Censura, precarización, un empresario-sindicalista, las grandes «figuras» y su obsecuencia con la patronal, los luchadores anónimos y los carneros premiados, el periodismo obediente y los que resisten, de los derechos humanos a sueldos de miseria. Crónica de dos décadas en Página12, reflejo de una época del periodismo.
Despertar. Fue en el 4° año del colegio industrial.  Rareza de tener 14 años y comprar Página12 los viernes, día que llevaba  entre sus páginas un suplemento-capítulo del «Nunca más». Fueron semanas de ir al puesto de diarios y conocer nombres que nunca había escuchado: Pasquini Durán, Gelman, Soriano, Bayer.
2003. Ingresar como pasante en Sociedad (Información  General). Un año de aprendizaje, paga escasa y experimentar la cocina  desde adentro. Doce meses después, pase a «colaborador». También conocer  de las asambleas, que se realizaban entre los mismos escritorios de la redacción, con mucha participación (mientras los jefes trabajaban y miraban de reojo).
Periodismo. Es un oficio que consiste en contar lo que pasa. Con mirada crítica  sobre el poder político, judicial y empresario. No es objetivo, sí  honesto intelectualmente. Y es una herramienta para el cambio social.
Noticias. De pueblos indígenas, campesinos, asambleas  socioambientales, científicos críticos. Territorios, megaminería,  agrotóxicos, forestales, petróleo, agua, crisis climática,  multinacionales. Dos décadas de escribir (y visitar) sobre lugares  alejados de los centros del poder. «Somos un diario porteño», se excusó  un editor para justificar por qué rechazaba una nota sobre Jáchal u otra  sobre Ingeniero Jacobacci en la misma semana. El centralismo mediático también es injusticia informativa. No son «medios nacionales», son medios porteños.
Precarización. La figura de «colaborador» en los diarios es sinónimo de precarización, de trabajo a destajo, siempre mal pago.  Se cobra por nota (en la actualidad unos 20.000 pesos) y los jefes  deciden cuánto escribe cada periodista (no es decisión del  periodista-colaborador). Los jefes deciden, de forma unilateral, tu  salario. En la actualidad se debieran escribir 55 notas al mes (algo  imposible) para un salario que esté por encima de la canasta básica y no  ser pobres. En Página12 trabajan al menos 34 periodistas en esa  situación.
Miseria. Un periodista que trabaja desde hace diez años  en Página12 cobra 500 mil pesos. La patronal, liderada por el  empresario/sindicalista Víctor Santa María, se escuda en lo negociado  por la cámara empresaria Aedba (Asociación de Editores de Diarios de la Ciudad de Buenos Aires —integrada por Clarín, La Nación, El Cronista, Página/12, Perfil y Crónica–). Santa  María construyó un conglomerado mediático y es millonario. Es un  referente político del Partido Justicialista de la Ciudad de Buenos  Aires. En entrevistas con amigos suele mencionar la «justicia social».  Se muestra progresista, pero se maneja como un patrón de estancia del  siglo XIX. En la miseria de los salarios  también hay una enorme responsabilidad de arrastre (y que aún tiene  consecuencias) de la burocracia sindical de la Utpba (Unión de  Trabajadores de Prensa de Buenos Aires –un sello de goma que aún tiene  personería gremial–).
Periodismo aplaudidor. Cuando Cristina Fernández de  Kirchner obtuvo el 54 por ciento de los votos (2011), la dirección del  diario y sus comisarios políticos redoblaron su apuesta: no al periodismo, sí a la obsecuencia.  Parecían competir por quién era más oficialista. Lejos de intentar  marcar agenda por izquierda o cuestionar lo que estaba mal (para mejorar  su gobierno), se silenciaron las mínimas críticas existentes, se acusó a  las miradas distintas de «hacer el juego a la derecha» y se aceleró el  periodismo aplaudidor.
Responsabilidades. La mayor responsabilidad de la  decadencia del diario es del dueño del medio, de los gerentes, la  dirección periodística y de los jefes/editores. Conviven allí una mezcla  de mercenarios, traidores y carneros. Algunos/as de ellos son «firmas  famosas» y, es bien sabido, los periodistas más reconocidos no suelen ser buenos compañeros y rara vez tienen coherencia entre el decir y el hacer.  Al mismo tiempo, hay también periodistas «rasos» que son parte del  problema: que trabajan cuando hay medidas de fuerza decidida por la  asamblea de trabajadores, desclasados que no cuestionan nada que provenga de arriba. Ellos también tienen su cuota de responsabilidad.
2011. El 16 de noviembre de 2011 asesinaron al  campesino Cristian Ferreyra, integrante del Mocase-VC. Se acordó la  cobertura y el enfoque con el editor. Se escribió y entregó la nota en  tiempo y forma. Pero al día siguiente publicaron un escrito muy  distinto, sin mención a las responsabilidades del gobernador Gerardo  Zamora y del gobierno nacional de Cristina Fernández de Kirchner. Y  dejaron mi firma. Esa mañana hice pública la censura. Ya nada fue igual.  La empresa amagó con el despido. Una carta pública –firmada por más de  cien organizaciones sociales, comunidades indígenas y asambleas  socioambientales– denunció el hecho. La Comisión Interna,  luego de tres horas de asamblea de trabajadores en la redacción, emitió  un comunicado de repudio a la empresa y la exigencia de regularizar la  situación laboral. Osvaldo Bayer intervino y pidió que no haya despido ni represalias.
Censuras. La censura es muy común en los grandes medios  de comunicación. Tan común que se ha naturalizado muchas veces bajo la  farsa de «línea editorial». En primera persona: no se podía publicar  artículos sobre Gildo Insfrán, ni sobre Barrick Gold en San Juan (vía  Gioja y los distintos gobernadores), mucho menos críticas a la YPF que  destruye y contamina en Vaca Muerta o los impactos ambientales de las  mega represas en Santa Cruz. Tampoco se podía cuestionar al ministro de  ciencia Lino Barañao (hasta que pasó a ser ministro de Macri) ni a  Roberto Salvarezza ni a Raquel Chan (todos referentes de la ciencia  hegemónica al servicio del extractivismo). Es real que sucede de similar  forma en Infobae, Clarín, La Nación (y sigue la lista), pero rara vez  se habla de censuras. Y, peor aún, muchas veces reina la autocensura.
DDHH. «El diario de los derechos humanos» fue la  referencia durante años. Pero quedó anclado en las víctimas de la última  dictadura cívico militar. La doble vara es evidente cuando se trata del  sufrir de los pueblos indígenas, campesinos, activistas  socioambientales o del padecer de las barriadas populares del país. Derechos humanos selectivos.
Represalias. Previo a noviembre de 2011 publicaba diez  notas al mes. Muchas eran artículos extensos, dobles páginas y hasta  algunos eran la tapa del diario. Luego de la denuncia pública, solo  publicaron (de forma sistemática) dos notas al mes. Redujeron el salario  en un 80 por ciento (hasta 2024, cuando publiqué por última vez).
Premios y castigos. Decirles «no» a los jefes tiene  costos. Decir que «sí» tiene premios. Muchos periodistas que se plantan  por sus derechos son castigados de diversa forma (le publican poco o  nada, padecen ediciones traicioneras, nunca son ascendidos, tienen cero  reconocimientos). Por contraposición, existen variados casos de jóvenes  periodistas, hasta incluso algún/a pasante universitario/a, que ingresa y  rápidamente escala posiciones. El colmo: que un novato/a se transforme  en editor/a de colegas con veinte años de antigüedad. Página12 no premia la capacidad, premia la obediencia.
Un sistema. «Nos mean y dicen que llueve», decía la  pintada que en 2001 apareció en las paredes y sigue siendo, dos décadas  después, un buen resumen de la decadencia de los grandes medios de comunicación.  Un modelo que privilegia el impacto por sobre la información, las  interacciones en redes digitales por sobre las voces de los  protagonistas, los clics por sobre el pensamiento, las caricias del  poder por sobre los abrazos del pueblo, lo individual por sobre lo  colectivo.
Escritorio. A fines de los ’90 e inicios del 2000,  algunos periodistas aún iban a los lugares donde sucedían los hechos.  Era común en las redacciones pedir un remís o taxi e ir hasta algún  barrio de Capital Federal o del Conurbano. Incluso, ante hechos  puntuales, se viajaba a las provincias y se cubría durante días (o  semanas) desde el lugar de la noticia. Pero desde hace años ya nadie  sale de las redacciones (ni siquiera a los barrios cercanos). Los hechos  se «cubren» por televisión, teléfono y redes digitales. Mucho menos se  viaja a las provincias sometidas por injusticias (tanto empresarias como  políticas). Antiperiodismo: contar los hechos desde un escritorio, sin pisar la calle.
Testimonio. La paradoja de vivir injusticias de forma cotidiana y no contarlas. Es lo que le pasa a los periodistas, que no dan cuenta de lo vivido en el oficio.  No se transmite la memoria de las propias luchas, triunfos y pesares  del gremio. Las nuevas generaciones no tienen esa memoria histórica y  eso es funcional a los de arriba. El periodismo lo terminan contando las  «figuras-estrellas» (alejadas de los trabajadores), el «periodismo  mainstream» o hasta los propios dueños de las empresas (el caso más  patético es Jorge Fontevecchia de Perfil). La historia debiera ser contada por los trabajadores y las trabajadoras. Como decía Andrés Carrasco: además de hacer, hay que decir.
Gracias. A las comunidades indígenas, organizaciones  campesinas, asambleas socioambientales, científicos críticos, medios de  comunicación comunitarios, colegas y amigos de Página12, a los  delegados/as de la Comisión Interna, al Sipreba  y a los medios de comunitarios que siempre dieron espacio (Cooperativa  Huvaiti, FM la Tribu, FM Comunitaria Kalewche, Sudestada, Comunicación  Ambiental y Cooperativa La Brújula, entre otros).
2025. Fue una larga despedida que, quizá, comenzó en  2011. La última confirmación del paso a dar fue el caer en la cuenta de  que había dejado de leer «el diario» (sinónimo de Página12 para quien  escribe estas líneas). Nunca, desde aquel 4° año de colegio industrial,  había dejado de entrar a sus páginas y ver qué noticias daban cuenta de  la realidad. Hace meses que ya no ingreso a la web y, cuando lo hacía,  daban vergüenza las publinotas de gobernadores, intendentes del  conurbano y hasta de empresas. A fines de 2024 comencé estas líneas que  intentan ser una simple ayuda memoria del transitar en ese diario y,  quizá, aportar un mirada de lo que pasó en el oficio en estas décadas.
Futuro. El periodismo es un oficio demasiado importante  como para dejárselo a las empresas y a esas figuras mediáticas (de  medios y/o redes digitales) alejadas de los territorios. El periodismo  seguirá en muchos compañeros/as que resisten en esos diarios y portales,  pero sobre todo en la enorme cantidad de medios comunitarios,  cooperativos y autogestivos que día a día están en las calles, en los  territorios y que dan testimonio de las injusticias, pesares y sueños de los pueblos.
Blog del autor: https://darioaranda.com.ar/
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