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El legado subjetivo del macrismo

Un campo minado

Fuentes: Le Monde Diplomatique

La herencia perdurable del gobierno de Cambiemos supera sus efectos tangibles sobre la economía, el empleo y la pobreza. Las transformaciones sobre el sentido común de los argentinos penetran insidiosamente sobre su manera de construir identidad y procesar los conflictos sociales, cuestionando peligrosamente los acuerdos de la posdictadura. Al analizar el resultado de estos cuatro […]

La herencia perdurable del gobierno de Cambiemos supera sus efectos tangibles sobre la economía, el empleo y la pobreza. Las transformaciones sobre el sentido común de los argentinos penetran insidiosamente sobre su manera de construir identidad y procesar los conflictos sociales, cuestionando peligrosamente los acuerdos de la posdictadura.
Al analizar el resultado de estos cuatro años de macrismo, resulta insoslayable señalar algunas de las situaciones objetivas que han cambiado, entre las que se destacan uno de los mayores endeudamientos de la historia, el aumento de la pobreza y la desocupación, la licuación inflacionaria del salario, una profundización del descrédito de la Justicia y el aumento de la criminalización de la protesta.

Sin embargo, las transformaciones generadas por el macrismo en la subjetividad y en el sentido común penetran insidiosamente en los modos de construir identidades y de procesar el conflicto. Por tanto, resultan una herencia perdurable más allá del próximo resultado electoral.

Una derecha que se presentaba a sí misma como cool y progresista en la campaña presidencial de 2015 -e incluso en la disputa por la legalización del aborto en 2018- ha ido virando hasta poner en cuestión muchos de los acuerdos generales de la posdictadura.

Los derechos humanos en «la grieta»

La sociedad argentina tuvo en su historia posdictatorial profundas contradicciones pero también algunos acuerdos transversales. Uno de los más saludables ha sido la condena a los golpes militares y a los responsables del genocidio vivido en la década del 70, más allá de los matices que asumieran (desde un repudio abstracto a la violencia en la lógica de los dos demonios, hasta la reivindicación más abierta de la militancia, con matices intermedios).

Aunque con antecedentes que surgieron en 2008 y tuvieron amplia difusión en los medios de comunicación hegemónicos desde 2013 (1), la llegada del macrismo ha corrido los límites de lo enunciable y ha introducido la cuestión de la defensa de los derechos humanos en «la grieta» (2).

Sobran los ejemplos para dar cuenta de este giro brusco: desde la denuncia de «los curros en derechos humanos» hasta el intento de flexibilizar las condenas de los genocidas con el «2 por 1», la equiparación de los organismos de derechos humanos con las organizaciones de denuncia de «las otras víctimas» o el llamado de Elisa Carrió a la «reconciliación»; desde el retorno de los desfiles militares en las fechas patrias hasta la minimización del carácter golpista de Aldo Rico o la participación en el gobierno de carapintadas como Juan José Gómez Centurión; desde la reutilización por parte del presidente del término «guerra sucia» hasta las insistentes declaraciones de distintos funcionarios que relativizan el número de víctimas.

Si bien el alfonsinismo había aceptado la sanción de leyes de impunidad ante la presión militar y el menemismo encaró un discurso de «reconciliación» con base en los indultos, en ningún caso estas iniciativas se acompañaban de la puesta en duda del carácter atroz de la última dictadura. Menem fue quien logró la represión de la última rebelión carapintada que, al incluir varios muertos rebeldes, terminó definitivamente con el jaqueo a la democracia, una conquista histórica del pueblo argentino, sostenida en las valientes, reiteradas y masivas movilizaciones frente a los cuarteles ante los numerosos intentos golpistas.

El macrismo ha intentado arrasar con esta conquista histórica y llevar a su «lado de la grieta» a articularse con el «partido militar», a demonizar a la militancia de los 70 y, en ella, a toda lucha actual contra las consecuencias del ajuste, a relegitimar la represión pasada para darle fundamento a la represión presente, generando un clima donde han vuelto a cobrar legitimidad figuras nefastas de Argentina y prácticas que creíamos desterradas como el asesinato de militantes populares por las fuerzas de seguridad o las persecuciones en clave ideológica.

Reconstrucción del macartismo

Otra conquista histórica de la sociedad argentina posdictadura fue el pluralismo político y el fin de la censura y la proscripción.

Con antecedentes en la gestión educativa en la Ciudad de Buenos Aires, el macrismo encaró a partir de su triunfo nacional una persecución ideológica sin parangón desde 1983. Las redes sociales de los empleados estatales fueron «espiadas» a fin de conocer sus alineamientos políticos y expulsar a lo que se llamó «la grasa militante» de distintos estamentos del Estado. Los docentes de todos los niveles sufrieron un fuerte proceso de censura y persecución ante la posibilidad de hacer referencia en sus clases a graves preocupaciones ciudadanas como la desaparición de Santiago Maldonado (cabe recordar, por ejemplo, el rol de las movilizaciones en los espacios aúlicos con respecto al asesinato de José Luis Cabezas o a la desaparición de Jorge Julio López, entre otros, que fueron fundamentales para conmover y reaccionar). A diferencia del resto de los gobiernos posdictatoriales, el macrismo encaró campañas de delación contra los docentes, inició sumarios administrativos y, sobre todo, buscó movilizar a la comunidad escolar para llevar el conflicto al aula denunciando su «uso político», en un intento por quebrar reacciones fundamentales de solidaridad social. Vale la pena agregar la decisión de impedir el acceso de una Madre de Plaza de Mayo (Vera Jarach) a un evento escolar porque «no contaba con autorización» o la utilización en las aulas de videos negacionistas.

Las acusaciones que comienzan a surgir en la campaña electoral avanzan un paso más, con declaraciones de Miguel Ángel Pichetto o Jorge Macri sobre el «marxismo» del candidato a gobernador bonaerense Axel Kicillof. Muy cerca ya de aquellas expresiones del diario La Nación cuando fuera ministro de Economía, que sumaban al término «marxista» la acusación de ser «bisnieto de un rabino» e «hijo de un psicoanalista», lo que lo colocaría en el lugar del «sucio judeo-bolchevique» al que persiguieron primero los nazis y luego los escuadrones de la Alianza Anticomunista Argentina.

La construcción de la aporofobia

Otra novedad que ha introducido el macrismo es parte de una corriente más global, que fuera bautizada por la filósofa española Adela Cortina como «aporofobia» (el rechazo al pobre) y que se articula con las construcciones subjetivas del neoliberalismo, pero que no había logrado presencia en Argentina, aunque circulaba en sectores de clase media acomodada o en ciertos medios de comunicación.

La aporofobia busca quebrar la noción de comunidad, estableciendo una estigmatización global en términos de clase. La idea de que «los pobres son pobres porque no quieren trabajar» no surgió con el macrismo y es parte incluso de cualquier imaginería liberal, pero la aporofobia avanza un paso más, como en la representación de una pirámide de la sociedad argentina que muestra a empleados de tez y pelo claros y con traje sosteniendo sobre sus hombros a un innumerable contingente de «morochos» que reciben planes sociales, gráfico que fuera difundido por el Ministerio de Producción para explicar que el 20% de la población aporta el 99,4% de la recaudación tributaria, sin preguntarse qué ocurre con la evasión de las grandes fortunas, por qué tanta población está fuera del sistema de trabajo formal o, incluso de modo más básico, si no es correcto que aquellos miembros de la comunidad que están en mejor situación puedan aportar más para garantizar una vida digna para el conjunto.

Otra vez: el menemismo (instancia máxima de glorificación del neoliberalismo en Argentina) llegó a legitimar la ostentación de la riqueza, el individualismo más cerril y la responsabilización de los pobres por su pobreza, pero no llegó al punto de acusar a la propia población carenciada de resultar una carga para los sectores acomodados, quizás porque no podía despegarse de sus orígenes peronistas y porque necesitaba algún nivel de conexión con esas masas a las que el macrismo desprecia y quisiera ver desaparecer.

Movilizacionismo reaccionario

Si no resultaran lo suficientemente graves las transformaciones previas, el macrismo despliega además una estrategia que nunca antes tuvo éxito en la sociedad argentina, ni siquiera durante la dictadura genocida: la apelación a la movilización social reaccionaria.

Las dictaduras argentinas -como expresión de las clases dominantes- buscaron imponer su poder a partir de la paralización social. Imposibilitadas de acceder al apoyo popular, la estrategia de dominación estuvo vinculada a la desarticulación del movimiento popular a través de la represión. En algunos casos alcanzó con la criminalización de la protesta o masacres puntuales, en otros fue necesario -como en los años 70- un verdadero genocidio, que permitiera cuadricular a la sociedad con campos de concentración que irradiaran el terror al interior de cada hogar e instalaran la desconfianza, herramienta fundamental para quebrar la articulación política.

Sin embargo, a las derechas argentinas les resultó más difícil movilizar activamente a la población y en los casos en que lo hicieron -se destacan en la última dictadura el Mundial de Fútbol 1978 o el desembarco en las Islas Malvinas- fue a partir de consignas unificadoras y no del llamado al ataque a otro sector de la población. Los «subversivos» fueron secuestrados, torturados y diezmados por las Fuerzas Armadas y las fuerzas de seguridad, pero nunca se intentó crear batallones barriales de vecinos que fueran casa por casa a buscarlos y agredirlos, como ocurrió en la Europa del siglo XX con las bandas fascistas. Es por ello que la dictadura fue genocida pero no fascista.

El macrismo, a medida que se va derechizando, comienza a esbozar una apelación al movilizacionismo reaccionario, una autorización tácita (que puede transformarse en convocatoria activa) a la población a «circular armados» o a reaccionar ante los «peligros», lógica incentivada desde los medios de comunicación más agresivos pero que comienza a tener guiños por parte de distintas figuras del elenco gubernamental. Vale la pena transcribir este exabrupto radial de Baby Etchecopar: «Taxista: cuando un tipo es kirchnerista, bájelo a patadas en el culo por cómplice de los corruptos. No hay que atenderlos en las farmacias, en los hospitales, porque se robaron la plata de todos esos lugares […] Los vamos descubriendo, los vamos identificando y los vamos cazando […] adonde vayan los vamos a ir a buscar, con nombre y apellido […] Taxista, hay que pelear, hay que liberar la calle […], aguantemos argentinos, son los últimos coletazos de un proceso de 12 años que se quiso quedar con su vientre, con su casa, con su patrimonio y con sus hijos. Se terminaron los hijos de puta, los enemigos están en retirada, se están yendo. Ya corrimos a los ingleses, a los españoles y ahora estamos corriendo a los kirchneristas. Ahora sí: el país se libera y arranca a ser una nación. ¡Acompáñeme! Taxista, remisero, camionero, gente de la calle, acompáñeme […] ejército de taxistas en la calle, ejército de colectiveros, ejército de camioneros. Esa gente con brazo de dos colores, que laburan, que se rompen el culo para que ustedes vayan a cortar la 9 de Julio. Lo hicimos con los ingleses, lo hicimos con los españoles, lo hicimos con los franceses, ¡ahora vamos por los K y a liberar Argentina!» (3).

Bombas de tiempo

Las dificultades son graves: la deuda, la economía estancada y la situación de pobreza, indigencia y desocupación que se va agravando mes a mes, con sus consecuencias en problemáticas sanitarias y de vivienda, entre otras. Estas serán las «pesadas» herencias que deja el macrismo, sea que continúe en el poder o que resulte reemplazado por una nueva versión del peronismo.

Sin embargo, las marcas que deja el macrismo en la subjetividad son más insidiosas y no se revertirán con una derrota electoral, una negociación con el FMI o un conjunto de recetas económicas para la reactivación.

La relegitimación de aquel quinto de la sociedad que participó o avaló un genocidio pero que no tenía voz para sentirse orgulloso de ello, la aceptación de la estigmatización política macartista, la implementación de campañas de delación a docentes o persecución a funcionarios a partir de su militancia o su posicionamiento ideológico, la paciente construcción y atizamiento del «odio al pobre» y la autorización a su criminalización, persecución y hostigamiento, la luz verde otorgada al uso letal de la violencia por parte de las fuerzas de seguridad y la movilización reaccionaria con atisbos fascistas son corrientes que comenzaron a instalarse en la sociedad argentina y que no será fácil desactivar en el corto plazo, sea cual sea el resultado electoral, ya que han llegado a masas importantes de la población y empiezan a ser parte de sus modos de construcción de identidad y, por tanto, de la viabilidad de sus prácticas sociales.

Quizás sea hora de pensar (más allá de los frentes electorales) en una articulación transversal que busque desactivar estas bombas de tiempo antes de que resulte demasiado tarde, un frente antifascista que necesitará de muchos sectores que están, aunque raleados, dentro de la alianza oficialista (remanentes de aquel radicalismo alfonsinista o quienes auténticamente creyeron en una derecha cool y progresista) y gran parte del arco opositor, desde el kirchnerismo hasta sectores del peronismo federal, el amplio abanico de la izquierda o la centroizquierda y partidos provinciales que, más allá de sus alineamientos coyunturales, fueron parte del consenso posdictatorial.

El macrismo ha incubado el huevo de la serpiente y esa herencia insidiosa continuará más allá de su derrotero electoral, porque además cuenta con un contexto favorable a nivel regional e internacional, algo que tampoco había tenido desde el fin de la última dictadura.

Notas:

1. Para este recorrido véase Daniel Feierstein, Los dos demonios (recargados), Marea, Buenos Aires, 2018.

2. Para los modos de transformación de «la grieta» durante el macrismo, véase Martín Rodríguez y Pablo Touzon, La grieta desnuda, Capital intelectual, Buenos Aires, 2019.

3. Baby Etchecopar, Radio 10 (El ángel del mediodía), 12-9-18: http://ar.radiocut.fm/audiocut/habla-de-fascismo-es-fascismo-incita-a-la-guerra-civil/#

Daniel Feierstein. Investigador del CONICET y profesor UNTREF/UBA.

Fuente: http://www.eldiplo.org/242-la-pesada-herencia-del-macrismo/un-campo-minado-2/