El Nuevo Herald publicó (29 de julio) un artículo titulado «Realizan Críticas a TV Martí» en el que la autora, la periodista de AP Laura Wides-Muñoz, dice que en junio «el borrador de un informe del Departamento de Estado» describía que el uso de un avión para transmisiones hacia Cuba «es el mejor ejercicio» para […]
El Nuevo Herald publicó (29 de julio) un artículo titulado «Realizan Críticas a TV Martí» en el que la autora, la periodista de AP Laura Wides-Muñoz, dice que en junio «el borrador de un informe del Departamento de Estado» describía que el uso de un avión para transmisiones hacia Cuba «es el mejor ejercicio» para vencer las interferencias cubanas a TV Martí.
No voy a hablar de que esa práctica viola acuerdos y convenios internacionales vigentes, de los cuales EEUU es signatario. A lo largo de 46 años, el Departamento de Estado u otras instituciones gubernamentales, muy probablemente hayan escrito documentos similares al que cita la periodista. Pero no vale la pena buscar; la persistencia en caminar con la piedra en el zapato es más elocuente.
Prácticamente desde 1959, cuando aún en Cuba existían periódicos y emisoras de radio y TV privadas, comenzaron desde EEUU las transmisiones dedicadas específicamente al público cubano. Antes de ese período no. Pero la ascensión al poder de un proceso revolucionario, que comenzó por elementales reivindicaciones sociales y económicas, precisaba de una agenda «informativa» diferente. Por ejemplo, poner en marcha la ley de reforma agraria exigía de respuestas «informativas» que salvaguardaran el latifundio –y aclaro que en la Constitución de 1940 estaba la ley, pero como nunca se implementó no hacía falta información, como tampoco materiales de contenido que formaran opinión favorable a la puesta en vigor de dicha medida. El silencio valía por opinión: nada de reforma agraria.
La dinámica del enfrentamiento de intereses llevó a las autoridades norteamericanas a favorecer directa e indirectamente emisiones radiales hacia Cuba con el objetivo de orientar «adecuadamente» a sus habitantes. También comenzó a crearlas. Cito un caso: la CIA estableció Radio Swan, que tomó el nombre de una islita abandonada cerca de Honduras y llena de guano (mierda) de murciélagos. Así comenzó la batalla radial dirigida por oficiales de la CIA muy bien preparados en materia de guerra psicológica, como el ex oficial David Phllips –quien llegaría a ser jefe del Hemisferio Occidental de ese servicio de inteligencia y persona muy vinculada a acciones terroristas y planes de magnicidio dentro y fuera de Cuba.
Si buscáramos en los documentos oficiales de la época seguramente encontraríamos que alguien debe haber catalogado a Radio Swan como «el mejor ejercicio» para vencer a los cubanos. Fue bueno: logró la maravilla increíble de cambiar la geografía de la ciudad de Bayamo, que no colinda con mar alguno, a favor de un desembarco inexistente por un puerto que no posee la ciudad. Así dijo Radio Swan cuando se efectuaba la derrotada invasión por Bahía de Cochinos (Playa Girón) en abril de 1961. Un ejemplo claro de cómo la veracidad informativa se corresponde con necesidades de otra índole, en este caso de operaciones militares.
Creo que para cualquier observador moderadamente objetivo es evidente que las emisiones hacia la Isla nacieron con un definido compromiso político-subversivo, lo que en términos de comunicación equivale a brindar informaciones sesgadas, usar medias verdades y todo batido en un coctelito condimentado con opiniones. Así fue su nacimiento y aún no ha recibido el bautizo que la redima de su pecado de origen.
En la línea del enfrentamiento radioeléctrico dieron un brinco de calidad al crear Radio Martí en 1985 bajo la sombrilla de agencias gubernamentales. Y después, la maravilla: instalaron al Gordo Alberto, un globo que así llamaron, está vez no en una islita a lo Swan, sino en cayo Cudjoe, en La Florida, para llevar a Cuba la llamada TV Martí (1992).
Durante su período de operaciones las emisiones de TV mediante el globo no fueron vistas por los habitantes de Cuba, que eran y son los destinatarios de los contenidos que buscaban convencer a los televidentes invidentes y moverlos hacia un levantamiento popular contra «el régimen de Castro».
En el año 2005, el huracán George se llevó a bolina al globo, desgracia favorable de la que surgió el avión C-130 a un costo de 10 millones de dólares al año, cuando ya las operaciones habían costado cerca de 100 millones. (El costo carece de importancia, ya que el dinero lo ponen los contribuyentes con sus impuestos.) Y ahora, el gobierno, mediante una disposición, está utilizando a la televisora TV Azteca para transmitir sus programas a un costo de 20 millones anuales, que también pagan los contribuyentes. ¿Se ven o no se ven las transmisiones mediante el C-130 o TV Azteca?
El artículo publicado en El Nuevo Herald dice que cubanos llegados recientemente a la Florida y que fueron entrevistados por la AP «expresaron que si bien la Radio Martí del gobierno estadounidense se escucha en toda la isla, la TV Martí puede verse pocas veces».
«La vi un día de clima muy bueno, pero aún así casi no se veía», manifestó Efraín Ramos, un cubano de 56 años que llegó a la Florida el 29 de junio desde La Habana. «Los isleños que no viven en la capital no pueden acceder a TV Martí». Anoto que quienes así opinan son cubanos que se han marchado de la Isla hace escasamente un par de meses.
Hace tiempo presenté en mi columna Desde La Habana entrevistas que realicé a numerosas personas que viven en zonas muy favorables a la captación de estaciones extranjeras de TV. Una de estas zonas es La Habana del Este, una ciudad levantada a orillas del mar y ubicada a escasamente 10 kilómetros de la capital.
Ahora después de leer este artículo, visité nuevamente La Habana del Este en busca de otras opiniones.
«Aquí, a cada rato la señal de los canales cubanos se va del aíre y entran perfectamente muchos de Miami y de La Florida, pero nunca me ha entrado TeleMartí», me dice Leovigildo, 45 años, ingeniero.
Él vive en el 5to. piso de uno de los innumerables edificios que hay en la zona. Su antena está en el balcón, como la de la mayoría de los vecinos.
«A veces entra televisión mexicana, pero esa que transmite TV Martí, nunca la he visto…de Miami, sí», insiste. Y me acompaña a la vivienda de otros vecinos del mismo edifico y de otros cercanos. La respuesta es la misma aunque algunos, «por curiosidad», han intentado captarla, los esfuerzos han sido infructuosos. «No se ve», es la respuesta de 21 personas.
Prácticamente las opiniones de los que arriban a Miami y de los que residen en La Isla, coinciden; sin embargo hay un punto que me parece importante destacar y es que si Radio Martí se puede escuchar limpiamente en toda Cuba ¿por qué la Sección de Intereses de EEUU en La Habana se dedica a distribuir radios especialmente preparadas para escuchar las emisiones de Radio Martí? ¿O es que existe una relación de intereses con los proveedores de dichos aparatitos? Esta última pregunta no es ociosa: negocios y política anticubana han estado muy comprometidos.
De los contenidos y de quiénes y por dónde la ven.
El artículo señala que varios «periodistas actuales y del pasado» así como numerosos «expertos» (…) «cuestionan la calidad de la programación y un estilo piramidal de administración que castiga (…) a los disidentes» y agrega que estas personas se negaron a dar sus nombres por temor a perder «sus empleos». Insisto: estas personas viven en EEUU, no en Cuba.
Es decir, además de no verse, los contenidos son cuestionados por los facturadores de los mismos que están en desacuerdo conque el Departamento de Estado confíe en una encuesta, que realizada en enero mostraba un aumento en la cantidad de televidentes cubanos que sí recibían sus programas. Validaban su duda en que la empresa encuestadora es propiedad de Herb Levin, quien «ha tenido numerosos contratos para mejorar la programación». Este es uno de los que si ve a TV Martí a través de su bolsillo.
Otro al que la señal de TV Martí le llegaba con nitidez impresionante es José Miranda, ex director de programas de ese canal. Conocido como el Chema, recientemente se declaró culpable de soborno al recibir $112 000 dólares de la productora de TV Perfect Image, empresa a la que solicitaba trabajos a cambio de beneficios personales. El Chema recibía hasta casi el 50% del dinero que pagaba a dicha productora.
Pero hay muchísimos más que ven ese canal desde sus billeteras y cuentas bancarias, como las decenas de periodistas de El Nuevo Herald y de canales de TV que sí han recibido dinero por sus contribuciones a Radio y/o TV Martí. Los lectores deben recordar el escándalo que originó esta práctica que fue catalogada en Miami de falta de ética profesional –la denuncia de estos hechos hizo temer por su vida a Oscar Corral, periodista que destapó la lista (Ver No soy Comunista, Progreso Semanal, agosto 02 al 08). Trabajar para una emisora gubernamental cubriendo exactamente los mismos temas que en los medios privados en que laboran habla a favor de una homogeneidad de enfoques, algo absolutamente opuesto a la diversidad de opiniones proclamada y que reclaman, como anoté anteriormente, periodistas y expertos que trabajan en Radio y/o TV Martí.
Varias son las conclusiones que podemos extraer de lo anterior. La primera que la TV Martí se ve por los bolsillos o mediante cuentas bancarias. Si uno no dispone de ellas se pierde su jugosa programación. La segunda es que esos dineros y las sinecuras (botellas, en Cuba), que emanan de los millones dedicados a derrocar a Castro forman parte de la maquinaria política local y de los compromisos que se establecen mediante los «beneficios». Y la tercera, es que de alguna manera los dos puntos anteriores han calado en la opinión de cubanos e hispanos en general radicados en La Florida –y en Miami-Dade en particular–, de tal forma que la mayoría se están inscribiendo como votantes independientes (1), que es el primer paso para definirse como conglomerado que pone su voto a quien realmente refleje sus intereses, no importa del partido que sea.
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Manuel Alberto Ramy es jefe de la corresponsalía de Radio Progreso Alternativa en La Habana, Cuba, y editor de la versión en español del semanario bilingüe Progreso Weekly/Semanal.