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Una lanza a favor de los periodistas de «El País»

Fuentes: Rebelión

Parece que la dirección del diario El País está irritada con sus periodistas porque, en la actual negociación de su convenio colectivo, han acordado no firmar sus textos durante una semana como protesta por la marcha de esas conversaciones. En éste como en otros temas laborales no existe una posición neutra: o se está a […]

Parece que la dirección del diario El País está irritada con sus periodistas porque, en la actual negociación de su convenio colectivo, han acordado no firmar sus textos durante una semana como protesta por la marcha de esas conversaciones. En éste como en otros temas laborales no existe una posición neutra: o se está a favor de los redactores o a favor de la gerencia de la empresa. Lo que resulta sorprendente es que, en lugar de exponer una y otra alternativa, la dirección arremeta contra sus periodistas no usando argumentos sino descalificaciones y amenazas a través de una «tribuna» colectiva de todos los directores del periódico que han pasado por el cargo («Transparencia frente a Fuenteovejuna», El País, 28-6-2011). Parece como si el actual director y responsable editorial no se sintiera suficientemente fuerte y necesitara un apoyo suplementario desde arriba.

Nos hemos enterado de las peticiones de estos trabajadores por fuentes ajenas a las páginas del periódico (ver «La plantilla de El País propone a la empresa una rebaja salarial del 4,5%», en Rebelión, 27-6-2011). El comité del diario ha ofrecido a la empresa la mencionada rebaja salarial (esfuerzo colectivo que merece valorarse) a cambio de una mejora económica sustancial para los nuevos contratados (ejemplo de solidaridad con los más débiles que no suele abundar). Protestan frente a los anunciados despidos, una doble escala salarial y los recortes, mientras, según ellos, los directivos del Grupo Prisa se reparten millones a pesar de la crisis. También rechazan la deriva conservadora y acrítica de buena parte del periodismo actual: «creemos que la sociedad democrática no puede permitirse que se sustituya a informadores conscientes y responsables por máquinas que reproduzcan fielmente las notas de prensa de empresas y partidos».

Veamos ahora la línea argumental del ataque de los directivos. No entran a discutir las razones y las propuestas de sus periodistas (ése es un terreno «laboral» que ellos, con mucha elegancia, dejan de lado para no contaminar su enfoque puramente «profesional»). Sólo hablan del anonimato de los textos que les parece «una falta de respeto a los lectores», que se convertirían así en «rehenes» (?), y un atentado «contra la deontología y el buen hacer profesional». Reconocen, eso sí, el derecho individual a no firmar sus escritos, pero de ninguna manera un derecho colectivo. Con el fin de recuperar la normalidad este sanedrín ejecutivo concluye amenazante «que hay que tomar las medidas necesarias para recuperar el crédito perdido» (cursiva mía). Después de tanto rodeo, volvemos al lenguaje empresarial del «ordeno y mando».

Están muy equivocados estos directivos si piensan que por su protesta El País pierda calidad y ofenda a sus lectores. Al contrario, esa medida de presión transitoria baja del pedestal a los miembros del diario (incluidos los altos cargos) y los sitúa en una habitual y democrática lucha sindical. La calidad se pierde cuando se sustituye la objetividad por intereses creados de tipo económico o político y cuando en lugar de datos verificables se tergiversan los hechos con prejuicios y estereotipos (como ocurre con excesiva frecuencia respecto de América Latina). No es cierto -como insinúan ellos- que el director de El País se vea privado del derecho estatutario de veto sobre los originales, vengan estos firmados o sin firmar. Ni, por supuesto, el lector va a ser engañado por no ver al final del texto una firma más o menos conocida. Prima, en efecto, siempre el contenido del texto sobre la autoría del mismo. «La verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero», advertía hace tiempo Antonio Machado.

Parece que el núcleo del ataque a sus periodistas le haya sido inspirado a Juan Luis Cebrián y acompañantes por un episodio legendario de nuestra historia, inmortalizado en la literatura por Lope de Vega, Fuenteovejuna. Para rematar al adversario- en este caso la asamblea de redactores- hablan con dramatismo de «la protesta opaca del Fuenteovejuna de turno». Como se sabe, incluso sin necesidad de ser académico, se trató de un levantamiento popular contra los abusos del poder. De aceptar la comparación, la dirección de la empresa ocuparía el papel del Comendador y los periodistas de El País el del sufrido y justiciero pueblo. No recordemos, ni por asomo, las torturas ejercidas por el cruel Fernán Gómez de Guzmán contra trescientos vecinos, incluidos niños; como tampoco el trágico final del odiado déspota.

Hasta Lope, poco dado a ponerse al lado de las víctimas, celebró en este caso la sublevación del pueblo:

¡Vivan Castilla y León.

y las barras de Aragón,

y muera la tiranía!

(…) Salgan siempre victoriosos

de gigantes y de enanos

y ¡mueran los tiranos!

Aunque se empeñen los directivos irritados, la protesta de los periodistas de El País no puede calificarse de opaca, ni de Fuenteovejuna. Es sencillamente una protesta colectiva en la lucha legítima por sus derechos laborales y profesionales.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.