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La promesa de construir viviendas no avanza

Villas y otros logros de gestión

Fuentes: Pelota de Trapo

«Los chicos mueren como moscas / los chicos mueren como moscas / Distrofia: primer grado segundo grado tercer grado // la leche no la ven la carne no la ven / sopa / sopita / Distrofia: malamente / desnutridos: primer grado segundo grado tercer grado /…/ Es cosa de agarrarse la cabeza pero / estas […]

«Los chicos mueren como moscas / los chicos mueren como moscas / Distrofia: primer grado segundo grado tercer grado // la leche no la ven la carne no la ven / sopa / sopita / Distrofia: malamente / desnutridos: primer grado segundo grado tercer grado /…/ Es cosa de agarrarse la cabeza pero / estas cosas hay que decirlas estoy / dispuesto a decirlas no / a gritarlas // Las proteínas que están metidas en la carne no / están metidas en / la sopa sopita las proteínas necesarias no las ven /…/ El 65 por 1000 mueren como moscas sin / proteínas /…/ Estos chicos tienen problemas de dislexia: afacia / para la / lectura se sienten segregados rechazados: afacia / dis / lexia / dis / trofia / malamente…»

«Villas» es un extenso poema compuesto por Leónidas Lamborghini en 1972, cuando los asentamientos precarios de la Capital Federal y el gran Buenos Aires se habían multiplicado; y cuando los chicos de las villas pagaban con desnutrición y enfermedades de la pobreza el «error» de haber nacido en la cara oscura del país de los ganados y las mieses.

No habría que cambiar una sola palabra para dar cuenta de la situación, más de tres décadas después, tanto en Buenos Aires como en las conurbaciones de las principales ciudades argentinas.

No es un privilegio nuestro, claro. También crecieron en las últimas décadas algunas callampas chilenas, varios cantegriles uruguayos, muchas favelas y poblaciones

Según el informe Estado de las ciudades en el mundo 2006-07, elaborado por las Naciones Unidas, uno de cada tres pobladores urbanos del planeta vive en el cinturón de pobreza de alguna gran ciudad. En menos de 15 años, según las proyecciones, 1.400 millones de personas vivirán en las zonas periféricas pobres, particularmente en megaciudades -como Buenos Aires- que concentrarán el 10% de la población mundial.

Sin embargo, más allá de las calamidades universales, una pregunta sin atenuantes que deberíamos responder los argentinos es por qué pese a vivir en un granero del mundo y lejos de regiones del planeta que son devastadas periódicamente por las guerras o las catástrofes climáticas, presentamos índices vergonzosos de hambre y desnutrición infantil.

Incómodas paradojas

Un informe elaborado por Info-Hábitat -equipo de investigación geográfica de la Universidad Nacional de General Sarmiento- dice que en los últimos cinco años pasaron de 385 a más de 1.000 (o sea, se triplicaron) los asentamientos de emergencia en el gran Buenos Aires. Mientras el censo de 2001 registraba 638.657 habitantes en esa situación, ahora los muestreos arrojan un número sensiblemente mayor: 1.144.500.

En la Capital Federal, el cuadro no es mejor: en los últimos cuatro años se registraron 24 asentamientos nuevos y el número de habitantes de las villas pasó de 110 mil a 150 mil (es decir, un 30% más). Además, deben computarse 200 mil personas en inmuebles tomados u ocupados, 70 mil en inquilinatos y otras 70 mil en hospedajes y alojamientos, sin contar las 120 mil, aproximadas, que viven en habitaciones rentadas a familiares o que están hacinadas en una exigua vivienda propia.

Estos datos duros, surgidos de fuentes confiables como son el citado Info-Hábitat o la Defensoría del Pueblo porteña, contrastan con los cálculos optimistas y las promesas electorales que a diario se oyen por boca de autoridades nacionales y provinciales.

El 21 de julio de 2004 -citemos un caso- el presidente Kirchner y el gobernador bonaerense Felipe Solá firmaron en la Rosada un convenio para construir 43 mil viviendas en dos años. A fines de junio del corriente año, sólo están proyectadas 19.231 de esas viviendas. Y de esas 19.231, apenas fueron terminadas e inauguradas 214 (datos de una investigación del diario Perfil, publicada el pasado 2 de julio).

En otros municipios del interior del país el incumplimiento no fue tan escandaloso, aunque la distancia entre la realidad y las promesas gubernamentales sigue siendo considerable. El Programa Federal de Construcción de Viviendas -a cargo del superministro Julio De Vido- contemplaba construir 120.000 casas, pero en dos años sólo construyó 9.737.

En algunos municipios -por ejemplo, Ituzaingó- ni siquiera estaba contemplada la adquisición de terrenos, por lo que debió expropiarse de buenas a primeras una cancha de rugby, de un club de barrio, para construir en ese terreno las viviendas.

El de Ituzaingó -como otros casos semejantes registrados en Pilar, González Catán y San Martín- invita a pensar que no ha sido muy trasparente el manejo de los fondos destinados a los planes habitacionales.

Otra sugestiva coincidencia es que hayan sido Catamarca, Corrientes, Mendoza, Río Negro, Santiago del Estero y el Chaco -todas provincias gobernadas por la UCR- las que más fondos recibieron últimamente para sus planes de vivienda. Podría pensarse (perdón por esta horrible sospecha) que acaso el Gobierno nacional buscó por esa vía ganar la voluntad de valientes gobernadores que revistaban en la oposición…

Calculan los periodistas de Perfil -y no han sido aún desmentidos- que el 47 por ciento de los fondos comprometidos para el Programa que maneja De Vido (3.900 millones) ya ha sido girado a los respectivos gobiernos y municipios.

Lo que no ha avanzado un 47% es la construcción de las viviendas prometidas.

Diagnóstico e hipocresía

El pasado 9 de julio, el jefe de gobierno porteño Jorge Telerman manifestó a la agencia Télam que la aparición de nuevas villas en la Reina del Plata obedece «a problemas de la pobreza, de la exclusión, de la marginalidad de decenas de miles de hombres y mujeres que viven en la Argentina».

Nadie puede negar que el diagnóstico de Telerman es correcto.

Ahora bien, a un funcionario del máximo nivel, que antes de Cromañón fue vicejefe del gobierno porteño y que en el primer ciclo de Ibarra revistó como Ministro de Desarrollo Social, debería pedírsele algo más que un diagnóstico.

En una democracia avanzada -como ésa a la que todos aspiramos- se le pediría una rendición de cuentas.

Hay migración permanente, desde países limítrofes. La pobreza y el hambre -lo hemos dicho- no son privilegio argentino. Hay clientelismo político, que utiliza la asistencia social, los planes de vivienda y las promesas electorales para captar y controlar a los que menos tienen, a los que más necesitan. Hay corrupción en los sucesivos y distintos estamentos de la administración, de modo tal que las obras no llegan a comenzarse, o bien se interrumpen, o cambian súbitamente de beneficiario.

Hay también lucha de pobres contra pobres -como las que se han visto en Flores Sur, en Lugano y en otros barrios porteños-, luchas por tratar de ejercer, a duras penas, el derecho a la vivienda digna (que no es un derecho suntuario, como sugirió una flamante ministra).

Hay, en fin, un sinnúmero de datos como para elaborar un diagnóstico.

Pero hacen falta funcionarios concientes, en la administración del Estado, de la pérdida que sufre el cuerpo social con cada niño expuesto al hambre que mata, a la contaminación que mata, a las enfermedades que matan.

«Villa Miseria también es América» escribió con valentía Bernardo Verbitsky, en los ’60, remedando el poema de un negro norteamericano llamado Langston Hughes.

«Los chicos mueren como moscas», repitió obsesivamente otro escritor argentino, década y media después.

Hoy lo escribimos y repetimos nosotros, usando las mismas, aburridas palabras, de la Constitución Nacional:

«El Estado otorgará los beneficios de la seguridad social, que tendrá carácter de integral e irrenunciable. En especial, la ley establecerá (…) la protección integral de la familia (…) y el acceso a una vivienda digna«.