La ciudad es contemplación y acción. No está vacía, cuando no tiene aquello que la convierte en espacio de acción, no fomenta la interacción y socialización, es sólo espectáculo.
El gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires viene incursionando con este diseño urbanístico y concepto de ciudad desde hace 12 años, el objetivo evitar que personas en situación de calle ocupen banquetas públicas, espacios para dormir debajo de las autopistas, etc. Estrategias para ocultar la exclusión y pobreza acumulada en la ciudad que crece día con día producto de las políticas económicas neoliberales aplicadas en el país en los últimos cuatro años y que arrojan a miles de personas a vivir en la calle.
Lo que pretende este tipo de arquitectura es reemplazar el Estado de bienestar, con soluciones que abordan desde un punto de vista meramente técnico los síntomas de un problema social sin considerar sus causas. Estas actuaciones urbanísticas limitan también el uso del espacio público al resto de la población y restringen su libertad.
Pobreza cero
Mientras el modelo económico de exclusión y concentración de la riqueza arroja a miles de personas a vivir en la calle, el gobierno porteño estrena contenedores de basura que llama «inteligentes» y utiliza un mobiliario anti-pobres para colocar en los espacios públicos, con el objetivo de evitar que personas en situación de calle duerman en las plazas, banquetas y hasta en los cajeros automáticos.
Basureros «inteligentes» que por su diseño hermético pretenden servir «para evitar que la gente se meta y saque basura» según lo expresó Eduardo Macchiavelli, ministro de Ambiente y Espacio Público de la Ciudad de Buenos Aires. En mayo del 2018 y durante una reunión con un grupo de vecinos indignados por la basura que aumenta en la ciudad, Rodríguez Larreta expresaba que «La única manera de que no haya cartoneros es que no haya cartón». Un año después, cumple su promesa con la justificación de que la basura es separada en origen y entregada a los recicladores. El resto de los residuos queda prácticamente bajo llave, inaccesible a las familias que se encuentran en situación precaria y que buscan en la basura una manera de subsistir.
La Universidad Católica Argentina (UCA) en sus informes detalla que la pobreza aumentó del 26,6 por ciento al 31,3 del 2017 al 2018. En números concretos, el país tiene hoy 12,7 millones de pobres. Los datos publicados por la Dirección General de Estadística y Censos de la Ciudad de Buenos Aires revelaron que en 2015 se habían registrado 100.000 indigentes. En el 2016 se registraron 146.000. En 2017, la cifra descendió a 140.000, volvió a aumentar en 2018 cerrando en 198.000 personas que se encontraron bajo la línea de indigencia. Es decir, 98% de aumento con respecto a 2015.
La Ciudad expulsiva
China, Londres, Canadá, Japón, Estados Unidos, España, contienen algunas de las ciudades que aplican esta nueva tendencia que busca alejar a los sin techo hasta de los escalones y bancos de las plazas. Asientos inclinados, piedras estratégicamente diseminadas, pinches filosos en el piso.
Este diseño urbanístico expulsivo ha pasado por diversos procesos dirigidos a crear un entorno urbano en función del automóvil y de aquella parte de la población que el gobierno de la ciudad llama ciudadanos que pagan sus impuestos. El diseño urbano del espectáculo es un digno mapa de la separación que, definitivamente, ha triunfado.
En síntesis buscan tapar lo que nadie quiere ver: pobreza y exclusión. Si bien la solución a las personas que viven en situación de calle no debe ser colocar banquetas más cómodos o permitir que se instalen debajo de autopistas como solución habitacional, el dinero invertido destinado a implementar este tipo de mobiliarios podría utilizarse en otro tipo de soluciones, que resguarden la integridad de esa parte de la población que las políticas económicas neoliberales dejan fuera y sin oportunidad.