformar sobre cada uno de los aspectos político-económico-culturales que se producen en los respectivos países, sino que en muchos casos -Cuba, Venezuela, Ecuador, Bolivia, Colombia, Palestina, por […]


Nuestros pueblos de Latinoamérica -y agregaría que todos los del Tercer Mundo- están soportando como nunca, una ofensiva del terrorismo mediático que no sólo apunta a manipular y desinformar sobre cada uno de los aspectos político-económico-culturales que se producen en los respectivos países, sino que en muchos casos -Cuba, Venezuela, Ecuador, Bolivia, Colombia, Palestina, por citar los más conocidos- generan una abierta desestabilización y apuestan decididamente a la guerra contra los movimientos populares y los procesos revolucionarios.

Los medios de comunicación -la gran mayoría de ellos- representan hoy una de las principales columnas del ejército de ocupación que la llamada mundialización ha puesto en marcha en todo el Tercer Mundo. Corporación privilegiada y generalmente muy bien recompensada por quienes desde Washington construyen tanto la táctica como la estrategia intervencionista, los medios colaboran a generar opiniones desfavorables cuando se trata de comenzar a roer los cimientos de países que están intentando construir una alternativa independiente al discurso único existente, y se vuelcan con todo en la ofensiva de dar cobertura a la represión, a la tortura, al asesinato, a las detenciones indiscriminadas, a la guerra desigual entre opresores y oprimidos, en el resto de las naciones del planeta.

No resulta difícil a los medios (generalmente auténticos holdings informativos, que agrupan agencias de noticias, radios, TVs, y cadenas de diarios en un solo entramado) «construir la noticia» que ayude a maquillar cada una de las realidades de miseria y corrupción que viven nuestros pueblos, o generar entramados golpistas para derribar líderes populares.

Ellos son los que hablan de «guerra entre dos bandos» cuando se refieren a movimientos de liberación nacional que enfrentan a gobiernos de carácter opresor y fascista. O de «guerrillas narcotraficantes» para desprestigiar la auténtica lucha de la insurgencia colombiana contra un orden establecido desde hace decenas de años y que ha sumido al país en la extrema pobreza y la desesperanza.

Son estos «medios asépticos e independientes» los que reivindicaron, primero el Plan Colombia, y ahora el Plan Patriota y sus consecuencias militaristas y devastadoras para los sectores populares y el campesinado de Colombia.

Estos medios y sus sociedades de empresarios como la SIP, estuvieron y están a la cabeza de hilvanar la actual campaña de acoso (e intento de derribo) contra gobiernos como los de Venezuela, Ecuador y Bolivia. De allí que lo que para todo el mundo significó una agresión brutal contra la soberanía de un país vecino (como fue el bombardeo y masacre practicada por el gobierno de Álvaro Uribe contra el territorio ecuatoriano y los combatientes de las FARC) para la Alianza de Medios Manipuladores de la Realidad, no fue otra cosa que «una actitud de autodefensa de Colombia frente a la agresión del eje terrorista FARC-Venezuela-Ecuador». Así, con ese desparpajo se contó la agresión uribista en todo nuestro continente y fue recogida para agregar más condimento a la cuestión, por medios europeos como El País de Madrid.

Ellos no dudan, siguiendo las instrucciones de su casa matriz pentagonal en acosar con falsedades a la Revolución Bolivariana, como desde siempre han hecho con Cuba. Y para ello utilizan los medios nacionales e internacionales, que desde el mismo día en que el Comandante Hugo Chávez asumiera su cargo en 1999, comenzaron a estigmatizar su propuesta de cambio real, para luego utilizar todos los caminos que ayudaren a ese objetivo, desde el golpe de Estado criminal de Carmona y sus secuaces, el golpe petrolero proyanqui de fines del 2002, la entrada de paramilitares y sicarios desde Colombia, hasta las maniobras de desabastecimiento que podemos observar en estos días, o la prédica constante de los altos mandos de la ofensiva imperialista intentando generar el clima de que Venezuela es un santuario del «terrorismo internacional», como recientemente afirmaran George Bush, Condoleezza Rice o el jefe del Comando Sur del Pentágono.

Indudablemente, les molesta a los llamados defensores de la libertad de expresión (empresarial, para ser más exactos), que el proceso revolucionario termine de horadar las raíces del discurso explotador oligárquico venezolano. Les molesta hasta la irritación que el bolivarianismo intente desarrollar -contra viento y marea- una política de transformaciones y revalorización para los sectores que fueron sumergidos en la miseria durante los últimos 40 años de «democracia representativa», y a la vez, que propague esas ideas en el continente a través de una política exterior -que junto con la cubana- prioriza a los No Alineados, a los pueblos que luchan por su autodeterminación, a los que no se arrodillan ante la hegemonía impuesta por los Estados Unidos.

Si hay un ejemplo que quedará para siempre en los manuales de contrainsurgencia informativa y terrorismo mediático en Venezuela, será el papel jugado por los medios durante el golpe de Estado de Carmona y sus aliados yanquis y españoles, y la campaña por la no renovación de la licencia al medio golpista RCTV. Ambos lograron, por obra y gracia de la inmediata conexión en «cadena» (por usar una palabra que tanto escozor provoca a la oposición reaccionaria venezolana) de un numeroso entramado de medios internacionales.

Entre los locales y los del exterior generaron una matriz de opinión en la que el gobierno más veces votado del mundo aparecía como una dictadura cruel y despótica. Allí la industria mediática estableció uno de sus parámetros más altos de impunidad que se recuerde, sólo superado por la campaña de Bush y sus periodistas adheridos, al denunciar la presencia de armas nucleares para justificar la invasión a Iraq.

Son estos medios integrantes de la SIP lo que hicieron campaña contra el gobierno venezolano cuando éste encaró la renovación de su armamento y montaron «el show de los kalashnikov» o de los aviones rusos, advirtiendo al mundo que «esas armas venezolanas podrían ir a parar a manos de las FARC». Insistieron luego, en las páginas de sus diarios o en las imágenes de sus cadenas televisivas, informando que Hugo Chávez había desairado al monarca español y a su espadachín Zapatero, contando al revés una historia que todas y todos pudimos ver en directo y en la que el Rey no sólo quiso hacer callar a Chávez sino que nos quiso injuriar como pueblos y naciones que mal o bien nos hemos independizado del imperio español desde hace varios años.

Había que oír ladrar a las y los mastines de EL País español por aquellos días, dibujando escenas inexistentes en las que el presidente venezolano aparecía como agresor, irreverente o dictadorzuelo. Ese mismo diario y sus periodistas son los que generalmente arropan a otro inquisidor llamado Baltasar Garzón, y juntos, aplican las mismas técnicas de terrorismo mediático contra todo aquello que huela a vasco y al deseo inalterable que ese pueblo tiene desde hace cientos de años de independizarse de sus conquistadores españoles.

Son estos medios «libres» lo que afilan su sagacidad a la hora de descubrir «rasgos de fascistización» o de «cubanización» (según les convenga a su discurso difamante) en los gobiernos populares, y de no ver jamás los avances sociales, como son las campañas alfabetizadoras como las llevada a cabo por Cuba, Venezuela y ahora también Bolivia, en países donde antes de dichos procesos, los niños, los jóvenes y los ancianos, siempre habían sido tratados como ciudadanos de cuarta clase.

Son ellos, agitadores del terrorismo mediático, los que se burlan soezmente de los levantamientos indígenas o apuestan al camaleonismo cuando un día nos venden la imagen descafeinada de un mandatario ligado a la represión o a la narcopolítica, y en un futuro no muy lejano, cuando llegue la hora del recambio ordenado por la estrategia imperial no tendrán ningún reparo en sacar a relucir los múltiples asesinatos del que ahora defienden. Ya lo hicieron de esa forma con Fujimori y Montesinos en Perú o con Pinochet y Videla en Argentina. Trabajan hábil y sutilmente sobre el subconsciente de lectores y teleaudiencia para que la desmemoria ayude a completar la tarea que ellos imponen.

Disfrazan sus «noticias» (muchas veces textuales comunicados de la estrategia del Departamento de Estado yanqui) edulcorando la participación de la «sociedad civil» (un concepto del que también se han apoderado) en el «rechazo» a los insurgentes y rebeldes del Tercer Mundo, o cargan las tintas sobre «la resistencia indígena» a lo que maquiavélicamente gustan denominar «actores armados», coincidiendo en este concepto con algunas o­nGs europeas, que actúan también como nuevas aliadas de la estrategia imperial en el continente.

La misma estrategia, de Cuba a Palestina

Ni qué decir de lo que la ofensiva terrorista mediática ha significado para nuestra querida Cuba Socialista en su afán de romper el criminal bloqueo norteamericano. Son los medios de comunicación occidentales -otra vez El País español en primera línea de combate- los primeros en sumarse a hurgar en Cuba como no lo hacen con ninguna otra nación, con la idea de encontrar «disidencia» donde sólo hay terrorismo anti cubano, o «violaciones de derechos humanos» cuando se sanciona -como no lo hace casi ningún país del continente- a la corrupción, el bandidaje o la violación grave de medidas que afectan a la seguridad de un país atacado por el ejército más poderoso del mundo.

Los mismos métodos que denunciamos en Latinoamérica son utilizados por las corporaciones mediáticas para humillar, desestructurar e intentar aniquilar a los pueblos árabes y persas que se enfrentan al imperialismo en la región. De esa manera, un día sí y otro también podemos ver campañas contra la resistencia palestina. Sólo baste recordar la matriz de opinión lanzada al unísono en todo el mundo para deslegitimar el triunfo democrático del Movimiento de Resistencia Islámica Hamas en las elecciones palestinas, o la batería de mentiras construidas al calor de la invasión sionista en Líbano o la campaña de criminalización permanente contra Irán.

Por otro lado, esta estrategia desinformativa la aplican también para construir términos que caben a sus políticas de manipulación (como «catástrofe climática» o «castigo de los elementos») cuando se trata ni más ni menos de violaciones producidas a la estabilidad de la tierra y su Naturaleza, por parte de las políticas depredadoras y criminales con el eco sistema, que practican los países llamados desarrollados en detrimento de los que pujamos por asomar la cabeza en este mundo demencial.

Pocos dueños de la prensa y mucha influencia

Cientos de millones de estadounidenses, latinoamericanos y ciudadanos de todo el mundo son consumidores a diario -directa o indirectamente- de los productos informativos y culturales de los holdings AOL/Times Warner, Gannett Company, Inc., General Electric, The McClatchy Company/Knight-Ridder, News Corporation, The New York Times, The Washington Post, Viacom, Vivendi Universal y Walt Disney Company, propietarios de los medios más influyentes de EE.UU.

Los diez grupos controlan a su vez los diarios nacionales de mayor circulación en USA, como el New York Times, USA Today y Washington Post, cientos de radioemisoras y las cuatro cadenas de televisión con mayor audiencia en sus programas de noticias: ABC (American Broadcasting Company, de Walt Disney Company), CBS (Columbia Broadcasting System, de Viacom), NBC (National Broadcasting Company, de General Electric) y Fox Broadcasting Company (de News Corporation).

Como bien define el periodista Ernesto Carmona, quienes manejan estos medios adquirieron una importante cuota de poder que no emana de la soberanía popular, sino del dinero, y responde a una intrincada madeja de relaciones entre los medios informativos y de comunicación y las más grandes corporaciones transnacionales estadounidenses, como la controvertida petrolera Halliburton Company, del vicepresidente Dean Cheney; el Carlyle Group, que controla negocios de la familia Bush; la proveedora del Pentágono Lockheed Martin Corporation, Ford Motor Company, Morgan Guaranty Trust Company of New York, Echelon Corporation y Boeing Company, para citar pocos.

Todos estas grandes trasnacionales de la prensa tienen sus tentáculos en cada uno de los países latinoamericanos, en lo que otros holdings manejan de manera mayoritaria la difusión de noticias en prensa, radio, TV, agencias y hasta telefonía celular.

Para dar un ejemplo: en México funcionan dos poderosas cadenas, una dominada por Televisa de la familia Azcárraga y vinculada al Grupo Cisneros de Venezuela, también propietarios de medios de comunicación y una de las mayores fortunas del mundo, y Azteca América, de Ricardo Salinas Pliego y sus socios Pedro Padilla Longoria y Luis Echarte Fernández, ambas con inversiones en Estados Unidos.

También el Grupo Prisa, propietario del diario español El País tiene medios de comunicación en América Latina, asociado en México a Televisa, y propietaria de la poderosa Radio Caracol de Colombia, y otras emisoras en Perú, Chile, Bolivia, Panamá, y Costa Rica.

¿¿Periodistas o voceros de las corporaciones?

En cada uno de estos eslabones de terrorismo mediático, está también la mano, la pluma y la imagen de un escuadrón de hombres y mujeres que bajo la fachada de una profesión venerada (por lo menos para quienes seguimos creyendo en ella), como es la de ser periodista, también colaboran y son cómplices de la ofensiva de las empresas que los emplean. La metáfora del perro sumiso lamiendo la mano del amo se repite por todo el planeta para graficar este comportamiento.

¿Qué si no, eran esos hombres y mujeres «de prensa» que marchaban como «enganchados» con los ejércitos invasores de Iraq? ¿O los que a diario, como dignos perritos falderos de la SIP, escriben columnas, inventan historias difamantes, generan opinión a favor de los explotadores, en diarios como La Nación, de Argentina, El Tiempo, de Colombia, El Universal, de México, para citar sólo algunos, o quienes batallan como contrainsurgentes en gran parte de la prensa venezolana antichavista?

El escritor chileno Camilo Taufic definió al periodista como «un político en acción», independientemente de que se amparase en un «confuso apoliticismo», en realidad formaba parte de la acción política estatal -imperial, agregamos nosotros- entendida en su concepción más general: «la participación en los asuntos del Estado; la orientación del Estado; la determinación de las formas, de las tareas y del conocimiento de la actividad estatal; la actividad de las distintas clases sociales y de los partidos políticos (.) Los periodistas son, por lo tanto, políticos; y aún más, políticos profesionales». Y: «La política no es otra cosa que una manifestación específica de la lucha de clases, su expresión más generalizada, y los periodistas, en cuanto activistas políticos, no están al margen de esta lucha, sino inmersos en ella y ocupando puestos de liderazgo».

Según el investigador vasco Iñakil Gil de San Vicente, «este criterio definidor de la política –criterio marxista, por cierto– permite comprender la naturaleza política de la industria mediática, aunque, en apariencia y a primera vista, esta industria no se siente directamente en los bancos parlamentarios o en los cuarteles de las tropas imperiales».

Ahora bien, en determinados casos, los definitorios, esta industria es la que termina por inclinar la relación de fuerzas en beneficio de, por ejemplo, el neofascista Berlusconi, propietario de poderosos medios de manipulación, que puede volver a la presidencia del gobierno italiano a pesar de las abrumadoras pruebas sobre corrupción. En otros casos, por ejemplo en el de los EE.UU., la fusión entre dinero, política y prensa es absoluta ya que sólo los «candidatos millonarios», pueden costear cantidades inmensas de dinero en sus campañas políticas, que algunos observadores han llegado a cifrar en más de un millón de dólares al día, como el promedio del gasto de los candidatos demócratas Hilary Clinton y Obama en el comienzo de marzo de 2008, cuando quedan aún muchos meses para las elecciones presidenciales.

Son esos mismos periodistas que un lunes comen de la mano de la mafia anticubana y antivenezolana de Miami, y los miércoles se arrodillan frente al lobby sionista que les baja línea para escribir diatribas contra la jefatura de Hezbollah o inventar mentiras sobre las centrales nucleares de Irán.

Con la SIP hemos topado

La Sociedad Interamericana de Prensa es algo más que una corporación de empresas periodísticas, es un auténtico buque insignia de las campañas de terrorismo mediático contra los países que hoy le plantan cara al imperialismo.

Desde siempre, los magnates de la SIP compran, venden, difunden, editan, transmiten o publican la «información» según convenga a las «leyes del mercado» y sus intereses de casta y clase.

Desde la época de la Cuba del tirano Fulgencio Batista (donde en 1943 nació la SIP) a nuestros días, no hubo déspota, golpe de Estado o intervención militar de Estados Unidos que no recibiera apoyo de la SIP; sesenta y cinco años de ignominia que los muros de América Latina supieron resumir una y otra vez: con la irónica frase de «Nos mean, y la prensa dice que llueve».

No es casualidad que su sede central en Miami lleve el nombre de Jules Dubois, aquél sórdido oficial de la CIA que diseño sus principios y doctrina, que la refundó en 1950 junto con otro hombre del Departamento de Estado, Tom Wallace.

Tampoco puede causar sorpresa, cuando se bucea en la historia de la SIP, descubrir su apoyo incondicional a la estrategia intervencionista estadounidense, el macartismo y anticomunismo cerril y la reivindicación en cada uno de los medios que forman parte de su imperio, del liberalismo económico, y la demonización de las organizaciones populares.

Diarios como El Mercurio (Chile), La Nación (Argentina), El Universal (México), El Nacional (Venezuela), El País (Uruguay), ABC Color (Paraguay), O Globo y Estado de Sao Paulo (Brasil), han sido y son cómplices de las políticas más reaccionarias del continente.

Con este basamento doctrinario, ligado al respaldo de gobiernos autoritarios, dictatoriales, o practicantes de la democracia «representativa» y que efectivamente recortan la libertad de opinión, los mandamases de la SIP, encabezados ahora por Earl Maucker, quien también es vicepresidente primero del South-Florida Sun-Sentinel, con sede en Fort Lauderdale, Estados Unidos, enjuician a Cuba y Venezuela, para darle aire a los desestabilizadores internos y externos.

Recoger el guante y pasar a la ofensiva

Frente a estas actitudes que a veces parecen imposibles de enfrentar y mucho menos, de vencer, se levantan miles de expresiones mediáticas, de perfil diferente a las anteriores, con los pies plantados precisamente en la calle de los marginados, de los que no dejan jamás de luchar por sus derechos más elementales, de los que se enfrentan por todos los medios y vías posibles contra las atrocidades cometidas por el capitalismo. Son los medios alternativos, los que nacen en condiciones de precariedad y van desarrollando, paciente pero efectivamente, tareas de pequeñas hormigas frente a los gigantes de la desinformación.

La primera comprobación que hay que hacer sobre este desigual enfrentamiento entre los medios de comunicación populares y los que abiertamente están jugando en el campo de juego de quienes oprimen a las grandes mayorías, es que: «la única batalla que se pierde es la que se abandona».

Se puede. Claro que se puede ayudar a que nuestros pueblos estén más y mejor informados sobre sus realidades. Y si bien el factor económico influye muchas veces decisivamente para descorazonar a quienes se lanzan a este combate, no es menos cierto que el ingenio y la sabiduría de la gente de abajo siempre ha sabido reemplazar el poder de los aparatos y el dinero, con elementos surgidos de la propia historia de nuestras luchas.

Para enfrentar un discurso mentiroso, manipulador o insidioso, para generar los mecanismos que sirvan para combatir a este terrorismo mediático que hoy denunciamos, valen todos los medios a nuestro alcance: desde expresar nuestras opiniones en las blancas paredes o muros con que las burguesías autóctonas intentan demostrar que «todo va bien», hasta ir construyendo -como lo hacemos a diario y desde siempre- nuestros propios medios de comunicación oral, escrita, o en el mejor de los casos, televisada.

Allí está el ejemplo de nuestros hermanos de Brasil, los compañeros del Movimiento de los Sin Tierra, que no sólo están construyendo poder popular con cada una de sus ocupaciones y luchas por la Reforma Agraria, sino que además están llevando a cabo una vastísima experiencia de desarrollo cultural. Pero también, el MST tiene sus propios medios de prensa: como el diario «Sem Terra» o la revista del mismo nombre, amén de radios locales que trasmiten la voz y el quehacer de este gigantesco movimiento que aglutina a millones de hombres, mujeres y niños.

Renglón aparte representa la prensa popular cubana. Pese a los mil inconvenientes trazados por el bloqueo genocida, al pueblo de Cuba jamás les faltó en medio siglo de Revolución, la posibilidad de recibir información a través de sus órganos de prensa, que por cientos de miles circulan en todo el país, siendo los más populares el Granma, Juventud Rebelde, Trabajadores y la revista Bohemia.

Pero es precisamente en estos últimos años, en que muchos agoreros de la historia se sumaron al discurso desestabilizador impulsado desde Miami, cuando se redobló la batalla por una mayor y mejor información. Así, en el marco de la lucha por recuperar al niño pionero Elián González, secuestrado por la reacción anticubana y la política nefasta de la administración norteamericana, es que surgieron las Tribunas Antimperialistas y las Mesas Redondas por TV.

Verdaderos pilares de una información sin censura, donde no sólo se planteó la respuesta al agresor sino que se fue desnudando minuciosamente lo que en realidad significan las llamadas democracias del continente y del mundo.

Ni qué decir, del rol que ha jugado personalmente el comandante Fidel Castro en su idea de impulsar una TV al servicio del aprendizaje y la educación primaria, secundaria y terciaria.

El propio Fidel ha sido y es un baluarte en lo que hace a propagación de ideas pero también en dar información de primera mano a su pueblo. Frente a cada acontecimiento ocurrido en la Isla, desde la introducción de elementos políticos que ayuden a profundizar la Revolución, hasta la pelea gigantesca por la libertad de los 5 héroes cubanos o la advertencia al pueblo sobre los riesgos provocados por un ciclón o un cambio climático, siempre ha estado Fidel presente para transmitirlo en un lenguaje llano, pedagógico, periodístico. Esto mismo puede aplicarse a sus opiniones y alocuciones contrainformativas para tratar temas de alta política internacional. Minucioso a la hora de dar datos, fuentes y aventurar consecuencias de cada acontecimiento que ocurre en el mundo, el líder cubano instaló en sus Reflexiones del Comandante en Jefe y ahora en las Reflexiones del Compañero Fidel, una fórmula utilísima para que el pueblo y el mundo tengan la otra cara de lo que habitualmente mienten los mercenarios de los oligopolios de prensa.

Telesur, una mirada necesaria

En este arduo trabajo de la contrainformación, Telesur vino a significar aire nuevo dentro de tanta atmósfera contaminada. Y en este corto tiempo de existencia ya ha dado buenas muestras de que hacer escuchar las otras voces y difundir la información que los medios convencionales ocultan, sirve para ir horadando de a poco el muro del discurso único.

Muchos son los ejemplos de esto que afirmamos, pero vale uno reciente para demostrar esto que decimos: las cámaras de Telesur llegando a la zona bombardeada por Uribe en el territorio ecuatoriano invadido, la visión de la masacre, los árboles quemados por las bombas, la destrucción cometida, significaron un contundente cachetazo en el rostro del guerrerismo uribista que intentaba mentirle al mundo que lo ocurrido no había sido un ataque artero. Esas imágenes sirvieron más que mil palabras para que la opinión pública tomara nota sobre quien era el terrorista de estado, el agresor, el violador y quienes los invadidos, atacados y asesinados.

Por otra parte, el rol jugado por Telesur en cada uno de los conflictos regionales ha sido el de esclarecer, dar voz a los protagonistas y no jugar el papel que habitualmente practican los medios convencionales.

Así, los que tienen la suerte de acceder a este canal, pueden enterarse, por simple deducción y comparación de textos e imágenes, cuánto y cómo nos mienten a diario la cadena de terrorismo mediático.

Sin embargo, hay que señalar también, que este esfuerzo de Telesur, se hace cuesta arriba en países que deberían ser aliados naturales de la cadena o que incluso forman parte de la misma. ¿Por qué ocurre esto? Precisamente porque en esos países, también hay políticas oficiales a las que no les interesa que se reflejen sus errores, corruptelas y acciones represivas. Y en ese sentido, prefieren cubrir la formalidad de que la cadena televisiva venezolana ocupe un pequeño espacio de emisión (en horarios absolutamente inadecuados) a que sus respectivos pueblos tomen nota de lo que ocurre con las rebeliones y represiones que se dan en el Tercer Mundo.

Son estos países del continente (muchos de ellos con gobiernos autocalificados de «progresistas») que no dudan en priorizar sus relaciones con canales internacionales como CNN o en renovar por tiempo indefinido las licencias de las empresas privadas que hoy manejan la totalidad de los medios de comunicación. Esos mismos medios que ocultan desinformativamente la realidad de nuestros pueblos.

La radio de la APPO

Cuando cientos de miles de hombres y mujeres mexicanas del Estado de Oaxaca libraron una increíble batalla para sacarse de encima a un gobernador dictatorial que les hambreaba y reprimía, jugó un rol fundamental una radio, que no sólo supo informar sobre lo que sucedía realmente en la calle sino que actuó como factor organizador de la protesta popular. Radio Universidad, más bien conocida como «la radio de la APPO», fue durante todo el tiempo que duró el conflicto, la propagadora de las denuncias contra la represión, el sitio donde se concentraron miles de comunicados de adhesión a la lucha callejera, o el lugar donde los núcleos de autodefensas populares montaron guardia para resguardar los equipos de transmisión.

No obstante, el gobierno y sus núcleos parapoliciales atacaron la emisora en varias oportunidades pero no pudieron doblegar el entusiasmo y el compromiso militante de sus periodistas que escribieron, de esa manera, una importante página dentro de lo que denominamos acción directa contrainformativa.

Otra experiencia para rescatar es la que cumple el periódico Voz, de los comunistas colombianos. No se trata -como muchos pudieran pensar- de un típico órgano partidario, sino de un medio de comunicación que se ha ido convirtiendo en una indispensable fuente de verdad, en un país donde casi todos los grandes medios apuestan al discurso opresor, y en las difíciles circunstancias actuales a poner trabas en una auténtica negociación de paz, que como todos saben no significa que el bando de los explotadores termine de aniquilar a los explotados.

Los trabajadores de prensa de Voz y su director, Carlos Lozano Guillén, han sido amenazados de muerte en repetidas ocasiones, precisamente por llegar con sus crónicas y análisis a todo el país rompiendo la férrea censura impuesta por los militares uribistas.

De esta manera, los trabajadores, campesinos y organismos de derechos humanos siempre han tenido una posibilidad de que su voz se escuche sin recortes.

Y por último, destacamos la gigantesca tarea que juegan en este sentido de dar voz a los que no tienen voz, los medios alternativos de Venezuela Bolivariana. Gestados en momentos difíciles y partiendo de estructuras artesanales, han recibido el apoyo fundamental, para crecer en su tarea, del Gobierno revolucionario y hoy son incuestionablemente una de las fuentes principales de información para las grandes mayorías. El ejemplo de Vive TV, Catia TV, radio Al Son del 23 de la Parroquia 23 de Enero, y los cientos de periódicos impresos -entre los que está Resumen Latinoamericano, que nosotros editamos- significan un aliciente importante en este desierto desinformativo que soportan nuestros países de la región.

Quedan muchas experiencias en la recámara, todas tan valiosas como las nombradas. Todas tan vitalmente desafiantes ante la avalancha de mensajes negativos y desalentadores que suele producir el poder para quebrar nuestras posibilidades de plantarle cara. Lo evidente es que no nos conformamos ni damos el brazo a torcer. Frente a su discurso único aletargante, se levantan miles de palabras, gestos y consignas volcadas en papel o a través del espacio radial y televisivo para denunciarles y combatirles a través de la información veraz y la contrainformación.

Estamos convencidos de que no es necesario el dinero que a ellos les sobra, para hacer oír nuestros mensajes o explicar lo sustancial del pensamiento liberador latinoamericano que tan bien sintetizaron el Libertador Simón Bolívar, Manuel Sáenz, el general José de San Martín, Juana Azurduy, José Gervasio Artigas, los jefes de pueblos originarios como Túpak Katari, Quintín Lame, Bartolina Sisa, Guacaipuro o nuestros contemporáneos: Eva Perón, Francisco Caamaño Deñó, Torrijos, el Che Guevara, Fidel Castro y Hugo Chávez.

Mientras exista la necesidad de contestar y debatir, mientras surja la posibilidad de informar y analizar, ante la doctrina del «silencio de los corderos», seguiremos oponiendo el mensaje de la prensa popular, alternativa y de contrainformación, y por estas tres razones, necesariamente revolucionaria.

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(Intervención en el Encuentro Latinoamericano contra el terrorismo mediático, celebrado del 27 al 30 de marzo de 2008 en el Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos, en Caracas, Venezuela.)