La «nueva política» no es más que conservadurismo puro o, como a muchos le gusta llamar, gatopardismo. La única novela escrita por Giuseppe di Lampedusa, «El Gatopardo», muestra como las ideologías de las clases acomodadas se surten al vaivén de las crisis históricas y como los avivados existen desde siempre. El relato transcurre en el […]
La «nueva política» no es más que conservadurismo puro o, como a muchos le gusta llamar, gatopardismo.
La única novela escrita por Giuseppe di Lampedusa, «El Gatopardo», muestra como las ideologías de las clases acomodadas se surten al vaivén de las crisis históricas y como los avivados existen desde siempre. El relato transcurre en el sur de Italia en 1860. Ante la proximidad de una situación revolucionaria, un representante de la nobleza (el príncipe Fabrizio Salina) sella un pacto con su sobrino Tancredi en medio de una situación política caracterizada por una fuerte agitación social que amenazaba con ponerle fin a los privilegios de la aristocracia. La idea del pacto es sencilla y podríamos traducirla a la fórmula más que conocida por nuestras pampas «poner un huevo en cada canasta».
El sobrino Tancredi, que a esa altura se ha unido a las tropas de Garibaldi -Mazzini, lideres de la agitación revolucionaria, reposa en la convicción de que si los revolucionarios pierden, su tío, Fabricio, lo resguardará de la fiebre represiva de la reacción. Por el contrario si los revolucionarios ganan, el sobrino que se encuentra entre el bando de los vencedores protegerá a Fabricio.
La cita original expresa una contradicción aparente, pero sólo para aquellos acostumbrados a pensar en términos de lógica formal: «Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie» es la expresión de una forma política en retirada, defensiva.
En política esta táctica quedo registrada como gatopardismo para señalar un tipo de acción del poder, que ante la presión social, hace cambios superficiales con la intención que nada cambie en el fondo.
La «nueva política» adoptó por más de tres años esta fórmula, esperando que el Argentinazo pase al olvido y que la «gente» se entusiasme en las calles y en las plazas en la creencia de que todo está cambiando; mientras que, en los coloquios empresariales y foros internacionales, los licenciados en la «universidad de la avivada» saben que todo sigue igual y aplauden con renovada fe la desgastada táctica, que acostumbra a dar tan buenos resultados.
Los golpes de efecto con los que Néstor Kirchner intentó, demostrarle a la sociedad que era un legitimo heredero del argentinazo, fueron mañosamente ejecutados en contra de personas o instituciones inmersas en tal estado de descrédito social, que resultaba sumamente fácil ponerlos como contrincantes y acumular poder político y consenso en sus primeros meses de gestión.
Pero «Que todo siga igual» ya no le resulta tan fácil.
La desaparición del compañero Jorge López, las patotas en el hospital Francés y San Vicente, y la impresionante paliza que el presidente Kirchner recibió en la última elección misionera, han hecho que la salud de la «nueva política» desmejore en forma vertiginosa.
¿El diagnostico? El gato va perdiendo el pelo, y las mañas quedan al descubierto…
Una sola consigna agrupa, hoy por hoy, a todos los sectores aliados al kirchnerismo «que la grave crisis suscitada a partir de estos hechos no apunte al jefe». Pero una cosa es el deseo y otra la realidad.
El renunciamiento de Fellner, por pedido de Kirchner, a la re-reelección en Jujuy fue justificado en que empecinarse en la táctica, mortalmente herida en Misiones, podría poner en riesgo la popularidad del primer mandatario y por ende su caudal electoral para el 2007.
Fellner renuncia a disgusto, y todavía no se sabe como seguirá la relación entre él y el «amigo presidente, aliados de la primera hora». Aparentemente, Kirchner habría recurrido al sistema institucional de borocotización, al ofrecer a su «amigo» jujeño un puesto de ministro en el futuro gabinete, para poder convencerlo; queda por ver si esto será suficiente.
En el caso de la Provincia de Buenos Aires la cosa anda por los mismo carriles. Pero Solá, que ya fue ministro en las «épocas del averno menemista», es un hueso más duro de roer. Es que, ejercer la gobernación en una provincia no es un problema de convicción ideológica, (Solá de esto la sabe lunga ya que compartió gestión con todos los de turno) sino de representar intereses económicos y políticos concretos (y de rapiña personal); que prefieren que el gobernador continúe por un mandato más, aun a costa de violar la constitución provincial.
Lo de Solá, en términos relativos, es peor que lo de Rovira, porque, si bien los intereses de uno y otro por la reelección son los mismos, los atajos legales del estanciero bonaerense son más antidemocráticos y repudiables que los del propio misionero. Rovira convocó a una constituyente (siguiendo el mandato presidencial, que le garantizó su participación personal en la campaña y con ella una victoria segura) y fue derrotado implacablemente. Para Solá desde el poder central ha determinado una táctica similar a la de Fellner: que no asuma seriamente la reelección.
Pero esto trae por lo menos dos problemas serios. Si Solá se baja, en medio de la una situación provincial donde los conflictos gremiales con los sectores docente y empleados del estado son el horizonte inmediato, su gobierno estará condenado a convertirse en una especie de pato rengo, que como buen pato criollo a cada paso cerrará el círculo de llevar a la provincia a un estado de ingobernabilidad. Por otro lado la sucesión de Felipe puede abrir el abanico a una serie de pujas pejotistas que transformarían a San Vicente en una anécdota de chicos malos, al lado de lo que se viene.
En cambio, si se queda, Solá desautoriza al jefe, que ya ha hecho pública su demanda en contra de la reelección de los gobernadores y puntualmente en contra de Felipe. El precio de esta desautorización es muy alto y ya Díaz Bancalari empezó a movilizar la patota del pejota bonaerense, para que la Suprema Corte de la Provincia declare «incierta» la re-re.
«Que todo cambie» quiere decir que el predominio de Kirchner continuará, de ser necesario, bajo nuevas formas adaptadas a los tiempos de crisis.
Si algo ha quedado en claro después de San Vicente es que la CGT funciona como un ministerio más del ejecutivo. La salud de Moyano, no depende de los que los trabajadores opinen sobre quien dirige la central sindical, sino de la venia del presidente Kirchner.
La opción de las camarillas barrionuevistas está en el reparto mas equitativo de la torta sindical y política. Las reivindicaciones de los trabajadores no tienen nada que ver con esta batalla. Los burócratas se pelean por ver quien tiene una postura más adaptada a las políticas de control salarial. Es en este marco que el «pata» Medina declara que en la obra pública de construcción de viviendas, los trabajadores de la UOCRA vienen cobrando salarios en un treinta por ciento menos que en la «privada».
La eterna promesa de entregarle la personería jurídica a la CTA en una presión a los gordos para que la crisis no se desborde; además de una intervención directa del ejecutivo para beneficiar a la lista de Yasky en las próximas elecciones del día 9 de noviembre.
El gatopardo pierde los pelos y algunas mañas frente al desorden de la patota, pero sigue mostrando las garras. La desaparición del compañero López no despierta en el gobierno ni en los «organismos borocotizados» la mínima movilización. Si exceptuamos, claro, negociaciones secretas con el aparato represivo. La última marcha realizada en la ciudad de La Plata parece haber entendido esto cuando propone el paro nacional por la aparición con vida del compañero López. Nada de negociaciones y desmantelamiento del aparato represivo.
Las enérgicas medidas de represión en contra de los vecinos contaminados de Gonzáles Catán, y las provocaciones por el corte de ruta de los vecinos de Gualeguaychú, parecen anticipar lo que se viene por mediación de la realeza española en el conflicto con las papeleras.
En 1870 los gatopardistas obtuvieron la satisfacción de ver a Italia finalmente unificada bajo la monarquía de los Saboya, para el regocigo de los Fabrizio y los Tancredi. Pero, no hay que olvidar que fueron otros tiempos.