‘Nuestras armas son la verdad, la libertad, la justicia y la dignidad. Cuando fuimos detenidos no bajamos la cabeza. Dijimos que sí, que habíamos votado un paro de treinta y seis horas, que habíamos resuelto manifestaciones callejeras para reclamar por nuestros derechos. Y dijimos que la violencia estaba desatada por la represión. Porque a quince […]
Agustín Tosco
El 29 de mayo de 1969, el pueblo de Córdoba se sublevaba contra la brutal represión de las fuerzas policiales de la dictadura del Bravísimo General Onganía, que regenteaba la nación desde mayo de 19666. El pueblo de Córdoba encabezado por su combativo y poderoso proletariado industrial -el más concentrado, organizado, moderno y mejor pago del país, por entonces- sacudió un poderoso mandoble a los planes de la dictadura de los monopolios y del Opus Dei, continuadora del régimen de la Libertadora gobernante en el país, a través de diversos gobiernos militares y civiles, desde 1955.
El Cordobazo abrió una etapa en la Argentina que culminaría con la huida del poder militar y civil de la dictadura el 25 de mayo de 1973, que recularía casi en chancletas ante la oleada de rebelión popular generalizada que se extendería por la nación entre 1969 y1973. Rebelión que incluía en la misma una fuerte actividad militar por parte de organizaciones armadas del pueblo, que acompañaron, protegieron y potenciaron esta lucha, produciendo la mayor gesta épica del pueblo argentino durante el curso del siglo XX. Dichas luchas darían por resultado el fin de la dictadura, el retorno del General Perón al país y del peronismo al gobierno, después de dieciocho años de proscripción y persecuciones.
La magnitud de la rebelión cordobesa adquirió tal envergadura, para el poder dominante que casi de inmediato el jefe de la Libertadora -el General Pedro E. Aramburu- señaló espantado ‘hay que pactar con Perón antes que esto salte por los aires’, iniciando tratativas con el líder exiliado en Madrid -el tirano prófugo, según las palabras del mismo Aramburu- a través de Ricardo Rojo -un amigo común- y del nuevo delegado de Perón en la Argentina -luego de la defenestración del Mayor Bernardo Alberte- Don Jerónimo Remorino. Estas negociaciones completadas por el mejor alumno de Don Pedro Eugenio -luego de su ejecución por los Montoneros en 1970- el General Alejandro Agustín Lanusse, darían por resultado el llamado Gran Acuerdo Nacional -GAN- que culminaría con el triunfo popular del 11 de marzo de 1973, con la elección de Héctor J. Cámpora a la presidencia de la nación.
El Cordobazo se inscribe en las rebeliones del pueblo argentino que cambiaron el curso de nuestra historia, alterando el carácter de la dominación o del poder existentes hasta entonces. Al igual que en 1810, 1820, 1890, 1945 o diciembre de 2001, en mayo de 1969 el pueblo argentino se sublevó contra el destino de saqueo y humillación que ‘esa clase estéril e infecunda’ -al decir de Hernández Arregui- le deparaba, esa clase antinacional -la oligarquía nacida en la Argentina- que siempre busca su existencia en la miseria del pueblo y la entrega de la nación.
La CGT de los Argentinos, el punto de partida
La rebelión del pueblo de Córdoba había tenido su origen en un conflicto del gremio mecánico que reclamaba por mejoras salariales y laborales quitadas por la dictadura (las llamadas Quitas Zonales y el sábado Inglés), provocando una confluencia de hecho de los tres sectores sindicales existentes entonces en la provincia, los peronistas tradicionales, los Legalistas -Elpidio Torres-, los peronistas combativos, los Combativos -Atilio López y Tapia- y los Independientes -Agustín Tosco- al calor del influjo unitario y combativo que había producido la emergencia de la CGT de los Argentinos durante 1968, encabezada por Raymundo Ongaro.
La CGT de los Argentinos simbolizaba el nuevo peronismo de la Resistencia, aquel que venía combatiendo contra la represión y la proscripción desde 1955 y que enfrentaba la propia traición en su seno encarnada en el vandorismo y la burocracia sindical conciliadora, que había apoyado el advenimiento de la dictadura de Onganía.
La CGTA era la herencia de los mayores exponentes de lo que daría en llamarse Peronismo Revolucionario y luego Tendencia Revolucionaria del Peronismo, que encabezaban John William Cooke, Gustavo Rearte y el Mayor Bernardo Alberte. Casualmente sería la desobediencia de Alberte al deseo de Perón, para que Vandor se hiciera cargo de la CGT tras la muerte de Amado Olmos, el hecho que originaría la CGTA y la conducción revolucionaria de Ongaro y del peronismo combativo. Conducción que plantearía la unidad de acción contra la dictadura sin importar el origen político de los luchadores y haría de la alianza con Tosco y el sindicalismo del interior su principal estrategia de construcción de un nuevo gremialismo combativo, democrático y antiburocrático.
De las regionales que se sumarían a la CGTA, sería la de Córdoba la de mayor peso, estructura e influencia y sus resultados no tardarían en observarse en la gigantesca movilización del proletariado cordobés a la cabeza de su pueblo. .
La CGT de Córdoba había convocado a un paro activo para los días 29 y 30 en solidaridad con los mecánicos -el principal gremio provincial- al cual había sumado su apoyo expreso el movimiento estudiantil a través de la FUC, ya que los estudiantes se habían sumado a la lucha de los trabajadores ya desde 1960-1961, pero en particular luego que la dictadura de Onganía entrara a sangre y fuego a las universidades nacionales en junio de 1966, en la célebre Noche de los bastones largos, al grito de ‘judíos de mierda. Bolches a Moscú’. Para Córdoba en particular, el estudiantado no hacía más que retomar la tradición de los jóvenes Rebeldes de la Reforma Universitaria de 1918, quienes encabezados por Deodoro Roca marchaban por las calles de la Docta del brazo de la joven Federación Obrera de Córdoba cantando ‘obreros y estudiante unidos adelante.’
La magnitud de la movilización obrera, -más de 20.000 en la columna del SMATA y 10.000 en la de Luz y Fuerza- espantó a la policía que disparó a quemarropa sobre la columna de mecánicos que se acercaba a la Plaza Vélez Sarfield, asesinando el obrero Máximo Menna. Este crimen infame -uno más en la larga lista iniciada en junio de 1955, con los bombardeos a la Plaza de Mayo- enardeció a los trabajadores y a todo el pueblo de la Docta que pasaron a enfrentar abiertamente la represión, arrojando todo tipo de proyectiles desde las columnas y desde las casas y balcones. Derrotando la represión y poniéndola en retirada, quedando el pueblo -primero obreros y estudiantes y luego el pueblo todo- a cargo de la ciudad de Córdoba, territorio ganado a la represión por primera vez desde 1955.
La rebelión cordobesa que de hecho significaba la explosión de la verdadera olla a presión en que el gobierno autoritario y falangista de Onganía, había transformado a la nación, había sido precedida por casi todo un mes de peleas, manifestaciones y marchas por distintos motivos en casi todo el país. Luchas en las cuales en la semana previa, habían sido asesinados por la policía tres estudiantes universitarios, que luchaban contra las privatizaciones de los comedores estudiantiles: Bello, Cabral y Blanco.
Desde una perspectiva histórica puede pensarse que era casi inevitable que la poderosa clase trabajadora de entonces -seis millones de obreros activos, la más combativa y organizada de América- explotase contra la brutal represión y recorte de derechos que la dictadura llevaba adelante, en un intento por poner fin a la Argentina peronista que aún gozaba de gran potencia en cuanto al poderío industrial de la nación y al poder, número, peso y organización de la clase obrera.
Desde los bombardeos de Plaza de Mayo en 1955, hasta el Cordobazo la clase trabajadora solo había retrocedido ante los embates del poder económico-militar, en particular por la imposibilidad de contar con una conducción sindical combativa que defendiera sus derechos quitados por el poder dominante. La CGT de los Argentinos había cambiado las cosas, para el pueblo pero también para el poder.
Otro escenario
A partir del Cordobazo el país sería otro y el movimiento obrero combativo de Córdoba sería el problema de todos los problemas para los sucesivos dictadores que caerían bajo su potente lucha, incluido el propio gobierno peronista -a excepción del Dr., Héctor Cámpora, cuyo gobierno apoyaría casi incondicionalmente la alianza del peronismo combativo provincial con Agustín Tosco- ya que tanto el General Perón como luego su viuda y su mucamo José López Rega tratarían de destruir al inmenso movimiento rebelde originado en el Cordobazo, que iniciaría la gran rebelión popular de los setenta.
A partir del mayo cordobés y dadas las confluencias altamente revolucionarias que se producían en la Argentina y en el continente americano luego de la derrota norteamericana en Bahía de los Cochinos por las tropas cubanas en 1961, el asesinato del Che en 1967 y la fuerte radicalización que comienza a transitar el Movimiento Peronista a través de su lucha y Resistencia, harían que la lucha en nuestro país ya no fuera sólo por un cambio de gobierno sino por el cambio del carácter, del contenido del Estado a través de una revolución popular que conquistando el poder a la plebeya, arrasara los privilegios oligárquicos de una vez y para siempre. Exactamente lo que la oligarquía ha intentado impedir desde siempre, desde el propio derrocamiento de Mariano Moreno y su Plan Revolucionario de Operaciones en diciembre de 1810.
Contra esa posibilidad cierta a partir del país que emergió del Cordobazo, se alzó el Gran Acuerdo Nacional (GAN) y el repliegue de las fuerzas represivas de la oligarquía para esperar mejores condiciones. Las cuales vendrían de la mano de los brutales errores de las fuerzas revolucionarias luego de que Juan Perón asumiera su tercera Presidencia y de los innecesarios ataques que éste hiciera contra su juventud revolucionaria y los sectores de su propio movimiento que con su lucha lo habían traído de vuelta al país y al gobierno.
En esa absurda postrera pelea de Perón, no sólo se abriría la puerta para la más atroz de las dictaduras, sino que además el peronismo sería castrado de toda posibilidad revolucionaria, al punto que en los ’90 sería el partido encargado de llevar adelante el programa político que la oligarquía no había podido completar desde 1955. Sería el Infame Traidor a la Patria nacido en Anillaco y escondido en Chile, el encargado de destruir físicamente a la industria, a la clase trabajadora y al Estado Nacional soberano e independiente, construido por el peronismo entre 1945 y 1955. En 1976 teníamos seis millones de obreros mayoritariamente industriales, en 1999 sólo restarían menos de un millón. Sería el infame riojano quien cumpliría el sueño del Almirante Isaac Rojas? ‘para que desaparezca el peronismo deberán desaparecer las chimeneas’.
Poder popular en Córdoba
Durante los dos días que duró la tom
a de la ciudad por el pueblo insurrecto, emergió un líder que alcanzaría luego ribetes casi míticos cuando su larga detención en las cárceles patagónicas: Agustín Tosco, jefe del sindicato de Luz y Fuerza y principal impulsor de la idea de la unidad política, organizativa y revolucionaria del movimiento obrero con un proyecto de lucha revolucionaria del pueblo.
Tosco, junto a Gustavo Rearte, Raymundo Ongaro, Armando Jaime, los hermanos Villaflor, René Salamanca y Alberto Piccinini entre otros, simbolizarían un proyecto de sindicalismo combativo y revolucionario que nacido dentro del peronismo proponía ir más allá, completando la Revolución Peronista con una mayor participación económica y política de los trabajadores en la República. El poder económico oligárquico e imperialista y su brazo dentro del movimiento popular, la burocracia sindical vandorista, destruyeron este proyecto a sangre y fuego. Luego la dictadura genocida completaría el trabajo: el 55 por ciento de los 30.000 desaparecidos son dirigentes sindicales de base, miembros de esta corriente combativa, clasista y revolucionaria originada por el Cordobazo.
En su derrota -que es la derrota de la nación misma- se nos fue el sueño de una Patria justa, libre, soberana y socialista. En su lugar tenemos este presente de ignominia y entrega que nos devolvió a la Argentina colonial que nos toca resistir y transformar.
Memoria e historia
Alguna vez Alcira Argumedo señaló que desde el genocidio primigenio o fundante producido por la conquista española, católica y europea en América, los pueblos originarios y sus descendientes mestizos, el pueblo profundo de la Patria Grande americana, ha luchado heroica y constantemente por redimirse del yugo opresor de 500 años de expoliación y genocidio recurrentes. En ese sentido señalaba proféticamente que casi cada generación de criollos desde la conquista ha luchado por redimir su libertad, siendo esta situación particularmente visible desde la gran insurrección del pueblo indio del Perú encabezada por el Inca Gabriel Condorcanqui -Túpac Amaru-: desde su monstruosa derrota en la segunda mitad del siglo XVIII, no ha habido generación de americanos que no se alzara en lucha por su libertad y dignidad.
Retomando nuestra historia reciente podría decirse que los hijos de la montonera que peleo en Pavón, que combatió con el Chacho Peñaloza y con Felipe Varela, serían quienes acompañen a Leandro Alem -‘el último federal’- en la Revolución de 1890, sus hijos llegarían al gobierno con Don Hipólito Yrigoyen, cerrando más de medio siglo de dictadura ‘republicana’ conservadora. Sus hijos harían el 17 de octubre de 1945 arrasarndo la Década Infame, completando la democracia con los derechos sociales y económicos de los trabajadores. Los hijos de esta generación de 1945, harían el Cordobazo y la gesta épica de los años setenta. Los hijos de los sobrevivientes de la derrota de 1976 se sublevarían en las jornadas de diciembre de 2001, liquidando el modelo de desaparición nacional pergeñado por el traidor de Anillaco y su calvo socio en la entrega de la nación.
Es en esta clave que debemos recordar el glorioso Cordobazo, al inmenso Agustín Tosco y la maravillosa gesta de los Setenta, tratando de conjurar la advertencia que nos legara el gran Rodolfo Walsh: ‘Nuestras clases dominantes han procurado que los trabajadores no tengan historia, no tengan doctrina, no tengan héroes, ni mártires. Cada lucha debe empezar de nuevo, separada de los hechos anteriores: la experiencia colectiva se pierde, las lecciones se olvidan. La historia aparece así como propiedad privada, cuyos dueños son los dueños de todas las otras cosas.’
29-5-04