No debe de pesar más de 40 kilos. Cuando ingresa a la sala del tribunal, con un pantalón negro y una camisa blanca muy simples, parece desorientada por el lugar, que no conoce. Con el pelo muy corto y unos anteojos de marco oscuro que le sientan bien, su paso es vacilante mientras avanza hacia […]
No debe de pesar más de 40 kilos. Cuando ingresa a la sala del tribunal, con un pantalón negro y una camisa blanca muy simples, parece desorientada por el lugar, que no conoce. Con el pelo muy corto y unos anteojos de marco oscuro que le sientan bien, su paso es vacilante mientras avanza hacia el asiento que le señalan los jueces. Pero desde que comienza el ritual de las preguntas sobre su nombre, su edad, su juramento o promesa de decir la verdad y las penas con que la amenazan si no lo hiciera, emanan de ella una serenidad y una firmeza que irán en aumento a medida que progrese su testimonio, 41 años después del secuestro de sus padres, que nunca reaparecieron. Es extraño verla en ese contexto. Su hijo y uno de mis nietos nacieron el mismo día, con dos horas de diferencia. En sus juegos son dos animalitos parecidos, hermosos, salvajes, reflexivos y tiernos.
Cuando le preguntan por su profesión, responde simplemente «cineasta». No dice, porque allí no cuadra y porque no es su estilo, que su última película, Cuatreros, es una de las obras mayores en la historia del cine argentino. No hará escuela, porque su profundidad y su poética no se transmiten con facilidad, como ocurrió con Org, filmada en el exilio romano por Fernando Birri en 1978. Cuando le dije que su película me hizo pensar en Org sonrió y me contestó como si fuera obvio: «Es mi maestro». Entonces, pensé, sí hizo escuela, aunque fuera 40 años después. Un proceso tan lento como el de la justicia por los crímenes de lesa humanidad, pero igualmente inexorable.
En la sala de la planta baja de los tribunales federales de Comodoro Py no hay ficción ni poesía. Durante una hora y media Albertina Carri contó con frases cortas y precisas todo lo que sabe sobre el secuestro de su padre, el sociólogo, periodista y escritor Roberto Carri, y su madre, la licenciada en letras Ana María Caruso.
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