El pasado mes de marzo se celebró en Huesca el IX Congreso de Periodismo Digital. Jean F. Fogel, como representante del diario «Le Monde», defendió la próxima desaparición de los periódicos de pago, a favor de internet y de los diarios gratuitos. El año 2005 había publicado «Una prensa sin Gutenberg» (Ed. Grasset), colaborando en […]
El pasado mes de marzo se celebró en Huesca el IX Congreso de Periodismo Digital. Jean F. Fogel, como representante del diario «Le Monde», defendió la próxima desaparición de los periódicos de pago, a favor de internet y de los diarios gratuitos. El año 2005 había publicado «Una prensa sin Gutenberg» (Ed. Grasset), colaborando en la implantación de «Le Monde» en internet.
Sus previsiones pensamos que están equivocadas.
A primeros de setiembre, una agradable noticia salía en prensa: «De nuevo los periódicos se vendieron en París a voz en grito». «Le Parisien», «L’Equipe», «Le Monde», «Liberation»… («Liberation», 08/09/10). El antiguo modo de divulgación y venta de la prensa escrita -a gritos- se había iniciado el pasado mes de marzo, a modo de prueba en diecisiete estaciones de tren de París y sus alrededores, y también en el centro de Lyón. Ahora, desde primeros de setiembre, una veintena de vendedores vocean la presencia de trece diarios en once estaciones de metro. El ensayo parece producir buenos resultados. La venta de diarios en papel aumenta.
Con demasiado simplismo se ha achacado la pérdida de prestigio y ventas del diario vespertino «Le Monde» -y otros diarios- al desarrollo de internet y a los diarios gratuitos -como «20 minutos», con sede en Noruega y «Metro», originario de Suecia-.
Una pequeña historia. Poco margen de error existe al afirmar que el vespertino «Le Monde» ha sido en la República francesa, y también en nuestros lares, un periódico de referencia obligada desde su fundación en 1944. Asociado a un órgano de prensa serio y objetivo, ha constituido con frecuencia la voz de los intelectuales franceses.
Pero… entre 1994 y 2007 el diario vespertino ha estado dirigido de manera totalmente diferente por un hombre, J.M. Colombani. Como resultado de su gestión durante los cuatro últimos años el diario ha perdido más de 80.000 ejemplares, y a finales del 2006 sus pérdidas económicas ascendían a 150 millones de euros, mientras que su director se asignaba un salario de 26.000 euros mensuales y accionistas influyentes se hacían con parte de su capital social. Lagardere, amigo de Sarkozy, tomaba un 17% al igual que Prisa adquiría el 15%, ambos interesados en la compra del grupo.
«Le Monde» salió a cotizar en bolsa, creció diversificándose a costa de endeudarse, y lo que es peor aún, perdiendo su independencia política. Denunció la prensa gratuita, iniciando al poco tiempo la edición de «20 minutos» en sus propios talleres. Se solidarizó con la OTAN durante la guerra de Kosovo; criticó duramente el movimiento altermundialista; inició, como lo hace la prensa rosa, la defensa de los célebres hombres de negocios, calificándolos de «simpáticos y sinceros». Apoyó la candidatura de Sarkozy y su ultraliberalismo, llegando a afirmar (08/2/28) que «incluso las democracias pueden llegar a ser tan sofocantes para las minorías ricas y despreciadas, que una cuenta bancaria sin control se haga necesaria. (…) Cuando el Estado se convierte verdaderamente en opresivo, [los paraísos fiscales] constituyen una protección esencial para el ahorro» (Citado por Acrimed).
El problema de «Le Monde» ha sido mucho más que un problema financiero. La crisis ha consistido fundamentalmente en la pérdida de los valores del diario. «Le Monde» se había desviado, deslealmente, de su papel de contrapoder, alineándose a las tesis del liberalismo de Sarkozy. El origen del mal está en el poder. El mayor problema de la prensa escrita y de pago se sitúa en el hecho de su vinculación con el poder.
Los ciudadanos precisamos no sólo de información, de datos que se acumulan llegando a perder todo significado. El exceso de información enturbia la verdad. Necesitamos la relación de los hechos más significativos, los más importantes para nosotros, aquellos que nos sirven para la acción, al mismo tiempo que precisamos de claros criterios de análisis democráticos.
La prensa, la gran prensa del Estado español, radios e informativos televisivos, constituyen el más patente modelo de la anti-ecología de la información.
Jamás la verdad se sitúa en un cúmulo de datos, que se yuxtaponen y muchas veces se contradicen. La independencia periodística tiene que ser tan ecológica como discriminatoria y tan crítica como opositora al poder. Pero lo que no puede es ser independiente del pensamiento, claramente político, de la defensa de la libertad y de la denuncia del abuso del poder.
Busco «mi» diario porque es el reflejo de veracidad de los hechos, y porque mantiene viva la llama del valor crítico, de su juicio permanente contra los seudo políticos. La objetividad produce independencia, y la independencia frente al poder lleva a la objetividad.
Lo necesito en la calle. Preciso que su nombre sea gritado y que no permanezca escondido en las estanterías bajas de muchos quioscos. Que todo el mundo sepa que existe, y que yo no sea mal encarado porque me vean con él bajo el brazo. Hoy, al menos en París, felizmente, se les vocifera por la calle como antaño.
Me resulta grotesco, que Patrick Le Hyaric, director de «L’Humanité», diario del Partido Comunista Francés, solicite que «hay que ayudar a la prensa de pago de calidad. (… ) ¿Por qué no crear una fundación para el pluralismo de la prensa bajo la égida de Estado?» («Liberation» 08/9/1)
Me resulta patético, porque cuando el estado patrocina algo, lo fagocita.
No es una pequeña anécdota. Manifiesta la ambición y el miedo que penetra la esfera de ciertos dirigentes de empresas de la información. Parece difícil mantenerse constante en los más elementales principios de libertad.