Con la batería de reformas constitucionales que aprobó el Congreso en diciembre del 2013 en las más diversas materias, desde la energía hasta la educación, el gobierno priista de Peña Nieto asestó un golpe contundente a los trabajadores y a todas las masas oprimidas que representa una derrota histórica a sus luchas, afanes y deseos […]
Con la batería de reformas constitucionales que aprobó el Congreso en diciembre del 2013 en las más diversas materias, desde la energía hasta la educación, el gobierno priista de Peña Nieto asestó un golpe contundente a los trabajadores y a todas las masas oprimidas que representa una derrota histórica a sus luchas, afanes y deseos ancestrales por una vida mejor.
Fue hace 25 años con motivo de la crisis del fraude de las elecciones presidenciales de 1988, cuando se palpó con evidencia que sectores muy amplios, en el centro y el sur del país claramente mayoritarios, comprendieron el sentido del cambio de la política en todos los niveles efectuado en la década de los años 80’s para echar abajo prácticamente todas las conquistas logradas históricamente por las luchas populares contra el capital desde los tiempos revolucionarios. Fue un largo trayecto histórico que siguió a la Revolución mexicana y que se expresó en la dominación durante gran parte del siglo XX del partido nacionalista revolucionario en sus tres expresiones: primero como PNR (Partido Nacional Revolucionario) de 1929 a 1934, después como PRM (Partido de la Revolución Mexicana) de 1935 a 1945 y finalmente como PRI (Partido Revolucionario Institucional) a partir de 1946. Fue un giro radical de la larguísima trayectoria del apoyo a una burguesía que se fue fortaleciendo bajo la protección y la promoción de un gobierno bonapartista, que cada vez se subordinaba más al imperialismo norteño. Una burguesía que hoy es poderosísima y que en lugar de protección del Estado le impone a éste sus demandas y estrategias.
Lo que comenzó en 1988 fue lo que sabemos ha sido también otro largo proceso de reversa con respecto a lo logrado las décadas anteriores. Ha sido un trayecto de 25 años que llegó a su final después de un largo rosario de crisis políticas con la aprobación de la batería de reformas constitucionales en las dos cámaras en diciembre de 2013 que revierten drásticamente la estrategia social y económica del Estado mexicano. Eso es lo que significa la victoria arrolladora lograda por el PRI (con el apoyo del PAN y el PRD) con esas votaciones que transforman los marcos constitucionales en los que se desarrolló la industria energética estatizada, ahora en pleno camino de privatización, la educación pública atacada directamente en su principal pilar, los maestros normalistas -descarada intervención gubernamental al encarcelar a la principal dirigente del SNTE-, destinados a ser controlados estrechamente y/o despedidos, las leyes laborales antisindicales y dirigidas a precarizar aún más el mercado de la fuerza de trabajo y lo nuevas regulaciones fiscales.
Fin de época
Dichas (contra) reformas determinan y ponen en acción a rajatabla las estrategias neoliberales que se venían dando desde el inicio de los años ochenta cuando la crisis petrolera de 1982 y los espasmos sociales como el producido por el terremoto de 1985, anunciaban nuevos tiempos políticos. Para el grupo priista dominante en el Estado, el sacudimiento de 1988 fue la señal inconfundible que el curso elegido para echar abajo todo lo que significaba el «nacionalismo revolucionario» sería uno cuya realización supondría la superación de una amplia y fuerte resistencia popular. La ruptura del PRI en 1987 y el surgimiento de la «corriente democrática» encabezada por Cuauhtémoc Cárdenas, quien se lanzó como el candidato opositor de una amplia coalición de centro-izquierda contra el candidato priista, Carlos Salinas de Gortari, ya era un síntoma evidente de los fuertes vientos que arreciaban.
El periodo se inició con el «fraude patriótico» electoral que le dio el triunfo a Salinas de Gortari en 1988, cuya presidencia fue la perfecta administración insignia de esa dinámica explosiva de ofensiva capitalista -resistencia popular que hizo de 1994, al final del sexenio salinista, un año de crisis en todos los niveles: inicio de la puesta en práctica del Tratado de Libre Comercio con los gobiernos de EUA y Canadá e insurrección campesina indígena del EZLN, todo ello adobado con los asesinatos de de dos dirigentes centrales del PRI: Luis Donaldo Colosio su candidato presidencial y de Ruiz Massieu su secretario general.
El nuevo gobierno priista de Ernesto Zedillo, quien sustituyó a Colosio, de entrada, en diciembre de 1994 debió confrontarse con una tremenda crisis que hundió económicamente al país. El endeudamiento creció a niveles colosales y fue la causa de un gigantesco fraude bancario que inauguró en México con el Fobaproa (Fondo bancario para la protección del ahorro) los rescates multimillonarios a las finanzas privadas con dinero público que la crisis de 2008 puso de moda en EUA y en la Unión Europea.
Transición pactada del 2000
Políticamente la población expresaba con cada vez más vigor su oposición al priismo, para ellos identificado con las políticas neoliberales puestas en práctica a quemarropa. En 1989 se fundó el partido de la Revolución Democrática (PRD) bajo la hegemonía de la llamada «corriente democrática» del PRI encabezada por Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo, que contó con el apoyo de las organizaciones de la izquierda tradicional, como fue la proveniente del viejo partido comunista mexicano y de grupos nacionalistas, unificados en el Partido Mexicano Socialista y también de grupos de la izquierda radical maoístas, guevaristas e incluso trotskistas. Durante el gobierno de Salinas la represión contra las bases populares del PRD y el amplio movimiento que se reivindicaba neocardenista fue especialmente fuerte y violenta. Se calcula en 500 los perredistas muertos por la represión de los seis años del salinato.
La lucha también se dio en el terreno social y clasista. El sindicato de más tradición, fundado en los mismos años de la Revolución mexicana, el Sindicato Mexicano de Electricistas (SME), organizó a partir de 1997 una poderosa protesta popular contra los planes privatizadores de la energía eléctrica que logró, a través de enormes movilizaciones, detenerla parcialmente.
El grupo en el poder entendió el mensaje de las crisis de 1994: el caldero estaba muy caliente y podía reventar. La impopularidad del PRI era manifiesta y por primera vez desde su fundación perdió la mayoría en la Cámara de Diputados en 1997. En un panorama en que todo indicaba la derrota del PRI en las elecciones presidenciales del 2000, el grupo gobernante estaba preparando una «transición democrática» pactada con el Partido Acción Nacional (PAN) que, a raíz de 1988, llamado por Salinas cumplió cabalmente su fama como una oposición leal, sistémica. Fue una maniobra perfecta que llevó, vía una victoria electoral contundente que incluía buena cantidad de votos de seguidores y miembros del PRD, a Vicente Fox a la presidencia. El primer presidente panista siguió fielmente el curso trazado desde los años ochenta por el PRI, sólo que con menos capacidad política y con prácticas de corrupción y nepotismo que no tenían nada que envidiarle a las priistas. Lo que podría considerarse como un vergonzante gobierno del PRIAN se gastó por completo durante los dos sexenios de Vicente Fox y Felipe Calderón que prepararon la vuelta triunfal del PRI en el 2012.
Contención del 2006
Pero hay que entender el conjunto de la situación entre los de arriba y los de abajo. La restauración priista de 2012 no se hizo en frío, sin resistencia popular. En 2006 el PRD, ahora encabezado por Andrés Manuel López Obrador (AMLO), fue el partido que se confrontó con grandes posibilidades de triunfo al PAN y al PRI. AMLO como jefe de gobierno del Distrito Federal en el periodo de 2000-06 conquistó un enorme apoyo popular debido a varias medidas de distribución de prerrogativas a los sectores más empobrecidos, a las personas de la tercera edad y ejerciendo una práctica arropada en un discurso claramente dirigido contra la oligarquía política del PRIAN, aunque sin mencionar ni tocar jamás al sector de los grandes capitalistas. Se convirtió en el dirigente idóneo para ser el candidato de los amplísimos sectores populares que, desilusionados del foxismo-panismo, se percataron de que tanto el PRI como el PAN eran lo mismo.
En 2006 AMLO rasguñó la victoria, que le arrebataron por la escasa cantidad de menos de 60 mil votos en unas elecciones en que participaron más 35 millones de votantes. El pequeñísimo margen que le daba la victoria al candidato panista, Felipe Calderón, era el resultado de la manipulación electrónica de las cifras electorales, de la realización de un nuevo fraude electoral. En julio y junio del 2006 se registraron las manifestaciones más grandes jamás habidas en la historia de México contra las decisiones de las autoridades electorales. Millones se movilizaron en manifestaciones contra el fraude en todo el país. Hubo una en la capital de la república que reunió a cerca de dos millones de personas que decidieron realizar un gigantesco plantón a lo largo de varias de las avenidas más importantes de la ciudad de México durante más de una semana. Al finalizar el mismo, AMLO se congratuló que «no se había roto ni un vidrio» en tamaña protesta ciudadana y que ahora había que luchar para ganar las elecciones presidenciales del 2012. La táctica electoralista de contención de la impresionante protesta popular fue evidente: ni de lejos se llamó por parte de AMLO a un paro nacional, a una huelga política o a alguna otra acción contundente parecida. El gigantesco plantón dio paso meramente a las numerosas giras por la república que AMLO realizó a partir de entonces para preparar su candidatura presidencial del 2012.
Derrotas del pueblo y los trabajadores
El gobierno de Calderón carente del todo de legitimidad y popularidad decidió apoyarse ante todo en las fuerzas represivas y emprendió una «guerra contra la delincuencia». Sacó al ejército de sus cuarteles el cual sembró el terror en los campos y ciudades de los estados del norte, del sur y muchos del centro de la república. Sólo el Distrito Federal permaneció relativamente al margen de esta orgía de violencia entre las bandas y los efectivos militares Hoy operan más de medio millón de efectivos militares, 250 mil policías federales y varios cientos de miles de policías estatales que han convertido al aparato represivo de México en uno de los más grandes de América Latina. El país se ensangrentó. En esta «batalla» del sexenio de Calderón se calcula que murieron más de 70 mil personas, aunque hay estimaciones mucho mayores, la mayoría de ellas civiles sin ninguna relación con las bandas de narcotraficantes. Y en el presente gobierno de Peña Nieto la cuenta macabra sigue cosechando víctimas.
Las labores policiacas fueron emprendidas por el ejército y la armada, persiguiendo a los capos de las bandas del narcotráfico que venían creciendo cada vez más poderosas ante el incremento de la venta de sus productos al mercado de drogas más grande del mundo, convirtiendo a dicho tráfico de estupefacientes en uno de los negocios más lucrativos de México, que ante la necesidad de «lavar» los miles de millones de dólares que produce induce inevitablemente a la intervención del sistema bancario. Las ganancias extraordinarias de este negocio hicieron que uno de los capos mexicanos más famosos, el Chapo Guzmán, fuera incluido en la lista de Forbes de los 500 hombres más ricos del mundo.
La derecha política estrechamente vinculada al imperialismo y a los sectores más reaccionarios, como la Iglesia católica, llegó al poder con Fox y Calderón convirtiendo a sus gobiernos en crudamente represivos, antidemocráticos y corruptos. Los trabajadores sufrieron derrotas históricas en Oaxaca con la intervención de las fuerzas federales y estatales que reprimieron el levantamiento popular que representó el surgimiento de la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO) en 2006. Después en octubre 2009 con la intervención directa de la policía federal y de soldados vestidos de policía en las instalaciones de la compañía de Luz y Fuerza del Centro, el gobierno de Calderón declaró el finiquito de la segunda compañía eléctrica estatal, la empresa en donde laboraban los más 40 mil trabajadores del SME, el cual recibió un golpe mortal.
Durante los dos sexenios panistas no se pudieron aprobar las reformas constitucionales pues el PRI escatimó su apoyo para, con la astucia ganada en sus largos años en el poder, dejar que el descontento popular creciera en la medida en que la derecha se descaraba con su cruda política favorable a los capitalistas. Sería el PRI, quien debería realizar dichas reformas con su restauración presidencial que sus dirigentes sabían que caería como manzana, como efectivamente sucedió, en 2012. No obstante durante los dos sexenios panistas se incrementaron los métodos, los procedimientos y las prácticas para privatizar a Pemex, a la Comisión Federal de Electricidad (CFE), para desmantelar a los dos institutos de seguridad social solidarios y a atacar la educación pública y gratuita. También durante el panismo se avanzó en la adecuación de las finanzas públicas a las necesidades de los capitalistas y, repetimos, en la corrupción y el nepotismo los cuales llegaron a niveles insuperados: la familia de Fox comprometida en escándalos de fraudes en Pemex como el que actualmente hace furor relacionado con los fraudes multimillonarios de la empresa Oceanografía vinculada a su familia. La danza de miles de millones de dólares de programas al vapor y el auge del «capitalismo de compadres» junto a tantas otras maniobras sucias y fraudulentas mancharon irremediablemente el prestigio del panismo, preparando su derrota electoral contundente del 2012.
La política conciliadora del PRD
Un proceso social como el que ha dado en México durante los últimos 25 años no se puede entender sin las formaciones que lo expresan políticamente. La burguesía a través de sus partidos políticos ha proyectado las acciones gubernamentales de sus programas de (contra) reformas que exigía la situación del capitalismo a partir de la gran crisis petrolera de 1982 y de la reestructuración de la economía capitalista mundial. Tanto la influencia internacional como las necesidades internas hicieron de las políticas neoliberales las adecuadas para enfrentar los retos que planteaba el agotamiento de los modelos keynesianos prevalecientes a partir del fin de la Segunda Guerra Mundial.
El «nacionalismo revolucionario» durante los años inmediatamente posteriores a la Revolución mexicana, llevado a su culminación durante el sexenio cardenista, cedió su lugar al «nacionalismo» a secas de los gobiernos de la «institucionalización revolucionaria» a partir de los gobiernos de Manuel Ávila Camacho y Miguel Alemán. Fue la ideología que envolvió la acción política de los gobiernos priistas hasta los años 80’s. El cambio radical que se dio en 1982-88 provocó realineamientos políticos en todos los grupos y clases sociales. La «corriente democrática» del PRI era el eco tardío de la política del «nacionalismo revolucionario» de los años 30’s. La misma posición preponderante de Cuauhtémoc Cárdenas en el PRD, hijo del gran presidente nacionalista revolucionario que fue Lázaro Cárdenas, expresaba físicamente esa continuidad. Pero los tiempos de los años treinta no eran los de los noventa. Los burgueses «nacionalistas» de los años noventa ya no eran, ni podían ser lo que habían sido sus padres y sus abuelos. En la burguesía mexicana ya no hay ningún sector que sea revolucionario, ni que tenga el interés de confrontarse directa y decididamente con el predominio creciente de los capitales imperialistas en México.
La ruptura del PRI en 1987 fue un acontecimiento que opacó prácticamente a los demás cambios del momento, entre los cuales existía uno que se estaba realizando promisoriamente con la concentración de fuerzas de izquierda socialista representada por los partidos como el PSUM, el PMT y el PRT entre los casos más importantes. La tradición estalinista frentepopulista de confiar, como lo decía abiertamente Lombardo Toledano y en forma más discreta el viejo Partido Comunista (PCM), en una «burguesía nacional» supuestamente antiimperialista, permeó durante décadas a la mayoría de la izquierda mexicana. Durante la ruptura del inicio de los años 80’s, la izquierda revolucionaria, abiertamente contraria a los dogmas estalinianos, en especial la corriente trotskista agrupada en el PRT de entonces, no tenía una década de haber nacido como partido y fue por completo desbordado y vapuleado por el ímpetu neocardenista de la izquierda de orientación estalinista o sea reformista.
La contención de AMLO
Cuando se fundó el PRD en 1989 bajo la hegemonía de Cuahtémoc Cárdenas y Muñoz Ledo, esa dirección de origen priista contó con la adhesión de prácticamente toda la izquierda socialista de esos años. Durante las pasadas dos décadas y media, el PRD primero bajo la tutela de Cárdenas y a partir del 2001 de López Obrador, dominó con su política conciliadora, negociadora y básicamente electorera al amplio y a veces muy poderoso torrente de masas oprimidas y explotadas que luchaba contra el curso de los gobiernos priistas y panistas. En dicho proceso, a partir de 1988 el PRD, con la fuerza que le daba el poderoso apoyo popular que logró, se fue integrando dentro del sistema político, hasta convertirse en lo que hoy es, el soporte sistémico de izquierda del estado mexicano.
Desde 1997 el PRD entró a las cumbres de la dirección del estado mexicano con su victoria electoral por la jefatura de gobierno del Distrito Federal, la posición política más importante del país después de la presidencia de la República. Durante el foxismo, la torpe impericia demostrada con el intento de desaforar de sus derechos ciudadanos a López Obrador como jefe de gobierno del DF, elevó a éste hasta alturas inimaginables en el favor popular, el cual en 2006 le ofreció la victoria electoral que él no defendió, precisamente por su conciliacionismo y respeto a la institucionalidad estatal burguesa de la cual él mismo formaba parte. Su papel fue el de contención de un torrente popular que tenía la potencialidad de haber reventado al dominio del PRIAN. Pero en lugar de impulsar una coalición del multimillonario movimiento democrático contra el fraude de 2006 con la insurrección oaxaqueña de APPO que se dio precisamente en esos momentos, prefirió ¡prepararse para las elecciones presidenciales de 2012!
La difícil situación actual
En el 2013 el Pacto por México del PRI, el PAN y el PRD impulsado por Peña Nieto hizo evidente incluso para amplios sectores que todavía mantenían ilusiones en el PRD que el curso iniciado en 1988 bajo la dirección neocardenista y después continuado por AMLO había conducido a una situación desastrosa. Los más de 16 millones de votos conseguido por la coalición del PRD en 2012 acabaron fortaleciendo a su corriente más derechista y conciliadora, los llamados Chuchos, quienes controlan el partido. López Obrador se ha separado de los Chuchos y convocado a la fundación de un nuevo partido el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), sin hacer un balance crítico de las dos décadas turbulentas en que dirigió al PRD y simplemente repitiendo que se compromete a una lucha «pacífica, patriótica y de desobediencia civil» que tiene una cuesta muy empinada frente a sí. Parece que la experiencia del PRD ha pasado en vano para él e intenta repetirla nuevamente.
Por lo que toca a Cuauhtémoc Cárdenas, junto con los Chuchos, también se compromete a crear un «frente patriótico» contra las reformas energéticas que impidan la recuperación del petróleo mexicano por parte de las transnacionales que la nacionalización de Lázaro Cárdenas les arrebató en 1938. O sea las dos tendencias que reivindican la herencia del «nacionalismo» burgués de la tradición cardenista están tan devastadas que ni siquiera son capaces de unificarse para enfrentar los retos del neoliberalismo salvaje del PRIAN.
Muchos activistas sindicales, estudiantes, jóvenes y trabajadores en general conscientes de la gravedad del momento histórico que atravesamos están en el centro de una situación compleja que requiere una gran dosis de reflexión y de capacidad de análisis. Todavía no se agotan del todo la influencia del PRD y ante todo de Morena entre muchos de ellos. La batalla política e ideológica con el frentepopulismo y el nacionalismo debe profundizarse. Las burocracias sindicales «independientes», en especial las reunidas alrededor de lo que queda de lo que fue la poderosa burocracia del SME y amplios sectores de la CNTE, siguen estando subordinadas políticamente a los partidos burgueses como el PRD y Morena. Es necesario insistir más que nunca en un sindicalismo democrático e independiente.
El EZLN se mantiene con sus bases (los Caracoles) en Chiapas. Es una hazaña de los pueblos indígenas que representa. Pero la política que su dirección expresa por conducto del subcomandante Marcos es absolutamente contraproducente para el fortalecimiento de su lucha. Marcos representa una política que se podría llamar del avestruz. Su aislamiento, producto del sectarismo de sus posiciones contra «las vanguardias» y los partidos, sólo expresa la carencia de un programa que confronte la situación compleja actual. Ciertamente el EZLN es una organización indígena y campesina y sus objetivos no pueden ser los de un partido revolucionario de los trabajadores, pero la autoridad enorme que logró hace veinte años con su levantamiento era un capital revolucionario enorme capaz de contribuir de manera importante a la solución del problema crucial que deben resolver los trabajadores y sus aliado populares: la fundación y el fortalecimiento de una o varias organizaciones independientes, democráticas, socialistas y revolucionarias. Las posiciones expresadas por Marcos de ninguna forma ayudan al movimiento revolucionario del país.
La situación para los escasos sectores que se mantienen firmes dentro de las posiciones de clase, socialistas, democráticas e internacionalistas no es nada fácil frente a los recursos millonarios que disponen todavía el PRD y Morena. Nuestra fuerza son las ideas poderosas del marxismo revolucionario y su capacidad de dar respuesta a las necesidades de los trabajadores y sus aliados los sectores de las masas explotadas y oprimidas.
El país es hoy un volcán en estado de ebullición antes de la explosión de la lava ardiente. ¿Cuándo estallará? Comienzan a haber signos muy claros de exasperación e ira de sectores masivos hartos de la corrupción, de la inseguridad y del cinismo de los gobiernos federal y estatales y de la situación política y socioeconómica prevaleciente. Los dos procesos de las policías comunitarias de Guerrero principalmente, aunque con casos parecido en Oaxaca y ante todo el surgimiento de las «autodefensas» en Michoacán son más elocuente que cualquier discurso incendiario.
La primera página de La Jornada del día que se escriben estas líneas es devastadora. El titular principal en letras gruesas de 100 puntos dice: «Superan 10 ricos mexicanos ingresos de toda la población» y los subtítulos que acompañan a este titular principal señalan: «Poseen una fortuna de 132 mil millones de dólares según la revista Forbes» y más adelante añade: «Su riqueza equivale a una décima parte del valor de la economía». Y en la misma página en los titulares más pequeños que acompañan al titular principal en las faldas, se dice: «En México 4 de cada 10, sin dinero para comida: OCDE». Y en subapartados siguientes se escribe: «Subraya en su reporte que es la nación con el mayor nivel de desigualdad» y rematando agrega: «El gasto social es el menor entre los integrante de esta organización». Y en la misma portada, debajo de los textos mencionados una gran foto de Peña Nieto con el título en grandes letras: «El país listo para una ‘revolución energética’: Peña».
Y todo ello está acompañado por los grandes escándalos que llenan las páginas de la prensa y son el tema de los noticieros electrónicos. Los fraudes de cientos de millones de dólares de la empresa Oceanografía cometidos bajo el amparo de la familia y los compadres del ex presidente Fox y las instalaciones defectuosas de la construcción de la línea 12 dorada del tren urbano (el «Metro» en la voz popular) inaugurada en 2012 en la ciudad de México. El primer escándalo salpica al PAN y señala los niveles de corrupción y nepotismo alcanzados durante los gobiernos panistas y el caso de la línea 12 afecta directamente al gobierno anterior perredista encabezado por Marcelo Ebrard y a lo que fue la obra pública más importante del sexenio anterior. Se calcula que hay mil millones de dólares que no son avalados en los informes de los gastos de la construcción deficiente del tren cuyo servicio debió ser suspendido en la mitad de la línea.
Peña Nieto tiene también que dar explicaciones de los enormes gastos, muy por arriba del límite señalado por la ley, en que incurrió durante su campaña electoral, pero mientras tanto su posición predominante le da márgenes de maniobra muy amplios (aún más teniendo en cuenta la corrupción de las autoridades electorales). Por el momento es quien aprovecha el desprestigio enorme que se da actualmente en la opinión pública del comportamiento y la corrupción tanto del PAN como del PRD.
Este es el panorama tan complejo y contradictorio que debe confrontar el auténtico movimiento que debe surgir y fortalecerse para construir la alternativa verdaderamente de izquierda revolucionaria, socialista e internacionalista que evidentemente es tan necesaria en estos momentos en México para superar la situación difícil en que se encuentran hoy los trabajadores y sus aliados los sectores populares empobrecidos.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.