Recientemente CFK instó a indagar sobre los diversos dispositivos que generan un sentido común que hace que ciertas porciones de la población actúen de forma refractaria con los gobiernos de raigambre popular que defienden sus intereses. Esta invitación de Cristina da de lleno en el centro del debate político; quizá no alimente el debate de […]
Recientemente CFK instó a indagar sobre los diversos dispositivos que generan un sentido común que hace que ciertas porciones de la población actúen de forma refractaria con los gobiernos de raigambre popular que defienden sus intereses. Esta invitación de Cristina da de lleno en el centro del debate político; quizá no alimente el debate de mera coyuntura, quizá resulte indiferente a mucha tropa propia que navega las aguas de la rosca política a secas, pero indudablemente instala un debate constitutivo respecto de las condiciones de posibilidad del retorno. La arenga que flamea vociferando que vamos a volver, debe ser considerada y problematizado desde los cuadros políticos del movimiento nacional y popular resignando la mera voluntad; esto es lo que hace CFK. Con otras palabras pone en primer plano la madre de todas las batallas en sentido amplio, la batalla cultural, es decir la disputa por el sentido común imperante desde donde se yergue la construcción de hegemonía política, único momento de la política que asegura poder desplegar exitosamente de nuevo el proyecto nacional, popular y democrático.
¿Cuáles son los mecanismos sensibles, diminutos y silenciosos que utiliza la derecha para lograr que sectores populares «actúen» intereses que no le son propios? Cómo logran que porciones de trabajadores no apoyen políticas que redundan directa e indirectamente en beneficio propio? Deconstruir la amplia lista de estos dispositivos de poder resuelta imperativo para comprender y desde allí apalancar políticas que inhiban a dichos dispositivos y sus consecuencias.
Como siempre, CFK redobla una apuesta por la política a través de trasladar un exigencia a la militancia y cuadros políticos que en la etapa defensiva actual están mayormente empeñados en la realización de acciones directas, absolutamente necesarias y otros, en la estéril rosca política para re ubicar posiciones en el contexto de un posible retorno.
¿Por qué se desvanece el apego al mundo de las experiencias, de lo vivido? En otros términos, por qué se disocian los derechos adquiridos del proceso político que los facilitó? ¿ Por qué se quiebra cierta armonía entre el sujeto y el objeto? ¿Qué distorsiona esto? ¿Por qué si el kirchnerismo produjo el mayor aumento de clase media de la historia argentina, ésta no respaldo electoralmente al kirchnerismo? La elección de estas preguntas delimitan los dispositivos de estudio, consignando que de ninguna forma se agotan en tal elección, por el contrario, su multiplicidad es profusamente extensa y será abarcada en notas posteriores.
El intento de despejar algunos de estos interrogantes debe partir de la comprensión del contexto global donde se inscriben las preguntas, para luego sí, indagar algunos de los dispositivos en concreto.
El neoliberalismo, como construcción positiva, productor de reglas institucionales, jurídicas y normativas dan forma a un nuevo tipo de racionalidad dominante, diría Jorge Alemán (1). Se establece un nueva relación entre dominantes y dominados a través de una nueva subjetividad que se basa en la competencia y el maximizar los rendimientos, de tal forma que refuerza la centralidad del individuo al tiempo que corroe los lazos sociales.
El sujeto neoliberal, producto social diseñado, arrastra una ontología que reza un dogma según el cual el individuo adquiere características de auto suficiencia. Éste no depende de un contexto, no esta condicionado por una realidad, sino que tiene la potencia de imponerse a todo entramado que le precede y de desde allí modificarlo en relación a su deseo, cuestionable incluso la existencia de deseo autónomo del sujeto neoliberal, pero sería otra línea de análisis en sí. Desde esa racionalidad los éxito son el resultado del esfuerzo personal con prescindencia del acontecer político o social, pero la política y/o el Estado son culpables cuando pese al esfuerzo no hay concreción de sus objetivos.
Esta creencia en la supremacía del individuo necesariamente fractura la articulación social. Una sociedad de individuos no necesita interrelacionarse para conseguir los objetivos, siendo ese hecho una excentricidad pero no un elemento necesario.
Esa racionalidad le reclama al sujeto que sea actor de su propia vida, reforzando una vez más su individualidad, el anverso de tal afirmación es, al menos desde lo discursivo, la prescindencia del Estado. Partiendo de ese punto, cualquier política que le otorgue centralidad del rol activo del Estado, le quita protagonismo a su potencial autónomo, razón suficiente para no apoyarlo.
El sujeto neoliberal, sostiene Alemán, esta tan imbuido de esta racionalidad que le impide tomar una distancia simbólica que le permita la elaboración política de su lugar. Este fenómeno muestra la imposibilidad de digerir la realidad, aceptándola de forma acrítica.
Establecido así el contexto, es decir la producción de un sujeto neoliberal, no puede soslayarse la aparición de uno de los dispositivos más importantes para su re producción: «el sentido común imperante», el cual se conforma de diversas concepciones del mundo, de tendencias filosóficas y tradiciones que han llegado fragmentadas y dispersas a la conciencia de un pueblo y desde allí se tomarán referencias y ordenamientos que justifiquen o reprueben los actos de la vida pública y privada.
Éste no solo es acrítico, diría superficial en el plano de la falta de problematización de la realidad, sino que también es dogmático y conservador según sostuviera Antonio Gramsci (2). La racionalidad que entrega el sujeto neoliberal dota de certezas, respuestas que encajan con un sentido común ávido de ellas, lo cual conserva el estado de cosas.
Este fenómeno plantea un grave problema de lo que llamaré distorsión entre el sujeto y el objeto, o para aplicarlo al tema del texto, entre el sujeto y sus intereses, los genuinos, no los que actúa.
A modo de hipótesis, planteo la existencia de una tercerización en la percepción de la realidad. Entre la experiencia vivida del individuo con su entorno y los fenómenos que lo rodean se ha filtrado/inoculado una serie de dispositivos que ratifican o rechazan la percepción directa que experimento el sujeto, dando así forma a «la realidad», entendiendo a esta como el resultado ficcionado a partir de las operaciones ejecutadas por los diversos dispositivos de poder.
Entre ellos quizá resalte por sobre los demás los medios masivos de comunicación, pero de ninguna manera pueden ser considerado como los únicos responsables, o el único dispositivo con capacidad de generar tal resultado.
Decíamos que el sujeto actual, ha cedido parte de la elaboración (problematización) de la realidad a otros entes, en ese sentido es oportuno la expresión acuñada por José Pablo Feinmann, al sostener que hay grandes sectores sociales que «son hablados por los medios»; situación que produce que las personas sean tratadas como objetos receptores, perdiendo una parte sustancial de su propia subjetividad.
La batalla en la arena comunicacional por parte de las derechas, al contar con infinidad de boca de fuego irradian un discurso que logra internalizarse al menos en parte, siendo un factor decisivo en la formación del sentido común imperante. No obstante lo cual, es un argumento que carece de la capacidad de explicar todo el fenómeno. Esto se refleja en aplastante victoria de CFK para su segundo mandato, donde obtuvo el 54% de los votos con todos los medio en contra. Algo más debe haber.
La conformación del sujeto neoliberal tiene como rasgo distintivo su criterio ahistórico, es decir, sin legado histórico ni herencia simbólica. Todo es coyuntura, sin capacidad de anclar en nada. De tal forma que se oculta la historicidad de la lucha entre dominados y dominadores, y solo se esta a la espera de la realización máxima de la libertad como contrapartida. Esta creencia artificial aspira a ver reflejado tal paradigma, una realidad donde no exista la lucha política; Su aparición efectiva o la de un discurso que la contemple es solo una distorsión que debe ser corregida. Como se ve el concepto de «la grieta» y del «cambio» son piezas perfectas en esta batalla de fondo, las cuales se articulan creando la idea que el cambio eliminará la grieta, la tensión, es decir, la discusión política que no debería existir, porque carece de razón de ser, y si existe, solo es el resultado de la pelea por beneficios personales de algún políticos. Aquí se muestra en su máxima expresión, la necesidad de traer a escena la historicidad de la lucha política.
De forma complementaria, el sujeto neoliberal es también un sujeto eminentemente económico, donde se destaca su derecho/potencialidad de adquirir bienes; criterio que se configura con carácter global, dando por sentado que el acceso al consumo es homogéneo en el centro como en la periferia. Tan profundo se ha internalizado este elemento, que dispara la más alta sensibilidad cualquier acción política que reduzca en concreto o potencialmente esa capacidad. Desde aquí se apalancó la política macrista cuando era oposición, usufructuando la fibra sensible vinculado a la política tributaria. No se trata de haber sido alcanzado por la presión tributaria, sino de defender el hecho de no ser alcanzado por ella cuando el desarrollo económico lo ponga en tal situación. Esta línea argumentativa esta relacionado como otra creencia ampliamente expandida, que es la visualización del derecho de propiedad como absoluto. Desde tal base axiológica cualquier política que tenga como espina dorsal el impulso a la redistribución de la riqueza, se presenta como una amenaza directa a su patrimonio, el cual es absoluto, al tiempo que es reprobado por injusto. Indudablemente, son innumerables los dispositivos institucionales y culturales que reproducen tal argumento.
Por último, la actitud pendular de las clases medias no puede separarse del proceso constitutivo de tal subjetividad, eminentemente simbólico. Estos sectores, son clase media, porque no son otro estrato social. En su devenir aspiracional hacia arriba, por sobre todas las cosas no son clases populares. En ese sentido, el proceso kirchnerista fue altamente inclusivo y equiparativo, dando como resultado un acceso a bienes y servicios muy extendido, creando amplias zonas de contacto inter-clases, con lo cual, creó un cimbronazo en la matriz de ratificación de la subjetividad clase media. En los doce últimos años las clases populares compartían el consumo de bienes y servicios, dejando vacío el espacio simbólico que los diferenciaba. Cualquier re edición del proyecto nacional, popular y democrático tendrá que problematizar ese fenómeno, bajo pena de repetir lo acontecido. De igual forma la conducción del campo popular deberá dedicar tiempo a desmenuzar los dispositivos productores de sentido común existentes para concurrir a una batalla cultural revestido de nuevas herramientas. Sino, la historia se tornará circular.
Notas:
1- Alemán Jorge. «Conjeturas sobre una izquierda lacananiana». Buenos Aires. 2013. Pág. 75.
2- Gramsci Antonio. Cuadernos de la Cárcel.
Mariano Massaro es abogado y miembro fundador Grupo Walsh FpV.
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