En ocasiones resulta complejo desentrañar algunas expresiones que, en principio, suenan «agradable» a nuestros oídos pero luego, cuando nos detenemos a pensar sobre su significación, descubrimos que nada dicen. Y no estoy hablando precisamente de «expresiones poéticas»; pues, la poesía, si bien es cierto que siempre requiere de un mínimo esfuerzo intelectual para su análisis, […]
En ocasiones resulta complejo desentrañar algunas expresiones que, en principio, suenan «agradable» a nuestros oídos pero luego, cuando nos detenemos a pensar sobre su significación, descubrimos que nada dicen. Y no estoy hablando precisamente de «expresiones poéticas»; pues, la poesía, si bien es cierto que siempre requiere de un mínimo esfuerzo intelectual para su análisis, es siempre una fuente inagotable de interpretaciones lo que permite descubrir, a veces, hasta una pluralidad de significados.
No son esos casos precisamente a los que estamos haciendo referencia ya que, por el contrario, de lo que se trata aquí es de hallar una significación a expresiones que no la tienen.
Para ser más específicos, nos estamos refiriendo a las expresiones vertidas por el recientemente reelecto (y que al parecer aspira a la reelección indefinida) presidente de la Corte Suprema de Justicia, el Dr. Lorenzetti, que ha manifestado que «se siente cansado, no por sus funciones, sino por cansancio moral».
¿Podría alguien con absoluta sinceridad definir de qué se trata el «cansancio moral»?
Bueno, quizá alguien se atreva a elucubrar una definición al respecto; pero para ser honesto creo que ni el propio Dr. Lorenzetti estaría en condiciones de proporcionárnosla.
Si partimos de la premisa que la moral tiene que ver con el proceder humano y no es otra cosa que el conjunto de obligaciones que nos imponemos a nosotros mismos, donde su nota esencial es el desinterés no solo material sino de cualquier índole; pues, que el presidente de la Corte este «cansado moralmente» no es un problema menor.
Puede que dicho «cansancio» debilite sus obligaciones morales y, si así fuere, tratándose del «supremo de los supremos» la repercusión de semejante fatiga nada bueno ha de traer para la salud de la república. Sin embargo, hay cierto atisbo de incoherencia entre la expresión de Lorenzetti y su comportamiento reciente; pues, excepto que esto que él denomina «agobio moral» se desencadene súbitamente, no se entiende el porqué, entonces, de adelantar su reelección.
Ante una situación agobiante siempre lo más aconsejable es postergar, en la medida de lo posible, la toma de decisiones que apresurarse por tomarlas. Excepto que se trate de un «cansancio selectivo», es decir, de esos que aparecen repentinamente, en ciertas y determinados momentos. Por otra parte, si comulgamos con la concepción kantiana de la moral que, precisamente, nos enseña que todo proceder humano -moralmente hablando- debe estar desprovisto de interés alguno; pues, es lógico concluir que la determinación de adelantar una elección para el ejercicio de una tercera presidencia, nada tiene de compatible con el proceder moral, ya que hay un interés manifiesto: conservar la presidencia.
Pero no seamos tan severos, quizá, ese estado cansino tenga que ver con la nueva labor asignada al Poder Judicial -otrora atributo exclusivo de nuestra Constitución Nacional- y que el propio presidente de la Corte acaba de incorporar a través de sus dichos: «la función de los jueces es poner límites al gobierno de turno».
Si esto es así, los aspirantes a la presidencia de la república deberían consensuar previamente sus plataformas políticas con el poder judicial; no sea cosa que efectúen promesas que luego se vean imposibilitadas de cumplir por las limitaciones que determine la «Justicia». En fin, como podemos apreciar, la cuestión es harto dificultosa y difícil de desentrañar.
Pero puede que la «fatiga moral» no sea el único síntoma que caracterice a esta época; parece ser que los declamados defensores del republicanismo también se ven afectados de cierto «cansancio republicano». De lo contrario, no se explica que los legisladores de la oposición se empeñen tozudamente en no querer acordar la designación de nuevos integrantes para «restablecer» el número de miembros de la Corte Suprema. Obstaculizando, de ese modo, el normal funcionamiento de dicho tribunal y demorando aun más la resolución de las causas que se encuentran en su poder.
Es cuando francamente contradictorio que quienes se reivindiquen como «republicanos» se den el lujo de incumplir con los mandatos constitucionales.
Y aquí otra vez volvemos a la fundamentación que respecto al proceder moral supo enseñarnos Inmanuel Kant y que, por cierto, muchos representantes de los distintos poderes debieran leer para no caer en estos persistentes raptos de incoherencia.
El célebre filósofo alemán en su conocido imperativo sostuvo: «Procede de tal manera que tu conducta se eleve a máxima universal». Si aplicamos esta normativa moral, en relación con lo que estamos mencionando, los legisladores opositores, a través de su comportamiento, están estableciendo como «ejemplo universal» una actitud netamente antirrepublicana; lo que nos lleva a considerar qué, o bien no son precisamente lo que dicen o están afectados por cierto «cansancio institucional». Tal vez por eso, muchos de ellos, demostraron siempre cierta predisposición a abreviar, sea como fuere, el mandato de la actual Presidenta de la República. De una forma u otra resulta coherente pronosticar que el cansancio sea «moral» o «republicano» no es para nada benigno para nuestro querida Argentina.
Otro que seguramente debería releer «Crítica de razón práctica» -la obra de Kant-, aunque no sabemos si está en condiciones de hacerlo, es el más longevo de los miembros de la Corte Suprema de Justicia, el Dr. Carlos Fayt. Ya que al contar con la edad de 97 años sería más que razonable que (salvo que pretenda ingresar en el Guinness world records) opte por retirarse de sus funciones.
Y no se trata de poner, como lo hacen algunos funcionarios, el acento exclusivamente en si sus «condiciones intelectuales permanecen inalteradas»; pues, aun en el mejor de los casos, y suponiendo que su «línea de razonamiento» permanezca intacta, su avanzada edad es un obstáculo para el normal desarrollo de su actividad. Hecho que, por cierto, atenta contra el requisito constitucional de buen desempeño de sus funciones. ¿Acaso un hombre de esa edad puede pasarse horas estudiando una pluralidad de expedientes y dejar sentada su opinión al respecto en una diversidad de fallos? Si así fuere, ¿por qué no asiste recurrentemente a su despacho? ¿Por qué incluso se manifiesta a través de su abogado y no lo hace personalmente?
Al parecer, preguntas de esta naturaleza no se les ocurre en lo más mínimo a los «autoproclamados» defensores de la república que suelen poner el grito en el cielo cuando se menciona la necesidad de una renuncia. Ni siquiera se atreven a proponer a alguien porque, en los hechos tendrían que consensuarlo con el oficialismo y especulan con la idea de que después de los comicios podrán designar un incondicional como futuro cortesano. Lo que deja al desnudo que no es la independencia de poderes o el funcionamiento de las instituciones lo que procuran resguardar; sino la continuidad de ciertas y determinadas personas que desde su función resulten funcional a sus intereses.
Como vemos, son muchos los que hablan de «la moral» en términos abstractos; pero a la hora de cotejarla con los comportamientos concretos que cada uno realiza individualmente, se la olvidan en el escaparate de las ideas y solo recurren a ella cuando de juzgar a «los otros» se trata. Menuda desnaturalización de la «moral» es la que se observa hoy en día.
El otrora «monitor» en el cual uno debía observar su propio proceder para tranquilidad de su conciencia, ha sido sustituido por el arco y la flecha con la que se quiere alcanzar a los demás. La moral, al parecer, ya no consiste en juzgarse a sí mismo; se ha convertido en el medio que posibilita juzgar a «los otros».
Claro que en estas circunstancias «los arqueros» arrojan sus flechas ocultando sus antecedentes, porque en los hechos saben perfectamente que no emprenden estos «ataques» en defensa de «lo moral»; sino que lo hacen en nombre de la «moralina». Que no es otra cosa que la falsa moral al servicio de unos pocos.
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