La pregunta del periodista Carlos E. Cue tiene sentido más allá de la referencia electoral: «¿Qué pasa si pierde? ¿El kirchnerismo entra en decadencia?». La respuesta de Cristina nos permite analizar dos aspectos. En primer lugar, la referencia al movimiento peronista y la herencia cultural: «Al kirchnerismo siempre lo vi como una manera de bajarnos […]
La pregunta del periodista Carlos E. Cue tiene sentido más allá de la referencia electoral: «¿Qué pasa si pierde? ¿El kirchnerismo entra en decadencia?». La respuesta de Cristina nos permite analizar dos aspectos. En primer lugar, la referencia al movimiento peronista y la herencia cultural: «Al kirchnerismo siempre lo vi como una manera de bajarnos el precio a los peronistas. Yo soy peronista, no me digas que soy kirchnerista. Me llamo Kirchner, pero soy peronista de toda la vida». Sin embargo, lo más interesante es lo que sigue, dice Cristina, «Yo no nací ganando elecciones. Las dos primeras elecciones en el año 83 y 85 en Santa Cruz las perdí. No es un problema si pierdo o si gano. En esta elección de medio término la lectura es que la mayoría no está de acuerdo con esta política económica. El Gobierno perdió 14 provincias».
El determinismo peronista, triunfo o hecatombe, reduce todo al resultado electoral, como si esta fuera una condición necesaria del sistema democrático, gano luego existo. Podemos considerar que el movimiento y su partido han ejercido hegemonía en la historia reciente de nuestro país. Durante la última campaña presidencial se alertaba sobre una verdad a medias que resulta interesante analizar aún hoy. Se decía, que era la primera vez que la derecha podía llegar al poder por la vía democrática. Es difícil pensar que esto es totalmente cierto cuando gobernaron Menem y De la Rua, pero es evidente que estos llegaron al poder en el marco de plataformas y partidos que venían de otras tradiciones y rompieron el contrato electoral ejecutando otros programas económicos. En el caso de Cambiemos, su columna electoral, el Pro, se constituyo como un partido de centro derecha y se presentó ante la sociedad como un partido liberal moderno. Para ocupar ese lugar, absorbió además a la histórica UCR. No lo hizo por la fuerza, sino en el marco de una interna abierta. Durante la campaña compartieron la idea de vivir mejor, pero nunca ocultaron sus recetas económicas de ajuste, defendieron la idea de abrir la economía aún sabiendo que podía tener consecuencias en sectores de la industria local y plantearon alianzas comerciales fuera de los BRICS, un grupo de países donde Argentina había desarrollado acuerdos significativos durante los gobiernos de Néstor y Cristina.
Macri, el Pro y el Frente Cambiemos son en definitiva una derecha a cara descubierta que tiene un buen desempeño electoral a partir de altos niveles de adhesión. Frente a esto, surge la obligación de construir la agenda política que nos permita disputar sentido a este momento político y social. No hay solo novedades, también están las tradiciones. Está claro que hay que proponer una alternativa económica, que permita a la Argentina proyectarse y construir estabilidad; defender la industria y el empleo nacional; buscar en todo momento la justicia social; y sostener nuestros valores culturales. A esto, tenemos la necesidad y obligación de sumar nuestros desafíos generacionales: la innovación tecnológica y científica; el cuidado y la preservación del ambiente; el avance hacia la equidad de géneros; y la defensa del derecho a la ciudad.
La agenda no resuelve la tarea por si sola. No es nuevo el debate partido – movimiento en la construcción de la política. Los que promueven «ganar en la calle» y los que sostienen la disputa en el marco de las instituciones. No son acciones contrapuestas sino complementarias. Una aproximación a este problema está en los últimos estudios de Laclau, donde expresa que «la dimensión horizontal de la autonomía sería incapaz, si es librada a sí misma, de lograr un cambio histórico de largo plazo, a menos que sea complementada por la dimensión vertical de la hegemonía». Ser resistencia y propuesta no es imposible. Asumir que las elecciones se ganan y se pierden, como dice Cristina y como también decía Néstor Kirchner es aprender democracia.
Algunos también proponen, frente al clima de época, ceder contenido y hacer un peronismo amigable. Las estrategias de comunicación pueden ser distintas, pero nada reemplaza a la política. Se debe actuar en el hoy y en el ahora. Desde el fondo de la historia, nos enseñan los postulados de Séneca que «no hay viento favorable sino para aquel que sabe a donde va». Más actual, Carlos Marx escribió que «los hombres hacen la historia, pero no en las circunstancias que ellos eligen». Además, tenemos el valor de autores latinoamericanos como Carlos Matus, referente de las escuelas de planificación de nuestro continente que remarca la importancia de articular el contenido del proyecto de gobierno con la gobernabilidad y la capacidad de gobierno.
Finalmente, tenemos 12 años de gobierno popular, que con virtudes y dificultades llevó adelante un proceso de crecimiento con inclusión social. Tuvimos allí la dificultad de diversificar la economía ante los intereses de los sectores económicos concentrados, que ahora celebran las políticas económicas de Cambiemos y este nuevo momento. Frente a esto, por más agobiante y hegemónico que pueda ser, lo peor es la resignación. Tenemos que ser una fuerza democrática capaz de disputar sentido sin miedo a los antagonismos y con vocación de gobierno sin ser para parecer, sino ser para transformar.
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