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Quédate en casa…

Fuentes:

Según el periodista e historiador Emilio J, Corbière «en América Latina, la mayoría de la población desclasada y precarizada, no necesita estar alfabetizada para realizar las tareas de la economía informal. De esta manera, la educación queda en manos de la televisión que debe impedir que esa masa de personas desestabilice el sistema». En una […]

Según el periodista e historiador Emilio J, Corbière «en América Latina, la mayoría de la población desclasada y precarizada, no necesita estar alfabetizada para realizar las tareas de la economía informal. De esta manera, la educación queda en manos de la televisión que debe impedir que esa masa de personas desestabilice el sistema».

En una sociedad organizada jerárquicamente, es imprescindible la fabricación de un consenso. Ningún organismo de poder puede mantenerse en su lugar sin el consentimiento popular. Para lograr este consenso y evitar el cuestionamiento del orden, los sectores dominantes cuentan con toda una gama de controles sociales que van desde la represión y el miedo hasta la penetración cultural y la distracción.

Somos parte de su vida…

Nuestro moderno sistema de dominación se apoya en la proliferación de las imágenes consumistas. Para mantener a la esfera política libre de cuestionamientos serios, nada mejor que un ciudadano promedio (pro-medios) acostumbrado a consumir, a responder a la propaganda, adormecido ante la influencia constante de estímulos y la saturación de los sentidos. Todo el sistema de valores de este Homo Impávidus debe construirse y establecerse cuidadosamente para lograr su dependencia al sistema. Y en esto no hay que olvidarse que la industria de los medios de comunicación pertenece a grupos y empresas con fuertes intereses económicos y estrechamente ligados al poder.

La mayor parte de los gustos y valores del consumidor tipo se basan en la respuesta a estímulos audiovisuales, entendidos en un sentido tecnológico-comercial (no responde con tanta intensidad al canto de un grillo en la calle como a la cortina de «Son amores», por ejemplo). *

El ciudadano-consumidor ideal, desnaturalizado y sobreestimulado, se encuentra totalmente predispuesto a identificarse con una realidad construida desde los avisos en la calle, el packaging de los productos que compra y claro, desde los diarios y la pantalla de su televisor. El ciudadano-televidente ideal asume que esta es «su» verdadera realidad. Una realidad tan asumida y confiable que no es del todo posible para él darse cuenta que se trata de un artificio.

Pero quedate tranquilo… «estás en casa…»

Los canales de TV, diarios, revistas y la industria de los medios en general, dedican gran parte de sus recursos a la producción de su imagen institucional. Esto abarca todos los elementos que configuran su estilo: Logotipos, separadores, slogans, aperturas; pero también el estilo de los programas, informativos, flashes y por supuesto, las noticias.

La selección de la información, que cosa pasará a ser «lo importante», «como» se cubrirá la nota, «quien» la presenta, «como» la presenta, «cuando» la presenta, que «título» lleva.

Quizás no importe tanto si una noticia es verdadera o falsa, pero sí importa como impacte en el ánimo del espectador. Una misma noticia puede encararse de distintas maneras, por ejemplo: «Argentina olvidada: trabajadores desocupados cortan puente.» no es lo mismo que «Piqueteros provocan caos de tránsito en hora pico». La respuesta emotiva será obviamente distinta en cada caso, aunque la «noticia» es sí, sea la misma. La elección del título nunca es accidental, el viejo arte de la retórica sigue más que vigente.

Podríamos comparar a una noticia con un argumento de venta, solo que en vez de un producto, nos vende una «realidad». El objetivo de un argumento de venta es persuadir, movilizar la actitud del público en favor de un producto o servicio, o en contra de la competencia.

Como se indica en el libro «Advertising – Priciples and practice», de Warren B. Dygert, las apelaciones publicitarias se dividen comúnmente en dos clases: las emociones y el intelecto. En la apelación a la emoción se movilizan los afectos y la sensibilidad, para incitar a la acción sin pedir al consumidor que compare. En la apelación al intelecto, se invita realmente al consumidor a que razone, se le dan hechos y argumentos para ayudarle a llegar a una decisión, pero siempre favorable al producto. Más adelante, indica la necesidad de que la alocución comience siempre desde el «punto de vista de prestar un servicio», para hacer sentir al comprador que la venta se produce para su beneficio. *1

Una noticia llega hasta el ciudadano para «mantenerlo informado», es un servicio; le permite razonar al presentarle pruebas y mostrar los hechos «tal cual ocurrieron»; y moviliza su sensibilidad mediante distintos recursos para guiar o afianzar en él una postura frente a los hechos presentados. En el ejemplo de los títulos, la primer opción predisponía al ciudadano-televidente a sentir compasión y acercamiento hacia el desocupado que protesta, la segunda provocaba fastidio y rechazo ante el piquetero que corta el puente. Aunque el desocupado y el piquetero sean la misma persona, la noticia no es la misma, y la respuesta tampoco.

Por otro lado, y sobre todo en el caso de la televisión hay que tener en cuenta el uso de los recursos técnicos: El encuadre, la compaginación, la ambientación, etc. La realidad que se ve a través de la pantalla es un recorte, se muestra solo una parte de lo que pasa; está ambientada, se le agregan sonidos, música (por ejemplo, de «suspenso» al cubrir un crimen), y se compagina no solo la noticia, sino todo el programa, de manera que al pasar de los títulos «Inseguridad» y «Recortes de salarios» a «Cachorros en el zoológico», la depresión del televidente se corte a tiempo para evitar efectos nocivos como: dejar de consumir, alzarse contra el sistema o, lo peor, apagar la televisión.

Por supuesto que la noticia tiene un trasfondo de verdad: Los medios no mienten, pero sí maquillan la realidad y la filtran antes de presentarla ante la «opinión pública».

Algo importante respecto a la tele, es que suele generar en el ciudadano-pichón una sensación de confianza, de reciprocidad, casi de amistad. El espectador verdaderamente se identifica y toma por conocida a la persona que le habla desde la pantalla. No es necesario que note que se trata de un monólogo, que como «receptor» solo está ahí para «recibir» información. Que se niegue su capacidad de responder o cuestionar ante la pantalla de colores. Que por momentos se le mienta deliberadamente al crear una sensación de «pensar juntos», de «reflexionar». Eso no importa.

Lo que importa es que él eligió tal canal, o tal noticiero por simpatía. Porque es el que mejor representa «su» modo de ver la realidad, que comparte su propio estilo, lo eligió porque «piensan parecido». Tampoco importa que este «estilo», este «pensar parecido», sea una construcción estratégicamente planeada… No, eso no importa para nada.

«Yo creo lo que digan Mónica y César porque los conozco, porque tienen una trayectoria». «Yo comparto con tal periodista varias opiniones»… El resto, cualquiera que no esté incorporado y afianzado en el imaginario del televidente-consumidor, aquellos que no tengan voz en los medios de comunicación de masas, ni cuenten con una imagen profesionalmente maquillada; los que contradigan los parámetros establecidos, serán percibidos como «fuente desconocida». Por lo tanto sus opiniones y argumentos difícilmente tengan verdadera influencia en la vida práctica, aunque sean más válidos, profundos o mejor intencionados que los oficiales.

Los hechos de la vida cotidiana pasan desapercibidos si no hay medios dispuestos a representarlos en la esfera pública. Y el que quiera decir algo o protestar, no tendrá voz en los medios si sus peticiones u opiniones no son los adecuados. Por lo tanto el ciudadano-informado, no se enterará de nada que no deba enterarse. Cuando deba enojarse se enojará y cuando deba calmarse, se calmará. La realidad es lo que se ve en televisión y la verdad es lo que digan las voces autorizadas. Las reacciones ante la realidad van acordes al clima que impongan los medios. Si la tele dice que hay caos, hay caos. Si la tele dice que hay esperanza, hay esperanza. Digan lo que digan esos otros, los pobres solo existen si la tele los muestra o si ya no hay modo de ocultarlos. Y son pobres si la tele quiere que sean pobres. Porque si la tele quiere que sean peligrosos, son peligrosos, o vagos. Si la tele muestra un piquetero encapuchado, todos los piqueteros serán encapuchados y agresivos. Y si la tele quiere mostrarnos chicos argentinos muriéndose de hambre, sabremos que existen. Pero lo hará sólo si es necesario, si se necesitan ciudadanos-indignados.

En Síntesis…

Digámoslo así: La justicia no está aquí para defender al hombre. La policía tampoco. Ellos están aquí para defender al ciudadano. ¿De quién? del no-ciudadano, del marginal. ¿Por qué? Porque el marginal es peligroso, no solo para el ciudadano, sino para el sistema que lo resguarda, que lo ampara. El marginal, el desamparado, es un hombre, ¿quien defiende sus derechos? Nadie. La justicia está para defender al ciudadano y al sistema, no al hombre.

Entonces, ¿No sería jodido dejar que el marginal, (el que se cae del sistema, el que protesta) gane terreno en la opinión pública? Sí que sería jodido, haría tambalear el sistema. El ciudadano se enteraría que no funciona, que si genera exclusión, genera delincuencia y caos social. Se daría cuenta que es injusto. ¿Que hay que hacer??

Generar una opinión pública desfavorable al marginal, por supuesto.

Hay que crear un clima de inseguridad y desconfianza ante el marginal que mantenga al ciudadano en su casa y al marginal en el margen. Un clima de desprotección que logre legitimar el accionar policial. Y ya no importará como ni a quién se reprima. Tampoco importará por qué. Al ciudadano-pasivo no debe importarle lo que ocurra fuera del sistema. No debe interesarse en la protesta social ni en lo que pasa realmente. Tendrá cada vez menos plata, le tocarán el bolsillo (del culo) varias veces al día, protestará puertas adentro, pero estará cómodo, seguro y resguardado en casa, mirando la tele.

Hay que crear miedo y pasividad. Hay que fijar imágenes lo suficientemente sintéticas y fuertes para que al ciudadano-espantado no le quede lugar a dudas: «Estos» son los buenos y «estos» son los malos. No los llamo trabajadores desocupados, sino piqueteros que cortan los puentes y ensucian todo. No les digo chicos desamparados, sino delincuentes cada vez más jóvenes. Quiero que la gente tenga miedo, que desconfíe hasta de las baldosas, que no quiera salir a la calle.. ¿Que título le pongo a esta noticia? «INSEGURIDAD»…Y pongo música de suspenso. Busco una serie de noticias impactantes y las llamo «OLA DE VIOLENCIA». Que la gente se identifique con las víctimas, que se sienta vulnerable. Que crea que los violadores y secuestradores simplemente brotan de los árboles. Que nadie indague mucho más allá. *2

Síntesis, títulos comprimidos, noticias procesadas y listas para consumir. Sin análisis posterior: Esto está bien, esto está mal. Esto es así y es todo lo que pasa, punto.

…»otro tema…»

¡¡PUM para arriba…!!!!!

Claudio Zulián señala que «El conflicto es irrepresentable en el contexto de consumo porque choca con la esencia misma de la imagen consumista: aporta una significación de dolor, de tensión, de incertidumbre y de violencia que contradice la ligereza, lo limitado, seductor y placentero que son propios de esa imagen.»

Los medios de comunicación de masas ofrecen principalmente diversión. Distracción. Fútbol, deportes, juegos. Ya cuentan con revistas y canales especializados en distintos rubros (Gourmet, Cartoon, Utilísima, Espn, TN, MTV, Discovery.) con el objetivo de captar determinados fragmentos del público, y satisfacer la curiosidad y el deseo de novedades. Además, cada uno delimita un marco con el que identificarse. Cada integrante de la familia tiene uno o más canales preferidos… Así, la curiosidad y los deseos de cada uno quedan satisfechos dentro de los límites del mercado, y no queda tiempo para otras inquietudes. En una situación de crisis, ¿que mejor que la tele para distraer a la gente?

La principal función de los medios es aportarnos una dosis de optimismo consumista. Pequeñas ofertas para comprar desde casa, sorteos y juegos, diversión. Ficciones livianas, divertidas y un poquito transgresoras, para que nadie piense que lo toman por tonto.

Y algo de periodismo casi comprometido, moderado, liviano, funcional, cool…

La tele no solo te informa, también te divierte. Te hace reír, que «es algo tan difícil en esta época de crisis», como dicen por ahí. La tele es tu amiga, te acompaña. Quedate…

«Si los pueblos no se ilustran, si se vulgarizan sus derechos, si cada hombre no conoce lo que vale, lo que puede y lo que se le debe, nuevas ilusiones se sucederán a las antiguas y, después de vacilar algún tiempo entre mil incertidumbres, será tal vez nuestra suerte mudar de tiranos sin destruir la tiranía».
(Mariano Moreno; prólogo a la traducción de Del Contrato Social, de Juan Jacobo Rousseau, 1810).

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(*nota importante: este texto fue escrito en el 2001 /02, cuando algunos temas, como ser «los piqueteros» aún no estaban tan marcadamente politizados y todavía se los consideraba como un fenómeno reciente y surgido de los sectores más olvidados del interior del país -de hecho, todavía no cortaban los accesos a la capital, sino en las provicias-.

Desde los medios oficiales, se los usaba como un argumento -junto con el ahora olvidado tema de los chicos desnutridos- para mostrar la miseria en que estaba inmerso el país. Cuando dejaron de servir como argumento para movilizar el sentimiento del público, fue más conveniente empezar a mostrarlos como una amenaza.

Incluso, cuando este texto fue escrito todavía flotaba en el aire aquel estruendoso «que se vayan todos», por entonces tan promocionado, y ahora ya completamente olvidado, entre otras cosas, debo decirlo…. gracias a «La magia de la Televisión..»

Notas:

* «Son amores»: programa de moda en ese momento.

*1 Quizás parezca trillado, pero podríamos incluso tomar como referente de todo nuestro sistema de decisiones, al «Desafío de la Blancura». Prácticamente ninguna de las decisiones que se pueden tomar como consumidor (en un plano ideal), se apartan de este esquema, donde la decisión es propia, pero las opciones son prefijadas y definidas por una entidad externa. Es decir, el consumidor «elije», pero entre las opciones que le son permitidas. Si lo pensamos desde el punto de vista del ciudadano, desgraciadamente, nos encontramos con la misma situación. Desde la elección en las urnas, hasta cualquier cuestión legal, se rigen por este modelo.

Ud. Decide.. pero entre «esto» y «esto otro»…

*2 Claro que esto es más difícil de notar en, por ejemplo, algunas revistas de actualidad, secciones en diarios y programas de la tarde o noche, donde se invita a la reflexión y se tocan temas de «alto contenido social». En muchos incluso, se profundiza en problemáticas y temas realmente interesantes. Y desde una óptica, en apariencia muy seria.

Pero lamentablemente esto es así, más porque no queda otra, que por propia vocación. No es que desde los medios oficiales se quiera realmente profundizar en esos temas, sino que el espectador no es estúpido, y realmente se interesa (en algunos casos) por estos temas. Entonces, si hay demanda, pronto se responde con la oferta. No sea cosa, que al no encontrarla, el espectador busque en medios alternativos.

De todas maneras, nunca se podría reflejar en un medio oficial, todo aquello que un particular, (periodista, pensador o menos aún, ciudadano común) quisiera decir. Ni se muestra todo lo que se debería mostrar.

Más bien se muestra una parte, para que el espectador sienta que se lo trata con respeto, como a un adulto. Y no solo eso, el objetivo en si, es que piense que realmente los medios se comprometen con la realidad, y están del lado «de la gente».

Si se me permite una opinión absolutamente personal.. esta situación sinceramente, me da asco.

** Por otro lado, me gustaría hacer una diferencia entre lo que defino como «los medios» y sus caras visibles. Es decir, no quiero hacer una crítica hacia los programas ni los profesionales que los desarrollan, en particular, sino a las partes ocultas de los mismos. A aquellos de quienes depende la programación y en última instancia de quienes depende el funcionamiento en sí de los medios.