Hace unas semanas cerraban las elecciones de Brasil. Dilma Rousseff y el PT volvieron a imponerse, logrando un nuevo mandato hasta el 2019. El hecho de que los brasileros hayan ratificado el rumbo del actual Gobierno, implica la posibilidad de seguir consolidando el proceso de integración regional. Sin embargo, se presenta necesario abrir un serio […]
Hace unas semanas cerraban las elecciones de Brasil. Dilma Rousseff y el PT volvieron a imponerse, logrando un nuevo mandato hasta el 2019. El hecho de que los brasileros hayan ratificado el rumbo del actual Gobierno, implica la posibilidad de seguir consolidando el proceso de integración regional.
Sin embargo, se presenta necesario abrir un serio balance que permita reorientar, rectificar y relanzar los actuales procesos latinoamericanos frente a un escenario económico cada vez más complejo.
Las condiciones del post-neoliberalismo de principios de siglo que dieron origen a estos procesos no son las mismas que las actuales.
Pasando en limpio, el imperialismo norteamericano-europeo estuvo en Brasil a tan solo 3% de anotarse una victoria que hubiera significado el re-direccionamiento del gigante de América a los tratados de libre comercio (Alianza del Pacífico) y el aislamiento político de los procesos más radicales de la región. La misión del imperialismo fracasó, pero fracasó por poco.
De hecho si miramos un poco más allá, en toda la Patria Grande estamos viviendo una etapa de amesetamiento. Los procesos populares latinoamericanos que se centraron en fortalecer el Estado, mejorar la Distribución del Ingreso y consolidar la Integración Regional, siguen en la gran mayoría de los casos dirigiendo los Estados nacionales, pero la crisis económica se sintió y empiezan a plantearse nuevos conflictos que fisuran la Unidad Nacional de las distintas coaliciones de Gobierno. De hecho, en esta última etapa, la brecha electoral con los sectores más conservadores se achicó en casi toda la Patria Grande (a excepeción de Bolivia).
El problema radica en la incapacidad de convertir la mayoría electoral (siempre coyuntural) en hegemonía política.
En el caso de la Argentina, este debate se expresa en distintos sectores de la militancia en el dilema: Consolidar o Profundizar; y más allá de la afinidad política que se tenga (o no) con el Gobierno, atraviesa a todas las organizaciones del campo popular.
Sin ánimos de quitarle polémica al debate, debemos separar la paja del trigo y definir el campo de acción que corresponde. No parece ser una posibilidad cierta condicionar el dedo de CFK desde la presión y la movilización popular. Por lo menos eso no fue así en la toma de decisiones a lo largo de estos 11 años. Y a diferencia del resto de los países de América, la continuidad democrática en la dirección del Estado no está garantizada.
Por eso la disputa política actual se centra en iniciativas que permitan condicionar el futuro Gobierno lo máximo que se pueda; poniendo como principal objetivo frenar la avanzada conservadora venga de donde venga.
El dilema argentino. Consolidar, Profundizar y los tiempos electorales.
Nuestro pueblo alcanzó conquistas sociales y políticas que no está dispuesto a ceder. En ese marco, los conservadores no pueden liderar un proyecto de país que contenga las aspiraciones del bloque de poder que expresan sin expulsar sectores populares.
Los asesores de los principales candidatos presidenciales tomaron nota de esto. Saben que no se puede construir una nueva mayoría electoral si se desconocen avances concretos que mejoraron la calidad de vida de nuestro pueblo.
El primero en disparar fue Daniel Scioli, que salió al cruce con la pregunta «¿Qué van hacer con los planes sociales, las AFJP y Aerolíneas Argentinas?». Apoyado en una delgada línea de «continuidad con cambios», llevó al terreno de la política el problema del que hacer con los avances. El resto de los candidatos/asesores no tardaron en responder: «Aquel que tiene un plan social le digo que lo va a seguir teniendo».
Más allá de la credibilidad del debate, ya que decir y hacer no son exactamente la misma cosa, es necesario plantar definiciones y politizar la distribución de la riqueza todo lo que se pueda.
La disputa en la Argentina que se viene, se va a jugar sobre la base del programa democrático del ciclo inaugurado en el 2003.
Actualmente estamos en una crisis política, que tiene un nudo bien concreto: la continuidad presidencial de Cristina termina el año que viene.
Ese horizonte de incertidumbre abre una fuerte disputa por el Estado, donde las elecciones para el gobierno nacional juegan un papel importante, pero no terminante respecto del desarrollo de la crisis. Es decir, la Restauración Conservadora es el sueño de unos cuantos poderosos, pero no es un hecho. No hay nadie que pueda aplicar las recetas neoliberales sin una crisis de gobernabilidad e institucionalidad.
Por tanto, lo que se abre son posibilidades históricas concretas, donde las fuerzas liberales van a tratar de ganar todas las posiciones posibles, de cara a ir logrando una correlación de fuerzas que le permita imponer una Restauración Conservadora en un mediano-largo plazo.
Retomemos el punto: el desafío que atraviesan las organizaciones populares consiste en generar las mejores condiciones para el desarrollo de una oposición política democrática con poder en el post-2015.
¿Qué quiere decir esto? Construir una oposición democrática en un sentido amplio, que sea capaz de desarrollar una agenda diferente frente a la avanzada conservadora. Donde las posiciones en el Estado van a ser centrales para estar en el nudo de la disputa; pero sobre todo en la capacidad para ligarlas con la movilización popular.
Entonces, si la disputa por el Estado pasa a ser central, el desafío actual es ampliar los niveles de institucionalidad de las demandas sociales (un ejemplo de esto es la creación de la Secretaría de Hábitat). Como así también implica fortalecer los distintos programas que benefician a los sectores populares, para una doble tarea: resolver los problemas materiales y condicionar lo máximo que se pueda las decisiones de la nueva gestión de Gobierno.
Por eso no hay que confundir: consolidar no es quedarse de brazos cruzados y profundizar no es plantar un programa universal. Existen condiciones para sostener y ampliar las posiciones que permitan fortalecer el Estado y la organización popular. Para defender las posiciones ganadas hay que abrir la jugada, hay que ampliar el poder, no concentrarlo; y para profundizar la democracia es necesario construir un Sujeto Político, que todavía no avizora en la Argentina, ya que no alcanza con la fuerza propia.
En este escenario las fuerzas democráticas se codean por las distintas posiciones institucionales, por lo que se dan disputas mezquinas entre organizaciones del campo popular, incluso con más energía cotidiana puesta en la competencia de cargos que en la disputa con los enemigos del pueblo.
Por lo que se hace necesario buscar un equilibrio entre la necesidad de no renunciar a la disputa por un lugar propio de poder, y la importancia de darle vida a las iniciativas políticas, abriendo la jugada.
Nos referimos a la contradicción entre una situación política que da aire para consolidar y profundizar la democracia (la crisis mundial y el rumbo del continente lo demuestran) y la disputa institucional, donde el espacio es acotado porque los frentes se comparten con los liberales (tanto en el gobierno como en la oposición).
Cualquier acción política que se oriente hacia la liberación y cuente con una vocación de poder real, tiene que asumir como propia esa tensión, y no precisamente de forma pasiva. Hay que apretar sin confundir al enemigo, pero apretar. Los recursos del aparato estatal tienen que estar en función de un proyecto político y del bienestar general, por sobre los que plantean que la prioridad es ensanchar las filas propias y conciliar con intereses privados mezquinos.
El tiempo ordena quienes están de un lado y quienes de otro. Los obstáculos se enfrentan o se corren, y la milanesa se ablanda a los golpes. A nadie le sobra nada.
Fuente: http://www.nuestrotiempo.com.