Recomiendo:
0

A tres años del Argentinazo

Un balance necesario

Fuentes: El Militante

Se cumplen 3 años del «Argentinazo», esa maravillosa rebelión popular que, desafiando las balas de la policía y al duro precio de más de 30 muertos, derrocó a un presidente, aterrorizó a la clase dominante e hizo ver a las masas de trabajadores, jóvenes y del resto de las capas oprimidas de la sociedad el […]

Se cumplen 3 años del «Argentinazo», esa maravillosa rebelión popular que, desafiando las balas de la policía y al duro precio de más de 30 muertos, derrocó a un presidente, aterrorizó a la clase dominante e hizo ver a las masas de trabajadores, jóvenes y del resto de las capas oprimidas de la sociedad el enorme poder de su acción colectiva. Si bien la clase dominante pudo retomar su control sobre la sociedad, las ascuas ardientes del «Argentinazo» aún están presentes y cada acontecimiento social o político importante nos lo recuerda.

Han pasado 3 años y muchas cosas cambiaron durante este tiempo. La clase dominante, para conjurar la pesadilla de un nuevo estallido popular y tras fuertes pugnas internas, debió dejar paso a un gobierno que intentara reconciliar a las masas de la población con unas instituciones oficiales fuertemente cuestionadas.

El gobierno de Kirchner

Frente al ala más estúpida y parásita de la clase dominante, que era partidaria de mantener una política de más ajuste social y «mano dura» para conservar sus beneficios a ultranza con el riesgo de profundizar el incendio social, Kirchner y el sector de la clase dominante que lo apoyó defendieron la política mas inteligente de hacer algunas concesiones por arriba para evitar un nuevo estallido popular por debajo.

De ahí su política en materia de derechos humanos, como la depuración de gran parte de la cúpula militar, la anulación de las leyes de impunidad, etc. También tuvieron que limitar la voracidad de los elementos más parásitos y avariciosos de la clase dominante (retrasando el aumento de tarifas, aumentando y manteniendo los impuestos a las exportaciones -retenciones- al sector agrícola y energético, aumentando la presión contra la evasión de impuestos, manteniendo un discurso más firme frente al FMI por el pago de la deuda externa, etc) y limpiar parcialmente el aparato del Estado para limitar el saqueo de los recursos estatales a manos de las camarillas y mafias allí instaladas desde hacía décadas.

Pero esta política tiene sus propios límites que se desprenden de los intereses patronales que en última instancia Kirchner está obligado a defender. En primer lugar debe garantizar ganancias adecuadas a los empresarios y banqueros que les permita prosperar, con largas jornadas de trabajo, empleo precario y salarios bajos para los trabajadores. Además de aceptar las reglas de juego que le marcan los grandes empresarios, el FMI y el imperialismo, acordando en el pago de la deuda externa, subiendo las tarifas escalonadamente, manteniendo la política de privatizaciones, reprimiendo selectivamente a los luchadores más activos, o enviando tropas a Haití. Se resistió todo lo que pudo, antes de verse obligado por las formidables luchas de los trabajadores, a conceder algunos aumentos en los salarios y en las pensiones y jubilaciones más bajas.

A pesar de todas sus ínfulas en materia de derechos humanos, los criminales y responsables de los asesinatos del 19 y 20, del Puente Pueyrredón, de la AMIA y del proceso militar siguen casi todos en la calle y sus juicios empantanados y paralizados por la maraña jurídica burguesa. Cedió vergonzosamente a la presión de la derecha y de la burguesía endureciendo el código penal con la excusa de la inseguridad ciudadana y de la campaña demagógica y manipuladora en colaboración con los medios que monitoreó el reaccionario burgués de Blumberg, ese «decente» evasor de impuestos.

Aunque a veces el gobierno de Kirchner confronte con el FMI y el imperialismo por el tema de la deuda (como se vio en la postergación del canje de la deuda «en default»)o por la suba de tarifas con las privatizadas, siempre termina arreglando un acuerdo y cediendo.

Pero incluso, las pequeñas concesiones que Kirchner ofreció a las masas y sus discursos demagógicos para encolumnarlas tras de sí, le parece demasiado audaz a la asustada y cobarde burguesía nacional. De ahí que ésta esté haciendo enormes esfuerzos por reconstruir algo parecido a una oposición de derecha en torno a las patéticas figuras de López Murphy y Macri, y sosteniendo al aparato duhaldista dentro del PJ, para que sirvan de contrapeso al kirchnerismo.

Kirchner fue un candidato de urgencia para sortear una situación social y política muy particular, y la clase dominante lo tolerará en la medida que sea capaz de satisfacer sus intereses y mantener a raya a una clase obrera que de ahora en más empieza a estirar sus músculos para escapar de la explotación y la miseria a las que la condena el capitalismo argentino.

Las perspectivas económicas

Por el momento, Kirchner tuvo la suerte de que su acción de gobierno coincidiera con una recuperación importante de la economía argentina lo que le sirvió para diluir en parte sus concesiones a favor de los empresarios y el FMI, y equilibrarse entre los patrones y los trabajadores, con una economía creciendo a tasas de un 8% en el 2003 y en el 2004, consecutivamente.

Las perspectivas económicas para los próximos meses dependerán de varios factores, tanto externos como internos como explicamos en otros artículos. Lo que sí podemos afirmar es que Argentina no puede mantener un crecimiento a tasas del 8%. Para eso debería darse un aumento muy grande de la inversión productiva y no hay perspectiva de que eso ocurra. No compartimos el optimismo oficial sobre el efecto de los 20.000 millones de dólares de inversiones chinas anunciados para los próximos 10 años. En primer lugar, porque casi la totalidad de estas inversiones se concentrarán apenas en 3 sectores productivos: trenes, exploraciones petrolíferas y construcción de viviendas, insuficientes para propiciar un tirón generalizado del conjunto de la economía. En segundo lugar, porque éste es un hecho aislado y excepcional ya que no existen planes ni anuncios generalizados de otras inversiones masivas extranjeras o locales en nuestro país de esa envergadura.

Fieles a su tradicional parasitismo, los capitalistas argentinos están consiguiendo salir adelante no a través de la modernización de sus equipos, sino por medio de la sobreexplotación de la clase obrera con salarios bajos o congelados durante años, con largas jornadas de trabajo y una precarización del empleo con casi la mitad de los trabajadores trabajando «en negro». Las últimas cifras publicadas por el INDEC hablan de que la mitad de los trabajadores ganan menos de $435 al mes (Clarín, 5 de diciembre), mientras que el ingreso medio está en $645, todavía por debajo de la línea de la pobreza, cuantificada en $735. Esta sobreexplotación inhumana se refleja en las cifras de accidentes laborales, accidentándose el 14,5% de los trabajadores, de los que 1700 mueren anualmente, a una tasa de 14 trabajadores muertos por cada 100.000, una de las más altas del mundo.

Pero esta situación está provocando la lenta y progresiva irrupción en la escena de las luchas de la clase obrera por aumentos de salario y mejores condiciones de trabajo, lo que está transformando todo el eje de la situación social y política.

La situación de la izquierda

La izquierda argentina tuvo en el Argentinazo la mejor oportunidad en décadas para emerger del mismo con una base de masas y salir de su relativo y tradicional aislamiento respecto a la clase obrera. Lo primero que se debe reconocer es la gran entrega y sacrificio desplegados por la militancia de izquierda en el período previo y, sobre todo, después del «Argentinazo». Estuvo en la primera línea de las movilizaciones de masas, y fue la principal impulsora y animadora de las nuevas experiencias organizativas nucleadas en torno a los movimientos de desocupados, las asambleas populares y las fábricas recuperadas.

Sin embargo, enfrentada a un movimiento de masas fresco, recién despierto y sin mucha experiencia política previa, para conectar con el mismo y desarrollarlo hacia delante se necesitaba una ruptura radical con los métodos del pasado, superar los enfrentamientos sectarios, tener la habilidad de dotarse de un programa de consignas de transición que vincularan los problemas más urgentes e inmediatos que preocupaban a las masas (salario, empleo, vivienda, etc) con la necesidad de la lucha por el socialismo, y desarrollar un trabajo revolucionario paciente y sistemático en la base de los sindicatos para ir tomando posiciones en los mismos.

Lamentablemente, poco de esto se hizo. A esto se añadió la incapacidad de los grupos más relevantes de la izquierda para desarrollar una consistente política de «frente único» en el movimiento piquetero, sindical, estudiantil y barrial, única manera en que pequeños grupos pueden captar la atención de miles de trabajadores, mujeres y jóvenes.

Si bien jugaron un papel relevante con una orientación audaz al movimiento piquetero, lo que les permitió aumentar la escala de su influencia, fraccionaron al movimiento. Cada partido construyó su propio grupo piquetero en lugar de formar una única organización común con libertad de corrientes en su interior.

El papel de la izquierda en el período previo a las elecciones presidenciales de abril del 2003 demostró la falta de perspectivas y los análisis equivocados de la mayoría de las agrupaciones políticas. Fueron incapaces de prever que, a falta de otra alternativa, los trabajadores y las clases medias buscarían en las elecciones, es verdad que sin gran entusiasmo, una manera de resolver sus problemas. En la medida que durante meses la impresión que dio la izquierda fue la de boicotear estas elecciones, en la práctica se boicoteó a sí misma, confundiendo el ambiente de una minoría de activistas con el de las amplias masas de la población. La presentación de varias listas enfrentadas no hizo sino empeorar esta situación.

La desorientación política que actualmente atraviesa la mayoría de estos grupos se debe a que sustituyeron el análisis científico del marxismo por el empirismo y el impresionismo, confundiendo sus deseos con la realidad, yendo a remolque de los acontecimientos y, sobre todo, negándose sistemáticamente a detectar y corregir sus errores y sus falsos análisis con el fin de preservar el sentido de infalibilidad de la dirección y su prestigio.

Por esta razón se ven obligados a cambiar su caracterización de la situación política cada 3 meses y sus consignas cada dos semanas. Pasan de la euforia a la depresión, y viceversa, con la misma facilidad que una persona pasa de un vagón de primera clase a otro de segunda, según los flujos y reflujos de la lucha de clases.

La clase obrera argentina sufre una gran orfandad política. Tras la amarga experiencia de los últimos 30 años se puede vaticinar que el peronismo (o, más exactamente, el PJ) ya no será capaz de encolumnar políticamente tras de sí a la mayoría de los trabajadores, lo que será más evidente aún en la medida que el kirchnerismo demuestre de ahora en más su incapacidad para resolver los problemas que afectan a las familias trabajadoras. La izquierda, por lo tanto, tiene una nueva oportunidad. Lo que se necesita es una revisión completa de los métodos y las perspectivas aplicados hasta ahora.

Construir nuestra propia herramienta política de masas, diferente y opuesta al resto de partidos y corrientes patronales que durante décadas se disputaron el poder sólo para explotarnos mejor a favor de los capitalistas, y que agrupe a una cantidad creciente de trabajadores para luchar por estas ideas es una necesidad que se va a ir poniendo de manifiesto de ahora en más. Los sindicalistas y gremios combativos, las agrupaciones de izquierda, los trabajadores y los jóvenes luchadores debemos aunar esfuerzos para ayudar a hacer realidad esta perspectiva.

* Editorial de El Militante Nro. 11 Buenos Aires, 18-12-04