Yo no sé lo que es el destino/ caminando fui lo que fui allá Dios, que será divino,/ yo me muero como viví. El Necio, Silvio Rodríguez El trueno fue estrepitoso, un ruido de derrumbe. El domingo 11 de agosto la Argentina soportó un terremoto electoral que nadie vio a tiempo, porque durante tres […]
allá Dios, que será divino,/ yo me muero como viví.
El Necio, Silvio Rodríguez
El trueno fue estrepitoso, un ruido de derrumbe. El domingo 11 de agosto la Argentina soportó un terremoto electoral que nadie vio a tiempo, porque durante tres años y medio el país estuvo gobernado por un modelo que no escucha a quienes tienen hambre, frío y sed. Y ese día, quienes tienen hambre, frío y sed hablaron, de esa manera incomparable que es la de poner apenas un papelito en una urna para construir esa marea incontenible con la que intentarán en octubre poner las cosas en orden, ante el desorden creado por el gobierno que hizo más daño en menos tiempo desde la última dictadura cívico militar.
«Pasaron cosas», como lo decía el Presidente derrotado, el hombre que desde hace dos meses «no entiende por qué los argentinos no comprenden su política». Hubo muchos acontecimientos desde aquel 10 de diciembre de 2015, tan lejano y del que hace tan poco tiempo. El primero, y previo, que un día antes, frente a la mismísima Casa Rosada, una presidenta saliente reunió a una multitud como nunca antes lograda para una despedida. Aquella multitud adorando a Cristina Fernández de Kirchner no constituyó un mero hecho «partidario», fue la expresión de las mayorías reconociendo que había vivido los mejores años de sus vidas de jóvenes, de mujeres y hombres maduros, de jubiladas o de jubiladas; una realidad que, por una pestaña, por distintos errores cometidos y porque la libertad ciudadana es libre y muy influenciable, no logró imponer a un candidato que diera continuidad a esas políticas.
Eso se llama «peronismo». Una capacidad de construir mayorías, con los métodos que cada momento de la Historia exija, o permita; un talento único para buscar cauces nuevos, encontrar las banderas de quienes menos tienen, una resiliencia casi absurda en la adversidad, como esa que, en la noche de la partida del Gobierno, en vez de encerrarse en una funeraria a llorar el cadáver de lo que partía, ganó las calles y anunció el nacimiento de una nueva posibilidad con ese grito que acompañó el cruce del desierto: «A volver, a volver, vamos a volver»…y latió hasta este aroma a retorno.
Es el mismo pacífico canto de guerra con que las multitudes abrigaron a Alberto Fernández cuando se supo que había logrado el 47,36% de los votos, contra el 32,24 de Mauricio Macri, equivalentes a un mágico 49,2%, si se quitan los sufragios en blanco, como sucederá en los comicios de octubre. Una canción de cuna que en las últimas jornadas de campaña, sobre todo en el inmenso símbolo que fue la presencia de la fórmula frente al Monumento a la Bandera en Rosario y rodeado de todos los gobernadores peronistas, compartió escenario con un «Se siente, se siente Alberto Presidente», Fue la expresión subterránea de una corriente que ningún estudio logró captar, la transferencia absoluta de las simpatías que despierta la ex mandataria hacia el destinado a dirigir el gobierno en este nuevo tiempo que viven la Argentina, la región y el mundo. Difíciles pero, ahora, con futuro.
Renunciamiento y realidad
La argentinidad se nutre de dramatismos y exageraciones;en este país del fin del mundo se sufre yse disfruta, después, con el relato de la recuperación, los sacrificios y los heroísmos. Aunque se diga que son huérfanas, las derrotas tienen dueños («mariscales», se decía antes), generan heridas, venganzas y hasta le ponen «techo» a las simpatías a las conducciones de los momentos que las precedieron.
Cristina Kirchner, hoy más Fernández que nunca,quedó aplastada entre un piso muy alto de simpatías y un cielo raso achaparrado, que generó análisis acerca de sus probables victorias en primera vuelta con seguras derrotas en la segunda. Hubo dos dirigentes que lograron romper esa verdadera «grieta» surgida al interior del espacio nacional y popular: Alberto Fernández y Felipe Solá. En ese momento, desde baldosas diferentes, encontraron la ganzúa que abriría la puerta hacia la unidad que depósito al primero en la puerta de la Casa Rosada al marcar que, «con Cristina no alcanza, pero sin ella no se puede».
Ahí comenzó otra crónica, la de una victoria anunciada. CFK eligió al de su mismo apellido, se colocó en segundo término en la fórmula, recorrió el país con su «Sinceramente» que, además de fenómeno editorial, se convirtió en su bandera de campaña, en el mejor complemento del accionar de Alberto, un instrumento que le permitió hablar sin tapujos, con emociones y datos y que le recordó a propios y también a extraños cómo habían sido los doce años de kirchnerismo presidencial. Sobre todo desempolvó una apreciación que había sido de mayorías: «fueron los mejores años de mi vida», opinión de muchos que empezó a envejecer bajo los límites que impuso el último tramo de su mandato, ante las promesas de un Cambiemos que fue para peor, de una de las campañas comunicacionales más feroces de las que se tenga registro y de una ofensiva judicial que no respetó ni los mínimos criterios del «debido proceso» que impone la Constitución Nacional.
Sin embargo y con el diario del lunes, la situación económica impuso su mensaje y si «realidad mata campaña», como se afirmó desde esta misma columna, el empeoramiento generalizado del nivel de vida de la mayoría de argentinas y argentinos, de todos los sectores sociales, superó cualquier techo electoral y rompió un proceso incorrectamente considerado por la Casa Rosada como de «tres tiempos»: PASO, primera y segunda vuelta, a la que se abrazaba el oficialismo convertido en un iluso «partido del balotaje».
Antes del domingo que cambió todo las «primarias» ya se habían convertido en «generales» y el 27 de octubre iba a definir el triunfo de uno de los dos espacios, después de una aspiración de votos que catapultaría a ambos por encima de los 40 puntos, muy cerca de los 45 más un voto. Sin embargo, las urnas explotaroncon una fuerza tal que Alberto Fernández, más allá de lo formal, hoy es visto como un «presidente electo».
Sin consumos no hay paraísos
Frente a los tribunales capitalinos de Comodoro Py, el 13 de abril de 2016 tuvo lugar el primer acto de reconstrucción de un espacio que, años después y a las puertas de las elecciones primarias, se constituiría como un frente de 18 partidos políticos, encabezados por el Justicialista, Unidad Ciudadana y el Frente Renovador, acompañados por agrupaciones cercanas al kirchnerismo y por otras que se diferenciaban de él como las lideradas por Pino Solanas, Victoria Donda o Hugo Moyano, junto a la inmensa mayoría de los gobernadores peronistas y de los intendentes del Gran Buenos Aires, además de por un movimiento político social del peso del Evitay sus aliados y de todas las centrales gremiales nacionales, junto a representantes de la producción y el comercio del campo y la ciudad.
Aquella jornada de lluvia porteña la ex presidenta, con tres años de antelación, le reclamó a los seguidores de ese espacio que interpelasen a los ciudadanos que votaron en 2015 a Macri acerca de «cómo les está yendo, si les está yendo mejor que antes o peor». Puso el dedo en el lugar que, efectivamente, más le preocuparía al Gobierno. En el último tramo de la campaña, Alberto Fernández logró romper el blindaje, incrustó los temas económicos en el ring electoral y no permitió que bajasen nunca más, hasta que logró un triunfo por knockout digno del mejor Monzón.
La tormenta perfecta, para seguir al macrismo en sus explicaciones climatológicas, incluye deterioro del poder de compra de salarios, jubilaciones, pensiones y asignaciones únicas por hijo y pérdida de todo tipo de consumos incluso en los sectores medios y altos; inflación promedio mensual del doble de la existente con el gobierno anterior; desempleo superior a los dos dígitos (dos millones de personas), que trepa por encima del 27% (cerca de 6 millones) si se agregan subocupados y a quienes sus tareas no alcanzan para resolver sus necesidades materiales básicas, con pérdida de 204 mil puestos de trabajo en blanco en los últimos doce meses, solo en la industria y el comercio, y pobreza por encima del 35% y en alza, equivalentes a más de 15.000.000 de personas, de las cuales 3.200.000 son indigentes, 5,5 millones son niños, niñas o adolescentes y 6 millones que pasan hambre.
Con ese panorama y con aquella amplia propuesta opositora, solo la alquimia comunicacional y el desparpajo para tocar un par de metros cuadrados de asfalto y hablar de centenares de kilómetros de rutas que no están hechas, lograron mantener la fantasía reeleccionaria. El rey estaba desnudo y cuando el pueblo pudo se lo hizo saber, sin la inocencia de un niño y con la bronca de quienes la pasan mal.
Ese fue el escenario propicio para la política, la única herramienta de quienes menos tienen para intentar mejorar su situación, llevar hasta el gobierno a quienes creen que, con medidas concretas, van a contribuir a su bienestar de ellos, sus hijos y sus abuelos. Cuando se pierde el «estado de gracia» no hay mercadotecnia, campaña del último metro, Duran Barba ni Marcos Peña que alcancen y la participación del ciudadano, convertido en pueblo, es el mejor de los instrumentos para movilizar y organizar, sobre todo, si se cuenta con organizaciones de fuerte presencia territorial.
Moreno no solo es Mariano
Esta «crónica anunciada» mira hacia la derrota del PRO y no hacia las victorias peronistas en casi todos los distritos de peso; sin embargo, se detiene un instante en Moreno, un punto de la geografía bonaerense, en el que Axel Kicillof, su «Renault Clío» y su respeto por los vecindarios hicieron lo que la construcción fantástica de escuelas y hospitales inexistentes no logró.
Hace un año, muchos le prestaron atención a raíz de la explosión de gas que les costó la vida a Sandra y Rubén, la vicedirectora y el portero d e la escuela N° 49. Su sacrificio puso en agenda la falta de mantenimiento de la infraestructura escolar bonaerense y mostró la situación de un distrito con los peores indicadores entre los 24 partidos del Gran Buenos Aires.
Incrustado en el Oeste, a 98 km de la General Paz, Moreno supera los 500 mil habitantes y es uno de los seis distritos del GBA con mayor índice de necesidades básicas insatisfechas, es decir con sus cinco indicadores por encima del promedio provincial negativo ( Vivienda, Condiciones sanitarias, Hacinamiento por cuartos, Asistencia escolar, Capacidad de subsistencia). El 23,1% de sus menores vivenen esas condiciones; 5,7% de su población no asiste o nunca asistió a la escuela y casi cierra el ranking de coparticipación provincial al ubicarse en el puesto 130 de los 135 municipios de la provincia que, todavía, gobierna María Eugenia Vidal.
La descripción constituye el botón que muestra de la verdadera situación en que se encuentra el distrito de mayor peso poblacional y productivo del país. Su sistema educativo estuvo paralizado durante meses en 2018 porque se comprobó que la mayoría de los establecimientos estaban en iguales condiciones de riesgo que el que voló por los aires.
Fue uno de los lugares en los que el Frente de Todxs tuvo internas para elegir las candidaturas locales. Para sorpresa de muchos, la militante del Movimiento Evita, Mariel Fernández, se impuso al jefe municipal en funciones, Walter Festa. El conjunto de listas del espacio arrasó con el 62% de los votos contra el 19,71 de Cambiemos, lo que pone a la ganadora a prepararse para conducir los destinos de uno de los municipios con mayores problemas sociales, laborales y económicos del Gran Buenos Aires.
Además de la responsabilidad que implica, el hecho constituirá una prueba de fuego para su espacio político social de origen, ya que estará frente a la posibilidad de mostrar su capacidad de gestión, después de haberlo hecho en el plano legislativo y, sobre todo, en el de la organización comunitaria y la movilización popular. Tal vez sea la incubadora de un nuevo modelo de gestión, además del punto de apoyo para dar un salto cualitativo en el plano superestructural.
El desastre de Moreno fue botón de muestra de una realidad de la que el electorado quiso despegarse con su expresión en las urnas; del mismo modo, a lo largo de los últimos años hubo distintos hechos que minaron el poderío comunicacional «del Cambio» y, sobre todo, las simpatías que concitaron inicialmente los globos, Tan Biónica y las sonrisas pulcras de muchachones sin corbata y funcionarias elegantes.
Uno de esos puntos de inflexión fue el 14 de diciembre de 2017, cuando el gobierno decidió reprimir con brutalidad la marcha multitudinaria realizada en protesta por el intento de sanciónen Diputados, finalmente lograda, de la reforma previsional con la que escamotearon los bolsillos de jubiladxs, pensionadxs y beneficiarixs de la Asignación Universal por Hijo. Los hechos golpearon sobre una credibilidad en Mauricio Macri que había comenzado a deteriorarse al trascender a comienzos de ese año que intentaba condonar una deuda superior a los $70.000 millones de pesos a su propio Grupo.
Ya en pleno camino hacia las PASO fatales, se produjo el «apagón histórico» del 16 de junio pasado, en todo el territorio nacional y con 50 millones de afectados en tres países y, días después, las cuatro jornadas en que la capital bonaerense estuvo a oscuras.
La ola de frío con que arrancó el mes de julio, con miles de personas en situación de calle solo en Buenos Aires, la ciudad latinoamericana con mayor PBI per cápita, con muertos y refugiados en clubes, parroquias y escuelas, pusieron en evidencia la situación. Un verdadero cisne negro para gobiernos los porteño y nacional, que pretendieron barrer bajo la alfombra cualquier situación que dañase sus imágenes.
Los 47 puntos y medio de los Fernández, con proyección a 40 y tendencia sin techo cuando el «voto a ganador» se trasvase, tendrá que coexistir con los monstruosos números de un dólar operado por los que fugan el trabajo nacional y, también, por los operadores oficialistas dedicados a «meter miedo» con la «Venezuela que se viene» si sus mandantes se van.
La metáfora, tan falsa como injusta con la nación bolivariana, se corresponde con el discurso que usó, el día después y a cara descubierta el propio Mauricio Macri, sentado junto a Miguel Pichetto, perdedor hasta en la mesa rionegrina en la que votó. Negó su fracaso, en un ejercicio de impostura sin antecedentes,semejante al de María Eugenia Vidal, la otra figura rechazada por las mayorías. Trató de meter miedo con descaro y formuló pedidos absurdos hacia los ganadores de la elección, a quienes prácticamente les reclamó que dejaran de ser como son.
Superar la situación será el desafío del Frente de Todxs, apenas el prólogo a la batalla verdadera, la de poner en marcha un país que Macri apagó y que, a las puertas de su retirada, todavía no comprende.
Carlos A Villalba, Periodista y Psicólogo argentino. Investigador asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico ( http://estrategia.la/). Miembro de La Usina del Pensamiento Nacional y Popular (http://www.
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