François-Marie Arouet fue un personaje singular: aclamado en vida como pensador y filósofo de reconocido prestigio, constituyó durante mucho tiempo el paradigma de escritor iconoclasta y de verbo revolucionario, dado a poner en solfa las verdades mayúsculas de su tiempo. Como figura de genio y efervescencia intelectual incesante no pudo librarse de las contradicciones y […]
François-Marie Arouet fue un personaje singular: aclamado en vida como pensador y filósofo de reconocido prestigio, constituyó durante mucho tiempo el paradigma de escritor iconoclasta y de verbo revolucionario, dado a poner en solfa las verdades mayúsculas de su tiempo. Como figura de genio y efervescencia intelectual incesante no pudo librarse de las contradicciones y claroscuros comunes a los de su valía. Infractor de las convenciones políticas pero contertulio de los déspotas ilustrados de su época; crítico con las injusticias y las desigualdades pero terrateniente y, al fin al cabo, resignado a que la desigualdad constituya una suerte de ley de vida -siempre tendrá que haber gente que trabaje para otros-; partidario del cambio pero no de la transformación radical. De hecho, más de uno de entre quienes han estudiado su vida y sus obras se ha aventurado a afirmar que Voltaire, de haber llegado a vivir en 1879, no habría apoyado la revolución ni la abolición tajante de la monarquía ni la exaltación del imperio vulgar de la calle ni, tampoco, que a él mismo lo hubieran encumbrado al Panteón y reivindicado como uno de los inspiradores del movimiento [1] . También, dirían algunos, habría debido de morir guillotinado de haber sobrevivido a tan recordada fecha: revoluciones hubo con posterioridad que terminaron devorando a no pocos padres e hijos que tanto hicieron y dijeron en pro de la lucha contra la opresión y a favor del cambio pero que, por razones muy poco revolucionarias, acabaron en el cadalso o los lúgubres presidios con el baldón de «reaccionarios», «sediciosos» o «pequeño-burgueses». A Voltaire lo convirtieron después en defensor acérrimo de los derechos del ser humano, el laicismo total y la igualdad de todos los ciudadanos, atribuyéndole etiquetas y líneas de pensamiento que, quizás, no terminan de ajustarse a su ideario original. De hecho, siempre fue, desde su destierro temporal en Inglaterra en 1926, un partidario del sistema liberal británico y el «equilibrio» de poder existente entre las cámaras del parlamento y el rey, a pesar de las disputas nacionales e imperiales entre París y Londres. En este modelo, y no en una inversión radical del orden existente, parecía cifrar este hombre las esperanzas de regeneración en Europa. Evidentemente, la revolución francesa superó con creces sus planteamientos.
En fin: mucho se podría hablar de lo que Voltaire efectivamente dijo y escribió y de lo que otros han considerado que escribió y dijo o debería haber dicho y escrito. Pero algo nos parece claro y meridiano: Voltaire fue siempre un enérgico detractor de la tiranía y un defensor acérrimo de la tolerancia, sobre todo la religiosa. Famosa es su definición de poder tiránico y la perniciosidad mayúscula de la «tiranía ejercida por muchos» (je détesterais moins la tyrannie d´un seul que celle de plusierurs). Eso no significa, como hemos avanzado ya, que creyese en la igualdad absoluta entre todos los ciudadanos ni rechazase la ineluctabilidad de la existencia de clases en el seno de la estructura social. Tampoco que en sus escritos, en especial en el enciclopédico Essai sur les moeurs, quede claro qué entiende por despotismo, ilustrado o no, y si el poder ejercido por una minoría o un monarca excelso, alguno de ellos, como Catalina de Rusia o Federico de Prusia, contertulios suyos, estaba exento de los rasgos de la tiranía. Esta debía de depender del grado de fanatismo y violencia de este ejercicio despótico de gobierno y de unos criterios particulares, no siempre preclaros, sobre qué hace que una «dictablanda» siga siendo eso. Pero nunca justificó la brutalidad ni la represión policial violenta ni la persecución de las ideas de los demás, con mayor motivo si eran de índole confesional. Por esta razón, cuesta mucho comprender por qué determinados sectores informativos, políticos y sociales que utilizan, en vano, el nombre de Voltaire para autodenominarse, o se dicen afines a sus ideas, ponen tanto empeño en justificar a dictaduras tiránicas, que ni siquiera son ilustradas, las cuales han alcanzado un alto grado, labrado durante décadas, de opresión y desprecio a la libertad de pensamiento y expresión de sus súbditos. Tiranías que, además, se basan en el culto a un líder que no deja de ser el testaferro de un sistema oligárquico y clánico en el que unos cuantos detentan el mando real del ejercicio tiránico, con lo que este, según la fórmula volteriana, alcanza su máxima degeneración. El caso de Siria es paradigmático: individuos, colectivos y gobiernos que se proclaman enemigos viscerales del imperialismo -como expresión expansiva de la tiranía- y la opresión ejercida por una elite internacional criminal y corrupta sobre el conjunto de los pueblos llevan desde hace meses defendiendo a capa y espada a un sistema que, aplicando parámetros volterianos, es profundamente tiránico. El régimen implantado por el clan de los Asad se basa en la cárcel, la intimidación, el oprobio y el latrocinio. Por ello, además de condenar a su población al sometimiento de las ideas, ha impuesto una norma de atraso económico y material, más lacerante en tanto en cuanto la pobreza de muchos ha conducido a un enriquecimiento lujoso de unos pocos: los allegados a la gran familia y los intereses subsidiarios. Que esto no lo sepa la «gente normal» fuera de Siria -dentro lo saben todos; que lo soslayen porque, apolíticos ellos, piensan que no les afecta, o que lo consideren una especie de fatum ineludible o un mal menor ya es otra cosa- puede justificarse; pero que intelectuales, políticos, diplomáticos y periodistas de ciencia y experiencia probadas insistan en hallar justificaciones a la brutalidad de la chusma de los Asad, bajo el estandarte además de la lucha contra el imperialismo, provoca indignación. En estas páginas de Rebelión han aparecido ya suficientes artículos y reflexiones que tratan de reflejar, con argumentos, datos y evidencias, la naturaleza criminal del gobierno oligárquico de Damasco. Pero más de uno sigue llamándose a andana.
La cobertura de la llamada «Red Voltaire» sobre la «conspiración» en curso en Siria sirve para ilustrar la connivencia con la tiranía y el desmán cultivada por quienes se han convertido ya en la «izquierda imperialista», tan repugnante y cínica como la «derecha imperialista» y demás sarpullidos de una mentalidad elitista y satisfecha de sí misma que, por desgracia, ha dejado de ser privilegio occidental. Los periodistas y analistas de la tal red, que convierte a Voltaire en un red-rojo a la «desabillé», han puesto su empeño en decirnos que en Siria hay un movimiento insurgente manipulado desde el exterior y magnificado por unos medios de comunicación imperialistas. Estos, deseosos de acabar con el único sistema político verdaderamente socialista y anti-imperalista de Oriente Medio, junto con Irán, han convertido la realidad en una caricatura. Los periódicos y televisiones occidentales manipulan y falsean a su antojo cuanto ocurre en Oriente Medio, en especial en Palestina, donde, salvo excepciones, tienden a comulgar con las falacias del corrupto y criminal régimen de Tel Aviv; pero estos profetas «rojos» de la verdad han convertido el método de la duda y la paradoja en un espejo deforme donde camuflar su viciosa actividad imperialista. Las coberturas publicadas en esta red, y otras similares que podemos ver en los medios oficiales de los países pro-Asad, Irán, los partidos libaneses «prosirios» y varios estados latinoamericanos, reflejan un desprecio absoluto hacia los principios básicos del oficio de periodista -que ansía reflejar lo que ocurre y mostrar con ánimo crítico los diferentes puntos de vista sobre tal ocurrencia, escarbando bajo las apariencias y las desviaciones-. Cuando leemos las burdas mentiras y simplezas que aparecen en esta televisión latinoamericana o aquel periódico libanés o iraní nos acordamos de las añagazas tan solicitadas en las cadenas estadounidenses y europeas que con tanto descaro han publicitado las invasiones sangrientas de Afganistán e Iraq. Propagandas de unos y otros cuyo objetivo es sustentar una política exterior en nada dependiente de los principios de justicia y solidaridad.
Las «informaciones independientes» de medios como Red Voltaire ni informan ni tienen nada de independientes. Su máxima contribución al conocimiento universal es una nueva tautología, o la retórica de una prueba de fe: en Siria están los de la CIA, y los saudíes, turcos y demás esbirros del imperialismo, organizando un golpe de estado para imponer a los islamistas que, de repente, se han convertido en prooccidentales. Sus crónicas e intrépidos reportajes «sobre el terreno» (eso dicen ellos; muchas veces se limitan a repetir, con florituras propias, la versión de la agencia de noticias o los responsables sirios) nos muestran arsenales de terroristas, mercenarios a sueldo de «potencias extranjeras» y ciudades en las que supuestamente hay manifestaciones y barrios dominados por los «sedicentes» en los cuales, cuando aparecen estos reporteros, qué casualidad, reinan la calma y la lealtad al gobierno. Nos hablan de las células organizadas por agentes estadounidenses e incluso israelíes pero no muestran ninguna prueba fehaciente; insisten en que las zonas donde las revueltas han triunfado son muy pocas y no se molestan en entrevistar a esa minoría y decirnos qué piensan. Como pierden más tiempo en negar primero y justificar después el envío de armas y ayudas logísticas por parte de Irán, Rusia e Iraq al régimen, así como la reconversión de decenas de ciudadanos iraníes capturados por los rebeldes en «ingenieros y peregrinos», no han sabido explicarnos cómo y dónde se está organizando la maniobra facciosa de la CIA y compañía. Como desprecian a los sirios y el hartazgo de buena parte de la población de la tiranía han acabado, con toda sencillez, extirpándolos de la ecuación. Así, cuando en internet circulan imágenes de cientos de miles de «islamistas» manifestándose en Homs, Hama, Idlib, Deir al-Zor y demás nos hablan de montajes, exageraciones, una única toma que se repite sin cesar y el concurso de donantes del Golfo Árabe «que pagan a extras para que hagan de manifestantes sirios» en decorados que remedan las calles típicas de Siria. También lo dijeron en su momento de Libia: recordamos determinados medios rusos de comunicación diciendo que las imágenes de una multitud coreando la caída del feudo de Gadafi y la huida de este en Trípoli eran un montaje efectuado en un decorado instalado en Qatar. Meses antes, en febrero y marzo de 2011, la inefable Tele Sur repetía día tras día que la supuesta revuelta popular no existía. «¡La cosa está muy tranquila, vean, el gobierno domina la situación!», decía un corresponsal desde la frontera con otro país árabe, a kilómetros de localidades donde los insurgentes habían expulsado ya a las brigadas de Gadafi. Semanas después, ya lo saben, comenzó a pasar lo que pasó y, por fin, Gadafi y sus hijos cayeron y de esos millones de libios enfurecidos que habrían de plantar cara a la conspiración imperialista y reponer el sistema de la Yamahiriyya no sabemos nada. Sí vemos los enfrentamientos entre las milicias armadas, las luchas de poder entre los dirigentes de la «nueva Libia» y las pérfidas maniobras de los países occidentales para hacerse cobrar su intervención armada pero casi nadie se acuerda ya del «hermano socialista» Gadafi, como le llamaban algunos.
Al igual que todos estos, los de Red Voltaire entran en Siria, con alfombra roja, a certificar la tesis de la conspiración y se visten de anteojeras, no vaya a ser que la realidad los voltee y les incite a replantearse las cosas. Ellos también cobran, lo mismo que otros tantos, de patrones imperialistas: iraníes, rusos, venezolanos y demás. Sus tontunas son tan efímeras que no hace falta salir de la noticia y buscar otras fuentes de información para sospechar que algo falla en sus planteamientos. En una de sus crónicas, la Red Voltaire denunciaba los excesos de los grupos terroristas. Aportaba datos de ONGs occidentales que denunciaban los ataques a miembros de las minorías religiosas y las acciones violentas de las milicias armadas pero callaba que las mismas organizaciones habían imputado crímenes mayores a las fuerzas de seguridad. En otra se decía que las sanciones occidentales y árabes estaban repercutiendo en el país pero, párrafos después, que el gobierno había conseguido neutralizar sus efectos (¿en qué quedamos?). Con motivo del asesinato de un periodista francés que estaba siendo escoltado por las fuerzas de seguridad, en Homs, atribuido tanto al gobierno como a la oposición, los blasfemos de Voltaire nos cuentan una historia peculiar en la que una delegación francesa, llena de espías y agentes del imperialista Sarkozy, se pasea por Siria, en compañía de los agentes sirios, para recabar datos logísticos y militares para una posible intervención militar («El fiasco de los agentes franceses en Homs», Boris V., periodista ruso, 17/1/2012). Los responsables sirios e iraníes lo sabían (que alguno llevaba credencial periodística pero era en realidad un miembro de la inteligencia) pero aceptaron su venida ¡para descubrir el paradero de unos ciudadanos iraníes retenidos por los sediciosos en algún lugar de Homs! Al final, no se sabe cómo, el periodista miembro de la delegación fraudulenta, cayó muerto a resultas de un misil y la estratagema de sirios e iraníes se vino abajo. Lo más curioso: la delegación se alojaba en el «Fardos Tower Hotel», propiedad de la hermana de un conocido opositor en el extranjero y cuartel general de los servicios secretos franceses. Cuánto maquiavelismo en un régimen conocido en toda la región por su efectividad para controlar todo lo que pasa en su territorio y que ha cerrado a cal y canto sus puertas a periodistas y observadores internacionales, para evitar la infiltración de espías, y sólo permite a los profesionales «veraces», como estos volterianos de aquí te espero, entrar en el país. Cómo sería el control ejercido sobre los invitados que varios periodistas libaneses, de periódicos y televisiones en principio afines, fueron expulsados por emitir crónicas que diferían «algo» de la versión oficial. Por supuesto, la palma se la lleva Thierry Miesan, promotor de este despropósito criminal, que en uno de sus «audaces» informes, que tanto sirven para que algunos nos digan lo falso que es el supuesto levantamiento popular, nos daba la explicación del suceso de Deraa -los niños que pintaban cosas contra el régimen en la pared, recordarán-: «se orquestó allí un incidente artificial mediante el uso de estudiantes de enseñanzas medias» (R.V., 20/6/2011). Qué gran proeza la de la CIA, reclutar a chavales para poner en un brete a un régimen policial y armarlos de… tizas. ¿En qué despacho de Washington se gestó tan brillante idea, Thierry, una idea que está haciendo tambalearse a todo el eje antiimperialista en Oriente Medio? Según parece, los conspiradores sabían que el gobernador ordenaría torturar a los chicos y humillar a sus familias cuando fueron a pedirle explicaciones. Los muchachos también tenían constancia de que la «estupidez» de aquel responsable político calentaría los ánimos y serviría de excusa a los islamistas para abogar por un emirato independiente en el sur de Siria. ¿Esta gilipollez es tuya, de tu colegio, Thierry, o te la han inspirado los propagandistas locales del régimen, como la mitad de las sandeces que escribís tú y los tuyos en vuestras exclusivas parroquiales? Pero además de sagaz, nuestro Thierry sabe contar: como hemos oído tantas veces a los voceros libaneses e iraníes, las manifestaciones pro gubernamentales han sido siempre más numerosas que las de la oposición. Si nadie, ni siquiera los buenos chicos de la prensa inteligente y perspicaz, está allá donde concurren convocatorias hostiles al presidente, ¿cómo los has contado, Thierry? ¿Calculando las imágenes borrosas y carcomidas de los teléfonos móviles trasplantadas a internet? ¿Lo mediste con los mismos cálculos fidedignos que te llevan decir que Bachar al-Asad era el dirigente más popular en toda la región? Y, por otro lado, ¿no se te ha ocurrido nunca ir a las multitudinarias manifestaciones pro-Asad y preguntar a la gente por qué se ha unido a la marcha? A lo mejor temes que te cuenten lo que muchos sirios conocen -y hacen- desde hace lustros: los funcionarios van porque se lo dice su superior, los soldados y policías, de paisano, porque lo ordena el mando y los estudiantes porque el director les ha pedido que ¡hala! Así se ha gestado buena parte del ardor de las masas en Siria bajo el reinado de los Asad. Eso no quita que muchos se movilicen motu propio y porque se identifican con su líder, y tienen todo el derecho. Pero el periodismo y la crítica reflexiva son algo mucho más serio.
Seguimos escribiendo estas líneas horas después del bombardeo del barrio de Jalidiye en Homs, la noche del tres al cuatro de febrero. Las víctimas se cuentan por centenares -la artillería se ensañó con viviendas y edificios durante la madrugada: parte de los muertos son niños y ancianos-. Lo que cuenta la gente, en las televisiones manipuladoras, en la red (la de pescar de los imperialistas de izquierdas no, la virtual), en las conversaciones de los emigrados y desplazados con sus familias residentes en Homs, en las llamadas desesperadas a través de cualquier medio puesto a su alcance y demás, es que, eso, la gente estaba durmiendo y les han llovido misiles y obuses, vete a saber por qué. Los filósofos de la verdad y la ética universal nos dirán, alguno ya lo está haciendo, que los facinerosos del Ejército Sirio Libre habían secuestrado a un grupo de soldados y los habían escondido en las viviendas de ese barrio. Y que las víctimas civiles no son tantas; además, el ejército gubernamental dice que él no ha sido. Y que se habla mucho de lo que supuestamente hacen las fuerzas de seguridad y nada de las matanzas cometidas por los opositores. O sea, equiparar a víctimas con verdugos, como si fuera tan fácil olvidar el currículum de barbarie de los servicios de seguridad sirios. Dan asco: recuerdan la palabrería del repugnante ejército israelí cuando justifica el bombardeo de casas en Gaza y Cisjordania, en Líbano, con la patraña de la lucha contra el terrorismo. Y qué decir de la escoria de Washington y sus cabriolas dialécticas para maquillar las matanzas de Faluya, Afganistán y tantos sitios. Pensábamos que apoyar a las revueltas árabes, en el Magreb y el Machreq, tanto de ciudadanos laicos y de izquierdas como de barbudos y carcas musulmanes con chilaba, entraba dentro de una concepción general de lucha contra la tiranía y el horror. Que cualquiera que se levante contra el oprobio, del color y la condición que sea, aunque no sea de los nuestros, merece, cuando menos, nuestra comprensión. Esta obsesión por adecentar la sucia faz de la tiranía no la entiende nadie -los que menos, los izquierdistas árabes- a no ser que caigamos en la cuenta de que los medios de comunicación imperialistas de derechas e izquierdas van de heraldos de intereses geoestratégicos. Sabíamos que habría que hacer frente al aparato formidable de la propaganda occidental, que presenta a los países aliados, como Marruecos o Arabia Saudí u otras monarquías venales y facinerosas, como ejemplos de reforma y democracia, y duda de forma sistemática del objetivo de las revueltas con proclamas peligrosas contra la política exterior de Washington. Una propaganda artera que alaba cuando le interesa un alzamiento popular como el libio y obvia o denuesta otro alzamiento popular como el bahreiní, tan legítimo y cargado de razón como cualquiera. Y una diplomacia occidental que trata por medios sibilinos de controlarlas y «reeducarlas», ya sea en Libia, Egipto o Yemen, cooptando al viejo régimen y manteniendo un clima de tensión y caos supuestamente controlados. Mas que poco contábamos -nosotros no somos tan clarividentes como Thierry- con otro imperialismo geoestratégico, el internacional de Rusia y el regional de Irán. Cuánto se parece esta diplomacia rusa, en las Naciones Unidas hoy, tratando de aligerar al máximo cualquier censura contra Siria, a la estadounidense, que hace siempre lo mismo con su repelente aliado israelí. Los imperialismos se tocan y resultan igualmente vomitivos. Sus pútridos pretextos, también. Contarnos que Moscú mantiene contra viento y marea su apoyo a los Asad y se niega a permitir una resolución «sospechosa» en la Onu alegando el precedente libio no deja de ser uno de esos alegatos fatuos propios de una maquinaria mediática grosera. ¿La diplomacia de la segunda gran potencia (militar) mundial engañada por los occidentales? ¿La curtida diplomacia del Kremlin engatusada para permitir el bombardeo de su aliado Gadafi? ¡Si ya te estaba avisando, a ti y a Pekín, tu farándula mediática, los reporteros embeded-reverso-luminoso de los imperialistas CNN, CBS, Fox y demás! Los sirios que, ahora sí, Thierry, se oponen a millones a tu amigo presidente -date un paseo y cuéntalos pero no te canses mucho, que luego hay que repartir consignas y escribir paradojas inteligentes- no claman por una intervención internacional. Denuncian otras cosas que Voltaire consideraría puestas en razón. Como sólo os importa articular silogismos absurdos -A) el pueblo sirio apoya abrumadoramente a su presidente b) este es el líder árabe mejor valorado de la región c) ergo no puede haber una revuelta popular; más bien, se trata de un complot-, hay que inventar, después, teorías más absurdas aún. Sospechamos que lo sabéis, pero vuestros tiros no van por ahí.
[1] Inventaire Voltaire, Varios Autores, París, Gallimard, 1995. Entrada «Révolution», pp. 1165-1166.
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