La desaparición de Julio López, testigo principal en el juicio contra el genocida Etchecolatz, ha provocado un cambio brusco en la situación nacional, instalándose un clima de incertidumbre y violencia patoteril que se vio reforzado en las últimas semanas por los enfrentamientos entre las ‘fuerzas de choque’ de la burocracia cegetista durante el traslado de […]
La desaparición de Julio López, testigo principal en el juicio contra el genocida Etchecolatz, ha provocado un cambio brusco en la situación nacional, instalándose un clima de incertidumbre y violencia patoteril que se vio reforzado en las últimas semanas por los enfrentamientos entre las ‘fuerzas de choque’ de la burocracia cegetista durante el traslado de los restos de Perón a la Quinta de San Vicente, pero también por la actuación de las patotas patronales y la policía en Buenos Aires contra los trabajadores del Hospital Francés, en el conflicto telefónico, o en el desalojo de una Estación de servicio, ocupada por sus trabajadores. A lo que se suma la violencia generada por las barras bravas dentro y fuera de las canchas.
Aunque pueda parecer casual la coincidencia en el tiempo de estos hechos, un hilo conductor los une a todos: la violencia contra los de abajo es intrínseca a este sistema de dominación capitalista por parte de todos aquellos que viven y lucran de la clase trabajadora: los empresarios, los funcionarios, la burocracia sindical y las fuerzas mercenarias de represión, sean estatales o paraestatales.
Caso López: Kirchner no puede, la clase obrera sí
En el caso de Julio López, a punto de cumplirse dos meses de su desaparición, el gobierno ya no puede ocultar lo que es un clamor: su secuestro por elementos vinculados a la pasada dictadura militar del entorno del aparato del Estado. Mientras, continúan las amenazas cobardes contra ex-detenidos y desaparecidos que tienen que declarar en los próximos juicios, y contra sus familiares e integrantes de organizaciones de derechos humanos.
Sorprende la impotencia mostrada por el gobierno para encontrar una sola pista efectiva sobre el paradero de López y sus captores. Esto confirmaría el ‘pacto de silencio’ conspirativo de los cuadros de las fuerzas represivas para bloquear y obstaculizar cualquier información que conduzca a identificar a los autores del secuestro y, por lo tanto, la incapacidad del gobierno para controlar el aparato del Estado.
No obstante, es impensable que el gobierno de Kirchner carezca de la más mínima pista de información que lo lleve a identificar a estas tramas y, por medio de ellas, a los eventuales captores de López. De la misma manera que muchos nostálgicos de la pasada dictadura se exhiben desvergonzada y regularmente en la Plaza San Martín de Buenos Aires, reivindican públicamente el proceso militar, también los elementos más activos afines a estos sectores en el seno de las fuerzas represivas deben estar claramente identificados.
Pero es tal la solidez de los vínculos que unen a estos grupos con el conjunto del aparato del Estado (mantenido casi intacto después de 30 años), que el desafío de identificarlos y depurarlos implicaría naturalmente desmantelar este aparato casi en su totalidad, lo que encontraría una resistencia feroz en su seno y en la misma clase dominante, generando una conmoción social de alcances revolucionarios. Por eso Kirchner, pese a haber hecho una bandera de su política en derechos humanos, no puede ni quiere enfrentar este desafío.
De ahí que, tras las primeras semanas de zozobra, el gobierno de Kirchner y los medios masivos de comunicación, hayan optado por bajar los decibeles al caso López, de tal manera que asistimos ahora a una conspiración de silencio escandalosa que pretende hacer pasar como un caso de rutina la desaparición de un testigo fundamental en el juicio contra un genocida de la dictadura militar, convirtiéndolo en una suerte de caso AMIA o, más exactamente, del caso de los más de 30 compañeros asesinados en las jornadas del Argentinazo, asunto que se hundió en el olvido en los vericuetos del aparato judicial.
Pero ahí donde Kirchner fracasó, la clase obrera sí puede ofrecer una salida.
Se necesita una huelga general
La desaparición de López es un ataque dirigido contra el conjunto de la clase obrera. Si no los paramos ahora, estas mismas tramas oscuras y asesinas del aparato del Estado, aumentarán la escala de su accionar contra los luchadores obreros y populares que luchan por mejorar las condiciones de vida y trabajo, y por transformar esta sociedad capitalista, injusta y explotadora. De la misma manera que los vínculos de estas tramas con el aparato del Estado son evidentes para todos, no son menores los que existen entre el propio aparato del Estado y el poder económico: los grandes empresarios, los terratenientes y las multinacionales.
Por eso, la única manera seria, realista y práctica para desentrañar estas mafias, localizarlas y desarticularlas, es con la movilización general de los trabajadores. Esta es la forma de obligar a la clase dominante y a los cuadros dirigentes del aparato del Estado a que cesen las amenazas, aprietes y ataques contra los luchadores obreros y populares, y encontremos con vida al compañero López.
La burguesía siempre preferirá, al menos, sacrificar algunas decenas o cientos de canallas, aceptando su enjuiciamiento y condena a prisión, que ver amenazado su dominio en la sociedad conforme la clase obrera se haga consciente de su fuerza y poder. Lo que se necesita es una movilización enérgica y contundente de la clase obrera, que debería comenzar con la convocatoria inmediata de una huelga general de 24 hs con movilización, preparada con asambleas en los lugares de trabajo.
Lamentablemente, los dirigentes de la CGT y la CTA han demostrado no estar a la altura de las circunstancias. Por supuesto, no colocamos el mismo nivel de responsabilidad a unos y otros. La CTA ha tomado un compromiso público por la aparición con vida de López, pero su papel en las movilizaciones populares convocadas por este tema estuvo muy por debajo de su poder de convocatoria y de su fuerza sindical. No organizó ningún paro efectivo por este tema en su principal ámbito de influencia sindical, el sector público. Tampoco emplazó públicamente a los dirigentes de la CGT a convocar de manera conjunta una gran movilización obrera para obligar a estos últimos a tener que decantarse ante el conjunto de la clase obrera.
Los dirigentes de la CGT ni siquiera tuvieron la decencia de emitir una simple declaración pública de condena por la desaparición de Julio López ¿Puede extrañarnos esto cuando todavía quedan en las cúpulas sindicales elementos que colaboraron activamente con la dictadura militar, como José Rodríguez del SMATA, o cuando dirimen sus diferencias por el control del aparato sindical a piedrazos y tiros, recurriendo a lúmpenes y delincuentes?
Es verdad que el activismo sindical clasista todavía es demasiado débil como para desafiar, y mucho menos sustituir, a los grandes aparatos sindicales para movilizar a la clase obrera. Pero sí puede tomar la iniciativa de organizar acciones concretas que, además de permitirle aumentar sus puntos de apoyo entre los trabajadores más avanzados, podrían en circunstancias concretas obligar a los dirigentes sindicales a dar un paso al frente. Lo primero sería organizar asambleas en sus lugares de trabajo y en sus sindicatos, comenzando por aquellos que ostentan posiciones sindicales más destacadas, y también en los barrios, votando mociones para exigir a las direcciones sindicales la convocatoria inmediata de esta huelga general. Junto a las demás organizaciones populares y de derechos humanos, deberían organizar la formación de Comités por la Aparición con Vida de Julio López para canalizar la agitación y movilización en sus empresas y barrios.
Los planes de la burguesía
La burguesía (con el apoyo de la derecha y el lavagnismo, que culpan demagógicamente al gobierno por este «clima de violencia»), está intentando utilizar esta situación y la derrota del candidato kirchnerista en Misiones, como una oportunidad para debilitar al gobierno de Kirchner y forzarlo a girar a la derecha en algunas de sus políticas (como las que fijan un leve control de precios y subas de tarifas acotadas, cambios modestos en algunas leyes laborales reaccionarias, política en derechos humanos, etc).
También, utilizando los hechos de San Vicente, conspiran con los ‘gordos’ de la burocracia sindical cegetista para debilitar al imprevisible Moyano y forzar un cambio en la cúpula de la CGT más afín a sus intereses. Toda su campaña para exigir la cabeza de Moyano, lo que persigue en el fondo es debilitar y desprestigiar a los sindicatos como herramientas de lucha de los trabajadores.
Cómo superar el obstáculo de la burocracia sindical
Nuestra oposición a la burocracia sindical, ya sean los «gordos» o Moyano, no tiene nada que ver con las razones de la burguesía argentina. A diferencia de ésta, nosotros queremos otra dirección sindical, clasista, honesta y democrática, pero para reforzar las luchas de los trabajadores y hacerlos avanzar en su conciencia política.
Más allá de esto, se equivocan quienes consideran todopoderosa la autoridad de la burocracia (cualquiera que ésta sea) sobre la clase obrera. Aunque este año el frente único del gobierno, la patronal y la dirección de la CGT haya tenido un éxito relativo en moderar la lucha salarial y por mejores condiciones de trabajo, después de que el año pasado conociera el mayor número de huelgas en 15 años, las luchas de los trabajadores han comenzado a repuntar. El ambiente social es muy volátil, y en modo alguno refleja confianza en el futuro. El aumento de la represión estatal, patronal y parapolicial endurecerá la respuesta obrera. La suba de precios que continúa, en ausencia de un panorama recesivo de la economía, redoblará la disposición de los trabajadores a luchar.
Los hechos escandalosos ocurridos en la Quinta de San Vicente demostraron la distancia moral insalvable entre la podrida burocracia sindical cegetista y los trabajadores. Pero la superación de la burocracia sindical no se resolverá con la mera denuncia. Para conseguirlo es necesario que el activismo clasista conquiste previamente una influencia decisiva en el seno de la clase que le permita emerger como un factor dirigente. Esto requiere un trabajo paciente y tenaz, que no admite atajos. Ya se perdió demasiado tiempo en peleas sectarias e intestinas. Es necesario comenzar un trabajo serio y audaz en el seno de la clase, levantando bien alta la bandera del activismo clasista, como el MIC.
La necesidad de un cambio fundamental en los sindicatos y de una alternativa política revolucionaria y socialista, se abrirá paso de ahora en más, comenzando por los sectores más avanzados de la clase, y también entre la juventud obrera explotada. En este sentido, es crucial que el activismo sindical clasista supere sus debilidades (el sectarismo estéril de unos, y la confusión política que lleva a la pasividad fatalista de otros) para estar en las mejores condiciones que lo puedan convertir en un factor objetivo decisivo para hacer avanzar la conciencia política socialista y la organización independiente de los trabajadores.