A finales de 1976, durante un acto en la jefatura de la Bonaerense, un tipejo esmirriado con traje oscuro arengaba a la tropa: «La subversión, señores, es ideológica. Sus infiltrados están agazapados en el ámbito de la cultura. Porque todo esto fue a causa de personas, llámense políticos, sacerdotes, profesores y periodistas». El orador era […]
A finales de 1976, durante un acto en la jefatura de la Bonaerense, un tipejo esmirriado con traje oscuro arengaba a la tropa: «La subversión, señores, es ideológica. Sus infiltrados están agazapados en el ámbito de la cultura. Porque todo esto fue a causa de personas, llámense políticos, sacerdotes, profesores y periodistas».
El orador era el doctor Jaime Lamont Smart, nada menos que ministro de Gobierno del interventor en la provincia, general Ibérico Saint-Jean.
A más de cuatro décadas de aquella escena, otro sujeto de traje oscuro desenvainaba su cuchillo de claridades, esta vez ante un enjambre de cronistas en Chubut. Y sus palabras fueron: «Los terroristas mapuches están vinculados con el señor Adolfo Pérez Esquivel, con gente del gobierno anterior y también con el extremismo kurdo». Se trataba del doctor Pablo Noceti, nada menos que jefe de Gabinete del Ministerio de Seguridad de la Nación.
Este abogado de represores y apologista de la última dictadura encabezó poco después el brutal ataque de Gendarmería en la lof de Cushamen donde se produjo la desaparición forzada de Santiago Maldonado. Y al día siguiente, como si él no fuera el principal sospechoso del asunto, dijo al respecto por Radio Belgrano: «Tenemos una hipótesis que está siendo investigada, pero por el momento no puedo contarla.» Casi un chiste. A partir de entonces el tipo fue sacado del medio para que no hablara más.
El nuevo enviado del Poder Ejecutivo a la zona de los acontecimientos cayó literalmente del cielo; no era otro que el secretario de Seguridad Interior, Gerardo Milman, quien de manera sorpresiva supo aparecer en un helicóptero aterrizado cerca del Escuadrón 36 de Gendarmería con asiento en Esquel en medio de la tardía «inspección» ordenada por el juez federal Guido Otranto a nueve días del secuestro. Mientras tanto se realizaba una diligencia idéntica en el del Escuadrón 35 de El Bolsón. Allí permanecía el camión liviano Unimog que habría sido usado para sacar a Santiago de la lof de Cushamen, y también la camioneta Amarok en la que al parecer se hizo su transbordo junto al cruce de la ruta hacia El Maitén.
Tiempo Argentino pudo acceder a un dato hasta ahora mantenido bajo reserva por el juzgado: este último vehículo fue peritado el sábado 5 de agosto por la Policía de Chubut y la Federal ante testigos (pero sin la presencia de personal judicial por «problemas de tránsito») y, a pesar de haber sido lavada, la prueba de luminol detectó un rastro de sangre en el asiento trasero y otro en la caja. Las conclusiones al respecto están cifradas en los exámenes del ADN.
Esa información Milman ya la sabía. Y preocupaba de sobremanera a su jefa, la ministra Patricia Bullrich.
Desde Chubut el funcionario mantenía una permanente comunicación telefónica con ella; de modo que pudo transmitirle en tiempo real el hallazgo en la caja de Unimog de cinco cabellos largos -que podrían ser compatibles con los de Santiago-, además de presuntas manchas hemáticas en el predio de la unidad, bajo un cono naranja y en una soga. Una vez finalizado el trámite recibió la orden de volver inmediatamente a Buenos Aires.
Con el correr de las horas, el peso de la realidad comienza a vulnerar la negación orgánica entre Gendarmería, las autoridades ministeriales y el propio Mauricio Macri acerca de la responsabilidad estatal en la desaparición forzada de Santiago.
De hecho, este medio pudo confirmar que hasta altas horas del viernes una mujer -bajo identidad reservada- prestó declaración ante funcionarios del juzgado federal en la lof de Cushamen, y confirmó que el joven estaba allí al momento de irrumpir la tropa represiva. Tal testimonio -ahora debidamente asentado en el expediente- echa por tierra la versión esgrimida por Bullrich que ponía en duda su presencia durante el operativo sobre la Ruta 40 dado que -de acuerdo a sus palabras- «todos se encontraban encapuchados».
En diálogo telefónico con Tiempo, el jefe del Escuadrón 36, comandante Pablo Ezequiel Bodié, aclaró que sus hombres «sólo prestaron un servicio de apoyo al procedimiento».
-¿Qué unidad fue entonces la que ingresó a la lof? Por respuesta el oficial se amparó en su prohibición de abrir la boca. Sin embargo, de pronto, soltó:
-Vea, ¿por qué no llama al Escuadrón de El Bolsón? Luego se escuchó el click que dio por concluida la llamada.
El jefe del Escuadrón 35, comandante Fabián Méndez, también hizo uso del voto de silencio impuesto por la autoridad política. Y su despedida fue: «Mire que el domingo voy a leer su artículo». Pese al hermetismo cuartelero y gubernamental no resultó imposible la reconstrucción del organigrama operativo del martes ni su cadena de mandos.
La tropa pertenecía a los escuadrones de Esquel (al mando de Bodié), de Bariloche (al mando del comandante Luis Pizzati), de El Bolsón (al mando de Méndez) y también participaba una unidad móvil venida desde la localidad de Ministro Ramos Mejía, de Río Negro. En total, unos 80 efectivos. El primero cubría el perímetro del teatro de operaciones. Y el segundo ingresó al predio mapuche detrás del tercer escuadrón, cuyos hombres tuvieron el papel más activo en la faena. Tanto es así que, durante la primera fase, su jefe llevaba la voz cantante sobre el resto de los gendarmes y funcionaba como una correa de transmisión entre ellos y las órdenes impartidas por Noceti. Luego -durante el resto de la acción, que incluía el momento en que Santiago fue capturado-, Méndez se replegó a una camioneta blanca estacionada a la vera de la lof para enfrascarse en conversaciones a través del equipo de comunicación mientras era remplazado en el mando táctico por el oficial Pablo Escola, subjefe del Escuadrón de Esquel (cuya rúbrica figura en el acta del procedimiento), bajo la responsabilidad del titular de la Agrupación XIV de Chubut, comandante mayor Conrado Héctor Balari, en tanto que la dirección estratégica continuaba en manos de Noceti.
Dicen que Mauricio Macri está muy contrariado por las derivaciones del asunto, justo en el final de una campaña. Dicen -en los pasillos de Balcarce 50- que la cabeza de la señora Bullrich pende de un hilo. Y que tal hilo podría cortarse después de las elecciones.
Pero ante los reclamos locales e internacionales por el esclarecimiento del caso -que incluyen desde la multitudinaria manifestación del viernes hasta la exigencia de la ONU para que el Estado argentino tome urgentes medidas al respecto, pasando por su gran difusión en los principales medios del mundo-, la única reacción pública del presidente fue cargar las tintas sobre-según su parecer- el carácter díscolo de la comunidad mapuche, mientras que la ministra no se ponía colorada al describir la desaparición forzada de Santiago Maldonado como una «construcción» de la familia y los organismos de Derechos Humanos.
Motivos no les faltan: proteger a Noceti y a los gendarmes es encubrir sus propios pellejos, nada menos que en un delito de lesa humanidad.