I El levantamiento popular de diciembre del 2001 constituyó un momento histórico de ruptura con el período precedente. No porque haya supuesto alguna «revolución democrática», una «dualidad de poder» o el inicio de la revolución social en Argentina, sino porque dio por concluido el período de retroceso y desorganización del movimiento popular en el que […]
I
El levantamiento popular de diciembre del 2001 constituyó un momento histórico de ruptura con el período precedente. No porque haya supuesto alguna «revolución democrática», una «dualidad de poder» o el inicio de la revolución social en Argentina, sino porque dio por concluido el período de retroceso y desorganización del movimiento popular en el que las luchas de resistencia permanecían aisladas mientras las políticas neoliberales aún mantenían una importante base social. El curso abierto por el argentinazo sacó a la izquierda de su reducida audiencia para proyectarla hacia amplias capas de la población. En el período de crisis inmediatamente posterior, ella cumplió un papel relevante en todos los movimientos de lucha y organización, junto con un amplio arco de movimientos sociales, tanto piqueteros como asambleístas y asalariados. Sin embargo, ninguna de sus expresiones particulares alcanzó algún grado de influencia nacional que la vuelva una alternativa para millones de trabajadores. La izquierda revolucionaria está hoy más fragmentada que antes en una constelación de pequeños partidos, corrientes y núcleos dispersos y enfrentados. Mientras no logremos constituirnos en una alternativa viable para millones, que sea capaz de tender un puente entre la vanguardia combativa y las amplias masas que permanecen presas de los partidos y la ideología dominante pero que desean acabar con la pobreza y el desempleo, se seguirá dilapidando la energía de miles de militantes socialistas y activistas sociales en infinitos combates sin plan ni estrategia.
II
La crisis estatal generalizada abierta en el 2001 fue finalmente cerrada con la asunción del gobierno de Kirchner. La clase dominante logró contener y luego canalizar la crisis general y la irrupción popular, rescatando a las maltrechas instituciones profundamente deslegitimadas, mediante pequeñas concesiones y medidas demagógicas. Los distintos sectores de la clase dominante cierran filas detrás del nuevo gobierno, y tiende a resquebrajarse la alianza social de los explotados y los sectores medios que constituía la expresión más clara de la crisis orgánica nacional, bloqueando la tendencia a la radicalización política de masas y el potencial expansivo de las fuerzas revolucionarias.
Sin embargo todas las tareas pendientes que exigen en primer lugar enfrentar al imperialismo, re-industrializar al país y dar empleo a millones de desocupados, dejar de pagar una deuda externa que hipoteca cualquier proyecto nacional, redistribuir la riqueza que es una de las más desiguales del mundo, sacar al 40% de la población de la pobreza y restituir los derechos laborales a un movimientos obrero que padece de casi un 50% de trabajadores en negro, siguen estando pendientes. El nuevo gobierno que declamaba construir «un país en serio» ha dado continuidad a las políticas neoliberales basadas en la privatización de las empresas, el acuerdo con el FMI y la flexibilización del mercado laboral, reforzando el modelo exportador basado en el petróleo, la soja y otras materias primas. Son estas razones de fondo la que siguen alimentando las nuevas luchas salariales contra el cepo que impone el Ministerio de Trabajo y las burocracias sindicales, las que dan sustento a los reclamos docentes y de la comunidad universitaria por el aumento del presupuesto educativo y las que fogonean el reclamo de los trabajadores de la salud. Estas reivindicaciones pendientes se enmarcan en una nueva etapa de la lucha de clases: Los avances que experimentó la conciencia de las masas son elementos políticos perdurables, expresando las tendencias internacionales de rechazo a las políticas neoliberales, a las recetas fiscalistas o cuestionando la privatización de los recursos naturales y las industrias estratégicas. Esta disposición de fuerzas sociales es la que explica que la vanguardia de lucha, los sectores más combativos de los piqueteros, del movimiento estudiantil, los trabajadores y las empresas recuperadas, aunque han retrocedido respecto de su punto más alto en el 2001/2002, sigan siendo un factor político, facilitando la construcción de alternativas políticas de izquierda incluso en un momento de reflujo.
III
Con la avanzada neoliberal el repudio a los viejos partidos, que se volvieron instrumentos directos de los bancos y el gran capital, se generalizó y el rechazo a la política en general se volvió un sentido común popular. En las franjas de luchadores movilizados esto produjo un efecto contradictorio. Por un lado desarrolló una saludable tendencia a la democracia directa y a la resolución de los problemas políticos mediante la intervención de las bases. Por el otro favoreció el protagonismo de corrientes autonomistas y anti-partidistas en general, que se desarrollaron en confrontación directa contra las organizaciones de la izquierda y limitaron fuertemente el horizonte estratégico de los movimientos de lucha.
Los movimientos autonomistas creyeron que podían traducir las aspiraciones participativas y la práctica asamblearia de las bases en un movimiento auto-gestivo de carácter alternativo y paralelo al poder del estado. El grito de NO, que uno de sus líderes intelectuales, John Holloway lanzó a los cuatro vientos, era sobre todo un No a envolverse en las cuestiones del estado, lo que impugnaba cualquier confrontación con el poder político dominante. El resultado no fue la expansión de las conquistas sociales y políticas democráticas o la extensión de los circuitos de producción desalienada, sino la vuelta a la normalidad capitalista. La conclusión natural de este proceso ha sido que sin organización y sin una alternativa política revolucionaria en oposición a la burguesía, el movimiento de masas y su extraordinario ejercicio de democracia directa no pueden impedir la recomposición de las instituciones de la burguesía, el reflujo de la lucha y de las asambleas, y la desorganización del campo popular. En cuanto la fracción «progresista» del partido del orden subió a la presidencia, algunos de los movimientos autonomistas que habían lanzado una guerra de bolsillo contra las corrientes y la militancia de la izquierda partidista y que habían practicado la indiferencia frente a la cuestión del poder, se volvieron simpatizantes del partido estatal que ahora los recibía en los ministerios o cayeron en la más profunda desmoralización. Tanto en el movimiento piquetero, como en las organizaciones de derechos humanos y en las bancadas parlamentarias demostraron ejercer prácticas de verticalismo y autoritarismo. Es que bajo el rechazo a los partidos se oculta la liberación de los dirigentes respecto de todo control colectivo y de toda exigencia y responsabilidad frente a la militancia o incluso el electorado.
Mientras el anti-partidismo fracasó en mostrar una alternativa de emancipación mediante el auto-gobierno y la «auto-producción bio-política de la vida», u otros medios de sustraerse ilusoriamente a las relaciones mercantiles capitalistas y a las instituciones de poder, no tomó nota de que éste, por el contrario, no es indiferente a los movimientos y las rebeliones populares. Así, el autonomismo mostró la más palmaria impotencia cada vez que tuvo que responder políticamente a la represión estatal, fundamentalmente contra el movimiento piquetero. El proceso abierto por el argentinazo ha dejado ya una importante lección que trasciende las fronteras nacionales: la cuestión de construir una alternativa política de masas, de confrontar con el poder del capital y el estado burgués, siguen siendo hoy el punto central de cualquier estrategia revolucionaria.
IV
La izquierda socialista sería muy poco autocrítica si viera en el auge de los movimientos autónomos y del sindicalismo independiente solamente un obstáculo y no comprendiera, que en parte, el rechazo de franjas de luchadores a las organizaciones existentes se debe a los gruesos errores cometidos. Es que en ocasiones las disputas facciosas entre las propias corrientes de izquierda han ido en detrimento del movimiento de lucha porque se han priorizado la capitalización organizativa de cada una de ellas antes que la construcción política común para desarrollar el movimiento de masas aún incipiente. El ejemplo más bochornoso fue el de las asambleas populares, que favoreció su disolución y en muchos casos su integración política mediante el municipio. En el seno de los movimientos piqueteros cada corriente creyó que debía usufructuar la lucha de decenas de miles de desempleados para fortalecer su propia corriente y por eso el frente único muy positivo que a veces se logró fue recurrentemente malogrado por diputas aparatistas. Lo que caracteriza la situación de las más diversas tendencias y organizaciones partidistas de la izquierda es la primacía de su lucha interna y su división, constatada por decenas de miles de luchadores. En algunas organizaciones el fraccionamiento fue el correlato de un espíritu estrecho, resguardando su doctrina antes que someterla a la prueba de la realidad y en consecuencia aislándose y absteniéndose incluso de participar en los movimientos de lucha populares más importantes a los que consideró impuros desde el punto de vista programático.
El período de luchas abierto en el 2001 no logró imponer en la agenda política la cuestión de la unidad de las fuerzas revolucionarias no sólo en la acción sino como proyección política, a pesar que la inmensa mayoría de ellas se colocó desde posiciones clasistas en el campo de la oposición al nuevo gobierno peronista. El escisionismo se volvió suicidio político, puesto que para las amplias franjas de la población que despertaron a la vida política golpeadas por el látigo de la crisis capitalista era imposible reconocer entre las más diversas corrientes revolucionarias la justeza de tal o cual planteo, sobre todo porque ninguna de ellas lograba por sí sola transformarse en un polo de reagrupamiento revolucionario, ni se encontraba aún en la propia realidad los elementos que demostraran la superioridad de tal o cual postura. El separatismo fue alimentado por la ilusión de que se podría alcanzar la masa crítica suficiente para construir un partido de la clase trabajadora al margen o incluso contra las restantes organizaciones de la izquierda revolucionaria. La consecuencia, como sabemos, fue catastrófica. El anti-partidismo se alimentó en el suelo de los errores, la lucha sin fin y el aparatismo de las corrientes partidistas.
V
Todas estas son manifestaciones prácticas de una concepción de partido falsa y adulterada, que invoca la tradición de Lenin y la experiencia del bolchevismo como soporte teórico y político para construcciones sectarias y aisladas de las masas, en cuya raíz se encuentra una teoría evolutiva, vulgar e históricamente fallida de construcción partidaria. Teoría evolutiva por la cual cada núcleo debe pasar por auto-desenvolverse como grupo propagandístico, partido de vanguardia y partido con influencia de masas sucesivamente, en una formación independiente, monolítica, sin disidencias, alas, grupos, fracciones y tendencias a su interior, sosteniendo un pequeño aparato propio, con sus rentados, sus finanzas, candidatos, durante años y decenas de años, sin que sus estructuras cambien con el tiempo. El fundamento está en la exigencia de sostener un micro-partido que está llamado a actuar como si fuera el representante genuino de los trabajadores, denunciando a los demás sobre la base de consideraciones reales o fantásticas pero imprescindibles para delimitar el campo organizativo y sostener su propio grupo. En nuestro país, a pesar de las diferencias de cantidad existen por lo menos sesenta y siete grupos socialistas revolucionarios. Evidentemente no estamos ante una casualidad, sino frente a los efectos de un método partidista que ha hecho eclosión y pulverizó al movimiento revolucionario. Esta concepción ha sido muy extendida en nuestro movimiento, el trotskista, tal vez como consecuencia de las condiciones de adversidad y aislamiento que prevalecieron en el período en que la socialdemocracia y el estalinismo dominaron con puño de hierro al movimiento obrero. Así, la corriente trotskista más importante de América Latina, la fundada por el dirigente Nahuel Moreno, a pesar de sus méritos innegables en muchos terrenos se apoyó en la misma concepción partidaria monolítica y en un falso «leninismo» que fue confundido con firmeza política o espíritu revolucionario. La crisis y las sucesivas rupturas del MAS desde el año 1988 no son ajenas a esta concepción organizativa en la que las disidencias fueron incapaces de ser asimiladas. Las posteriores equivocaciones oportunistas a comienzos del ’90 y la falta absoluta de orientación en una década de un profundo retroceso de la clase trabajadora, estropearon definitivamente el intento más serio de constituir una organización socialista revolucionaria inserta en la clase trabajadora.
VI
La lucha de tendencias al interior del movimiento marxista no sólo es inevitable, sino el único metabolismo imprescindible que posee un movimiento revolucionario para corregir sus errores y someter a la prueba de la realidad práctica los diversos puntos de vista. Confundir esa lucha con el escisionismo es lo que ha llevado al impasse destructivo y aparatista en la izquierda argentina. Al mismo tiempo, para evitar el aislamiento y tener capacidad de acercarse a las masas, muchas veces se utilizan atajos políticos oportunistas, ya sea ocultando las divergencias de fondo entre el socialismo y el nacionalismo burgués, o absteniéndose de una batalla ideológica y política imprescindible contra las estrategias de colaboración de clases. Mientras las tácticas electorales o de otro tipo son necesarias e incluso inevitables, ellas han sido muchas veces el vehículo para el debilitamiento de las posiciones de la izquierda clasista más que para acercarla a las masas. Este balance no es artificial, puesto que en Sudamérica gobiernos de centroizquierda pro-imperialista y defensores de la estabilidad capitalista se desarrollan en Argentina, Brasil o Uruguay, donde la izquierda en muchas ocasiones ha borrado su propia independencia y ocultado el carácter capitalista de los mismos. La máxima expresión de esto ha sido la bochornosa participación de Democracia Socialista de Brasil en el gabinete del gobierno de Lula, infectado de corrupción y aplicador de las políticas neoliberales y fondomonetaristas.
Un partido socialista y revolucionario en Argentina debe constituirse sobre la base de la experiencia política ya hecha, no sólo con el nacionalismo burgués y los partidos tradicionales, sino también con las variantes centroizquierdistas y ‘progresistas’ que se volvieron funcionales al mantenimiento del orden burgués y la subordinación al imperialismo. En ese sentido la experiencia de reeditarla tal como se proponen los integrantes del Encuentro de Rosario tendrá el mismo destino. Se debe rescatar la experiencia del argentinazo y sacar todas las conclusiones del caso, es decir que sin derribar al estado burgués, la reconstitución del régimen político que sustenta la explotación, el hambre y el desempleo serán inevitables. Argentina muestra hasta en los detalles el agotamiento de las experiencias humanizadoras del capital y las variantes redistribucionistas que se detienen en el umbral de la propiedad privada. Se trata pues de colocar como objetivo político el gobierno de los trabajadores, basado en las organizaciones de auto-determinación democrática de los mismos.
Al mismo tiempo, un partido con libertad de tendencias debe buscar sobre todo su enraizamiento en la clase trabajadora, ocupada y desocupada y apuntar a la más estricta independencia de clase, puesto que sólo desde esa posición estratégica de soberanía política, ideológica y organizativa, se pueden crear las bases para la ampliación de la influencia socialista y consolidar las alianzas de todos los explotados que apunten hacia un cambio radical de todo lo existente.
VII
Con el cambio ideológico que grandes porciones de la población mundial han experimentado como consecuencia de los resultados desastrosos de las políticas neoliberales se han desarrollado nuevas fuerzas de resistencia a la guerra, al imperialismo y las clases dominantes de los distintos países, en particular en América Latina. Esto contribuyó a la experimentación de un proceso, todavía pequeño, de reagrupamiento político, que obviamente posee distinto contenido de acuerdo a las circunstancias nacionales dispares y a las fuerzas políticas que lo impulsan.
Algunas de ellas en nuestro continente son expresión del desarrollo del proceso revolucionario, como la formación reciente del Partido Revolución y Socialismo en Venezuela, constituido en base a la confluencia de viejos dirigentes socialistas revolucionarios que participan en la conducción de la Unión Nacional de Trabajadores, un joven activismo sindical y círculos clasistas de diversas provincias, sobre la base de un programa transicional. Este agrupamiento no cree que la administración de Chávez sea un «gobierno en disputa» como lo cree una porción mayoritaria de la izquierda continental. Esto significa que no participa ni toma responsabilidades por la administración de gobierno, pero acompaña la experiencia de las masas, participa de todo tipo de frentes antiimperialistas, apoyas las medidas tendientes a profundizar la revolución al mismo tiempo que exige se vaya un paso más y se coloca a la cabeza de la lucha contra el golpe y el boicot de los ‘escuálidos’. Ese partido, todavía pequeño, hoy es probablemente la corriente revolucionaria que más influencia tiene en la clase trabajadora desde hace décadas si se lo compara con la experiencia de muchos otros países, reflejando un proceso de recomposición política de la clase trabajadora venezolana. Otra experiencia es el Partido Socialismo y Libertad en Brasil, formación política enormemente progresiva cuyo desarrollo es necesario apoyar. Está constituido en base a un acuerdo de siete u ocho grupos políticos de diverso origen y canaliza hoy el descontento con el PT, reflejando un estadio político transitorio del pueblo, que todavía no ha dado grandes luchas y que mira absorto el derrumbe de su propio partido en el gobierno. El programa del PSOL es ambiguo y su curso político está en disputa. A su interior conviven elementos reformistas radicales y revolucionarios y los sectores más avanzados tienen aquí la tarea de desarrollarlo y orientarlo hacia la izquierda, apoyado en la movilización de la clase trabajadora y el campesinado sin tierra. Otras experiencias se han realizado en otros países, sobre todo en el campo electoral, para darle a las fuerzas anti-capitalistas una voz en el euro-parlamento y en las cámaras de diputados de varios países.
Se trata de procesos que son diferentes, heterogéneos, pues expresan realidades distintas. Pensar que se puede responder de la misma manera en cada uno de ellos, y peor aún, de forma doctrinaria, acentuando sus faltas y debilidades en vez de apostar a su desarrollo y participar activamente incluso para dar un debate y constituir un ala de izquierda en los mismos, es caer en el peor de los sectarismos, es negar lo vivo que tiene el marxismo, es rechazar la participación activa en los procesos reales en nombre de un dogma muerto. El marxismo posee un contenido dialéctico, como decía Mariátegui, un método que se apoya íntegramente en la realidad y no, como suelen asegurar detractores y falsos amigos, un cuerpo de principios de consecuencias rígidas iguales para todos los climas históricos y todas las latitudes sociales. Un programa completo pero muerto, que no puede alcanzar a las masas, puede consolar a los sectarios que olvidaron en su ejercicio introspectivo la idea fundamental que guiaba a Marx desde su juventud, cuando buscaba sobre todas las cosas que su filosofía pudiera transformarse en fuerza material encarnada en el proletariado. El que no entiende esto, despreciando el proceso de reagrupamiento que se comienza a dar a nivel internacional no comprende ni siquiera el ABC del marxismo, que lo ha entendido en forma libresca o peor aún lo trafica como excusa de su «independencia» para alimentar su «narcisismo de la pequeña diferencia».
VIII
La idea de que un reagrupamiento político sólo es posible bajo la presión de las masas y la radicalización del movimiento obrero, es profundamente equivocada. Cómo si un repentino auge revolucionario podría de por sí construir una herramienta política revolucionaria improvisándola de inmediato, sin que un extendido trabajo de construcción política entre las masas sea realizado previamente. No se trata de esperar el momento que la historia deposite en manos de las fuerzas revolucionarias la oportunidad única, sino la de construir una organización capaz de volverse hegemónica en los medios obreros y populares mucho antes de las vísperas de los acontecimientos decisivos. Necesita, por otra parte, poseer un carácter expansivo, es decir que aunque apoyándose en los sectores de la clase trabajadora más avanzados, pueda también enraizarse en la vida de las masas, eleve su educación política socialista e incorpore a porciones crecientes del movimiento social y de la intelectualidad de izquierda. Todo este trabajo requiere mucho más que un programa de acción o un grupo de consignas adecuadas a la situación. Reducir el arte de la política socialista a la consigna o grupos de consignas justas, cuando es preciso sobre todo recrear y reinventar un ideario socialista por el que las masas sean capaces de ofrecer toda su energía, equivale a pensar que la propia «crisis capitalista» y la lucha de clases objetiva proveerán por sí mismas una alternativa socialista. Necesitamos obligadamente un trabajo de preparación y educación política, de reflexión y desarrollo teórico del marxismo, y al mismo tiempo nuevos puntos de apoyo en la experiencia práctica de las luchas y las vivencias populares, de las cuales debe nutrirse toda organización de masas. Pero para acompañar la experiencia de las masas se requiere de la suficiente flexibilidad táctica y organizativa para expresar y traducir en el lenguaje de la estrategia revolucionaria las demandas y aspiraciones de millones de explotados.
IX
La izquierda socialista tiene el desafío de demostrar que es posible salir de la marginalidad y transformarse en una fuerza política real, popular, anclada en las tradiciones y la vida de millones de explotados, que puede incorporar a los movimientos sociales, los luchadores sindicales clasistas, a las decenas de miles de militantes socialistas independientes y albergar en su interior a los diversos matices y divergencias que inevitablemente se presentan en un movimiento socialista vivo y sumergido en la lucha de clases. Esa es la tarea fundamental, clave, la más importante en el período que se abrió desde el argentinazo y en relación a ella es que debemos medirnos los socialistas revolucionarios. El objetivo en el próximo período será el de constituir un partido socialista y revolucionario con la más absoluta libertad de tendencias. Sin ese partido, sin que avancemos en esa experiencia, será imposible que el movimiento marxista en Argentina se vuelva una realidad efectiva para las grandes masas. La excusa esgrimida por algunos, respecto de la inexistencia de un proceso político y social que favorezca dicho reagrupamiento, no hace más que tergiversar la realidad. La plataforma para trabajar por un reagrupamiento de los revolucionarios son los miles de compañeros reunidos cada 20 de diciembre o 1º de mayo bajo la consigna de un gobierno de trabajadores, el frente único de las corrientes piqueteras dirigidas por tendencias revolucionarias, la confluencia de los sectores sindicales clasistas en diversos encuentros, el trabajo común para la recuperación de centros y federaciones estudiantiles, y un categórico y compartido alineamiento común frente al gobierno y el imperialismo. Nadie dice que es una tarea sencilla, pero sólo la auto-proclamación fantasiosa impediría empezar a trabajar con ese objetivo.
X
La reunión de los elementos dispersos no constituye en sí un partido con influencia en las masas, cuestión que depende de la situación de la lucha de clases y de un peso específico orgánicamente establecido que aún se debe conquistar. Pero constituiría un paso decisivo hacia dicho objetivo. Sólo sobre la base de un fuerte polo socialista y revolucionario se puede encarar con éxito una política de masa en los momentos de ascenso. De lo contrario se cae en el ridículo de pequeños grupos de algunos cientos con una limitadísima influencia intentando «guiar a las masas» desde las portadas de sus periódicos.
El camino para lograr un reagrupamiento de los revolucionarios será posiblemente arduo y lleno de mediaciones. Exige la experiencia compartida en ámbitos sindicales y políticos de la más diversa especie. Para dar pasos en ese camino tenemos que abrir instancias de trabajo común, abrir el debate político, lanzar movimientos y campañas políticas conjuntas, impulsar corrientes clasistas, intentar bloques electorales, en fin, establecer un terreno de trabajo común. En el movimiento obrero debemos desarrollar las experiencias de reagrupamiento que se lograron, como el movimiento nacional por la reducción de la jornada laboral, el reagrupamiento sindical que comenzó el 2 de abril o la denominada Intersindical Clasista. Todas estas instancias pueden ser una plataforma para el reagrupamiento y contribuir a forjar una herramienta política unitaria, en la medida en que puedan elevarse desde un movimiento reivindicativo y sindical a uno de carácter clasista y político cada vez más abarcativo. En el seno del movimiento estudiantil debemos apostar a la continuidad de la recuperación de los centros y federaciones, volviéndolas cada vez más democráticas, participativas y transformando a las organizaciones conquistadas en bastiones de la lucha ideológica y política contra todo el orden existente, en primer lugar contra la privatización, las estructuras jerárquicas y el embotamiento ideológico que existe en su interior. Lo mismo puede decirse en el campo electoral, cultural, territorial o de otra índole.
En el próximo período las experiencias de lucha y organización nos permitirán de manera más precisa comprender los caminos y las formas que adoptará dicho proceso. Tenemos el difícil camino de intentar un reagrupamiento político que tenga la vocación de insertarse en las masas sobre la base de una estrategia clasista y revolucionaria. De luchar contra el sectarismo y el oportunismo. De desplegar una perspectiva anti-capitalista y socialista, sobre la base de nuevos métodos, nuevos caminos, nuevos desafíos, rescatando todo lo bueno y sano de lo que aprendimos y despejando lo que está viejo, caduco y fracasado de la experiencia anterior. Nos estamos convocando a nosotros mismos, a todos los luchadores obreros, intelectuales, artistas, jóvenes y estudiantes, militantes socialistas de las generaciones anteriores y de las nuevas camadas a refundar, a reinventar, una nueva izquierda revolucionaria en nuestro país.