¿Es la censura una singularidad de las dictaduras o se impone asimismo en las denominadas «democracias liberales», sólo que de otro modo? En el caso de que la censura perviva en regímenes con teórica libertad de expresión y pensamiento, ¿cómo funciona? y, sobre todo, ¿Cómo puede superarse? ¿Qué respuestas aporta el fenómeno Wilileaks a estas […]
¿Es la censura una singularidad de las dictaduras o se impone asimismo en las denominadas «democracias liberales», sólo que de otro modo? En el caso de que la censura perviva en regímenes con teórica libertad de expresión y pensamiento, ¿cómo funciona? y, sobre todo, ¿Cómo puede superarse? ¿Qué respuestas aporta el fenómeno Wilileaks a estas cuestiones?
Tres periodistas de medios alternativos (Rafael Cid, colaborador de «Rojo y Negro» y «Radio klara»; Pablo Elorduy, de «Diagonal» y Rafael Cuesta, de «Más Voces») han reflexionado y esbozado algunas posibles respuestas a estas preguntas dentro de la jornada sobre «Voces Censuradas» organizada por la Confederación General del Trabajo (CGT), en el marco de las Jornadas Libertarias.
La cuestión resulta de notoria actualidad. Ya en su libro «Cómo nos venden la moto. Información, poder y concentración de medios», Noam Chomsky e Ignacio Ramonet acuñan el siguiente aforismo: «La propaganda es a la democracia lo que la cachiporra al estado totalitario». O, como apunta El Roto, «La realidad es una alucinación producida por la ausencia de propaganda». ¿Constituye la propaganda, por tanto, el principal mecanismo de censura utilizado por las democracias?
Una aproximación trivial al término «censura» se cobraría, en apariencia, dos víctimas principales: los periodistas y los medios para los que trabajan. Sin embargo, para Rafael Cid, «las voces censuradas realmente son las de la ciudadanía, las de la opinión pública; el objetivo de toda censura es al final impedir que se forme una verdadera opinión pública».
Con la evolución del capitalismo y la libertad de mercado, la censura adquiere nuevas formas, «se hace más sofisticada», asegura Rafael Cid. «Ya no hace falta cerrar periódicos ni imponer penas de cárcel. Aunque a veces sí. Mírese si no, el secuestro de la revista El Jueves por publicar la caricatura de los príncipes», añade.
«Lo fundamental es que hoy los medios de comunicación tratan de troquelarnos una ideología. Motivan a la gente para que funcionen como robots, siempre en un determinado sentido y, la mayoría de las veces, en contra de sus propios intereses», afirma el periodista. Y de esta especie de persuasión colectiva resulta muy difícil escapar.
Cid resalta, en esta línea, un efecto colateral de los medios de comunicación de masas: la autocensura. Se trata de un mecanismo teorizado por Noelle Neumann en su «Espiral del silencio» y vivido en las redacciones por muchos periodistas, quienes se someten voluntariamente al ideario del medio para el que trabajan, pues de ello depende su salario. Sin necesidad de controles ni de redactores jefes que actúen en plan policíaco.
Y en este panorama, ¿qué aportación supone Wikileaks? Rafael Cid reconoce «sombras» en la Web de Julián Assange pero su balance es muy positivo: «se trata de un hecho singular, de una revolución que hemos de apoyar; Wikileaks ha llegado a demostrar con documentos que todos los gobiernos están corrompidos». «Y todo ello sin la intervención de los periodistas, a quienes se les ha arrebatado su pátina de garantes de la libertad de expresión».
Por su parte, Pablo Elorduy, periodista de «Diagonal» ha explicado que, a pesar de la proliferación de blogs y medios alternativos en la red, «está justificado hablar de censura», entendida ésta como una «neutralización» de las «voces no mediatizadas por el sistema». Ello no excluye, sin embargo, «el palo puro y duro mediante la intervención de los jueces», como en los cierres de Egin y Egunkaria.
Éste no es, según Elorduy, el mecanismo habitual. Coincide con Rafael Cid en que el sistema prioriza otros mecanismos más sutiles, en los que desempeña una función esencial la autocensura. «Las grandes empresas realizan un trabajo muy fino para salvaguardar los intereses del poder y el gran capital», afirma el redactor de «Diagonal».
Otros mecanismos de «Neutralización» serían la intrusión en páginas web alternativas con el fin de sabotearlas o la infiltración de provocadores; y la escasez de recursos con la que operan los medios alternativos (en los que el trabajo es eminentemente voluntario), lo que les hace muy difícil competir con el periodismo convencional en aspectos como la actualización de contenidos o la velocidad en el suministro de la información.
Respecto a Wikileaks, Elorduy no comparte el optimismo de Rafael Cid ni se refiere al fenómeno como «revolución digital». Se ha mostrado mucho más crítico, en primer lugar, por la procedencia de los contenidos: «No podemos consultar directamente la fuente ya que todos los cables nos llegan traducidos e interpretados por El País«.
«Es más, muchas de las informaciones no hacen sino reforzar la línea de acoso que este medio sigue contra los gobiernos progresistas de América Latina», asegura el periodista. Además, aparecen de manera recurrente cables sobre enemigos de Estados Unidos como China o la amenaza del «terrorismo islámico», mientras poco o nada se dice de Israel, Colombia o el golpe militar en Honduras.
La «uniformidad». Éste es uno de los efectos de la acción de los medios de masas que funciona hoy, más o menos, como remedo de la tradicional censura. «La uniformidad responde a la doctrina neoliberal y se expresa en el pensamiento único; no hay alternativa y es el fin de la historia, nos venden». Así opina Rafael Cuesta, coordinador del informativo «Más Voces» y miembro de la Red de Medios Comunitarios.
Para forjar esta audiencia acrítica y adocenada, la información -Según Cuesta- ha de ajustarse a ciertos criterios: «las noticias han de ser breves, elementales, espectaculares y emotivas; además, funcionan como una mercancía ya que el verdadero negocio no consiste en vender información a los ciudadanos, sino las audiencias a los anunciantes».
Por eso, concluye el coordinador de «Más Voces», «hay que tener claro que informarse hoy requiere un esfuerzo, aunque no esté de moda ejercitar el espíritu crítico. Todo lo contrario. Estamos acostumbrados a mirar la realidad con ojos anecdóticos o a partir de las interpretaciones de los todólogos«. El hecho de que dos tercios de la población española se informe sólo por la televisión confirma la gravedad de la situación.
¿Cómo abrir grietas en el dominio del Gran Hermano? Para Rafael Cuesta los ciudadanos han de crear sus propios medios de comunicación (en América Latina llevan décadas de experiencia) «e ignorar las críticas del poder cuando nos llamen las tres P (pocos, pequeños y pobres)». Un ejemplo de la utilidad de la propuesta se ha visto durante los golpes de estado en Ecuador y Honduras, cuando la información crítica había que buscarla en las radios comunitarias.
En cuanto a la potencialidad de Wikileaks, Cuesta ha sostenido la necesidad de cuestionarse la fuente, «que al fin y al cabo es el gobierno de Estados Unidos». «Los cables nos hablan de los muertos civiles en Iraq y en Gaza, algo que ya sabíamos; ¿Pero y de los conflictos de los que no tenemos ninguna información?», se ha preguntado el periodista, quien ha abogado sobre todo por «sopesar el fenómeno Wikileaks y ponerlo en su justa medida».
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