Hace pocos días emitía por última vez CNN+. El motivo esgrimido para justificar el cierre del canal y el despido de sus trabajadores fue (sorpresa, sorpresa) de índole económica. El espacio de emisión que ocupaba la CNN+ pertenece ahora al Gran Hermano (literalmente). Al común de los ciudadanos se nos presenta este hecho como una […]
Hace pocos días emitía por última vez CNN+. El motivo esgrimido para justificar el cierre del canal y el despido de sus trabajadores fue (sorpresa, sorpresa) de índole económica. El espacio de emisión que ocupaba la CNN+ pertenece ahora al Gran Hermano (literalmente).
Al común de los ciudadanos se nos presenta este hecho como una nueva obra de la razón: CNN+ pertenecía a una empresa, a un conglomerado de inversores, el grupo PRISA. Sus directivos consideraron que el rendimiento económico del canal era insuficiente, incluso amenazaron a sus accionistas con pérdidas. Solución: deshacerse del lastre. Pura lógica capitalista (lo que ellos han bautizado pomposamente como «comportamiento racional»).
CNN+ era una empresa, sí, controlada por un conglomerado empresarial formado por otras empresas, grandes inversores, bancos, amiguetes de la familia Polanco, etc. Pero el hecho de que ocupase una frecuencia pública para emitir (en este caso a través de la TDT) que no tiene otro propietario que la totalidad de los ciudadanos, significa que sea quien sea la que emite (instituciones públicas o privadas) usando ese espacio, necesariamente asume unos deberes además de unos derechos. El principal de estos deberes hoy por hoy es el de contribuir a la expansión y desarrollo de la cultura. Imponer una serie de deberes en ningún caso supone atentar contra la libertad de expresión, sino todo lo contrario: estas empresas tienen la capacidad de entrar en nuestros hogares a cualquier hora, de influir en lo que pensamos y hablamos (tanto ideológicamente como en cuanto a la selección de los temas que discutimos día a día), de educarnos en una serie de valores u otros, de construir un tipo de ciudadanía u otra… Los deberes que socialmente imponemos a estas empresas son el escudo que posee la ciudadanía contra el alienamiento y el consumismo exacerbado que nos proponen los medios capitalistas.
En el caso de CNN+, la contribución a la cultura venía dada por la transmisión de información en formato telediario. Así, entre anuncio y anuncio, el canal se presentaba a sí mismo como un «eco» de la realidad, una fiel reproducción de lo que ocurre «ahí fuera» (más allá de tu hogar y tu puesto de trabajo, suponiendo que se tengan alguna o ambas cosas). Evidentemente esto no es cierto, no entraré a analizarlo con profundidad, baste con decir que, como toda empresa, CNN+ estaba comandada por una serie de sicofantes que no obedecen más que a las leyes del capital, que son esclavos de una lógica perversa que ignora la necesidad humana, la voluntad de cada ciudadano, el interés o la voluntad general, incluso las leyes y a los representantes políticos cuando resultan incómodos (lo que rara vez ocurre). Una empresa, se dedique a lo que se dedique, está atada al interés particular que, bajo condiciones capitalistas, no es otra cosa que el afán por obtener más capital, más mercancías. Pero supongamos por un momento (al menos porque así lo pretende gran parte de la población) que CNN+ no mentía cuando hablaba de sí misma: supongamos que se trataba de un marco a través del cual el espectador podía expandir su horizonte de conocimiento. Hagamos el salto de fe que nos pedían diariamente y asumamos que en lugar de crear y destruir a su antojo la realidad simplemente la transmitía y la analizaba. Entonces, la imprescindible función social de esta empresa estaría clara: crear ciudadanos conocedores de su entorno, con capacidad crítica para discernir entre realidad y apariencia, conectados entre sí por algo más que el lenguaje y la proximidad. Es a cambio de esto que puede el capitalista hacer beneficio de un medio de comunicación como CNN+, estos deberes no pertenecen al tragicómico mundo de la «responsabilidad empresarial». Se trata de un deber social.
Volvamos ahora a los motivos del cierre del canal: en ningún momento se ha esgrimido otro argumento que el económico. No resulta chocante y como ya hemos visto parece lógico y racional si nos olvidamos de que el capitalismo tiene su propia lógica. Tampoco resulta novedosa la reacción de los grandes medios, siempre coherentes con la lógica del capital. Lo que no deja de sorprenderme (aunque la experiencia no deja de darme de bofetadas en este sentido) es la reacción de la mayoría de la ciudadanía, al menos de aquella gran parte que verdaderamente cree en la necesidad de que existan canales como CNN+ (estuviese o no de acuerdo con sus planteamientos concretos y su visión de la realidad): pocas voces apuntan más allá de la indignación que todos sentiríamos si sustituyen en los supermercados nuestra marca favorita de cereales por otra que nos disgusta para siempre. Alguna voz de protesta seria se ha escuchado por encima de los ladridos mediáticos, pero la mayoría de las que el constante bombardeo de información nos ha permitido oír no provenían de la ciudadanía ni de los periodistas. Las quejas (pocas veces vindicaciones, nunca exigencias) venían de consumidores, tristes por no poder seguir con el consumo de la marca que les había convencido. En los grandes medios predominan los lamentos envueltos en un aura de inevitabilidad: «si ya se que es cosa de la crisis, pero era lo que veía después de comer» y comentarios por el estilo.
Aún recuerdo cuando vivimos durante unos meses la campaña contra Chávez en la que se le acusaba de pretender cerrar un canal de televisión por ser «crítico» con el «régimen chavista», cosa que nunca ocurrió (por mucho que pataleen medios de comunicación, títeres demagogos y consumidores sectarios): ni el canal era crítico (sino golpista) ni fue cerrado (sino que se convirtió en canal de pago). Pese a tratarse de otro país, cuando la mentira se hizo verdad a base de ser repetida, los «creyentes» estallaron de indignación: «¡Que atentado contra la libertad de expresión!», «Chávez es un dictador», etc. Un cabreo popular y mediático coherente, lógico, natural, necesario… si la noticia hubiese sido real. Aunque el pensamiento único busca atomizarnos, convertirnos en meros individuos que luchan en una especie de estado de naturaleza hobbesiano, todavía somos sociedades, todavía somos seres empáticos y todavía queda algo de solidaridad en nuestros cuerpos. Si asumimos que la noticia era real, la reacción estaba más que justificada pese a la distancia.
Regresemos al Estado español: hete aquí que el canal de televisión cierra de verdad en nuestro país, pero curiosamente no levanta escamas, no revienta ampollas, diantres, ni si quiera despeina a nivel mediático. ¿Cual sería la diferencia entre el caso venezolano y el español, asumiendo que se cerró el canal venezolano? Respuesta: el actor protagonista y el motivo del cierre. En Venezuela, el que supuestamente cerraba el canal (cuando simplemente no se les renovó la licencia para emitir en abierto) era el gobierno. En el caso español, las altas esferas de un gran grupo mediático. En el caso venezolano, los motivos esgrimidos por el gobierno eran distintos a los que repetían los medios: el primero recordaba que no renovaba la licencia porque el canal colaboró activamente en un golpe de Estado e hizo llamamientos al magnicidio; los medios de comunicación hablaban de cerrar el canal porque era crítico con el gobierno. En el caso español todos los medios repiten lo mismo (o repetían, la noticia tan pronto vino como se fue), es decir, que no había otra salida y que lamentan el cierre de CNN+.
Pero esto no es todo. En Venezuela, el espacio de emisión en abierto que dejaba el canal que pasaba a ser de pago, fue inmediatamente ocupado por un proyecto público internacional apoyado por los gobiernos de Venezuela, Cuba, Bolivia, Ecuador, Argentina, Brasil y Nicaragua entre otros: TeleSur (no puedo evitar recordar que en Colombia fue prohibida su emisión por el gobierno de Uribe). Un canal dedicado a la cultura y las noticias «no noticiables» para el resto de canales, sin anuncios comerciales, no sometida a las normas de banqueros y publicistas. En el Estado español, por contra, el canal CNN+ (cerrado de verdad) ha sido sustituido por el programa Gran Hermano, convertido ahora en canal 24 horas.
Hemos sustituido una ventana al mundo (sigo con el salto de fe considerando que CNN+ transmitía más que manipulaba) por una rendija hacia el interior de una casa. No hay espacio ni tiempo (quizá otro día) para describir lo abyecto de Gran Hermano. Si existen las almas, tened por seguro que ver ese programa debe tener sobre ellas el mismo efecto que la heroína sobre el cuerpo. Pero no hace falta irse tan lejos: los valores, estilos de vida, conversaciones, tertulias y debates posteriores, las cámaras y los focos… todo ello forma un complejo «collage» idiotizante que nos hace perder horas de vida y cordura. Aún más, este programa es una de las formas que tenemos de practicar el fascismo desde nuestro propio hogar (ya no hace falta ni nigunear ni pegar a tu mujer o a tu novia): dándole a un botón, a través del canal de Gran Hermano, podemos observar a otros sin que lo sepan, sin que nos miren (es lo que Santiago Alba Rico bautizó como «desnivel prometeico»). Podemos controlar sus movimientos en la más absoluta intimidad violando sistemáticamente la suya, casi sin movernos. Convertimos a los participantes en ratones del laberinto que construye el canal de televisión con nuestra inestimable ayuda, impulsando y fomentando delirios de grandeza, voluntad de control, ánimo inquisidor dirigido a la nada. Y nosotros, los espectadores, nos convertimos en las ovejas dóciles que empresarios y políticos necesitan para seguir moviendo y acumulando el capital.
Se supone que vivimos en la «sociedad de la información», pero ¿qué clase de información es esa que nos constituye? Si con la CNN+ obteníamos cierto grado de desinformación y manipulación acerca de determinados acontecimientos que ocurren a través del globo, con Gran Hermano hemos dado un paso más en lo que parece una tendencia irreversible en condiciones capitalistas: hablar de nada ¡durante 24 horas! Por supuesto, además de mantenernos ocupados en temas en los que da exactamente igual qué opinemos («me gusta más el pepino que la patata»), este tipo de programas resultan altamente rentables (resultan mucho más baratos que mantener enviados especiales y equipos de investigación, por ejemplo).
Al final, un hecho capitalista que no tendría por qué afectarnos socialmente (la compra de una empresa o una marca por otra empresa), resulta en una concentración del poder mediático (proceso que afecta a gran parte del mundo, en especial a Europa, desde que comenzó la crisis) en este caso en el grupo de Berlusconi. Como añadido, nos sustituyen un tipo de información que afectaba directamente a la libertad de expresión y de conciencia por otro que nada tiene que ver, que se basa en la nulidad de la conciencia racional y en el puro placer pervertido-fascistoide.
¿Dónde está el cabreo popular? Algo hay. Pero, ¿dónde está el cabreo mediático? ¿Dónde está ese clamor, ese fuego, que juntos despilfarramos contra Chávez? No está. ¿Qué lección obtenemos, qué aprendemos si relacionamos el caso venezolano y el español? Una muy dura: como ciudadanos la mayoría no estamos dispuestos a que ningún gobierno cierre un canal de televisión privado, sea cual sea el motivo, porque atenta contra la libertad de expresión. Sin embargo, la mayoría estamos más que dispuestos a aceptar que sea un grupo de empresarios el que lo haga, sin más motivo que su propio bolsillo. Quizá sea la hora de replantearse todos los términos que la tradición mantiene dentro del ámbito político: dictadura, totalitarismo, libertad de expresión… Parece que hemos aprendido la lección histórica según la cual no podemos permitir que un gobierno controle los medios a través de los cuales nos comunicamos y nos informamos los ciudadanos. Pero todavía no parece que seamos capaces, como sociedad, de ver el obstáculo que supone el capitalismo para hacer efectivos términos como la «libertad de expresión» y para desterrar otros como el de «dictadura».
Al final, tanto CNN+ como Gran Hermano eran o son parte del entramado mediático capitalista artífice del milagro que para ellos (los capitalistas) supone que hoy seamos los seres humanos más desinformados de la historia pero, paradójicamente, nos consideramos los más y mejor informados. O quizá no sea para nada paradójico: la ignorancia nos permite asumir apariencias como si se tratasen de hechos palpables. Pero esto no nos puede llevar a obviar las brutales diferencias que existen entre los conceptos de «información» que maneja cada canal de televisión, por muy capitalistas que sean las empresas que controlan esos canales. No es lo mismo debatir sobre la manipulación de CNN+ o sobre alguna de sus noticias que sobre el grano en el culo de Fulano o de que Mengana en realidad es un hombre. No obstante, parece que hemos decidido como sociedad que los caminos del capital son inescrutables.
Ciudadanos y ciudadanas del mundo, ¡pensad, leed, luchad! Último aviso…
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