Muertos sin sepultura, los partidos tradicionales encaran en Argentina lo que con toda probabilidad será el último gesto de impotencia en su actual configuración. Después del ciclo electoral en curso habrá un nuevo cuadro político, cuyo rasgo principal será la convulsión permanente. Basta describir el panorama inmediato: ir a una elección general, gastar 4 mil […]
Muertos sin sepultura, los partidos tradicionales encaran en Argentina lo que con toda probabilidad será el último gesto de impotencia en su actual configuración. Después del ciclo electoral en curso habrá un nuevo cuadro político, cuyo rasgo principal será la convulsión permanente.
Basta describir el panorama inmediato: ir a una elección general, gastar 4 mil millones de pesos en ella… elegir nada. Eso son las Paso que tendrán lugar el domingo 11. Las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias son un artilugio más para manipular a la ciudadanía, creado por Néstor Kirchner en 2009, cuando pese a todo obtendría una estrepitosa derrota como candidato a diputado.
Se trata de primarias donde se debería elegir candidaturas para todos los cargos en juego entre competidores de un mismo partido, con la obligación de cada elector de concurrir a las urnas y votar, de manera abierta por cualquier candidato de cualquier partido, sin necesidad de estar afiliado a ninguno o aun perteneciendo a uno e interviniendo en la elección de otro.
Es a la vez el máximo de intromisión del Estado en la vida interna de un partido e instrumento de generalizada confusión para una ciudadanía cada día menos politizada y educada. Un fraude moral y político antes de que se emita un voto.
Adicionalmente, ocurre que al interior de los partidos esta vez no hay candidatos en disputa. O sea, no hay por quién optar. Elección sin elección. Irracionalidad institucional llevada al paroxismo. Meses de aturdimiento para tapar con naderías de candidatos vociferantes la gravísima situación económica y social del país. Al costo de alrededor de cien millones de dólares para el erario público, más una suma incalculable en propaganda, viajes y actos de candidatos que no compiten con nadie, para una elección en la que no hay nada en juego.
La prensa comercial la ha llamado «la gran encuesta». Es así, en la noche del 11 lo único que se medirá es cuántos votos recibió cada partido. No habrá elección de presidente, gobernadores, intendentes y legisladores. Eso se hará el 27 de octubre.
Para un alto porcentaje de la población, esto no está claro. Esa porción de la población está convencida de que el 11 alguna de las fórmulas en juego ganará o perderá. La prensa en su conjunto contribuye a esa confusión, al pronosticar triunfos o victorias para éste o aquél. Como ya es habitual frente a cuestiones vitales de la vida política, tampoco las corrientes de izquierda se ocupan de educar al ciudadano frente a la agraviante engañifa con que se le obliga a votar.
Dicho de otro modo: la elección popular, principal instrumento de la democracia capitalista, está por completo vacía de contenido. Eso es hoy la institucionalidad burguesa en Argentina. Y refleja con exactitud no ya la decadencia, sino la desaparición práctica de los partidos políticos.
Después del 11-A
Como sea, habrá comicios. Y consecuencias. En las vísperas, no hay certeza sobre posibles resultados. Como ya se ha dicho, el enjambre de empresas encuestadoras después de manipulaciones sin cuenta concluye en la osada afirmación de que es posible «un empate técnico».
Hay dos posibilidades entonces: obtiene más votos la fórmula Macri-Pichetto o es favorecido el dúo Fernández-Fernández. Seguiría Roberto Lavagna en un tercer puesto con menos de 10 puntos -posiblemente bastante menos. Lavagna fue lanzado por un sector del gran capital como globo de ensayo a comienzos de año, cuando temía que Mauricio Macri continuara barranca abajo. No ocurrió y el Frente Amplio Burgués (Fab) se rehízo en torno a su escuálido mesías post moderno. El experimento Lavagna involuntariamente viene a restarle votos al oficialismo, al menos en las Paso. El resto de las cuatro fórmulas (dos de derecha explícita y dos de izquierda), oscilarán entre 1 o 4 puntos.
Quien quiera que obtenga más votos el 11 no repetirá necesariamente ese resultado con una victoria en octubre. De hecho, las Paso sin competencia se convierten en una primera vuelta y se puede esperar un considerable desplazamiento de votos hasta el 27 de octubre, día de la elección efectiva. La certeza de ese desplazamiento aumenta la incertidumbre. Sobre todo porque al obrar octubre como segunda vuelta y dado que si una fórmula obtuviera el 45% de los votos no habría balotaje, el próximo gobierno quedaría elegido en esa instancia. El oficialismo sostiene que puede incluso obtener varios puntos menos en las Paso y recuperar esa distancia, con ventaja, en los dos meses siguientes. La oposición reunida en torno al Partido Justicialista asegura que tendrá una aplastante victoria el 11-A y la ratificará con creces el 27-O. Sorprendería que dijeran algo diferente. Pero lo cierto es que ambas afirmaciones tienen base objetiva de sustentación.
F&F han impreso a su campaña un carácter que sorprende a muchos de sus seguidores y perturba por igual al ala kirchnerista y al flanco conservador «pejotista». El contenido esencial de esa campaña, reivindicar el capitalismo, lo expuse en un artículo reciente (Foro de Sao Paulo: ideología y política en la reconfiguración del poder continental). Está por verse si las incongruencias y visibles disidencias entre Alberto Fernández-Cristina Fernández terminan debilitando el mensaje o, por el contrario, permiten sumar voluntades estratégicamente contrapuestas.
Profesional, unívoca, la campaña oficial se esfuerza por remontar la vertiginosa caída económica del último año y medio. Es sensible la recuperación de la figura de Macri en los dos últimos meses, aunque no basta para un pronóstico cierto. Es seguro en cambio que, sea cual sea el resultado, Argentina está escribiendo el prólogo de una volcánica reconfiguración de sus partidos tradicionales. Y lo hace sobre la base de una crisis estructural sin precedentes por su profundidad y extensión.
Si Macri le impusiera a Cristina Fernández una tercera derrota consecutiva, la ex presidente sería barrida del escenario y las múltiples fracciones del PJ estarían lanzadas a una disputa salvaje, con Miguel Pichetto (en ese caso vicepresidente de Macri), como único eje de reagrupamiento peronista. Obviamente eso implicaría también la recomposición de la alianza Cambiemos, con la fusión de la UCR, el Pro y fracciones de la socialdemocracia para dar lugar a un nuevo partido, lo cual exigiría tiempo, esfuerzo y desorden, todo en grado superlativo.
Si, por el contrario, las urnas favorecieran a Alberto Fernández, Macri quedaría fuera de juego, mientras el nuevo oficialismo debería resolver el conflicto entre gobernadores, sindicalistas, restos dispersos del llamado kirchnerismo y varias denominaciones reformistas colgadas de esta candidatura. Allí debería ante todo imponerse una hegemonía interna y dar lugar a más de una nueva fuerza política, lo cual presumiblemente conllevaría, como en el caso de la eventual metamorfosis de Cambiemos, tiempo, esfuerzo y desorden.
Además, si las izquierdas electoralistas no logran superar cualitativamente el bajo porcentaje en el que están ancladas, al menos aquellas fracciones empeñadas sinceramente en la transformación social deberán también replantear su futuro. Es inexorable en ese ámbito un período de crisis y recomposición.
De manera que todos, ganadores o perdedores, ingresarán en un torbellino político dominado por un agobio económico que no dará tregua.
Los partidos del capital no tienen margen para una renovación genuina. Pueden cambiar de composición, de siglas y hasta de nombres principales. Pero sólo para asumir la crisis estructural de la sociedad argentina y la urgencia inaplazable de un saneamiento económico. Las izquierdas tienen en cambio un campo inmenso de posibilidades, aunque sólo a condición de revisar radicalmente todo aquello que las ha arrastrado a insalvable distancia de la teoría marxista y la práctica revolucionaria.
Ante las urnas
La confusión de muchos y el hartazgo de otros tantos puede dar lugar a giros impredecibles de la conducta electoral, aunque no está descartado un aumento significativo de la abstención o el voto en blanco.
A estas dos alternativas frente a la farsa electoral, agrupamientos y militantes sin partido (entre quienes está el autor de estas líneas), proponen un voto protesta. Esto es, la confección de una boleta programática para dejar en las urnas una propuesta de futuro. Se trata de un gesto que implica no resignarse al chantaje de quienes pueden ganar ni al ostracismo de quienes abandonan cualquier perspectiva de darle forma y vida a una fuerza política de las grandes mayorías. Para ser un gesto válido, esta actitud de rechazo deberá prolongarse en el esfuerzo por articular millones de voluntades dispersas en un partido de masas, única fuerza capaz de construir la nueva Argentina sobre los escombros del desmoronamiento actual.
@BilbaoL
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