I En unas pocas horas las vidas fueron sesgadas, desquiciadamente sesgadas por el venenoso hollín. 200 muertos desparramados por las calles, por los hospitales y la morgue, develaron lo precario de la legitimidad de la organización social (de las instituciones del Estado y las creencias que sostienen al mismo). Porque ante ella, ante la muerte […]
I
En unas pocas horas las vidas fueron sesgadas, desquiciadamente sesgadas por el venenoso hollín. 200 muertos desparramados por las calles, por los hospitales y la morgue, develaron lo precario de la legitimidad de la organización social (de las instituciones del Estado y las creencias que sostienen al mismo).
Porque ante ella, ante la muerte misma, ese Estado que se comprometió a hacer vivir, a partir de vastas y siempre incumplidas políticas sociales y económicas, no tiene palabra cuando deja morir. Porque no murieron en una catástrofe natural, desbordante de toda inmediatez resolutiva, sino por la consecuencia de políticas neoliberales donde el concepto de seguridad solo se reduce al aumento del personal policial y la disminución de la edad de imputabilidad para los menores.
Medidas impulsadas por un progresismo, que con las encuestas en la mano, dieron rienda suelta a las pasiones, no tan progresistas, de componer el mito del orden ciudadano. Ese progresismo abandonó sigilosamente una concepción de transformación social paulatina y por lo tanto demuestra la incapacidad del Estado como órgano de control de la actividad privada. Donde el afán ordenador y represivo se torna fundamental, ya que no puede garantizar la seguridad subjetiva y un funcionamiento de las instituciones estatales que permitan una vida digna.
Cuando un Estado se encuentra sometido y vapuleado por vidas que son sesgadas en 6 minutos por una lógica empresarial y política, es que ha dejado de pensar en las generaciones futuras, en el entramado de instituciones y políticas que deben garantizar las vidas de una generación. Mejor dicho, ese Estado, o esa política estatal, han dejado hace mucho tiempo de considerar a la vida en la plenitud de sus dimensiones.
Esta relación entre las empresas y el Estado ha dejado esos vínculos familiares, esos vínculos de sangre rotos, deshilachados. Esas vidas familiares se han trastocado, ese lazo que las unía al futuro se desgarró de la manera más trágica. No se pueden redimir las vidas ni en el mas acá, ni en el mas allá, 200 jóvenes se evaporaron en una noche con sus caras de ángeles dormidos.
En esta tragedia se expresa una política estatal que en los últimos 30 años mercantilizó las fibras de las vidas públicas y privadas, que sometió a los habitantes de nuestra patria a una profunda precariedad social provocada por el genocidio, por la disolución de ciertas instituciones estatales, por la pulverización del empleo, por el depredador accionar de los grupos económicos.
Ante estas muertes, solo quedaba recurrir a una oscura operación (Kirchner, Duhalde, Ibarra y Macri) en contra de la sociedad, a algunas renuncias, a una incansable publicidad de la habilitación de un espacio cultural que se hacia llamar República Cromañón.
A esa república empresarial del rock, solo le interesaba una dimensión de sus fugaces ciudadanos: sus gastadas monedas. Esa idea mercantil regenteaba los espectáculos, entonces la salida de emergencia abarrotada por candados fue su concreción desgarradora. La vida social, corporal, integral, no constituía un fin en si mismo, sino un medio de realizaciones materiales e ideológicas, y la política estatal, en vez de transformar estas posturas, terminó garantizándolas.
II
Ante la tragedia, la reflexión acerca del accionar estatal por aquellos que administran sus infortunios y sus rentas, solo se ha traducido grotescamente en una inmemorial preocupación: cómo conservar el poder o cómo hacerse de él.
Aquellos que se dicen responsables de la cosa pública, mediados por el gran principio de la especulación política, rápidamente organizaron nuevas alianzas, coaliciones, encuestas, lloriqueos de legisladores y decretaron y proclamaron rápidas medidas. Ese arte del poder estatal ejercido rápidamente por un progresismo sujetado a los destinos justicialistas, ahora intentará construir un nuevo gobierno (o una reedición del mismo bajo otros términos) a partir de una novedad inerradicable: 200 cuerpos que han disuelto un momento de la razón estatal.
Los opositores políticos de toda especie, no han hecho otra cosa que apropiarse no sólo del dolor de los familiares, de las vidas sesgadas, sino que se apropiaron de las muertes por el puro ejercicio del beneficio político. Todos han querido retener del dolor una posible tajada para sus arcones electorales futuros y presentes. Concurrir a las reuniones de familiares, imponer ciertas posiciones, fragmentar los reclamos de justicia e intentar conducir el dolor hacia posturas partidarias no hace otra cosa que degradar un pensamiento político que debe reflexionar y aportar un debate en torno a las condiciones de realización de las vidas públicas y privadas en la Argentina.
III
Las responsabilidades políticas y empresariales deben ser encontradas y castigadas y las organizaciones políticas y sociales debemos aunar esfuerzos para que así sea.
Creemos también que uno de los tantos actos de justicia es repensar teórica y prácticamente nuestro habitar y vivir en la Argentina. Esto significa tener una actitud militante y de transformación con respecto al Estado para que se acerque a la sociedad, para que garantice la vida, las condiciones materiales y de existencia y para que tenga políticas serias hacia la juventud. Significa también dar una fuerte lucha contra la impunidad y la corrupción de la dirigencia política, y luchar contra la exclusión y la marginalidad. En ese camino nos encontraremos.
Agrupación El Mate
Buenos Aires, enero 2005