Ocupa un lugar privilegiado, entre las miles de frases televisivas, acartonadas, estereotipadas y odiosas, la siempre chantajista: «Esto es Tiempo de Televisión». Se la usa para silenciar a cualquiera o para imponer la hegemonía de cronologías mercenarias en manos de sirvientes mediáticos. Es expresión y desplante del evangelio autoritario cuyo mensaje supremo es: «nosotros somos […]
Ocupa un lugar privilegiado, entre las miles de frases televisivas, acartonadas, estereotipadas y odiosas, la siempre chantajista: «Esto es Tiempo de Televisión». Se la usa para silenciar a cualquiera o para imponer la hegemonía de cronologías mercenarias en manos de sirvientes mediáticos. Es expresión y desplante del evangelio autoritario cuyo mensaje supremo es: «nosotros somos dueños del tiempo». Se la usa, frecuentemente, al desgaire y no sin un placer mustio, propio de mediocres, en el ejercicio de su poder, minúsculo, para la administración de cámaras y micrófonos. Sienten que el «Tiempo de Televisión» es entidad divina irrefutable a la que se debe resignación ceremonial y agradecimiento con silencios estertóreos antes de poner las «publicidades», esas sí, dueñas de todo tiempo y de todo privilegio.
En los aquelarres ideológicos que la burguesía exhibe a través de sus «mass media», brilla con fulgor sacro la mercancía llamada «Tiempo». Ellos encontraron la menara de vender «Tiempo», de administrarlo al antojo de sus negociados y convertirlo en prenda todopoderosa codiciada y costosísima. Fetichismo de sus relojes. Eso hace que en el momento de silenciar a cualquiera, el argumento pontificio de «esto es Tiempo de Televisión» adquiera un tono y carácter consustanciados con los dioses mismos del capitalismo. La palabra se arrodilla ante el púlpito de la publicidad. Oremos.
Y el «Tiempo de Televisión» burguesa es mucho más que sólo relojes. Cuando los sirvientes de la pantalla se llenan la boca con su ostia cronológica, para llamar a silencio a propios y extraños, se refirma la lógica de un mercado farandulero que se ha vuelto poder autoritario de tipo extra-democrático. Ellos dicen que el «público» los elige permanentemente, ellos dicen saber qué quiere, qué piensa y que anhela la «audiencia». Ellos dicen saber qué quieren los «consumidores» y ellos cuentan con la complicidad servil de no pocos gobernantes cuyo mérito mayor, para gozar de «Tiempos Televisivos», generosos, es saber bajarse los pantalones ante los dueños.
Su «Tiempo Televisivo» es una minuciosa coartada de comerciantes que se sirven, con toda deslealtad, de los «espectros radioeléctricos» que, correctamente visto, pertenecen los pueblos. Los oligarcas y sus medios de «comunicación» han fragmentado los horarios de transmisión, les asignan costos diversos y los venden indiscriminadamente y al mejor postor. No importa el Tiempo que requieren los pueblos para expresar sus miles de malestares, no importa el Tiempo que requieren lo televidentes para expresar sus hastíos y sus hartazgos contra el modo de producción televisiva vulgar, miserable y enajenante. No importa el Tiempo que se necesite para debatir cada una de las canalladas, las mentiras y los atropellos de las televisoras mercantiles. Lo que importa es el «Tiempo» que se vende y el ritual consagratorio que ellos imponen para que, en silencio y agradecidos, miremos sus publicidades y les compremos todas sus bagatelas.
Ese «Tiempo Televisivo» de los burgueses, en todas sus escalas, sirve siempre como moraleja acartonada, tributaria del productivismo consumista en el que sucumben inexorablemente todos sus adoradores. Han pagado el precio del «Tiempo Televisivo», incluso, sus mercancías ideológicas más acariciadas, entre las predilectas sin duda: «la libertad de expresión» oligarca, la «democracia» burguesa, la «filantropía» rentable, la «justicia» show… y miles de monerías demagógicas calculadas para que encajen con precisión en los Tiempos donde no reinan la publicidad y los que pagan. Sabemos bien que cuando los patrones televisivos tienen ganas de dilapidar sus «Tiempos Televisivos», celebrando triunfos de mafias, impartiendo cátedras de ocio burgués o simplemente exhibiendo con impudicia sus diversiones de clase… no hay poder ni derecho crítico que ellos acepten. No hay «Tiempo» que perder.
Ese «Tiempo Televisivo» burgués es otro de los fetiches que debe ser demolido en una Revolución Socialista comprometida con la emancipación simbólica de los pueblos. El Tiempo, todo, como recurso natural esencial, parte de la naturaleza, debe ser propiedad inalienable de la humanidad, nadie debe privatizarlo y nadie debe abrogarse derecho alguno para administrarlo como arma de clase dominante silenciadora y represora del pensamiento. La Revolución Socialista en materia de riquezas simbólicas debe emancipar a los «medios de comunicación» rehenes del modo capitalista de producción comunicacional y esa emancipación implica Tiempos nuevos, Tiempos libres, Tiempos creadores y Tiempos de Revolución Permanente. Minuto a minuto.
Blog del autor: http://universidaddelafilosofia.blogspot.com/
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