Escribir sobre la cuestión de la que voy a escribir crea una penosa situación. Porque todos los que hemos repudiado la dictadura desaparecedora de 1976 tenemos en nuestro corazón el papel glorioso de las Madres de Plaza de Mayo, de las catorce iniciales y de todas las que se fueron sumando con coraje cívico y […]
Escribir sobre la cuestión de la que voy a escribir crea una penosa situación. Porque todos los que hemos repudiado la dictadura desaparecedora de 1976 tenemos en nuestro corazón el papel glorioso de las Madres de Plaza de Mayo, de las catorce iniciales y de todas las que se fueron sumando con coraje cívico y con entereza moral.
Por eso, cuesta hablar de la llamada Universidad de las Madres de Plaza de Mayo.
De todos modos, hay que decir que las universidades son, al menos las públicas, entidades plurales y pluralistas. (En ese sentido, la existencia de universidades privadas y temáticamente restringidas, plantea el mismo problema que la salud en manos privadas y con fines de lucro, por tratarse de bienes sociales tan generales e indivisos; la salud y el saber).
El pluralismo característico de la actividad universitaria, dinamizado si cabe a través de las cátedras libres generadoras de conocimientos laterales o lateralizados respecto de los curriculares consagrados, es otro rasgo que reafirma la oxigenación ideológica y el pluralismo universitario.
Para decirlo sumariamente, una universidad debe procurar la mayor diversidad conceptual o pluralidad, lo cual no significa que el estudiante deba hacerse ecléctico sino que debe aprender a optar entre opciones y no «hacerse», cultivando una bajada de línea. Los estudiantes deben aprender a problematizar, no a recibir consignas, por más correctas que nos suenen.
Si un centro de estudios se dedica a difundir un muy ceñido panorama de ideas, eso resulta más bien una escuela de cuadros, usando la vieja terminología bolchevique. En tal caso se difunde un cuerpo de ideas con pretensión de corrección política y hasta de virtud, pero el estudiante ha sido sólo mero receptor; lo que Paulo Freire calificaba como «educación bancaria», por más «revolucionarias» que fueran las posiciones.
Cuando en 2007 se desguaza la librería que había llegado a formarse en la Casa de las Madres, tal se hizo para enderezar y unificar la bajada de línea. Con ello se perdió un sitio de rara vitalidad en la ciudad de Buenos Aires, con una multitud de publicaciones de pueblos originarios, de trosquistas, anarquistas, poéticas, de diversidad sexual, de experimentación gráfica y expresiva. La decisión fue depurar.
De los cientos de publicaciones quedaron cinco. Eran las cinco más afines con el proyecto político al parecer dominante. Cinco publicaciones que más o menos retransmitían la línea que bajaba desde alguna altura. Recuerdo que había una sexta que quedó en el limbo; Punto de vista, dirigida por Beatriz Sarlo, que había iniciado su vida editorial en el tiempo de la dictadura desaparecedora. Indudablemente el escollo para purgar a Punto de vista y a su directora no era de dudas sobre discrepancias, pues éstas eran ciertas, sino a causa del peso específico de una intelectual como Sarlo.
Sarlo rompió el nudo gordiano, porque justo entonces dejó de existir Punto de vista.
Pero esa «limpieza» bibliográfica reveló a mis ojos una angostura ideológica. La misma que se manfiestará cuando se borre el nombre de Bayer para el café de Madres poniendo el seguro-a-toda-prueba del Che (en realidad, ya había estado discutible eso de bautizar a un café con el nombre de alguien vivo, pero no fue para salvar ese error que se borró a Bayer de un plumazo).
En resumen, si es verdad que el gobierno le adeuda a la UMPM un dinero, que no se enjugue ese déficit incorporándola como universidad pública. Que en todo caso se le pague lo adeudado.
El trámite de convertir a la universidad de Madres en universidad pública es harina de otro costal.
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