El contexto preelectoral en todo el país es preocupante, porque aparte del fraude que se trama en las sombras y el carnaval que van a montar tras el supuesto «triunfo», el gobierno está decidido a desmoralizar a la sociedad, a meter miedo y a desmovilizar todas las formas de resistencia pacífica, que es la única […]
El contexto preelectoral en todo el país es preocupante, porque aparte del fraude que se trama en las sombras y el carnaval que van a montar tras el supuesto «triunfo», el gobierno está decidido a desmoralizar a la sociedad, a meter miedo y a desmovilizar todas las formas de resistencia pacífica, que es la única que por fortuna y sensatez popular existe en la Argentina.
Metiendo miedo a quienes protestan, esa estrategia -desmoralizar; atemorizar; desmovilizar- es una bajeza en el juego político, y es prueba no sólo de la calaña de estos tipos sino también de su soberbia y su propio miedo.
Eso se nota cuando al presidente le preguntan, en Mendoza, acerca de las acusaciones de lavado por parte de su hermano Gianfranco Macri, que lo involucran, y entonces elude, nervioso y ofuscado: «No le voy a responder a la presidenta. La presidenta tiene que presentar propuestas…, tiene que presentar propuestas» (sic).
Zafar es su especialidad, ya se sabe, como se sabe de su furia por la investigación de Horacio Verbitsky en este diario, que estableció que el hermano del presidente blanqueó 622 millones de pesos, cifra cinco veces mayor al patrimonio confesado en la declaración jurada presidencial. Y una de cuyas consecuencias fue la censura de hecho que implicó silenciar el canal C5N y al popular conductor Roberto Navarro.
Hoy en la Argentina las muestras del accionar grotesco y violento del gobierno nacional son casi infinitas. Santiago Maldonado, Milagro Sala, la destrucción del empleo, la locura importadora, el desatado acaparamiento de tierras en manos de extranjeros, el sistemático afán destructivo de la educación pública, y el desempleo y la pobreza crecientes más allá de que el Indec y el observatorio de la UCA son funcionales al engaño colectivo, muestran, entre otras cosas, la degradación moral y la ceguera política de estos tipos.
Sobrados de avaricia, su ocupación principal es fugar divisas. No sólo están vaciando el Banco Central (de donde se han llevado el oro que era la reserva más genuina, a Inglaterra) sino que las fortunas fugadas por nacidos aquí (cuesta llamarlos argentinos) superan ya los 300.000 millones de dólares y es posible que la cifra sea mayor. Casi todo el funcionariado macrista reconoce practicar ese deporte financiero, letal para cualquier país.
Y como todo sucede a la vez (la velocidad es estratégica en estos tipos) Macri ahora es «liberado» judicialmente en el caso de los Panamá Papers, la Gendarmería «establece» que «a Nisman lo mataron» a despecho de fiscales y decenas de peritos que dijeron lo contrario, y en la vorágine privatizan la Salud Pública y nos endeudan hasta el siglo que viene.
Pero lo más grave no es tanta basura de traje y corbata, sino el cambio de actitud de gran parte del pueblo argentino, que, más allá de ser víctima del sistema (in)comunicacional de mentiras y vaciamiento mental, sigue aborregado en la contemplación silenciosa y la tolerancia pasiva de la violación de que está siendo víctima. Es duro decirlo, pero hay otra tercera parte de la ciudadanía que sigue entregada al engaño mientras desde el campo nacional y popular nadie sabe cómo despertarlos, cómo sacudirlos de su necio suicidio a cuentagotas.
Y para colmo estos tipos están agrandados. Sus columnistas a sueldo los exacerban convenciéndolos de un triunfo electoral en octubre. Para ello ya no saben cómo pegarle a la expresidenta, aunque es presumible que estén preparando gestas bonadianas y otras ferocidades que por ahora es mejor tomar a broma, como ese título imititativo de Clarín que circuló en las redes: «La forma de la caída del cuerpo de Nisman demuestra que fue asesinado por Santiago Maldonado».
El estado de la república es muy grave. Buena parte de la ciudadanía siente miedo, que en algunas circunstancias puede ser sano. Pero no es sano el pesimismo, y menos cuando es provocado desde el autoritarismo y el miedo que también sienten ellos. Porque la oligarquía que hoy gobierna también siente miedo. Excitados por lo que viven como revancha, están saturados también de su eterno temor de clase. Por eso gritan «ganamos» en las PASO, y desesperan por mostrarse fuertes para tapar ese miedo que en ellos es histórico: ayer Perón y Evita, hoy Cristina, más allá de sus muchos errores los vuelven locos de miedo.
Por eso, inseguros y peligrosos, apuestan una vez más a la desperonización del peronismo, ese clásico inútil de las últimas seis décadas. Se juegan todo a liquidar al peronismo, que hoy se llama kirchnerismo. Se juegan todo a esa carta sin reconocer que justo en ésa, seguro, van a perder. Porque se llame como se llame (peronismo, kirchnerismo, populismo) sólo va a desaparecer el día que el pueblo argentino desaparezca, o sea el día que no haya más laburantes jodidos, campesinos expulsados, pueblos originarios abusados y docentes, intelectuales, científicos y pequeños empresarios sin asunto ni fe. ¿Quién apuesta a esa carta? Sólo ellos, como siempre, con trampas y mentiras primero y con violencia después.
En materia política, en el mundo y en la historia, no hay nada más repudiable que el fraude electoral, que pervierte todo, no deja regla en pie y genera violencia cívica. Que es lo que estos tipos quieren y para la que se están preparando.
Por eso hay que estar atentos y cuidar la paz frente a las provocaciones. Sin miedo nosotros, y bien alertas. Es un imperativo de esta hora.