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El trabajo autogestionado es viable

Es mentira que no se puede… lo que pasa es que no se quiere

Fuentes: Rebelión

Corren tiempos de cambio, de cuestionamiento a las causas (y a los causantes) del genocidio neoliberal. Tiempos de confrontación y puja entre la parte de lo viejo que aún maneja poder y la parte de lo nuevo que va saliendo a veces mucho más rápido de lo parece. Es de un reconocimiento social cada día […]

Corren tiempos de cambio, de cuestionamiento a las causas (y a los causantes) del genocidio neoliberal. Tiempos de confrontación y puja entre la parte de lo viejo que aún maneja poder y la parte de lo nuevo que va saliendo a veces mucho más rápido de lo parece. Es de un reconocimiento social cada día más grande la importancia del actual gobierno como garante de un proceso que se abrió en toda Latinoamérica, proceso en el que la Argentina es clave a partir de la decisión de construir una nueva integración.
 
Es claro también, o por lo menos lo es para la mayoría de la sociedad que desde hace 30 años que no había un gobierno que «se plantara» y comenzara a gobernar y no a gestionar intereses de otros.
 
Ahora, este proceso sufre una contradicción, la disputa central es la tensión de las relaciones de fuerza en la economía. Más allá que los liberales de siempre que han hecho de una patria pujante un país de pibes aspirando poxi-ran digan que hay problemas de «institucionalidad» o «autoritarismo». Claro, estaban acostumbrados a que el poder público sea una secretaría de sus negocios.
 
La cuestión económica aún está en discusión, no por los números de crecimiento, (en los tres años los números duplican la media mundial) sino por la cuestión de siempre: la distribución de ese crecimiento. Y en este punto el mejoramiento hasta el momento es muy pobre; no alcanza con decir «proyecto de reindustrialización con la burguesía nacional», ese sector hizo lo que hizo con la carne y además las condiciones de desarrollo tecnológico junto con el proceso de concentración y extranjerización hace que el camino no liberal requiera de otras definiciones.
 
No alcanza, es evidente, después de tres años de crecimiento continuo a tasas «chinas», el pasar de los días no necesariamente va a revertir la situación en términos de desigualdad de ingresos.
 
Esta es la disputa para el movimiento popular y sindical que pretende profundizar los cambios que se han ido realizando con respecto a la etapa neoliberal; a las tan mentadas «reformas» estructurales que reivindican los Lavagna, los Macri (reformas pro mercado) nosotros les tenemos que oponer otro camino donde la economía sea efectivamente conducida por lo público.
En esto es central el rol de las organizaciones de trabajo autogestionado, aunque aún pequeñas en lo que representan como porcentaje del producto nacional ocupa a miles de personas y ha pasado de ser un fenómeno testimonial residual de la crisis del 2001 a generar condiciones de experiencia para ser un actor más de la economía.
 
Para lograr esos hace falta que el Estado cree las condiciones necesarias expresadas por ANTA (Asociación Nacional de Trabajadores Autogestionados) expresadas en Progama de Promoción del Trabajo Autogestionado. Documento en discusión con el Senado y con la Cámara de Diputados de la Nación.
 
Las Empresas Autogestionadas no son más microemprendimientos
 
Con respecto al gobierno nacional muchos de sus cuadros y miembros han entendido este criterio a la vez que asumieron el fracaso de la política de «microemoprendimientos» sostenida desde el Banco Mundial. Estos programas que han dicho «señores acá no hay nada que discutir, los recursos naturales para las transnacionales» y para el «resto» que arme una huertita en la casa o haga pan para vender a los vecinos y familiares. El resto, en el capitalismo de nuestros días sobra, y punto. Lógica perversa en la que entran también los proyectos de «microcrédito», a punto de tener soporte legal con la Ley de Microcrédito; motorizada por Mariano West, patotero de baja calaña apretando dirigentes sociales en su pasó por Desarrollo Humano de la Provincia de Buenos Aires en 2002. Ley que da entidad a un fenómeno económico tan delirante y absurdo como pretender montar una unidad de producción textil con una overlook y 8 metros de tela.
 
Los organizaciones de trabajo autogestionado son herramientas para lograr romper con una distribución de la riqueza regresiva, son armas para pelear el espacio económico frentes a los empresas concentradoras. Son además «casos testigo» a la hora de negociar precios e imponer condiciones en las cadenas de valor.
 
Si estas experiencias han sido capaces de lograr levantar y administrar correctamente desde diarios de circulación provincial, hasta metalúrgicas de mediana escala pasando por la construcción de viviendas y barrios, no solo con escaso apoyo sino con una legislación en contra bien vale actuar para generar condiciones de apoyo real y estratégico para el sector.
 
Se abre entonces una nueva oportunidad que se suma a los esquemas conocidos para la distribución, a la puja por el salario, a la transferencia a bienes públicos o sociales (educación, salud, etc.), a la reforma impositiva (en algún momento habrá que hacerla) y a el trabajo autogestionado disputando espacio económico frente a las empresas de concentración.
No es verdad que no se puede, la experiencia ha demostrado lo contrario, el tema es que no se quiere. No quieren perder sus negocios, que la obra publica la hagan las cooperativas, no quieren que los proveedores del Estado empiecen a ser los emprendimientos barriales, no quieren, que el precio de la carne se fijen a partir de lo que dicen los frigoríficos recuperadas; no lo quieren.
 
Estas experiencias no han sido aisladas y coyunturales, vinieron para quedarse, esta en las políticas publicas transformarlas en herramientas de distribución de riqueza o en meros nichos de turismo social.