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Algunas consideraciones en torno al «fin de etapa» política en Argentina

Fuentes: Rebelión

“Avanzar con el pesimismo de la razón y el optimismo de la voluntad”

(Antonio Gramsci)

La consideración de “fin de etapa” ante el triunfo de Javier Milei en el balotaje del 19 de noviembre pone en cuestión diversos interrogantes en relación a: las características de esa etapa, los desafíos y posibles escenarios futuros.

¿Qué etapa terminó? En la temporalidad podemos establecer diferentes periodos y momentos, desde el inicio de la democracia, desde la crisis del 2001/02, etc. Desde el punto de vista del análisis histórico la etapa que se cierra es la que tuvo como predominio al interior del conjunto del movimiento popular las ideas del progresismo, cuyo principal momento fue entre el 2005 hasta el 2015 y luego el periodo último de 2019/2023. Este periodo fue en consonancia con el movimiento regional donde también se dio una corriente que con sus variantes nacionales llevó adelante una serie de reformas en torno al modelo económico y social, escasas veces en lo político. Se coincide que esta corriente tuvo dos partes: una primera más intensa y fuerte (progresismo popular) en sus postulados y una segunda de características más débiles y conservadoras. Esta etapa engloba a su vez diversas experiencias, momentos y formas: resistencias, articulaciones, movimientismos, frentes electorales, triunfos, gobierno, derrota, gobierno, derrota otra vez; el fin de etapa es un cierre que nos cabe al conjunto del movimiento popular en tanto implica pensar en dos momentos concurrentes: la derrota política y la derrota electoral, donde ésta fue el síntoma y la consecuencia de la primera. Pensar la derrota política implica abordar un conjunto de elementos que hicieron a la concepción, a la práctica, las formas de construcción, de gestión, de gobierno, etc.

La derrota política es entonces efecto de la debilidad orgánica (ausencia de un proyecto autónomo, de un sujeto social dirigente) para proponer en términos de superación del modelo neoliberal, de fundar bases para una democracia participativa, de una reconstrucción de una economía con base productiva, federal, autónoma del poder financiero internacional y nacional; tampoco se avanzó en la transición post gobierno de Mauricio Macri, por lo que se configuró el esquema social para la derrota electoral. En el proceso del gobierno del Frente de Todos quedó plasmado el estado de las fuerzas del movimiento popular, donde si ya el Frente era en si mismo un armado defensivo ante las fuerzas conservadoras coaligadas con partidos orgánicos a las que se las venció por la ineptitud del ex presidente (Juntos por el Cambio), casi de igual modo sucedería cuatro años después con Alberto Fernández y en este caso la sociedad pasó factura a ambas fuerzas para volcarse a un personaje estrafalario, de discurso agresivo contra la “casta política”, con propuestas igualmente ultra reaccionarias pero efectistas en el contexto del malestar instalado por un gobierno progresista que no pudo disciplinar a las fuerzas del mercado, frenar la inflación, reducir la pobreza, generar condiciones de desarrollo social, de transición económica post- neoliberal, de un nuevo modelo productivo, de trabajo genuino, etc.

No fue solamente eso. Lo que fracasó fue una concepción política y una práctica que agotada ya con el triunfo de Macri se la mantuvo, ignorando las mutaciones del neoliberalismo, del capitalismo al fin, de las condiciones de reproducción y continuidad del modelo que contempla la permanencia y absorción de las demandas de sectores sociales y políticos asegurando el consenso, la gobernabilidad, que más allá de crisis coyunturales de tipo política, sus causas se ubican en las acciones de los actores económicos predominantes cuya inestabilidad en sus disputas por el posicionamiento central llevan a condicionar y limitar al poder político afectando el sentido y capacidades de representación y su consiguiente legitimidad social. Esto significa que hay un poder establecido con capacidad de socavar la forma representativa democrática rompiendo el contrato político liberal al que suscriptas por la sociedad civil y fuerzas políticas, causando las crisis sucesivas ya sin cuestionar el sistema democrático, renunciando a recurrir al viejo modo de los golpes de estados y la vía autoritaria. La renuncia es a causa de una conciencia social asentada a lo largo de estas cuatro décadas del valor de la democracia, el respeto a la Constitución y también de la reconfiguración de las formas de expresión y acción de la clase dominante, de la aparición de nuevas representaciones políticas formales orgánicas junto a otras formas de presión: operaciones de medios, judiciales, económicas (corridas cambiarias, remarcación de precios, desabastecimiento), demasiadas armas eficaces para sustituir al fusil. Así entonces, los componentes conceptuales y discursivos del progresismo lejos estuvieron de ser disruptivos del modelo, se convirtieron en el ala reformista del neoliberalismo.

LA CINTURA CÓSMICA DEL SUR

El progresismo tuvo su auge en la región, su edad de oro, desde principios del siglo XXI hasta fines – mediado de la segunda década (2010 -2015) como consecuencia de las crisis respectivas del neoliberalismo reinante en los países de la región, desde los regímenes más radicalizados como el de Chávez en Venezuela y Evo Morales en Bolivia hasta los más limitados como el de Chile con Michelle Bachelet, Rafael Correa, Lula, CFK, Mujica. Estas experiencias cedieron ante los diversos embates de sus antagonistas conservadores nacionales ya por elecciones, por golpes blandos judiciales o parlamentarios y hasta policiales. Sus retornos fueron en un modo moderado, se suma la crisis política y económica en Venezuela que obligó al gobierno de Maduro a una reversión del andar hacia el “socialismo Siglo XXI”; el estallido social chileno de 2019 sostenido con movilizaciones masivas cotidianas que cuestionó el orden político y el modelo económico heredados de la dictadura, había logrado forzar la convocatoria a la asamblea constituyente donde tuvo sentida presencia la representación de los pueblos originarios. No obstante, no logró el apoyo mayoritario de la sociedad al momento del plebiscito aprobatorio de la nueva carta magna, lo que derivó en una nueva constituyente ahora dominada por la derecha y que corrió igual suerte que el anterior proyecto: el rechazo plebiscitario.

Entre los actores novedosos de esta nueva etapa aparecen precisamente como efecto del estallido de 2019 la gestión de Gabriel Boric con una fuerza que había sido secundaria en la etapa del bifrentismo chileno. El gobierno de AMLO en México que por un lado replanteó el vínculo siempre complicado con Estados Unidos al tiempo que comenzó a mirar con mayor atención a Sudamérica y la relación en el eje progresista y los ámbitos de integración y cooperación política y económica; los gobiernos de Honduras (Xiomara Castro, esposa del derrocado en 2009 ex presidente Manuel Zelaya), el nuevo presidente ya apuntado por el poder fáctico de Guatemala Bernardo Arévalo (hijo de Juan José Arévalo, primer presidente electo democráticamente y antecesor de Jacobo Arbenz, quien sería derrocado por un golpe de Estado patrocinado por la CIA y la United Fruits en 1954) expresiones reformistas con miradas de integración regional y continental en una región como la centroamericana, atravesada por el poder y la influencia norteamericana y oligarquías terratenientes vinculadas al capital yanqui, con sociedades pauperizadas, con escaso desarrollo manufacturero, con presencia de bandas ligadas al narcotráfico y la consiguiente corrupción en los estamentos estatales. Asimismo con vecinos críticos como son el gobierno sandinista de Nicaragua con Daniel Ortega y su esposa Rosario Murillo, y el gobierno de Nayib Bukele en El Salvador de perfiles opuestos. Estamos en presencia de gobiernos que apuntan a realizar reformas sociales no estructurales, sin alterar el orden social y en los marcos de la legalidad democrática representativa, reformas sociales en el marco de estructuras económicas atrasadas, dependientes, globalizadas a tono con las demandas de la etapa actual del capitalismo y la distribución de roles o función productiva: naciones dependientes de los commodities, primarizadas y extractivistas abiertas al capital financiero. Ese vínculo forma las diversas fracciones dominantes y hegemónicas que organizan el modelo político y marcan los límites de las reformas y cambios.

La otra experiencia popular novedosa se desarrolla en Colombia, un hecho histórico de una profunda trascendencia, dado el proceso político vivido por el pueblo colombiano desde la década del 40 del siglo pasado con el “bogotazo”, guerra civil, insurgencia revolucionaria, cárteles narcotraficantes, violencia política, democracias débiles y corruptas. Gustavo Petro, ex dirigente guerrillero, ex alcalde de Bogotá que pone fin al periodo uribista (Uribe- Santos- Duque), gobiernos de derecha neoliberal y con un gran componente represivo, llegando por primera vez un gobierno de genuino raigambre popular. El caso excepcional es Perú, rotulado como “Estado fallido”. El fracaso y caída del gobierno de izquierda de Pedro Castillo desencadenó un capítulo más de la crisis política con su destitución y prisión, movilizaciones callejeras, represión, gobiernos débiles a merced de los acuerdos parlamentarios para sostenerlos, sacarlos y condicionar a la figura de turno en el palacio de gobierno. El movimiento popular peruano, en gran estado de disgregación social y política expresa una alta capacidad de reacción y resistencia frente a todos los gobiernos pero también muestra escasa tolerancia y sensibilidad política para apoyar o condicionar a aquellos de tintes progresistas y reformistas. El bagaje del legado institucional del fujimorismo es muy pesado y permitió la sobrevivencia de los factores de poder económicos por encima de cualquier crisis social o política. Por otro lado pesa en la memoria y en el inconsciente social las evocaciones de la experiencia de Sendero Luminoso, sus prácticas, el terrorismo, la coerción y violencia sistemáticas de las partes enfrentadas a la hora de presentar nuevas expresiones de izquierda. La caída de Castillo es un nuevo retroceso y otra marca de la desmembración del movimiento popular peruano.

Esta etapa fue la nueva oleada de los movimientos populares después del cierre del ciclo revolucionario del siglo XX, en su segunda mitad con las experiencias de los nacionalismos revolucionarios, populares, de izquierda con gran protagonismo de las clases populares y en especial de la clase trabajadora, sectores medios, campesinos, pequeña burguesía. El peronismo en Argentina, la Unidad Popular chilena, el MNR boliviano, el APRA y el gobierno de Velazco Alvarado en Perú, los movimientos revolucionarios bajo el influjo de la revolución cubana y con horizontes certeros en cuanto utopías, proyectos, objetivos. El cierre de ese ciclo fue posible por la reacción violenta de las clases dominantes nacionales con dictaduras sangrientas a partir de las cuales se sentaron las bases de la reestructuración capitalista, restauración del sistema de dominación, disciplinamiento de las clases subalternas, restitución de democracias condicionadas y restringidas.

CUARENTA AÑOS NO ES NADA…

Pensar en los cuarenta años de democracia ininterrumpida en Argentina obliga a poner en la balanza los logros y los errores, los avances y retrocesos, las deudas y los beneficios. La democracia argentina es hija de la derrota popular de 1976, una democracia que fue perdiendo el sustento de la representación de las mayorías, de partidos degradados en aparatos electorales al servicio de minorías que canalizan sus intereses en cualquiera de las fuerzas tradicionales, históricas que a su vez se fueron fragmentando en otros partidos sin que estos construyeran nuevos ámbitos de representación de sectores sociales subalternos. Los partidos quedaron subsumidos en el espectro del modelo económico predominante que se fue arraigando a pesar del fracaso original intentado por la dictadura del Proceso de Reorganización Nacional. La economía subordinó a la política, la disciplinó y marcó sus límites: el Mercado delineó las formas de los Estados. Así la Justicia Social quedó limitada a los recursos de gestión en Bienestar Social, luego Desarrollo Social, del bienestar al asistencialismo (de las Cajas PAN a los módulos alimentarios, de los Planes Trabajar – invento del BM para atender la desocupación estructural efecto directo del modelo, variante del PEM y POJH de la dictadura de Pinochet- al Potenciar, de las ollas populares a los comedores y merenderos barriales) es decir que en la construcción del sentido común, en el discurso político la mera administración de recursos con fines asistenciales se lo asoció al concepto, que a su vez fue diluyéndose hasta casi desaparecer del léxico político, de Justicia Social. “Inclusión” fue la nueva categoría, que no estaba errada en tanto la degradación social empujó afuera del sistema a millones de personas, incluirlas, reintegrarlas era una necesidad para el modelo, reinsertarlas en el circuito del mercado, del consumo y sostener el consenso social.

Esta democracia “bajas calorías”, devino en el molde ideal para que el capitalismo en sus diversas variables, crisis y mutaciones perviva bajo el consenso de la legitimidad representativa en cualquiera de sus variantes políticas: la conservadora o la progresista, combinaciones de ambas, sustentos simbólicos y materiales que consecuentemente fueron arrastrados al limbo de una estructura económica, con una clase dominante atravesada por contradicciones y conflictos en disputas incesantes por el predominio y la hegemonía, sobrepasada por tensiones endógenas y la incapacidad de la “burguesía argentina” para concebir un modelo nacional.

Decíamos que nuestra democracia es hija de la derrota de 1976. Podemos ver la secuencia y los movimientos orgánicos del proceso histórico en tres momentos. 1976, el golpe cívico militar significó la derrota política y militar, el disciplinamiento social a través del terror, el terrorismo de Estado con el fin de desarticular las organizaciones populares revolucionarias, representativas insertas en el seno del movimiento popular, derrota que implicó restablecer el poder de dominación, la coerción. 1989 fue la segunda derrota en un doble contexto, nacional y global; fue una derrota política e ideológica, el peronismo devenido en instrumento del neoliberalismo y la caída del modelo socialista de Europa oriental, la impugnación de proyectos socialistas no capitalistas, imposición de nuevos paradigmas como el pensamiento único, el fin de la historia, de las ideologías y del trabajo, el posmodernismo tardío. Asimismo se produjo una oleada de miedo social ante el avance de la precarización laboral, la desocupación, factores que comenzaron a golpear en el centro de gravedad del movimiento popular, de las clases subalternas: desestructurar al movimiento obrero, sujeto político principal de cambio y columna política. La tercera derrota es la actual, la acaecida en el 2023 con el triunfo de La Libertad Avanza, expresión ultraliberal, es una derrota político social, es el fracaso del conjunto de fuerzas políticas tradicionales y principalmente de las llamadas progresistas para dar respuestas a las necesidades cada vez mayores, acuciantes de los sectores populares que volcaron su apoyo a una fuerza, un candidato que no se privó de prometer ajuste, no es solo el consenso sobre esas políticas como la caída del apoyo y la pérdida de referencia en las fuerzas representativas de las clases populares, es el consenso sobre una cosmovisión social que acepta la ruptura de los lazos solidario, del sentido de comunidad exacerbando la fragmentación, el individualismo, la reversión hobbsiana del estado pre social del hombre para llevarlo como modo de organización social: “el hombre lobo del hombre”. Naturalmente, los consensos nunca son definitivos ni totales.

La crisis orgánica nacional abierta en la década del sesenta, que las clases dominantes comienzan a resolver en 1976 vía coerción recuperando el poder de dominación, siguió con la formación (disputa intra clase) de la hegemonía del capital financiero entre 1976 y 1989, con sus crisis recurrentes y la apelación a elementos del trasformismo y revolución pasiva, sucesivamente. Esto significa que a la vía coercitiva (dictadura militar) le siguió la etapa del consenso (democracia) con las tensiones al interior de las clases dirigentes y las intenciones de las clases subalternas por recuperar su posición en el esquema de distribución de la renta nacional y potencialmente construir autonomía política (espíritu de escisión) que fue coartada sucesivamente en estas cuatro décadas por la acción de neutralización que llevaron a cabo las diversas expresiones y formas de los grupos hegemónicos. Concretamente hablamos de la decapitación y vaciamiento político del peronismo, sometido a un doble proceso de disciplinamiento y normalización (el movimiento fue subsumido por el Partido – pejotismo- lo que implicó la conversión y jibarización para conformar un mero aparato electoral pragmático y oportunista). Las crisis de hegemonía no pusieron en peligro el sistema de dominación ni el bloque histórico constituido post 1976, excepto en la crisis de 2001: crisis de hegemonía más crisis de dominación, pero esta fue restablecida vía consenso político con las elecciones del año 2003 con un movimiento popular, continente de las clases subalternas, débil en términos de intervención política, con capacidad defensiva y bloqueo pero carente de un proyecto propio.

El cierre de la crisis orgánica se da ya con el marco democrático. Es el nuevo Bloque Histórico, que resuelta la crisis de dominación (1976 -1983) zanja la crisis de hegemonía con el ascenso de la fracción financiera agroexportadora como grupo principal o fundamental en el contexto de la revolución neoconservadora capitalista, la globalización, el mundo unipolar y el pensamiento único. A partir de allí los conflictos políticos tuvieron carácter más de tipo coyuntural, las contiendas electorales fueron expresiones con variados niveles de autonomía respecto del movimiento económico que no llegaron a alterar el sentido general del bloque, ni disputas a nivel de crisis hegemónicas.

Si podríamos periodizar las etapas de la democracia según el proceso político del movimiento popular se pueden identificar tres momentos: 1º: 1983/1989. Etapa de pos-derrota – resistencia – recomposición. La democracia recuperada, dijimos, es la derrota del proyecto político del Proceso de Reorganización Nacional y es a la vez la democracia hija del terror político, por ende un empate donde la ventaja siempre corrió a favor de la clase dominante que consenso mediante reinició su avance no exenta del conflicto irresuelto sobre la primacía económica y predominio político. El triunfo de la UCR con el discurso y la imagen democrática, republicana de Raúl Alfonsín se impuso sobre la imagen parca del candidato justicialista y caótica del peronismo; la sociedad clamaba por tranquilidad y orden. El peronismo inicia su camino hacia su “normalización”, del movimientismo hacia el “pejotismo”, el PJ se convierte en el espacio de conducción del peronismo subordinando a las otras ramas y en tanto la crisis por la derrota electoral abrió un debate sobre la dirección del espacio, el rol de oposición y articulación política se dio en torno al movimiento sindical y la figura de Saúl Ubaldini, un sector de la CGT, mientras el PJ avanzaba hacia la renovación y la presencia permanente de los organismos históricos de Derechos Humanos que daban una lucha trascendental contra la impunidad. El movimiento obrero mantenía un gran vigor aun con sindicatos que expresaban la presencia de una Argentina industrial como la UOM, SMATA, UOCRA, SUPE, Luz y Fuerza, ferroviarios (U.F. y La Fraternidad) que en su contraparte se hablaba del factor de poder económico como “los capitanes de la industria”.

Asimismo con triunfos históricos como el juicio y condena a las juntas militares, el conjunto del movimiento popular y la izquierda expresaban una diversidad de espacios donde se procesaron diversos debates y análisis sobre la naturaleza de la nueva etapa democrática en el contexto de una región que cohabitaba con dictaduras (Chile, Paraguay), transiciones (Uruguay, Bolivia, Brasil) y democracias endebles (Perú, Ecuador, Venezuela). Mientras en Centroamérica se desarrollaban los últimos combates de la guerra revolucionaria en el contexto de la guerra fría y las luchas por la liberación nacional y social (Nicaragua, El Salvador, Guatemala).

La recomposición política del peronismo a partir de 1987 abrió expectativas en torno a las chances en 1989, con un movimiento popular activo ante las avanzadas de sectores militares que buscaban poner freno a los juicios por violación a los DD.HH. con las leyes de Punto final y Obediencia Debida, más la resistencia del movimiento obrero ante las políticas de ajuste del gobierno de Alfonsín. 1989 fue un duro golpe por situaciones diversas que fueron poniendo al conjunto de los sectores populares otra vez a la defensiva: La Tablada, hiperinflación, saqueos, triunfo y giro inmediato conservador de Carlos Menem, crisis y caída del bloque socialista de Europa oriental.

La segunda etapa corresponde al periodo 1990 – 2003. Es la etapa del repliegue – resistencia – realineamiento. Con la imposición del neoliberalismo con el pejotismo mediante (Menem, PJ, CGT, gobernadores, legisladores), una ofensiva política general contra la clase trabajadora y el modelo de Estado- Nación vigente hasta entonces. Se desestructura el Estado de Bienestar ya en crisis, se flexibiliza y precariza las condiciones laborales de los trabajadores, se cierran o privatizan organismos y empresas del Estado; el movimiento obrero se resiente y se fractura. Surgen nuevas experiencias de participación, resistencia y lucha: el movimiento piquetero (desocupados recientes víctimas del cierre de empresas como YPF, Gas del Estado, FF.CC., etc.), jubilados, el embrión de la futura CTA, el Congreso de los Trabajadores Argentinos que busca contener las nuevas formas y las viejas también de organización popular pero que no tenían cabida en la central sindical. La CTA constituida en 1996 es la principal fuerza de acción de la nueva clase trabajadora y llegará a articular el mayor arco de unidad popular en la resistencia en el año 2001 con el Frente Nacional contra la Pobreza (FRENAPO). La resistencia social, la lucha por elementos básicos de supervivencia tienen focos principalmente en las provincias: Neuquén, Salta, Jujuy, Santiago del Estero. Dispersión, disgregación, falto de un horizonte definido y una representación identitaria el movimiento popular, elementos propios de las etapas de resistencia.

El triunfo de Menem en 1989 fue seguido por el ascenso de Cavallo como ministro de Economía, el Pacto de Olivos entre Menem y Alfonsín, la reforma constitucional de 1994 que consolida el marco jurídico del neoliberalismo y habilita la reelección presidencial, con un Menem reelecto en 1995 y el fracaso terminal de la Alianza seudoprogresista UCR- FREPASO de 1999 con De la Rúa – Álvarez que terminó convocando al mismo Cavallo para “resolver” y continuar con su proyecto. El año 2001 fue un año intenso de luchas, movilizaciones y articulaciones que puso en jaque a un modelo agotado y estalló el 19 de diciembre. El neoliberalismo estalló, con este el país, dejó un tendal de muertos y una economía devastada, otra vez endeudada, una sociedad empobrecida pero con nuevas condiciones de resistencia y participación. El estallido del 2001 pone freno (hoy vemos que transitoriamente) al neoliberalismo, abre una crisis de representación general, una crisis política de profundas consecuencias en el corto plazo.

El movimiento popular acusa una gran fragmentación y falta de una dirección política, pero más aún, es el retroceso organizativo, el declive del movimiento obrero como eje o columna política y la persistencia de un proyecto orgánico. El llamado “movimiento piquetero”, organizaciones sociales administradoras de los sucesivos planes asistenciales oficiales (Trabajar, Plan jefes/as de Hogar, Argentina Trabaja, Potenciar, etc.) adquirió una enorme capacidad de movilización, de presión pero subordinada a la lógica de negociación de espacios y recursos en el contexto de la informalidad y la economía de subsistencia dependiente del Estado, por lo que el calificativo de “economía popular” o “social” es dudoso por lo menos en el aspecto del desarrollo autónomo. Se constituyó más bien como una línea defensiva. La “foto” de la capacidad de movilización callejera fue más un espejismo que engañó las posibilidades reales de construcción y organización política. Sumado a eso, al permanente proceso de división de diversas organizaciones muchas veces por meros motivos de control de recursos, evidenció sus límites aunque no siempre se quiso ver este aspecto.

El tercer periodo, transcurre desde el 2002 al presente. Su extensión se debió a que en este periodo se procesan las crisis de representación tanto de los sectores populares, subalternos como el de las clases dirigentes con distinta suerte: mientras el campo popular atravesó a partir del 2003 y por una década un periodo de auge del “progresismo popular” con el kirchnerismo, mezcla de peronismo con la centroizquierda, izquierda social sin un sujeto político dirigente, unificado en el vértice superior por la conducción estatal a partir de un modelo distribucionista, con un Estado que recuperó capacidad y facultades de intervención social y económica, apuntando a medidas proteccionistas, fomentando la reactivación industrial sin alterar la matriz productiva primaria extractivista, en tanto las fracciones dominantes fueron reconstruyendo sus partidos orgánicos (PRO, CC) y absorbiendo a otros como la UCR que dejando de lado su bagaje popular se volcó a la representación de los intereses de las clases altas. El progresismo promovió la integración de un bloque económico y político regional fortaleciendo el MERCOSUR, gestando otras como UNASUR y CELAC en el momento de una oleada similar en la región. En ese contexto hubo una recuperación de la participación popular en los ámbitos sociales y políticos, se activó una fracción de la clase media favorecida por las políticas de consumo y de acceso a nuevos derechos materiales y simbólicos.

En ese sentido en marzo del 2008 el llamado “conflicto con el campo” convocó a una batalla política de proporciones impensadas que derivó en un intento de reposicionamiento político de una fracción de la clase dominante (la burguesía agroexportadora pampeana) y galvanizó a la mayor parte del movimiento popular en torno al gobierno de CFK. Fue una disputa en un sentido de embudos invertidos: una medida fiscalista del gobierno, la Resolución 125 de aumento de retenciones a las exportaciones agrícolas generó una reacción en bloque del conjunto de entidades patronales productoras (la Mesa de Enlace); mientras esa simple medida fiscal destinada a aumentar la recaudación y el nivel de reservas (entrada chica del embudo) derivó en un discurso de sentido épico (salida por el extremo ancho): lucha contra la oligarquía, distribución de la riqueza, justicia social, etc., los sectores patronales invirtieron la imagen: su objetivo de condicionar al gobierno, de reposicionarse en el conjunto del bloque dirigente económica y políticamente (boca ancha) lo plantearon como una mera defensa de la producción, el trabajo, etc., ante el ataque del gobierno a la “principal fuerza productiva del país” (extremo estrecho del embudo). A pesar de la derrota política en el Congreso, el kirchnerismo logró abroquelar a su alrededor a la mayor parte del espacio progresista popular (campo nacional y popular, centroizquierda) y partir de allí hasta casi el final de su mandato generó una batería de medidas que fueron en beneficio de las mayorías populares y para recuperar empresas públicas privatizadas durante el menemismo.

Fue el punto más alto de consenso y adhesión popular a un proyecto político que supo amalgamar elementos del peronismo clásico con demandas progresistas (liberales) tendencia que se agudizó hacia el 2019, la dispersión o diversidad carente de un eje articulador, de un proyecto orgánico nacional popular (subalterno) y de un sujeto político dirigente.

El triunfo de Macri (CAMBIEMOS) en el año 2015 sobre el candidato peronista Daniel Scioli, marcó el fin del ciclo progresista. La hegemonía neoliberal se consolidó a partir del momento que las clases dirigentes resuelven su crisis de representación cuando el partido municipal de Macri (PRO) logra expandirse nacionalmente y con el apoyo territorial de la UCR destinada a ser proveedora política del partido porteño, acaparan el voto de los sectores medios, medios altos y franjas populares descontentas. El desastre de la gestión macrista abrió la posibilidad de recuperar y convocar a las mayorías populares en un gran arco político, el Frente de Todos, para iniciar la transición al pos-neoliberalismo; con condiciones objetivas adversas pero con amplio apoyo social, con capacidad de movilizar (pre y pos pandemia) con desafíos impostergables a los efectos de lograr resultados concretos de recuperación económica, social, laboral, el perfil moderado (liberal progresista) de Alberto Fernández sumado a la decisión de no formalizar el frente electoral en una coalición política dejó librado el gobierno a acuerdos, disputas y más desacuerdos entre los tres principales referentes (ni siquiera entre sus fuerzas), con un movimiento en estado defensivo (el Frente de Todos fue una reacción defensiva ante el posicionamiento político de los sectores conservadores y neoliberales) y con una derecha política, corporaciones y sectores sociales antagónicos cada vez más activos y agresivos, en posición ofensiva para liquidar los vestigios de “populismo” y más aún, de establecer un modelo que si en lo económico puede fracasar, en lo social dejará sus huellas: el sentido de individualismo, la disgregación social, la ruptura del sentido de comunidad.

CAMBIA TODO CAMBIA

Frente a este cuadro el movimiento popular parece haber agotado los recursos políticos para enfrentar a un modelo que fue extremando sus formas y sus modos, su esencia. El retorno al “peronismo clásico” o “histórico” es decir al modelo del primero gobierno de Perón es la fórmula mágica que proponen sin entender la profunda mutación que el capitalismo sufrió y con este, la sociedad; el progresismo se agotó en disputas discursivas y en su agenda de derechos diversos de minorías sin cuestionar ni menos proponer un proyecto integral de sociedad, un modelo orgánico, proponiéndose más bien como la pata reformista, la propuesta del “capitalismo humanizado” en tiempos de un (neo- ultra) liberalismo salvaje y depredatorio. Un modelo basado en la sumatoria de demandas sectoriales con diversos grados de articulación no siempre sintetizadas políticamente, carentes de un sujeto político rector excepto el Estado, es decir, espacios sociales cuyas demandas se elevan a los gobiernos sin una unicidad orgánica. Este Estado, liberal o social, recepcionó estas demandas que en su mayoría corresponden al área de las demandas de derechos liberales en lo político, civil y extensiones de asistencia social a sectores vulnerables.

El peronismo, su fracción progresista y la ortodoxa en extraña concurrencia coinciden en una mirada melancólica y bucólica de su historia y su potencialidad presente. La construcción de una memoria mítica de la primera etapa de 1945 – 1955 omite las limitaciones de un proceso y un modelo profundo, que transformó la estructura social argentina. Estamos hablando de los elementos generales del peronismo: la alianza o acuerdo de clases, burguesía nacional – clase trabajadora, burguesía nacional gestada por el Estado promotora de la industrialización, Estado de Bienestar, interventor y actor económico, etc.; esos elementos hoy ya no existen ni en sus condiciones ni en sus posibilidades, entonces se impone entender las características de la sociedad después de la reestructuración neoliberal en sus diversas facetas: económicas, sociales, culturales; el neoliberalismo impuso cambios radicales no solo en la faceta económica y productiva, también de forma orientada marcó nuevas pautas de convivencia, de pensamiento, de hábitos, etc., en el conjunto de las sociedades, es decir revolucionó las mentalidades y fundó una propia basada en sus valores, que es el momento de la hegemonía, el bloque histórico actual que interactúa y es dependiente de la corriente global de esta parte del mundo.

La violenta radicalización del modelo tiene dos patas: la propia, orgánica, de mutación ante sus propios límites y agotamiento de sus diversas etapas, la enorme capacidad de transformación del capitalismo que aun en senderos estrechos como el actual busca nuevas salidas; por otro, los límites de las acciones y propuestas políticas del llamado “campo popular” que no logra establecer una nueva utopía y termina subordinado a los proyectos que son variantes moderadas del vigente, por lo tanto las posibilidades de revertir el estado de cosas, de plasmar un nuevo formato económico, social, cultural y ambiental están cada vez más lejanas. Las condiciones internacionales hoy son favorables para una nueva utopía luego del agotamiento del mundo unipolar y el surgimiento de la multipolaridad geopolítica mundial, el contexto regional actual; la crisis hegemónica del capital concentrado se expresa en las variantes autoritarias, de extrema derecha que surgieron principalmente en América y Europa pero cuya raíz está en la insatisfacción social ante las gestiones políticas que terminaron siendo expresiones simplificadas de reproducción y sostenimiento de los pilares económicos establecidos en el caso de Argentina hace ya más de treinta años.

Hay un horizonte, hay senderos y caminantes, constructores para avanzar. Es un horizonte no preciso innombrado: el post-capitalismo, post-neoliberalismo, en tanto hoy el capitalismo es neoliberalismo; luego está el capitalismo de Estado, socialismo, peronismo, el Buen Vivir (Vivir Bien), etc., tiene un punto de partida que es la radicalización democrática, la construcción de espacios de participación, de democracia directa y semidirecta, no en un sentido exclusivo asambleario, sino gestionario y organizativo, el fortalecimiento de los ámbitos vecinales, comunitarios y productivos. Es decir, recuperar el debate- disputa- (re)vinculación con el Estado como agente rector del ordenamiento social. Las formas de democratización como recuperación del protagonismo colectivo con sentido político, de voluntad de poder, implican disputas por la recuperación de valores y sentidos históricos de la conciencia popular: la solidaridad, la comunidad, la cohesión en torno a una identidad nacional /regional/ cultural lesionadas por el marco ideológico construido en torno al neoliberalismo, marco principal establecido desde el posmodernismo. La disputa se expresa en la territorialidad de esas expresiones dispersas, fragmentarias, pretendidamente autónomas, por lo tanto la forma no es exclusivamente física, material, es también simbólica en la etapa de avance y ocupación.

Las consecuencias de este nuevo gobierno serán más duras que las de la gestión macrista, se sumarán a las irresueltas de la gestión del Frente de Todos, se habrá agravado la dependencia económica y profundizado la desigualdad social por lo que no caben recetas reformistas, maquilladoras del modelo; las clases dominantes habrán fortalecido su capacidad de dominación, su hegemonía, por lo que el proceso abierto al interior del movimiento popular obliga a un debate constante, profundo y revolucionario con el fin de fijar las bases para construir un proyecto autónomo, orgánico, democrático, mayoritario y emancipador.

Daniel Escotorin es historiador

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.