«Los pueblos no comen vidrio y tarde o temprano se levantan». Lo dijimos muchos de nosotros y nosotras en peores circunstancias que estas que ahora estamos viviendo en Argentina y el continente, cuando nos mataban o desaparecían a los compañeros y compañeras todos los días, cuando los militares entraban a los barrios y arrasaban con […]
«Los pueblos no comen vidrio y tarde o temprano se levantan». Lo dijimos muchos de nosotros y nosotras en peores circunstancias que estas que ahora estamos viviendo en Argentina y el continente, cuando nos mataban o desaparecían a los compañeros y compañeras todos los días, cuando los militares entraban a los barrios y arrasaban con lo que encontraban a su paso, o cuando se hacía difícil caminar por las calles de las grandes ciudades sin que no nos cruzáramos con una camioneta de uniformados o con los temibles Ford Falcon de los parapoliiciales de la Triple A. La expresión circuló de boca en boca en los pabellones carcelarios y se introdujo entre los huecos temibles de los campos de concentración. La esperanza estaba puesta en un futuro escenario, que tenía que ver con que nunca hay que perder la confianza en los de abajo, que pueden estar «trabajados» por los discursos del poder, o golpeados por la andanada mediática, pero siempre se dejan un pequeño espacio para almacenar ideas y acciones de resistencia.
Ocurrió en los años de plomo y se volvió a repetir con las democracias burguesas: siempre que se estaba tocando fondo resurgían las voces, los gritos, las marchas, los reclamos para responder al mal trato de los gobernantes. Con los dirigentes a la cabeza o por encima de estos, de sus trampas y traiciones, en oleadas incontenibles que no pasaban desapercibidas para quienes administran el Sistema. Los «fogoneros» de Cutral Co, los piqueteros, Puente Pueyrredón, las puebladas, la rebelión popular del 2001, todo «está grabado en la memoria».
Vale la pena recordarlo porque en medio de las dificultades por las que está pasando nuestro pueblo causa enorme satisfacción lo que se pudo ver y sentir este pasado jueves en la Plaza de Mayo. Más de cuarenta mil trabajadores y trabajadoras otra vez movilizados contra Macri y el ajuste y los despidos, contra el tarifazo y las políticas de entrega a las multinacionales. En un día poco apacible, con mucho frío y lluvia, con todos los medios hegemónicos en contra y la vergonzosa ausencia de quienes en las cúpulas de las tres CGT prefirieron borrarse a cambio de suculentas prebendas en el manejo de las Obras Sociales. A pesar de todo eso y mucho más, la Plaza desbordó de entusiasmo y consignas que muestran que una franja importante de la sociedad está dispuesta a no dejarse aplastar mansamente y se rebela. Los que allí estaban tenían claro que no son tiempos de mezquindades ni justificaciones equivocadas. No había razones para los titubeos, ya que el Gobierno y sus ministros son una síntesis de la barbarie de los gorilas del 55, la procacidad entreguista de Menem y De la Rúa, y una peligrosísima nostalgia de la dictadura militar, sumado a la permanente invocación de las políticas marcadas por el imperio para todo el continente. Para muestra vale el reciente decreto que devuelve «autonomía» a las Fuerzas Armadas para intervenir en «combates contra el terrorismo», una expresión del presidente Macri que evoca discursos pronunciados por Videla y Massera en 1976.
Partiendo de esas certezas frente al peligro, en Plaza de Mayo estaban la casi totalidad de los gremios que integran las dos CTA pero también numerosos sindicatos afiliados a una u otra CGT que no aceptan las maniobras desmovilizadoras de sus dirigentes. También se hicieron presentes comisiones internas de grandes fábricas, organizaciones sociales y autoconvocados que saben el peligro que representan las actuales iniciativas gubernamentales. En ese marco, estuvieron a la altura de las circunstancias -y es importante decirlo- los dirigentes de ambas CTA que al cerrar el acto convocaron a «golpear juntos», movilizarse por un paro nacional a corto plazo y no seguir «dándole tiempo» a un Gobierno que está dispuesto a arrasar con todos los beneficios sociales ganados en luchas de muchos años.
En la Plaza se vivió un clima de euforia, confirmando que son nuevamente las calles el principal terreno de enfrentamiento contra el autoritarismo del Gobierno. Territorios liberados en los que se empequeñecen las diferencias, reiterando un camino que ya se puso de manifiesto en la gran movilización por el Primero de Mayo, la que luego concretaron los estudiantes universitarios y secundarios o las cientos de miles de mujeres reclamando «Ni una menos, vivas nos queremos».
Son tiempos de pueblo activo, de hombres y mujeres, de jóvenes de todas las edades, que todos los días van encendiendo un pequeño fuego que crece y crece, tendiendo a convertirse en llamarada. Allí están como ejemplo las grandes manifestaciones que vienen produciéndose en el interior del país y que se conocen como el «frasadazo», para enfrentar los aumentos del gas, de la luz y los servicios esenciales. Frazadas para «calmar el frío» que provocan las dificultades para pagar las tarifas en pleno invierno. O los cortes de ruta y las ocupaciones de establecimientos. Nadie le pregunta al vecino a qué partido u organización pertenece, ya que la causa que lleva a movilizarse está por encima de todas las diferencias habidas o por haber. Saben que el enemigo es uno solo en Argentina, en Brasil, en Paraguay, Chile y Uruguay, o en quienes acosan a Venezuela. En función de ello, recuerdan que el pueblo salva al pueblo. Todo lo demás son excusas o complicidades.
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