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Reflexiones sobre la nueva situación política

¿Volvemos a los 90´?

Fuentes: Rebelión

Hacer un diagnóstico, una caracterización de la situación es el ABC para la acción política. No hay acción que busque transformar la realidad sin un análisis lo más objetivo posible. Pero la «objetividad» del análisis depende de equilibrar los elementos que se presentan en la realidad con aquellos que podrían presentarse. Es decir, hay que […]

Hacer un diagnóstico, una caracterización de la situación es el ABC para la acción política. No hay acción que busque transformar la realidad sin un análisis lo más objetivo posible. Pero la «objetividad» del análisis depende de equilibrar los elementos que se presentan en la realidad con aquellos que podrían presentarse. Es decir, hay que tener en cuenta lo que está pasando, lo que pasó, y lo que puede pasar. Pero como la sociedad no es igual a la naturaleza donde «naturalmente» suceden las cosas, en ella opera la intervención consciente y planificada de los seres humanos. Lo que caracterizamos de la realidad, en alguna medida, contiene lo que queremos que ella sea o en ella pueda ser.

En este sentido es ilustrativa la siguiente reflexión de Gramsci: «la observación más importante a plantear, a propósito de todo análisis concreto de las relaciones de fuerzas, es la siguiente: que tales análisis no pueden y no deben convertirse en fines en sí mismos (a menos que se escriba un capítulo de historia del pasado) y que adquieren un significado sólo en cuanto sirven para justificar una acción práctica, una iniciativa de voluntad. Ellos muestran cuáles son los puntos de menor resistencia donde la fuerza de la voluntad puede ser aplicada de manera más fructífera, sugieren las operaciones tácticas inmediatas, indican cómo se puede lanzar mejor una campaña de agitación política, qué lenguaje será el mejor comprendido por las multitudes, etc. El elemento decisivo de toda situación es la fuerza permanentemente organizada y predispuesta desde largo tiempo, que se puede hacer avanzar cuando se juzga que una situación es favorable (y es favorable sólo en la medida en que una fuerza tal existe y esté impregnada de ardor combativo). Es por ello una tarea esencial la de velar sistemática y pacientemente por formar, desarrollar y tornar cada vez más homogénea, compacta y consciente de sí misma a esta fuerza.

Es decir: además de analizar las cosas tal como se presentan también hay que analizarlas en función de cómo la acción organizada puede incidir sobre ellas. Por lo tanto, a la hora analizar la actual situación política no sólo hay que considerar la política que está planificando Macri desde el Estado, sino además, y en un lugar central, las relaciones de fuerzas que existen en la sociedad. Y una de esas fuerzas que actúan es la clase trabajadora. Clase que ha venido fortaleciéndose socialmente en la última década, y que como hija directa de la rebelión popular del 2001, cumplirá un papel destacado en la nueva situación política abierta con la llegada de Macri al poder.

Sin embargo, en muchos análisis, principalmente del kirchnerismo o de corrientes como Patria Grande, el rol que jugó y puede jugar la clase trabajadora queda relegado o directamente ausente. Y el triunfo de Macri aparece cómo el único dato de la realidad política nacional. Su llegada al poder del Estado aparece ligada a una suerte de «vuelta a la década del 90´»; es decir, a una situación de retroceso de las condiciones de vida de la población, del reinado de la impunidad, del hambre y la desocupación.

Esta asociación entre Macri y la vuelta a los 90´ es completamente legítima pero olvida que fue el propio peronismo el artífice del conjunto de políticas sociales antipopulares y que, en todo caso, empresarios como Macri fueron sus beneficiarios. Es que tanto uno como otro pensaban una realizar un ajuste económico, como reflejaban sus economistas en sinnúmeros de declaraciones. Scioli de forma gradualista, y Macri con shock. Pero más allá de los ritmos y formas aplicación, ambos buscaban llegar al objetivo de ajustar las cuentas económicas.

Pero con la llegada de Macri al poder, ¿realmente volvemos a la década del 90´? Sobre esta caracterización y sus consecuencias a la hora de hacer política vamos a polemizar en lo que sigue.

¿Se viene la vuelta a los 90´?

Desde que Macri empezó a subir en la encuestas meses atrás, un sector del kirchnerismo lanzó la campaña «A los 90´ no volvemos». Su objetivo era claro: concentrar en Macri la idea que su victoria implicaría un retroceso al reinado del neoliberalismo. Luego, con el ballotaje, esta campaña se generalizó y fue tomada por amplios sectores sociales, y organizaciones como Patria Grande con su eslogan «Macri Jamás». Aunque a modo propagandístico puede haber sido útil1, creemos que a los efectos de generar una comprensión real de las cosas aportó más confusión que claridad. ¿A qué nos referimos?

La situación social, económica, política y cultural de la década del 90´ fue obra de un conjunto de factores muy distintos a los actuales. El primero y más importante fue el fortalecimiento del imperialismo a nivel mundial luego de la derrota el ascenso de las luchas sociales de la década del 70´. Derrota que fue seguida de la caída de la URSS y el Muro de Berlín y la restauración capitalista en China. A la realidad que parió estas derrotas se le dio el nombre de neoliberalismo y no es ni más ni menos que el capitalismo en una situación política y económica a la ofensiva sobre la clase trabajadora. Lo que deparó para los trabajadores fue un retroceso de sus condiciones de vida, y al mismo tiempo de su capacidad de organización y conciencia política. Podemos decir que la clase trabajadora quedó a la defensiva en todos los planos y resistiendo ataque tras ataque.

Fue una época de signo político adverso para la clase obrera mundial. De desprestigio de la alternativa socialista y del triunfalismo capitalista. Pero a fines de la década del 90´ y entrado el Siglo XXI se dieron una serie de hechos que comenzaron a invertir ese signo político. Nos referimos a las grandes rebeliones populares que atravesaron América Latina: verdaderos despertares de los explotados y oprimidos del continente que pusieron bajo un nuevo clima político a la región. Ahora las relaciones de fuerzas se modificaron y comenzó un período de acumulación de organización y conciencia política. A diferencia de los 90´ donde sólo se retrocedía, ahora se acumulaba en experiencia de lucha, política y crecientes niveles de organización desde abajo.

Distintas experiencias políticas burguesas (de perfil izquierdista) capitalizaron estos procesos de rebeldía popular y los encauzaron, en gran medida, por los canales de la institucionalidad burguesa2. Pero cuando la crisis económica mundial desatada en el 2008 comenzó a pegar en América Latina y los márgenes de cierto «distribucionismo» de la riqueza se achicaron… los gobiernos progresistas iniciaron un profundo deterioro.3 Es que cuando la economía no da frutos «que sobren» no hay más que dos vías: o se afectan intereses económicos de los grandes capitales o se afectan los intereses de los trabajadores. O se va hacia la izquierda por un curso revolucionario o se va hacia la derecha descargando un ajuste sobre las espaldas de los trabajadores.

Esta última opción fue la que tomó el kirchnerismo. Por medio de un «ajuste gradual inflacionario» fue deteriorando las condiciones de vida de millones… y gran parte de esos trabajadores y sectores humildes que supieron apoyarlo, le terminaron dando la espalda… y optando por «cambio» que poco tiene que ver con sus intereses, sino con el de clases sociales enemigas. La alianza «Cambiemos» es el triunfo de los movimientos sociales conservadores de los últimos años. En primer lugar del lock-out de las patronales agrarias en 2008 y los cacerolazos gorilas de 2012 y 2014. Es la llegada el poder de las aspiraciones conservadoras de la sociedad y en ese sentido ya es una conquista de estos sectores y un punto de apoyo central para realizar sus políticas derechistas. Y expresa la cristalización de una determinada relación de fuerzas políticas más favorable a la clase dominante. Pero hay que ser claros: que Macri se haya hecho del poder del Estado no significa que pueda aplicar así nomás todas sus políticas, sin ningún tipo de límites y resistencia.

¿Qué significa esto?. Es un hecho que Macri tiene entre manos un duro ajuste económico. Ajuste que vale decir es prácticamente una «declaración de guerra» contra la clase obrera. Pero, como se dice: del dicho al hecho hay un largo trecho. ¿Por qué? Porque ya no estamos en ese mundo del triunfalismo capitalista de la década del 90´ y sí en una sociedad que viene de más de una década de acumulación de organización y conciencia política entre las clases oprimidas. Es decir, las relaciones de fuerzas aún, a pesar del resultado electoral, son más favorables a los trabajadores que a principios de los 90´. Fue el mismo Macri quien tuvo que camuflarse de progresista para ganar la elección, reconociendo en alguna medida las «coordenadas progresistas» que siguen operando (aunque atenuadas) en el país.4 Inclusivo su gestión de gobierno en Capital fue de perfil casi idéntico a la de cualquier gobernador del resto del país. No fue más de derecha que los gobernadores peronistas como Scioli, Urtubey o De la Sota. Y esto no por su propia voluntad, sino porque el conjunto de relaciones de fuerzas impuestas por la rebelión del 2001 le impuso límites importantes a la dominación de la clase dominante. Límites que emergerán cuando sean cuestionados por el nuevo gobierno.

En ese sentido vale el brillante análisis de Rosa Luxemburgo a propósito de la dialéctica entre revolución y reforma: « Cada constitución legal es producto de una revolución. En la historia de las clases, la revolución es un acto de creación política, mientras que la legislación es la expresión política de la vida de una sociedad que ya existe. La reforma no posee una fuerza propia, independiente de la revolución. En cada periodo histórico la obra reformista se realiza únicamente en la dirección que le imprime el ímpetu de la última revolución, y prosigue mientras el impulso de la última revolución se haga sentir. Más concretamente, la obra reformista de cada periodo histórico se realiza únicamente en el marco de la forma social creada por la revolución. He aquí el meollo del problema.»5

Rosa nos está diciendo que las reformas progresivas para los trabajadores que existen en un período histórico son un subproducto de la fuerza impuesta por las masas en una revolución. Nosotros podemos utilizar esta reflexión para nuestra propia situación nacional. La rebelión del 2001, como acción de masas que impacta en toda la sociedad, le imprimió al Estado y a todo el «cuerpo social» un conjunto de «demandas» que se expresaron en conquistas. Pero claro , como la rebelión no llegó a la radicalidad que significa una revolución, esas demandas fueron realizadas (muy parcialmente) por el gobierno burgués que estuvo al frente del Estado. Y por otro lado, como la fuerza de una rebelión popular es cualitativamente menor a la fuerza de una revolución, el contenido y profundidad de las reformas que «concedió» el Estado fueron contrastantes con el retroceso de los 90´, pero muy menores y «precarias». La rebelión del 2001 alcanzo para imponerle a la clase dominante una serie de condiciones para que el país sea gobernable. Condiciones que configuraron el clima políticó de la última década. Y que en tanto el próximo gobierno quiera «desmontarlas» no le alcanzará sólo con decretarlo, sino que tendrá que enfrentar la resistencia desde abajo. Es decir: lo que se consiguió luchando desde abajo sólo podrá «quitarse» por la derrota de la lucha desde abajo. Pero la derrota o victoria de las próximas luchas es algo que aún está abierto.

Una gobierno «normal» para un país «anormal»

Con el triunfo de Macri se acaba un rasgo central del kirchnerismo. El de un gobierno que se ubicaba como represente general de la sociedad, buscando arbitrar entres las clases sociales. Y en ese sentido aparecía como «en el medio» entre los trabajadores y los empresarios. Por eso lo supimos llamar un «gobierno de mediación». Esto es, un gobierno que aun siendo 100% capitalista se presenta ante la sociedad como «de todos» y por lo tanto tiene que darle algo a cada uno, algo a cada clase de la sociedad. Claro que mientras a los capitalistas los beneficio con súper ganancias (como señaló muchas veces la propia Cristina), a los trabajadores les garantizó un determinado nivel de ocupación laboral (aunque precaria y con salarios bajos). Es esta realidad de «darle a todos algo» la que tenderá a acabarse con el próximo gobierno. Cuando la economía crecía y había plata para repartir, la burguesía podía dar las concesiones que la rebelión popular había impuesto en las calles. Pero en la medida que los fuegos de la rebelión están apagados (lo que no significa que no queden brazas ardiendo), y que la economía pide una gran corrección… la burguesía quiere dar pasos en terminar con los elementos permanentes de conflictividad social y hacer la Argentina un país desde el punto de vista de la gobernabilidad capitalista «más normal».

Pero ¿qué sería un país más «normal»? Para graficar qué queremos decir con esto nos remitimos a un hecho que está como naturalizado: las vallas de contención frente a la Casa Rosada. A principio de 2015 se suscitó un debate sobre si había que quitarlas o no, a raíz de que luego de las manifestaciones por la muerte de Nisman, los caceroleros intentaron quitarlas y el gobierno las soldó, reforzando el cementado que ya tiene hace años. Fue el macrismo, en este caso, quien pidió levantarlas. Una periodista de La Nación hablaba de «un rastro del «que se vayan todos» de 2001, como una marca de entonces, quedaron las vallas, ésas que surgieron para proteger la Casa de Gobierno, pero también otros edificios como bancos o el Congreso de la Nación. Las demás, se fueron removiendo pasada la convulsión social, pero las de Plaza de Mayo quedaron y desde entonces son escudo de protección de diferentes manifestaciones.»6 Unas vallas para que la gente movilizada en ese entonces no llegue a la Casa de Gobierno. Para evitar que el pueblo irrumpa en las instalaciones del poder central, el poder del que manda. Vallas para evitar que el poder sea «usurpado» por el pueblo en las calles. Vallas para decirle al pueblo que el poder lo tiene el Estado, y no la movilización popular. Una mensaje de dónde está el límite de la acción de las masas. Volver hacia un país «normal» implicaría retirar las vallas como símbolo de que ya «no hay peligro» de manifestaciones en las calles que cuestionen al poder estatal. Claro que antes de será necesario infringirle una derrota importante que la saque definitivamente de las calles.

Lucha de clases y radicalización política

Decíamos recién que para retirar las valles de Plaza de Mayo (como se manifestó el macrismo en más de una oportunidad), primero hay que bajar de forma considerable el grado de movilización de la población a tal punto que quede sólo como un recuerdo del pasado. Esta pretensión se conjuga con la idea de «sacar los cortes de las calles», tratando de forzar un mayor grado de dominación de clase y por tanto de desmovilización de pueblo. El Argentinazo fue una gran fuerza de masas que representó las aspiraciones de millones. Y esa «encarnación» de la voluntad colectiva le dio legitimidad al hecho de «tomar la calle», de la forma que sea. Cortar una calle, una ruta, marchar, concentrar: legitimó las distintas formas que asume la acción colectiva directa. Pero el «consenso conservador» que está legitimado con el triunfo de Macri va directamente en contra de este «derecho a la lucha» en las calles conquistado por el Argentinazo. La contradicción de la nueva situación política estriba en que para realizar el ajuste económico van a tener que cuestionar este derecho pero en los hechos, no sólo en las palabras. Es decir: van a tener que reprimir con dureza las manifestaciones de protesta que empiecen a brotar cuando los trabajadores se dispongan a evitar pagar el ajuste.

Sin embargo, el camino a transitar para realizar este objetivo puede ocasionar dos escenarios alternativos. Por un lado, el ataque del gobierno puede propinarle a la clase obrera una serie de derrotas que la ponga todo un período globalmente a la defensiva, abriendo una situación política de resistencia. Una situación de reflujo de la lucha de clases donde lo principal será sólo defender las conquistas al mejor nivel posible y en plano de la conciencia y la organización obrera no haya progresos sino más bien desmoralización, división y desorganización.

O puede, ante el ataque, dialécticamente, «despertar» a la nueva generación obrera que se formó durante la última década y generar un proceso de luchas que la ubiquen como un actor político mayor. Como marxistas rechazamos el objetivismo y el destino prefijado de las cosas, por eso pensamos que ambos escenarios son posibles. Pero como socialistas que luchamos por una sociedad opuesta por el vértice a la actual, militamos para se imponga el segundo escenario. Escenario que se desprende potencialmente de la actual situación política y que requiere de dos cosas: el ímpetu y determinación de los trabajadores y de la política que la izquierda lleve adelante ayudar a desarrollar ese proceso.

Más allá de estos dos escenarios abiertos, lo más seguro es que vayamos a un período de mayores enfrentamientos entre las clases que abrirá una nueva experiencia política para la clase obrera7. Experiencia que, al calor de la defensa de sus conquistas podría radicalizarla políticamente. Esto es: hacerla avanzar en su proceso de auto-organización, en su conciencia y en un mayor grado de independencia política. Es tarea de la izquierda revolucionaria ser parte codo a codo de esta nueva experiencia y aportar para que en ese tránsito emerja una alternativa política de los trabajadores superadora de todas las variantes patronales.

Notas:

1 Scioli centró su campaña del balotaje en la denuncia de que con Macri se venía el ajuste y volvíamos a los 90´. Eso politizó muchísimo el debate y le valió sólo perder por 2 punto. Es decir, la politización le jugó a favor al gobierno, pero tardo demasiado en girar para ese lado y terminó imponiéndose la «ilusión del cambio».

2 Los gobiernos de perfil izquierdista tuvieron la tarea de sacar la protesta social de la calle y derivar los reclamos sociales al interior de las instituciones de la democracia burguesa; por medio de un proceso de «absorción institucional» de los ribetes más radicalizados de las luchas desde abajo.

3 Deterioro que también impacta en Brasil con la apertura del juicio político a Dilma, y días atrás en Venezuela con la victoria de la derecha imperialista en las elecciones parlamentarias.

4 A propósito de la adaptación del macrismo al «clima de época» ver el análisis de Ignacio Ramírez en su artículo «Algunas razones del sismo electoral». Le Monde Diplomatique, diciembre de 2015.

5 Rosa Luxemburgo, Reforma o Revolución, Abril de 1900.

6 Verónica Dema, «La Plaza de Mayo vallada dispara un debate entre intelectuales», La Nación, 29 de Enero de 2015.

7 También hay que seguir la experiencia política que se iniciará en el movimiento estudiantil. En el ciclo actual de rebeliones puede verse que el movimiento estudiantil cumple un papel central, registrándose un despertar político de la juventud como no se veía desde la década del 60´. En Europa esto es evidente pero también se expresa en algunos países de América Latina cómo en Chile y Brasil. En contraste, durante el Argentinazo no hubo grandes acciones de masas del movimiento estudiantil.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.