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Unos apuntes sobre ciertos adjetivos

Fuentes: Rebelión

Quienes en todos los tiempos tienen el privilegio de actuar sobre sus semejantes mediante la información, han empleado epítetos precisos y denigrantes con el fin de descalificar ante las masas a aquellos que de algún modo pueden alterar el orden de cosas existente.   Por ello, los grupos sociales no encuadrados en la racionalidad de […]

Quienes en todos los tiempos tienen el privilegio de actuar sobre sus semejantes mediante la información, han empleado epítetos precisos y denigrantes con el fin de descalificar ante las masas a aquellos que de algún modo pueden alterar el orden de cosas existente.
 
Por ello, los grupos sociales no encuadrados en la racionalidad de las élites del poder, siempre han sido estimados como desagradables, desdeñables y peligrosos, o en el mejor de los casos simplemente descritos como compuestos por malhechores, es decir quienes hacen el mal; Así, un (es de suponer) bien trajeado oficial británico durante la Guerra de Independencia Española contra las fuerzas invasoras napoleónicas, describía a los guerrilleros nativos, aliados momentáneos de la corona, como «cuadrillas de individuos del aspecto más vil que nunca halla visto». Tal vez los enemigos franceses merecieran mejor concepto de este personaje. Unos y otros tuvieron que reconocer el papel jugado por las fuerzas irregulares en aquella guerra.
 
En América en el siglo XIX el epíteto preferido para referirse a un enemigo público oficial por parte de quienes informaban era el de bandido. Así llamaba el Pacificador español Pablo Morillo a Simón Bolívar en toda su correspondencia antes de que este lograra ponerlo en aprietos. En el mismo sentido, por la misma época un representante de la iglesia católica, el obispo de Cartagena de Indias decía sobre Bolívar sin ahorrar en odios: El infierno tiene abiertas sus fauces para recibir tu alma. Luego el caraqueño fue aclamado por muchos americanos del sur como ‘Libertador’ y sus ideas casi doscientos años después inspiran a muchos en varias naciones del continente, sin que se les denomine ideas de un bandido, a aquellos ‘seguidores de bandidos’ o a quienes las explican a las siguientes generaciones ‘ideólogos de bandidos’.
Durante las guerras civiles es donde se muestran más los cambios extremados en la interpretación de los actos humanos, reflejándose en la utilización de adjetivos, en veces cambiantes a antónimos de los primeramente utilizados. En Colombia durante la denominada ‘Guerra de Los mil Días’, a finales del siglo XIX e inicios del XX, el bando detentador del poder (Conservador) a través de sus periódicos oficiales y semioficiales le atribuía a las acciones del ejército rebelde del partido liberal el epíteto de ‘imperio del terror’. Más tarde, miembros de este partido estaban en el parlamento, y tres décadas después llegaron al poder. Para entonces quienes encabezaron la rebelión eran tratados hasta por los mismos conservadores como ‘caudillos liberales’, próceres’ o ‘excelentísimos’.
 
Siguiendo con los cambio de adjetivos, uno de los más empleados por quienes informan en los noticieros televisivos en los inicios del siglo XXI es el de terrorista. Se usa cuando alguien emplea la fuerza de manera sistemática, en sus múltiples formas, para intimidar y así influir en las decisiones o las acciones de otros seres humanos.
En esta definición de terroristas encajan los actos de muchos que unas décadas atrás eran catalogados insistentemente por el gobierno más poderoso del momento como ‘luchadores por la libertad’; a la vez la misma definición ya no se emplea en otros a los cuales antes el mismo gobierno les definía así. Esto por intrincadas negociaciones y conveniencias económicas y políticas reflejadas en decisiones diplomáticas o en simples actos de fuerza. Es decir, ante la opinión pública creada por los medios aparecerán como terroristas, a quienes el Departamento de Estado gringo así los califique, de conformidad con unas circunstancias muy específicas y no al tenor de la definición de terrorismo.
 
Veamos: en el primer caso enunciado se hallan los talibanes, a los cuales pertenece el citadísimo Osama Bin Ladem (un hombre que a pesar de estar aquejado de una seria enfermedad renal huye con toda facilidad por los áridos terrenos de Asia Central y graba letanías en videos), quienes en 1985 fueron invitados a la Casa Blanca y elevados por el presidente estadounidense de entonces a la categoría moral de próceres de la independencia gringa, con todo y filmaciones de ese entonces, las cuales sería muy interesante volver a ver para apreciar a los propagandistas disfrazados de periodistas de aquellos tiempos.
 
Si en nuestra sufrida América Latina los periodistas hoy hablan de las acciones de terrorismo de estado perpetradas en las décadas de los sesenta, setenta y ochenta por militares como Videla, Pinochet, Strossner, Carrero Blanco, etc., no deben olvidar que en esos tiempos del blanco y negro televisivo y las radios AM, los miembros del gremio de la información de ese entonces denominaban con gran solemnidad y no poco temor a aquellos capitostes de ‘Excelentísimo Señor Presidente’, ‘Jefe de estado’, General Jefe de La Junta de Gobierno’ … etc., no haciendo alusión alguna respecto de las atrocidades por las cuales hoy se les acusa o se les ha juzgado y condenado: crímenes de lesa humanidad. Y que no se diga que no sabían de las denuncias de aquel entonces hoy confirmadas.
Lo propio deben recordar los comunicadores acuciosos de repetir los dicho en CNN Fox, etc., cuando se refieran a Sadam Hussein, hoy puesto en la categoría de criminal de guerra por un cambio en la política exterior de los Estados Unidos; lo mismo le ocurrió al General Manuel Antonio Noriega a quien llamaban tontamente en la prensa, radio y televisión ‘El hombre fuerte de Panamá’, y a quien con posterioridad a la invasión gringa de diciembre de 1989 no se le trata en estos mismos medios sino de ‘corrupto y narcotraficante’; o a Vladimiro Montesinos, antes citado como ‘Asesor del Presidente del Perú’, hoy tratado como un traficante de armas, sobornador, oprobioso y corrupto esbirro de Fujimori. ¡Qué decir de este!
Del lado de quienes vienen de ser terroristas denostados por su ‘salvajismo’ ‘irracionalidad’ o ‘comunismo’, etc., a convertirse en simpáticos hombres públicos, vemos nada más y nada menos que a uno detenido como peligroso criminal más de treinta años en cárceles surafricanas, por el grave delito de oponerse a un violento régimen racista, ejecutor de varias masacres en las calles, instaurador de un sistema social de exclusión sistemática censurado incluso con todos los medios legales disponibles por la tímida y siempre dominada por las potencias ONU: si, Nelson Mandela. Este luego fue llamado ‘Presidente Mandela’, ‘Luchador incansable contra el racismo’ por parte de quienes lo llamaron terrorista unos años antes, o peor aún, ignoraban y propiciaban la ignorancia de quien era y el significado de su lucha.
 
Algo similar sucedió con Yasser Arafat cuando luego de ser en prensa, radio y televisión el líder de una organización ‘terrorista insaciable de sangre’ llamada OLP, pasando como por arte de la magia de las conveniencias geopolíticas a ser conocido en la nueva faceta de Primer Ministro del Estado Palestino, la OLP, su movimiento político, a ser tenido como partido de gobierno, siendo recibido con honores y todo en la mismísima Casa Blanca, ante lo cual, todo en él fue rápidamente más familiar y atractivo de acuerdo con lo registrado en medios como la TV.
Si continuamos en el medio oriente, el asunto de las mutaciones políticas se complica aún más, pues hombres como Menagen Begin o Yitzhak Shamir fueron perseguidos como jefes de organizaciones dedicadas a realizar atentados en hoteles y asesinar dignatarios, con recompensa de por medio y todo, por parte de las fuerzas británicas en los años cuarenta, que en ese momento ocupaban Palestina; más tarde aquellos perseguidos cuya cabeza tenía precio por sus muertes, se convirtieron en Primeros Ministros de Israel y ningún sabueso periodístico de salario abultado, recordó lo anterior e investigó el por qué no podían ingresar a territorio británico sin ser capturados.
 
En un pequeña región del océano índico, la parte oriental de la isla de Timor, un hombre considerado por la prensa internacional de los años setenta y ochenta del siglo pasado como un ‘terrorista separatista’, llamado Xanana Gusmao es en la actualidad, el Señor Presidente de Timor Oriental, una vez su país se liberó mediante fuertes presiones internacionales, del yugo de las tropas indonesias del presidente de Suharto que invadieron Timor en 1975 apoyadas, ¡OH sorpresa¡ Por los EEUU., habiendo cometido un verdadero genocidio, ese sí ignorado por completo.
 
En el mismo sentido, analistas como el profesor Michael T. Klare, han señalado que el símbolo de la independencia estadounidense, George Washington, y sus tropas fueron consideradas terroristas por el imperio británico, cuando luchaban por su independencia.
 
Una descripción similar mereció Gandhi. Este, hoy todo un personaje mundial considerado como apóstol de la no violencia, cuando se oponía con estos métodos al colonialismo británico en la India, era presentado por la prensa británica al público como un enemigo de la ‘civilización occidental’, aún a pesar de sus valores evocadores del cristianismo más auténtico.
 
Es que los enemigos del orden social establecido y sus acciones dentro de las relaciones internacionales de dominación resultan adjetivados como ‘terroristas’, o ‘actos de terrorismo’, convirtiéndose en un lugar común en los medios de comunicación más consultados. Esta situación se ha creado a instancias de las declaraciones amplificadas de miembros de oficinas gubernamentales del poder ejecutivo de los EE.UU. Gran Bretaña, Israel, Pakistán, y un largo etc., quienes expiden desde comunicados, discursos, hasta informes ‘documentados’, sobre la aparición como de la nada, de bastas y complejas organizaciones dedicadas exclusivamente a causar irracionalmente muerte y destrucción en todos los continentes: esto es lo que los estólidos teleprontistas leen sin pestañar como ‘terrorismo internacional’ y demás adjetivos sucedáneos.
 
Las objeciones a la existencia independiente de tales grupos han sido implementados con una teoría sobre los motivos acerca de la imposible aprehensión de los miembros destacados de aquellos (nuevamente pensemos en un Osama Bin Laden fugándose con su máquina de diálisis), o las extrañas circunstancias de las muertes de algunos, siempre lugartenientes, en unos u otros casos relacionadas indefectiblemente con los servicios de espionaje estadounidenses, de sus cercanos aliados o clientes.
 
Se han publicado libros, artículos, páginas en Internet que contienen numerosas alusiones a tal situación de sospecha, de no ser los autores de tales atentados quienes han sido los indicados hasta la saciedad, ni los atentados haber sucedido tal y como el establecimiento político-mediático lo afirma (para examinar de los muchos artículos ver uno reciente: Lo que sabemos y lo que no sabemos sobre el 11 de septiembre de 2001 Paul Craig Roberts. Information Clearing House. Rebelión 02-09-2006). No obstante todo esto ha sido pasado por alto y no se ha hecho mención alguna de realce en las rimbombantes estructuras periodísticas, como elementos de discusión al menos para ser desvirtuados. Las opiniones de personas relacionadas con estos temas son silenciadas, a pesar de que abiertamente achacan a los servicios secretos estadounidenses o israelíes, etc., el confabularse para la realización de actos crueles y masivos, con el propósito indiscutible de aglutinar a la opinión pública occidental hacia la favorabilidad de políticas relacionadas con la carrera armamentista, y la instauración de regímenes más dóciles hacia el capital transnacional y a la persecución de movimientos sociales de distinta índole, pero poseedores del común denominador de la resistencia a la imposición de formas de pauperización social y cultural.
Connotados analistas internacionales, pero a la vez silenciados en los medios del gran capital, han expresado que el denominado terrorismo internacional no existe como tal y como nos lo ha sido representado mediaticamente. Así Leonid Ivashov, General Jefe de del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas rusas, en el momento de la ocurrencia de los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y Washington, sencilla y concluyentemente afirma que este ‘fenómeno terrorista’ de los inicios del siglo del siglo XXI, es una mera invención de los organismos de espionaje de las potencias de occidente. Todo un montaje sangriento, pleno de segundas intenciones, una especie de ‘incendio del Reichstag’ de nuestro tiempo.
 
No obstante, el lector puede pensar que los hechos así descritos no están nada claros, que este es un tema con demasiados ingredientes contradictorios, que hay partes interesadas cuyos hechos aducidos y los juicios de estos deben ser evaluados. ¿Entonces, no deberían los medios, supuestos transmisores de la realidad, realizar investigaciones lo suficientemente incisivas como para sacar a flote al menos algunos puntos claros de lo sucedido, dada su importancia para la supervivencia de pueblos enteros? Que no se diga que el tema no es lo suficientemente interesante para el público en general por muy enganchado que esté con los deportes consumistas, las series de Televerdad o imbecilizantes novelas. Como dice Pascual Serrano, de cualquier forma el público mundial debe ser muy escéptico con los juicios unilaterales hechos con premura y sin historia, por parte de quienes no son parte de los estrados judiciales en países donde la independencia de la justicia aún opera. La facultad de establecer lo ocurrido no la podemos encontrar en los propagandistas privados enquistados en la tele o la prensa escrita y hablada.
 
La labor periodística es estos eventos del ‘terrorismo’ es de suma importancia, y rebela la existencia aún del humanismo en la comunicación del presente. Al fin y al cabo el actuar periodístico es intencional como dice Riszard Kapuscinski; pero este paradigma de la profesión emplea este término para decir que se debe buscar el cambio, no siendo otro periodismo posible para el escritor polaco. Este cambio implica descubrir las fuerzas ocultas detrás de todo lo contradictorio actual, sus razones reales, no las repetidas en aburridas retóricas por parte de jefes de estado del occidente opulento, indiferente pero temeroso.
 
Aún si tomamos la ocurrencia de actuaciones ‘terroristas’ tal y como nos son descritas y argumentadas en los medios, encontramos que también poseen un pasado y una racionalidad que vale la pena explorar. ¿El terrorismo, una cuestión de dementes? ¿Un accionar de seres humanos desnaturalizados sedientos de sangre? ¿Una forma de patología social demasiado destructiva? Estas serían las conclusiones apresuradas si siguiéramos a los comunicadores persecutores de las versiones oficiales (la abrumadora mayoría).
 
Aún si aceptáramos como conformes a la realidad las definiciones oficiales de ‘terrorismo’ y ‘terroristas’, el análisis social de estos fenómenos nos puede conducir a conclusiones nada cercanas al ideal del ser descompuesto y demencial del terrorista, que obra como registro oficial, dogmático y simplista del gobierno de turno expresado a través del los medios masivos; además de su estética caricaturizada y racista de ser árabe o latino americano, o la clasista de ser pobre, o la generacional de ser joven.
 
Por ejemplo, Pierre Bourdieu al detenerse a examinar la violencia de estos tiempos afirmaba que esta con su irracionalismo y desesperación se origina casi siempre en la otra violencia, la estructural, la de los poderes existentes, la de la desposesión social, la de los despidos masivos en nombre de una falsa eficiencia empujada por los mercados dirigidos por plutócratas, la de la humillación nacional de varias generaciones de entrega sin contraprestación justa de recursos comunes, la de la exclusión sin esperanza, la del acceso, en el mejor de los casos, a una salud deficiente y privatizada o a una educación cada vez más mediocre, etc. Esto es jugar con la ley de la conservación de la violencia afirmaba este sociólogo francés. Cualquier investigador social, y los periodistas son el paradigma de este género, debería interesarse por este tipo de conclusión de un científico social del renombre de Bourdieu; así sea como hemos dicho, para refutarla o matizarla, dada la importancia del tema y su permanente referencia en las informaciones a las consecuencias de estos hechos; no para pasarla por alto censurándola en las múltiples formas a la que se recurre por parte de los directores de medios, sino con el fin de enriquecer la discusión.
 
Regresando de nuevo a los adjetivos cambiantes, las palabras ‘terror’ y ‘terrorismo’ han adquirido una fuerza ideológica tal que en muchos estados occidentales necesariamente impregna cualquier descripción de un enemigo oficial. Es imprescindible repetir que estas palabras se refieren a la intimidación por el uso sistemático de la violencia, tanto para oponerse a estos gobiernos, como por parte de estos para mantenerse en el poder. No obstante esto último es sistemáticamen olvidado; y en evento de la oposición a gobiernos respaldados por Estados Unidos, magnificado intencionalmente. Esto es enfocarse exclusivamente en lo que Noam Chomsky y Edward S. Herman ya denominaban en los años setenta como el «terror minorista»; es decir el de los desposeídos y dominados, la mayoría de la ocasiones de mucho menores consecuencias destructivas que el ‘terror al mayoreo’ de exclusividad de gobiernos poderosos.
La misma utilización repetida de la palabra ‘terrorista’ va teniendo sus contradictores en el mismo gremio periodístico, y no de menor cuantía (BBC), quienes ya la estiman como una frase manida que no aclara nada y más bien una interpretación apriori de hechos que deben ser analizados con mayor profundidad; pues denominar así a cualquier hecho violento contra personas u obras humanas, es de entrada un posicionamiento expulsatorio de cualquier otro análisis posterior, cerrando la puerta a facilitar una libre interpretación en los receptores de la información: esto último en verdad, una forma honesta de abordar el trabajo periodístico. Lo anterior busca eludir que el comunicador adopte el lenguaje de otros, en este caso los organismos oficiales de seguridad tan acuciosos en explicar con todo el facilismo posible y favorable a sus jefes, insucesos de su incumbencia, y más bien tratar los acontecimientos con altos ingredientes de violencia humana con un distanciamiento de los clichés y las obviedades, las verdades de la fe en el poder.
La conclusión a la cual se llega es en lo que respecta a los medios y sus periodistas, es que el tratamiento de todos estos actos denominados ‘terrorismo internacional’ y su frases relacionadas, debería ser el de buscar la historia de los pueblos donde han ocurrido los sucesos descritos; se descubrirían nuevos enfoques humanizando a todos los actores. Si se desea realmente una solución pacífica de los conflictos, se debería propiciar el fortalecimiento de las Naciones Unidas, el acatamiento de los principios generales de la Carta de esta organización mundial por parte de TODOS los países firmantes de la misma, especialmente el país donde tiene sede, en vez de hacer la veces de agentes propagandísticos de la guerra; también el acercamiento de la élite científica en todos los campos a conceptos filosóficos humanistas desarrollados en todas las culturas, pues todas los poseen, estaría dentro de los objetivos éticos del periodista; el acercamiento de las múltiples confesiones religiosas para el desarrollo de la humanidad con sus divergencias, podrían ayudar a bajar las tensiones existentes. En una frase, tomar partido por la humanidad.
 
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Bibliografía
-La Guerra de Independencia: Charles Esdaile.
-Proceso Ideológico de la Emancipación en Colombia: Javier Ocampo López
La Prensa y la Guerra de los Mil Días: Katia Cepeda Gómez
El Terrorismo Internacional no Existe. Jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Rusas, General Ivan Ivashov. Axis for Peace. Red Voltaire 11 de enero de 2006.
-¿Quien es Terrorista? Pascual Serrano. En Washington Contra el Mundo.
– Análisis Político Número 44. Universidad Nacional de Colombia.
-Washington y el Fascismo en el Tercer Mundo: Noam Chomsky y Edward S. Herman