Recomiendo:
2

Una amistad perdurable

Fuentes: Rebelión

En la reunión del pasado domingo con los gobernadores del llamado “Norte Grande”, Sergio Massa tuvo manifestaciones de estrecha cercanía hacia el mandatario jujeño, Gerardo Morales, al que llegó a tratar como “querido amigo”.

No faltaron observadores que hallaran llamativa esa declaración pública, dado que ambos políticos se hallan hoy integrados en coaliciones contrapuestas. Y eso en un tiempo de campaña electoral.

Una larga y hermosa relación.

Quien esto escribe considera que, por el contrario, nada hay de remarcable o sorprendente en esa declaración amistosa.

El vínculo entre ambos se remonta bastante atrás en el tiempo. Quienes han historiado su relación la refieren a más tardar a 2014 o 2015, con el hito provisto por el apoyo del exjefe de gabinete nacional a las aspiraciones del jujeño a la gobernación provincial. El hombre de Tigre incluso “colocó” como aspirante a vicegobernador a un hombre de su partido, Carlos Haquim, quien resultó electo junto con Morales.

Por la misma época, el dirigente del radicalismo fue derrotado en su pretensión de que la decisión de la Unión Cívica Radical incluyera en la alianza entonces en ciernes no sólo al partido de Mauricio Macri, sino asimismo al Frente Renovador, o que incluso se inclinara sólo por esta última agrupación.

No pudo ser y la flamante alianza terminó en competencia con Massa por la presidencia en los comicios presidenciales de 2015 y el jujeño encolumnado allí.

Es cierto que el actual ministro de Economía en esos momentos profesaba un rotundo antikirchnerismo, que lo aproximaba a la flamante convergencia de la oposición de derecha, un factor atendible a la hora de evaluar la entente cordial entre ambos dirigentes.

Pero también es verdad que la posterior inclusión en el recompuesto panperonismo del líder del Frente Renovador no llevó a un distanciamiento. Y tampoco las actuaciones del radical al frente del estado provincial a lo largo de dos mandatos.

Su explícito rol de carcelero de Milagro Sala, con el poder judicial provincial colonizado como intermediario, no pareció causar la mínima perturbación al versátil líder del Frente Renovador.

Y en tiempos más recientes, no se le escuchó la menor objeción a la represión desatada en la provincia del norte desde mediados de este año.

Ni la resistencia popular contra la reforma constitucional arbitraria y pasible de objeciones de procedimiento, ni la lucha frente a la desposesión de los pueblos originarios en aras del negocio del litio conmovieron al dirigente del peronismo.

Tampoco los actos de brutalidad policial y las injustas incriminaciones judiciales puestos al servicio de su ahogamiento. Su correligionario Haquim sigue en San Salvador como vicegobernador provincial e integrado al partido massista.

En la reunión de Salta del último fin de semana, entre loas a la “unidad nacional”; anuncios de probables inclusiones extrapartidarias en el gabinete si su postulación presidencial llega a buen término y elogios a la “seriedad” y “responsabilidad” de los líderes provinciales incluso opositores, la complicidad Massa-Morales mostró un excelente estado de salud.

No se trata de meras simpatías.

El breve análisis que antecede podría pecar de anecdótico si no se encuadrara en un fenómeno más amplio: La existencia de larga data en nuestro país de una suerte de “partido único del ajuste”, que más allá de enrolamientos partidarios y discrepancias más o menos de superficie, sostiene su favorecimiento a los intereses generales del gran capital y su perenne acción en contra de los ingresos y condiciones de vida de los trabajadores.

Ese alineamiento común viene recobrando solidez y evidencia desde que el cierre de la brecha abierta por la crisis de 2001 se consolidó. Y las posibilidades redistributivas provistas por el auge de las commodities y un crecimiento económico sostenido dieron todo de sí.

Los dos dirigentes sobre los que escribimos han sido firmes partícipes de ese partido que no figura en ningún registro electoral pero tiene una clara existencia en los hechos. Y lo muestran desde los cargos institucionales que hoy ocupan.

El exintendente de Tigre y el todavía gobernador jujeño se han contado además entre los más entusiastas del disciplinamiento pleno de la dirigencia política con los poderes fácticos. Es más que público, por ejemplo, el “compromiso” de los dos con los intereses más concentrados del extractivismo exportador.

El mismo extractivismo que abreva en un doble beneficio para la dirigencia política que se encolumna detrás suyo: En primer lugar una perspectiva de monumentales y crecientes ganancias para conglomerados económicos extranjeros y locales, con los que le interesa mantener una pemanente entente cordiale.

Y en segundo término la generación de importantes recursos en divisas para las arcas estatales. Destinados de antemano al pago de la deuda estafa con el que la dirigencia política en general y quienes hoy nos ocupan en particular tienen un alineamiento completo.

La embajada estadounidense y las políticas de la “gran democracia del Norte” en particular son objeto también de la devoción generalizada en la dirigencia, con Massa y Morales entre sus cultores más fervientes.

Es fácil percibir que nada decisivo los separa. Comparten un alineamiento de clase; y una visión del mundo, la economía y la política acorde con esa identificación. Incluso en un aspecto tan álgido como las mal denominadas “políticas de seguridad”, los enhebra un compartido “manodurismo” que han ostentado de modo reiterado en sus campañas políticas y en sus gestiones de gobierno.

¿Y después de diciembre?

Cabe la pregunta acerca de las perspectivas futuras de entendimientos y alianzas entre ellos. La respuesta más factible es que el futuro visible será de renovada armonía y comprensión.

Esto puede resultar cierto cualquiera sea la suerte de la postulación de Sergio Massa. Ya sea que se dé la hipótesis que hoy aparece menos probable de que diciembre de este año lo encuentre en la presidencia de la Nación, o la más asequible de que una derrota digna lo coloque en posición de encabezar una “renovación” de sentido conservador del panperonismo; el actual candidato necesitará de hombres como el jujeño.

Éste ya sabe que la vicepresidencia de la Nación no integra su porvenir cercano y es probable que necesite renovar alineamientos y alianzas si Juntos por el Cambio sale perdedor de las elecciones.

Su hartazgo hacia Mauricio Macri ha sido aireado de modo ruidoso en los últimos días. Es probable que una doble derrota, la de las internas y la de la general, impulsen al carcelero de Sala a buscar otros rumbos. Y en ese caso, las miradas y opiniones compartidas pueden llevarlo al mismo campo que al actual responsable de la política económica, sea dentro del gobierno o integrados en la oposición.

Todo en honor del imperturbable entendimiento con el gran capital y la despreocupación estratégica por los padecimientos de nuestro pueblo.

¿Cabe pensar todavía que personajes de este calibre son un prospecto plausible a la hora de “frenar a la derecha”?

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.