Tenemos negada la posibilidad de trabajar, de estudiar donde queremos lo que queremos, ni que hablar de imaginarnos como queremos desarrollar nuestras vidas y poder acercarnos un poquito a ese deseo. Desde que nacemos, por el solo hecho de empezar a respirar, nos convertimos inmediatamente en deudores del FMI. Una de las primeras conclusiones a […]
Tenemos negada la posibilidad de trabajar, de estudiar donde queremos lo que queremos, ni que hablar de imaginarnos como queremos desarrollar nuestras vidas y poder acercarnos un poquito a ese deseo.
Desde que nacemos, por el solo hecho de empezar a respirar, nos convertimos inmediatamente en deudores del FMI.
Una de las primeras conclusiones a las que llegamos es que evidentemente sobramos, que para nosotros no hay nada, que no hay ningún futuro que nos espere y que por lo tanto estar o no en este mundo da igual.
Tenemos que rogar por una beca, mendigar en un comedor comunitario.
Las monjas nos prohiben que nos enseñen cómo no quedar embarazadas y después los curas nos prohiben que abortemos. Y permanentemente tenemos que estar esquivando las balas del gatillo fácil.
Como generación sobrante para el sistema- todo apunta hacia nosotros, el gatillo fácil, la represión, el negocio.
Hay pocas cosas que nos identifique como generación. El equipo de fútbol y estas nuevas bandas que surgen en los barrios, entre amigos, vecinos, compañeros de colegio y que saben rescatar y denunciar en cada tema lo que sufrimos los pibes son eso, identidad.
Los culpables hoy tienen nombre y apellido. Son los que ahora quieren aprovechar políticamente la cosa y que durante años vienen pregonando que el libre mercado nos salvaría a todos, que el capitalismo es la única salida.
El sistema es el que maximiza las ganancias sin importar cómo. El que metió 5000 pibes en un lugar para 1200. El que bloqueó la puerta de emergencia para que no se colara nadie. Le sale más barato poner wata que lana de vidrio para acustizar el galpón.
Es culpable un estado nacional y local que durante todo el año estuvo concentrado en diseñar la manera de reprimirnos y achicar los pocos espacios democráticos que nos quedan y que no movió un pelo para garantizar que los jóvenes y sobre todo estos jóvenes tengan derecho a divertirse, pasarla bien, ser felices sin correr riesgos. O acaso nadie se acuerda que a la ciudad se le murieron pibes en un recital de verano, organizado al aire libre, sin bengalas, sin wata ni un carajo.
No son culpables los pibes que fueron a escuchar una banda por 10 mangos
No son culpables los que fueron en familia a pasar un buen rato. La misma sociedad que nos machaca a cada rato que la familia es lo más importante, pone en la mira en estas familias, jóvenes, pobres que juntaron la guita durante todo el mes para salir juntos
No es culpable el que prendió la bengala en un ritual que inauguraron las nuevas generaciones que acompaña con colores, banderas del Che y de la banda cada canción, que llena de mística, en definitiva, un momento en que los jóvenes nos sentimos, aunque sea por un rato, parte de algo.