Diseminadas entre las millones de hectáreas donde se producen intensamente commodities de exportación, hay cientos de escuelas rurales donde estudian miles de niños y niñas lo que les enseñan cientos de docentes: todxs ellxs expuestxs al contacto con los agrotóxicos que el modelo agroindustrial aplica cada vez en mayores cantidades. Atrás de los slógans sobre […]
Diseminadas entre las millones de hectáreas donde se producen intensamente commodities de exportación, hay cientos de escuelas rurales donde estudian miles de niños y niñas lo que les enseñan cientos de docentes: todxs ellxs expuestxs al contacto con los agrotóxicos que el modelo agroindustrial aplica cada vez en mayores cantidades.
Atrás de los slógans sobre «sustentabilidad», «progreso» o «desarrollo» elaborados por las grandes corporaciones del agronegocio y repetido s por la enorme mayoría de nuestra clase política, se desarrolla cotidianamente una tragedia difícil de dimensionar y que expone con toda crudeza la barbarie del experimento a cielo abierto al que está expuesto el pueblo argentino.
En medio del silencio de autoridades, organismos de control, muchos gremios, colegios profesionales y agrupamientos de productores, son cada vez más las voces que se levantan dejando en evidencia complicidades que van desde lo más pequeño y cotidiano, a lo más general y perverso.
El cierre de 39 escuelas rurales dispuesto por la gobernadora de Buenos Aires, María Eugenia Vidal, no puede disociarse de una política que busca «despejarle» el camino al agronegocio.
Ana Zabaloy es parte de la Red Federal de Docentes por la Vida, que en buena parte del país denuncia las situaciones a que son expuestas las escuelas rurales, junto a sus trabajadorxs y sus niños.