Insólito movimiento popular jamás visto en el escenario político del país rioplatense, en el peronismo convergieron las masas trabajadoras y populares más dos enfoques ideológicos que se disputaban y continúan disputándose su conducción: el nacional popular (mayoritario) y el nacional ultramontano (minoritario). En aquella jornada histórica, la primera plana del diario Crítica, uno de los […]
Insólito movimiento popular jamás visto en el escenario político del país rioplatense, en el peronismo convergieron las masas trabajadoras y populares más dos enfoques ideológicos que se disputaban y continúan disputándose su conducción: el nacional popular (mayoritario) y el nacional ultramontano (minoritario).
En aquella jornada histórica, la primera plana del diario Crítica, uno de los principales de la época, se expresó así del pueblo peronista: «Grupos aislados que no representan al auténtico proletariado argentino (sic) tratan de intimidar a la población».
Junto a los diarios oligárquicos La Nación, La Prensa y La Razón, Crítica resultó uno de los voceros más agresivos de la Unión Democrática (UD), ramillete ideológico de radicales y socialistas, comunistas y conservadores, demócratas progresistas y otras denominaciones menores.
El operador de la UD en Buenos Aires era el embajador Spruille Braden, y en Washington su jefe era el secretario de Estado Cordell Hull. Braden decía que el pueblo argentino se hallaba «brutalmente escarnecido» por alguien «… que se autotitulaba salvador». Hull aseguraba que Argentina se había convertido en «… el cuartel general nazi del hemisferio occidental».
La consigna electoral del peronismo fue obvia: «O Braden o Perón». En febrero de 1946, cuando las mujeres no votaban, Juan Domingo Perón (1893-1974) se impuso a la UD. En noviembre de 1952 las mujeres votaron por primera vez, y el peronismo triunfó con el doble de votos de la oposición. Y en 1973 (en una Argentina totalmente distinta a la que había dejado 18 años atrás) Perón alcanzó la tercera presidencia.
Desconcertada ante la irrupción de un movimiento sin registro en los manuales revolucionarios, no toda la izquierda entró por el aro ideológico del imperialismo. Algunos dirigentes troskistas intuyeron en el peronismo algo más que «nazifascismo criollo». Historiadores como Rodolfo Puiggrós se adhirieron al peronismo mientras su partido, el comunista, cerraba filas con la Sociedad Rural y la Unión Industrial.
Diez años después la izquierda antipopular apoyó el golpe de la oligarquía contra Perón. Y 20 años más tarde se suicidó, dándole «apoyo crítico» a las fuerzas armadas lideradas por el general genocida Jorge Rafael Videla.
En 1983, cuando asqueado de su candidatos buena parte del electorado peronista votó por el radical Raúl Alfonsín, los comunistas argentinos pintaban los muros del país con la leyenda «peronistas y comunistas al poder». ¿Esquizofrenia teórico-práctica? ¿Esquizofrenia práctica-teórica?
Fuera de la complejidad de un proceso que sigue alimentando bibliotecas enteras, o de textos escritos por autores liberales de imaginación insidiosa (cfr. Tomás Eloy Martínez, La novela de Perón, Santa Evita), no hay misterio acerca de por qué sobrevive el peronismo: ni antes ni después los trabajadores argentinos supieron de un país mejor.
En los años que siguieron a su caída, Perón alentó a una generación de jóvenes que intentaba dar orientación revolucionaria al movimiento (1955-73). La decepción no tardó en llegar. En mayo de 1974, en un gran acto de masas, la juventud peronista le echó en cara: «¡Qué pasa!/ ¡qué pasa, general!/ ¡¿está lleno de gorilas el gobierno popular?!» Perón quedó pasmado.
Las juventudes revolucionarias del peronismo se estrellaron contra su líder primero, y contra los enemigos histórico-estructurales del peronismo después (1974-1983). Pero quienes nunca se equivocaron fueron el imperialismo y los dueños del país real, que en las potencialidades de este movimiento político distinguían al enemigo concreto. Más de 60 por ciento de los «desaparecidos» de la dictadura militar (1976-82) eran trabajadores de identidad política peronista.
Dirigente pragmático al uso de los actuales políticos «modernos», Perón quiso sobrevolar izquierdas y derechas. Finalmente murió alineado en la derecha, dando luz verde a la Alianza Anticomunista Argentina (AAA), organización criminal de paramilitares supervisados y coordinados por las fuerzas armadas. La misión de la «triple A» consistió en «limpiar» de «infiltrados» un movimiento que había conquistado avances sociales sin precedente, redistribuyendo el ingreso de un modo desconocido en la historia del trabajo argentino.
A juzgar por muchos testimonios es posible que Perón hubiese deseado morir como «mito» en su exilio de Madrid. No obstante, las conquistas sociales del peronismo no fueron mito y anidan en la memoria popular.
En 1945 la consigna fue «O Braden o Perón». Braden se confundía con el imperio. Perón con las capas sociales abandonadas de la nación. Así se hablaba en aquella época y creo que así debe hablarse hoy.
¿Más inglés, computación y Foucault? Mas inglés, computación y Foucault. Pero sin «libre comercio», con la mira puesta en el socialismo y dentro de proyectos de integración bolivariana como el que Hugo Chávez, presidente de Venezuela, propone a los pueblos de América: imperialismo o nación.