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La Argentina de la que no se habla

Boom de consumo… explosión de pobreza

Fuentes: Rebelión

El 5 de julio fue noticia -entre el brio albiceleste y el «somos todos argentinos» que perduraban tras el mundial- la toma de un complejo de monoblocks del FONAVI en el Bajo Flores de la Capital, por parte de decenas de familias carenciadas. Algunos medios «progres» lamentaron la «guerra de pobres contra pobres», sutil manera […]

El 5 de julio fue noticia -entre el brio albiceleste y el «somos todos argentinos» que perduraban tras el mundial- la toma de un complejo de monoblocks del FONAVI en el Bajo Flores de la Capital, por parte de decenas de familias carenciadas. Algunos medios «progres» lamentaron la «guerra de pobres contra pobres», sutil manera de pintar de irracional e insensata lo que no fue más que una consecuencia inevitable -y llamativamente aislada- de la realidad de la Argentina oculta. Porque tras los índices de crecimiento de la construcción y el boom inmobiliario impulsado por los emprendimientos turísticos y las viviendas de lujo, se esconde que en los últimos 5 años, empujadas por los desalojos, los inaccesibles alquileres o la inexistencia de programas reales de construcción de viviendas populares, miles de familias acabaron en las llamadas villas de emergencia que pasaron de 350 a más de 1000, la mayoría en el conurbano bonaerense.

Y no se trata sólo de la vivienda. Un reciente estudio(1), señala que el 56% del consumo del país, corresponde sólo al del 3,8% de la Población Económicamente Activa. Un dato que desnuda que no es el temor a «recalentar el consumo y disparar la inflación» lo que motiva el tope a los salarios puesto por el gobierno en acuerdo con la burocracia cegetista. Máxime cuando se alienta sin temor, que quienes realmente consumen vean aumentar sus ingresos con subsidios, regímenes de promoción o el mantenimiento de una estructura impositiva regresiva donde son los sectores populares los que más pagan.

Los 3 años seguidos de crecimiento a altísimas tasas del 8% no «derraman» hacia abajo sino consolidan una Argentina de un alto consumo de unos pocos, con el 40% de la población bajo el nivel de pobreza, para garantizar competitividad en los mercados mundiales.

El hecho novedoso de nuestra realidad es que conseguir un empleo ya no garantiza escapar de las garras de la miseria, destino tanto de un sector de los trabajadores registrados, como de la mayoría precarizada y en negro. Y ni hablar de los desempleados que subsisten con un mísero plan, aunque las estadísticas los consideren «ocupados».

No se trata de una rémora de la crisis sino una política activa. La actual negativa del gobierno a llevar el salario mínimo a niveles que lo acerquen al umbral de la pobreza, no se debe tanto al efecto directo que tendría sobre alrededor de 700 mil trabajadores, sino al temor al efecto de «arrastre» sobre el salario de los millones que trabajan en negro, sin convenio ni derechos.

Este modelo injusto, por otra parte tampoco garantiza un desarrollo armónico nacional ni la persistencia, a largo plazo, de las actuales tasas de crecimiento. La «burguesía nacional»-en la que el gobierno kirchnerista deposita esperanzas de crecimiento- gasta en consumos superfluos y de lujo un 22,2% del PBI, mientras sólo se destina a acumulación productiva -Inversión Bruta Neta, Educación Pública e Investigación y Desarrollo- el 21% del PBI (De Santis, Daniel. 2006). Al mismo tiempo las remesas de ganancias al exterior por parte de las empresas transnacionales triplicaron en lo que va del 2006 a las del año pasado.

Si consideramos también los pagos cada vez mayores en concepto de intereses de la deuda pública, la esperada crisis energética por el agotamiento de las reservas petroleras y gasíferas en pocos años -de no mediar una decidida acción que recupere los recursos de manos privadas-, el deterioro del suelo por el monocultivo sojero y una sustitución de importaciones orientada en su mayor parte hacia los bienes suntuarios que requiere el pequeño sector consumidor, no cabe esperar soluciones populares del actual modelo, por más que la recuperación económica despierte grandes expectativas tras la nefasta década menemista y la explosión final de la Convertibilidad.

La Argentina salió de la profunda crisis y recesión vividas. Pero ya no es la misma y en el primer trimestre del 2006, la participación en el ingreso de los más pobres fue la más baja de la historia. Mientras a principios de la década del 70 la brecha entre ricos y pobres era de 8 veces, hoy la distancia es de 29 veces.

La construcción del enemigo

Cualquier mención a esta Argentina oculta, o una crítica que desentone con la imagen de crecimiento y porvenir sin fisuras, provoca la ira presidencial. Ocupado en reconstruir el poder político amenazado por la rebelión del 2001 y el profundo desprestigio de las instituciones, Kirchner va fabricando enemigos a su medida, que desvíen la atención popular de los que verdaderamente hoy mueven los hilos de la escena política y económica.

De esta manera, militares nostálgicos del Proceso y sus esposas, los piqueteros o la izquierda, Lavagna y Alfonsín u otros radicales «exitosos», fueron sucesivamente objeto del enojo presidencial y motivo de minuciosos y largos análisis en los medios de comunicación.

El último round fue la «batalla» alrededor de los «superpoderes» y los «decretos de necesidad y urgencia» que -salvo a los propios interesados a los que parecía les iba la vida en ello- a nadie preocupó demasiado. En primer lugar, porque todos estos políticos que han logrado «no irse ninguno», siguen siendo ajenos al sentir popular y nadie cree que el manejo del presupuesto por parte del Congreso sea garantía de nada. Pero tampoco el gobierno logró concitar la adhesión popular a su exigencia, con una opinión pública recelosa de tanto poder concentrado en unos pocos que, más allá de las expectativas que despiertan, no han logrado transformarla en apoyo activo y orgánico.

En segundo lugar, porque la realidad es que el gobierno ya viene manejando el presupuesto como se le da la gana, con el recurso de presentar presupuestos «dibujados» hacia abajo, y así tener un «resto» para utilizar a discreción. El monto sobrante en estos tres años fue de $34.000 millones que fueron en su mayor parte a pagar deuda pública y más de $4.500 millones a otorgar compensaciones a grandes empresas.

La oposición pregona que estos avances gubernamentales hacen peligrar la democracia. Pero no puede peligrar lo que no existe, pues hace ya tiempo que para el pueblo no hay democracia. Seguramente que si los sectores populares hubieran tenido algún poder de decisión, los fondos presupuestarios se hubieran utilizado con fines completamente diferentes a los que le dio el gobierno «democrático»… y las necesidades populares no serían ahora tan acuciantes. La lucha por otra democracia sigue siendo otra de la tareas pendientes y parte esencial del debate que debemos hacer los sectores populares sobre que país queremos.

Y aquí cabe mencionar otro «enemigo» que el gobierno y los medios van construyendo, en sintonía con su necesidad de impedir cualquier avance en la unidad del pueblo trabajador. Una expresión elocuente del sentido común que nos inculcan cotidianamente fue el de la periodista Karin Cohen que, en relación a las características del «loco de Belgrano» se sorprendió al considerar que lo esperable «es que un delincuente sea morochito y petiso»… no casualmente una descripción que concuerda con piqueteros, trabajadores en lucha, los chicos que pueblan nuestras calles juntando cartón y, más en general, con la mayor parte de los sectores populares. Adoptar como propio este «enemigo» hará imposible encontrar colectivamente ese otro país posible.

MercoSur, paredón… ¿y después?

La reciente Cumbre de Jefes de Estado desarrollada en Córdoba, con la reciente incorporación de Chávez al Mercosur y la presencia de Fidel Castro y Evo Morales, ha renovado un debate.

¿Se abre una dinámica en la que el Mercosur, de engendro neoliberal nacido en los ’90, pueda ir adoptando características que permitan recuperar -siquiera en parte- algún margen de acción frente a la ofensiva neocolonial de los Estados Unidos? ¿O por el contrario, servirá para colocar a Chávez en el marco de compromisos diplomáticos que lo hagan «previsible» frente al imperialismo, como prometió Kirchner en su reciente viaje a España?

Lo que es seguro es que se abre una pulseada en la que todavía no se puede pronosticar con certeza sus resultados, porque ésta no se limita a los presidentes allí reunidos, sino que tendrá como actores de primer orden a los movimientos sociales y al pueblo trabajador de América Latina, que con la lucha podrán ir inclinando el fiel de la balanza. No casualmente, en su boicot hacia la Cumbre de los Pueblos realizada en forma paralela en la misma provincia mediterránea, el kirchnerismo evidenció una vez más su aversión a todo lo que no pueda manipular y a toda iniciativa popular.
Por otra parte, se utilizan las oportunidades y los mayores márgenes de acción que brinda la nueva realidad latinoamericana, para profundizar la dependencia argentina. Si por una parte se impulsa el progresivo proyecto de integración energética regional, por otra se actúa intentando favorecer a los intereses petroleros privados y buscando asociar a grupos económicos como Techint. Asimismo, el flamante bono común con Venezuela se utilizaría, en el caso argentino, para conseguir financiamiento más barato para seguir pagando la fraudulenta deuda externa.

El profundo sentimiento de unidad latinoamericana que despertó el encuentro es -a cada paso- ignorado por el gobierno argentino que, pocos días antes del encuentro en Córdoba, rompió un acuerdo de los países latinoamericanos, absteniéndose de votar el texto de «Declaración sobre Derechos de los Pueblos Indígenas», aprobado por el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas. Lo que vale -más allá de la valoración que tenemos de las Naciones Unidas, ratificada estos días en su actitud frente a la masacre en el Líbano- tanto como indicador de los límites de la política gubernamental de derechos humanos, como de su grado de compromiso con la liberación de los pueblos y la unidad latinoamericana, en la que se verifica un renacer de las luchas y reclamos de los pueblos originarios.

Pasos hacia un nuevo proyecto

Existe una necesidad evidente -más allá del consenso del que goza el actual gobierno- de avanzar en la construcción de alternativas del pueblo trabajador. En la actualidad, la necesidad de luchar por la recuperación de las fuentes de energía y del no pago de la deuda externa que remachan la dependencia al imperialismo, se integran a la necesidad de luchar por la distribución del ingreso, el salario, la defensa de los recursos naturales, la educación, el trabajo, la vivienda para todos y la integridad global de los derechos humanos en la perspectiva de unidad de los pueblos latinoamericanos, la que no podrá nacer de encuentros diplomáticos, como el recientemente  realizado en Córdoba, sino del impulso de  la auto-actividad y organización popular. Ello alienta a numerosos activistas a crear nuevas formas de resistencia, motorizando los actuales debates que recorren a la izquierda en busca de nuevas formas de agrupamiento y unidad.

Desde Cimientos y Nuevo Rumbo creemos que la construcción de un proyecto alternativo deberá sustentarse en la revisión de las concepciones sectarias con que la mayor parte de la izquierda viene relacionándose con las organizaciones autónomas que el pueblo trabajador, a través de la lucha, dificultosamente construye. 

A este debate teórico, político y práctico pretendemos aportar, mientras avanzamos junto a otros grupos, organizaciones y compañera/os con los que venimos encontrándonos en las luchas y búsqueda de nuevas formas de construcción política y social, para dar pasos hacia nuevas síntesis superadoras de las actuales identidades y organizaciones. 


(1) Lozano, Claudio; Raffo, Tomás. Evolución de la distribución del ingreso, el consumo popular y el consumo superior. CTA, julio 2006.