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Triste periodismo

Fuentes: Rebelión

Esto que voy a comentar puede que resulte si acaso sólo un mero deslucir en medio de tanta basura que a veces pa­rece fuese a sepultar la vida pública. Pero no deja de ser gro­tesco, aunque es sabido que el esperpento y la estupi­dez forman parte de un sistema en tantas cosas deplora­ble… Me refiero […]

Esto que voy a comentar puede que resulte si acaso sólo un mero deslucir en medio de tanta basura que a veces pa­rece fuese a sepultar la vida pública. Pero no deja de ser gro­tesco, aunque es sabido que el esperpento y la estupi­dez forman parte de un sistema en tantas cosas deplora­ble…

Me refiero a algo que vemos casi a diario con expectati­vas falsas pero como normal. Si bien, es más la reiteración lo que nos hace verlo como normal que si acotamos la es­cena y la analizamos por separado del contexto en que se produce. Si se me respondiera que esto ocurre en todas partes y así fuese, que lo dudo, no dejará de seguir pare­ciéndome una lacra en todas partes…

El caso es que me resulta ridículo, insufrible y patético al mismo tiempo ver a menudo a un periodista, más bien a una periodista, ir por la calle con un micrófono en la mano, detrás de un famoso de ocasión, de un político del momento o de un repentino protagonista más o menos caído en desgracia. Un periodista, hombre o mujer, cuya mi­sión consiste en hacer preguntas com­prometidas al per­sonaje en cuestión, a sabiendas de que no va a responder pues las condiciones personales y psicológicas que atraviesa, en ab­soluto son propicias ni siquiera para contes­tar con un sí o con un no… Lo que sí puede suceder es que pierda los nervios: justo lo que parece buscar el pe­riodista, para luego rentabilizar la escena su cadena, tradu­cida en magra publi­cidad. Total, mercantilismo hasta la náusea, mezclado con falta de vergüenza…

Y esto, como las vastas tramas de corrupción que conoce­mos, tampoco es un caso aislado. Es un hábito visual, televi­sivo, frecuente, que me parece denigrante. Deni­grante para el o la periodista con toda probabi­lidad a prueba, denigrante para el me­dio que le envía, y deni­grante para el espectador que presencia un breve espectá­culo en sí mismo absurdo, estúpido y vejato­rio…

Jaime Richart, Antropólogo y jurista.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.